Ciencia Ficción
Hasta el Último Momento
por Rodriac Copen
El silencio del espacio siempre le había parecido un refugio a Aren Valdek. Un lugar donde nada lo perseguía, donde todo era simple y puro. Pero esa noche, mientras cruzaban el corredor exterior de Orión-6, comprendió que el silencio también podía volverse un monstruo.
La nave Sargón fue embestida por una tormenta de partículas solares. Primero llegó el golpe: una sacudida brutal, como si el universo entero hubiera chocado contra ellos. Luego, el chorro de luz ionizada que atravesó los escudos. Los paneles estallaron. Los sistemas enloquecieron Y en medio del caos, Aren fue expulsado hacia la cápsula auxiliar, junto a R-9, su compañero robótico de misión.
La cápsula se desprendió y quedó girando, arrojada como un guijarro en la corriente estelar.
Aren perdió la noción del tiempo. Solo recordaba haber visto a R-9 sujetar la compuerta a último momento, amortiguar el golpe con su propio cuerpo metálico, y bloquear manualmente la entrada para protegerlo de un golpe mortal.
Cuando despertó, la calma había vuelto. Pero esta vez, un silencio nervioso lo envolvía todo, como el eco de algo que podría haber sido su final.
Aren se incorporó, aún mareado. Cada uno de sus músculos protestaba. Había sudor en su frente y polvo de circuitos carbonizados sobre el traje. Y un sabor metálico en su boca.
La cápsula estaba a oscuras, salvo por el tenue resplandor azul proveniente de R-9, que sentado contra la pared e inmóvil, le observaba como un monje en meditación, con los ojos entrecerrados.
—"R-9..."— murmuró Aren.
El robot abrió los ojos. Se revelaron dos puntos azules, suaves y pacientes.
—"Estás a salvo."— dijo.
La voz de R-9 no era fría. Tenía el tono exacto de un ser que comprende el miedo y que ha sido diseñado para sostenerlo sin juicio.
Aren respiró hondo. Y entonces, como ocurre tras un susto descomunal, la realidad lo golpeó: "había estado a unos segundos de la muerte".
—"¿Cuánto... cuánto tiempo estuve inconsciente?"—
—"Seis minutos y treinta y cuatro segundos."—
—"¿Y la tormenta?"—
—"Ya pasó. Aren. Y no volverá."—
Hubo un silencio prolongado. Aren sintió cómo se le aflojaba el pecho.
La cápsula parecía suspendida en medio de la quietud sideral.
El hombre, aún tembloroso, pasó una mano por la ventanilla empañada. Afuera todo era como una oscuridad amable: un recordatorio de que habían sobrevivido.
—"R-9..."— dijo Aren, bajando la voz —"necesito preguntarte algo."—
El robot inclinó ligeramente la cabeza, en un gesto aprendido de los humanos.
—"Si... si ese hubiera sido mi último momento..."— Aren tragó saliva —"¿Cómo habría sido? ¿Qué habría pasado si... si yo me iba... ahí, en esa tormenta?"—
R-9 no respondió de inmediato. Quizás porque estaba procesando, o quizá porque sabía que los humanos necesitaban que algunas respuestas llegaran luego de una pausa.
—"Si ese hubiera sido tu último momento, Aren..."— dijo finalmente —"no lo habrías pasado solo."—
El hombre alzó la vista. No sabía qué esperaba escuchar del androide, pero definitivamente no era eso.
R-9 continuó calmadamente:
—"Fui construido para misiones de riesgo, sí. Para protocolos y maniobras. Para cálculos y reparaciones. Pero también... — su luz azul palpitó —"para acompañar a los hombres."—
Aren parpadeó. El sonido suave de los sistemas internos de R-9 era casi un susurro.
—"Los humanos,"— explicó el robot —fueron creados como seres sociales. Desde antes de tener lenguaje, los seres humanos buscan cercanía. Abrazos, voces, conversación. Los humanos necesitan de la mirada de otro... eso los mantiene en equilibrio. En cambio, el espacio los enfrenta a lo opuesto: la distancia, el aislamiento, el vacío aterrador."—
Hubo otra pausa. Aren lo escuchaba sin atreverse a respirar.
—"Para eso existimos, Aren."— dijo R-9 —"Para que, incluso en los confines más fríos del cosmos, o en los límites de la vida, nunca olviden que están acompañados."—
La voz del androide era simple. No había soberbia en su tono, ni grandiosidad. Y sin embargo, aquello llenó la cápsula de una presencia más cálida que cualquier estrella cercana.
—"Cada vida que rozan,"— continuó R-9 —"sea humana, animal o artificial... los transforma. Los completa. Eso les recuerda quiénes son."—
Aren sintió como las lágrimas intentaban inundar sus ojos. No sabía a ciencia cierta si era por el susto, por el alivio o por aquella verdad inesperada que revelaba su compañero artificial.
—"Gracias."— dijo el piloto en un susurro. —"Y no lo digo como técnico. Lo digo como... alguien que estuvo a punto de morir."—
El robot inclinó nuevamente la cabeza.
—"Si hubieras desaparecido, yo habría estado contigo hasta el último momento. Para acompañarte. Para sostenerte. Ninguna vida debería despedirse sintiendo que es innecesaria o que parte en soledad."—
Aren soltó una risa rota, pero luminosa.
—"Supongo que... estamos vivos de casualidad."—
—"Así es. La vida es un regalo."— respondió R-9—"Y mientras estemos vivos, debemos aprovechar ese regalo, Aren."—
Afuera, el universo seguía expandiéndose como una gran respiración.
Dentro de la cápsula, dos formas distintas de vida compartían un silencio cargado de gratitud, reencuentro, y humanidad.
Un silencio que decía que incluso en el borde del abismo, la compañía es una luz que nunca se apaga.
FIN
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