Ciudad vacía
Un hombre camina por la acera harapiento, sucio y descuidado. Sus ojos
enrojecidos buscan hacer contacto, pero las personas pasan a su lado
ignorando esa mirada apagada, como si a través de ella pudiera contagiar
su miseria y su dolor.
Cientos pasan día a día a su lado, como si no existiera. Cada tanto él
intenta balbucear algunas palabras en ese lenguaje propio e inentendible
de un ebrio. Acompaña el intento con un gesto suplicante que queda
inconcluso en su mano.
Detrás de él habrá una historia y una gesta de dolor. Cariños perdidos,
desgracias y tragedias mudas que anidan en la profundidad de sus
pensamientos. Esos que se cerrarán para siempre en su voluntad vencida y
resignada.
El sonido de la calle tapa los sonidos que salen de su boca mientras son
llevados por el viento para nunca más volver. Mis ojos se cruzan con
los suyos, pero en un gesto de íntima vergüenza asumida, su mirada me
esquiva. Quizá piensa que le juzgo o simplemente que le ignoro como los
demás. No quiere sentir una vez más, el dolor del desprecio mudo.
Su gesto me dice que la nulidad de su existencia ha sido asumida y así
se presenta para el mundo. El no es nada para los demás. Sigo caminando
dejándole atrás mientras se sienta en una esquina. Una mujer vestida de
azul pasa a mi lado mientras el aire trae su fragancia. Sus pasos le
alejan de mi. No me mira porque en su mundo yo no existo.
En una plaza, hay una pareja de ancianos que descansan solitarios en un
banco. Sus bocas permanecen quietas y parecen estar llenas de silencio.
Puedo ver que miran lejos y tal vez no tienen nada que decirse después
de tantos años. Veo la mirada vacía de los que no tienen nada en común.
Las ilusiones se han agotado en los rostros inexpresivos de la ciudad.
Sigo caminando y las caras vacías parecen multiplicarse en esos rostros
anónimos. Nadie me dice nada mientras avanzo y cuando nuestras miradas
se cruzan, sus ojos se desvían.
Estas calles están vacías de seres vivos. Tú no existes para nadie.
Siento que viajo a través de un gran cementerio porque en esta ciudad
todos han muerto. Nadie importa en absoluto porque nadie parece tener
sentimientos. El silencio ruidoso que me rodea es aterradoramente
solitario.
Llega el final de la jornada y en nuestro hogar tus ojos vacíos me
traspasan. El silencio nos envuelve mientras la música y las voces de la
calle llegan desde lejos para darnos un respiro en nuestra mutua
soledad. Recuerdo cuando tus ojos brillaban en mi presencia. Hoy
permanecen apagados.
Necesito seguir la luz del sol que se apaga en el horizonte. Tengo que
seguir por ese camino antes que mi corazón se contagie de esta soledad.
Ahora nada más importa, porque siento que lo que había entre nosotros,
murió hace tiempo.
Puedo ver que esta ciudad tenebrosa ha conquistado tu corazón. Has
dejado cambiar tu alma para convertirte en una hija más de una metrópoli
oscura. Pagaste el precio de tus ambiciones. Nuestro café es otra
rutina más y el tiempo parece una cadena que nunca termina. El vacío de
la ciudad invade poco a poco nuestros cuerpos y se hace eco en nuestro
lecho.
Puedo ver que una multitud te rodea en tu mundo y eso está secando mi
alma porque no me dejas rescatarte. No parece importarte mi esfuerzo,
pues estás en medio de cuatro paredes impenetrables. Te ahogas en un
cuarto vacío del que no puedes escapar.
Por las ventanas veo que hoy las nubes cubren el cielo y han atrapado la luz del sol.
No tiene sentido continuar, es mi tiempo de partir a otra ciudad.
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