Sombras en Tokio
El reloj en la oficina de Marcus Davenport marcaba las 22:37 cuando Alexia Stevens cruzó la puerta con un andar resuelto. Si la había llamado a esa hora, sabía que no era para pedirle recomendaciones de restaurantes.
Davenport estaba de pie junto a su escritorio, el hombre tenía un gesto adusto y una mirada severa que no perdía el tiempo en cortesías. Pero no pudo evitar relajar el rostro cuando la agente llegó a la oficina. Le hizo una seña para que se sentara y, sin preámbulos, deslizó un grueso expediente hacia ella.
—“La ubicación es cercana a Tokio, Alexia. Específicamente Tsukuba Science City, a unos cincuenta kilómetros. Debes ir a la empresa Rodaken Tsukuba Branch. Nos han informado que el Dr. Haruto Miyazaki ha desaparecido.”-
Alexia arqueó una ceja mientras hojeaba los documentos. Fotografías, informes y diagramas moleculares que apenas entendía, pero que le hablaban silenciosamente de guerra biológica.
—“Dime que no es otro científico que vendió secretos al mejor postor, Marcus.”—comentó, apoyándose en el respaldo de la silla.
Davenport la miró fijamente.
—“Es peor que eso, Stevens. No tenemos ninguna certeza de su paradero.”-
A Alexia le bastó esa frase para sentir un ligero escalofrío. Cuando algo era peor que el espionaje industrial o la venta de secretos, generalmente incluía terrorismo, muerte o un estado dispuesto a encubrirlo todo o casi todo.
—“El Dr. Miyazaki estaba desarrollando una cepa de virus hemorrágico genéticamente modificada para atacar una huella genética específica. Se supone que era un proyecto ultra secreto del ejército japonés. Ahora ha desaparecido, y según nos informan, todo indica que la Yakuza está involucrada.”-
Alexia chasqueó la lengua.
—“Ya veo.”- Dijo irónicamente con una sonrisa cínica en el rostro. –“Así que si alguien no quiere pagar impuestos, podemos matarlo con una mutación hecha a medida.”-
—“Me temo que no es un chiste, Alexia. Si este virus cae en manos equivocadas, como lo tememos, podría ser usado para limpiezas étnicas, asesinatos selectivos… bueno… eres una chica inteligente. Te imaginarás que la lista es interminable.”-
—“Por supuesto, jefe. Y ya sabemos que el mundo no necesita más locos con ese tipo de juguetes peligrosos.”- Alexia estaba realmente preocupada. Hizo la reflexión negando lenta y metódicamente con la cabeza, como intentando entender las implicancias.
—“Tu misión es encontrarlo… vivo si es posible. Si está comprometido o cayó en manos enemigas… tienes que neutralizarlo.”-
Alexia levantó la vista.
—“Neutralizarlo.”- Repitió en voz baja. No era una orden que Marcus diera a la ligera. Alexia Stevens sabía que cuando se daba, la situación era muy peligrosa.
Davenport asintió sin pestañear.
—“Preferiríamos evitarlo, obviamente. Pero no podemos arriesgarnos. Hay demasiados imponderables en este mundo como para agregar a eso un potencial ataque biológico. Ya tienes tu billete de avión a Tokio. Sales en tres horas.”-
La agente cerró el expediente en silencio y lo sostuvo entre sus manos por un momento, como sopesando el peso de la decisión. Finalmente, dejó escapar un suspiro y se puso de pie.
—“Bien. Hora de hacer turismo en la tierra del sol naciente.”-
Marcus le tomó la mano mientras se la besaba cuidadosamente. Le dijo –“Cuídate, querida, por favor. Regresa en una pieza”-
Alexia trató de sonar optimista cuando le dijo: –“Siempre he regresado, ¿verdad?”-
Alexia Stevens llegó a Japón en el primer vuelo disponible. Apenas puso un pie en el aeropuerto de Narita, sintió el peso de la misión sobre sus hombros. Marcus Davenport, su jefe en el MI6, había sido claro: encontrar al Dr. Haruto Miyazaki a cualquier costo. Y si el rescate no era posible… bueno, no quería pensar en esa parte todavía.
Tokio la recibió con su caos habitual: luces de neón parpadeantes, el murmullo de miles de voces solapándose, el olor a ramen y a asfalto mojado tras la lluvia.
No perdió tiempo. Alquiló un auto y recorrió los pocos kilómetros que la separaban de Tsukuba Science City. Era una ciudad de investigación ultramoderna, donde se respiraba innovación en cada esquina. Era diferente a lo que conocía de la capital de Japón. La llamada "ciudad de la ciencia" tenía el orden milimétrico de un laboratorio. Todo parecía calculado, desde el trazado de sus calles hasta la forma en que las bicicletas se alineaban en las estaciones.
La atmósfera de la oficina central de Rodaken Tsukuba Branch era completamente distinta: densa, sofocante. El máximo directivo de la empresa, un hombre enjuto de mirada huidiza, apenas disimulaba su nerviosismo mientras le estrechaba la mano.
—“Gracias por venir con tanta rapidez, señorita Stevens.”— El sudor perlaba su frente. —“La situación es… extremadamente delicada.”- Los gestos y manos temblorosas del directivo le decían a la agente que estaba bajo mucha presión.
Alexia se dejó caer en la silla con elegancia medida. Sabía cuándo hablar y cuándo dejar que el silencio trabajara por ella. El directivo se removió en su asiento antes de finalmente soltar lo que sabía:
—“El Dr. Miyazaki ha desaparecido y… y tememos lo peor. Sus conocimientos son… demasiado peligrosos si caen en las manos equivocadas.”-
El hombre tragó saliva antes de seguir explicando. —“Estaba desarrollando un virus nuevo que llamó Virus Kumaroi Ame. Es una cepa modificada para atacar selectivamente una huella genética específica. Una arma biológica diseñada para afectar únicamente a ciertas etnias o poblaciones concretas.”— Hizo una pausa y bajó la mirada.—“ Sé que es inhumano… pero muchas naciones experimentan con este tipo de armas. Japón no es una excepción.”-
Alexia sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Sabía que los gobiernos jugaban con fuego en el campo de la biotecnología, pero oírlo en voz alta, de una fuente directa, le revolvía el estómago.
—“Entiendo…” — La mujer dejó pacientemente que su interlocutor siguiera.
—“Toda esta situación… parece haberse salido de control”— balbuceó en un intento de disculpa, mientras se pasaba un pañuelo por la frente. —“Sabíamos que toda la experimentación era un riesgo, pero no teníamos otra alternativa.”-
—“Siempre hay opciones, sobre todo si hablamos de seguridad.”—replicó Alexia, mientras se cruzaba de brazos tranquilamente. —“Por ejemplo, cuando hablamos de pandemias en potencia. Pero ahora, ha llegado la caballería”- Alexia trató de relajar la tensión.
El hombre tragó saliva, pareció apreciar el gesto de la agente y se hundió en su silla como si estuviera aliviado de poder compartir sus sentimientos.
—“No tuvimos alternativa. Tuvimos que avisar a Occidente porque… porque sabemos lo peligrosa que es nuestra investigación. Sabemos que Japón no debería estar desarrollando esto, pero todo el mundo lo hace de un modo u otro. Y ahora… creemos que la Yakuza está a punto de tenerlo.”-
Alexia tamborileó los dedos sobre la mesa, evaluando la situación.
—“Si sabían del peligro, también tenían medidas de seguridad. No son una empresa improvisada. ¿Cómo lo consiguieron? ¿Cómo lo capturaron?”-
—“No sabemos con certeza por qué se produjo la falla de seguridad, pero… fue cuando el Dr. Miyazaki llegó a su casa. Fue una fracción de segundo cuando la escolta se descuidó.”- Hizo una pausa como buscando una justificación que no tenía. –“Ahora creemos que la mafia lo sacó de Tokio. Probablemente… a Corea del Sur.”-
Alexia asintió con la cabeza. -“Ok. Tendremos que asegurarnos. Trataré de averiguarlo cuanto antes. ¿Alguien más sabe del asunto? ¿Algo que deba saber?”-
El director pareció dudar por una fracción de segundo. -“Bueno… debido a la velocidad de los acontecimientos. Nos vimos obligados a contratar a un experto…”-
—“Supongo que su "experto" independiente será discreto… ¿verdad?”- El director asintió para alivio de Alexia. Lo último que necesitaban ahora era un bocón más en el asunto. El directivo desvió la mirada, y Alexia no necesitó más confirmación para ver que estaba no solo avergonzado, sino presionado, quizá por el mismo gobierno de Japón..
—“Dígame el nombre del agente independiente, por favor.”- Insistió Alexia.
—“Ethan Kane.”-
Un silencio cargado de recuerdos se instaló en la sala. Alexia cerró los ojos un instante, reprimiendo el impulso de soltar una maldición. De todos los mercenarios en este planeta, ¿tenía que ser él?
El Dr. Haruto Miyazaki estaba trabajando secretamente para el ejército japonés. Los conocimientos que manejaba el investigador eran de altísimo riesgo para Occidente. Desarrollar una cepa de virus hemorrágico genéticamente modificada para atacar una huella genética específica, había terminado en la creación de un nuevo virus llamado “Virus Kumaroi Ame". Su diseño permitía atacar a una etnia o población concreta, dándole a la nación que tuviera la capacidad de producirlo la posibilidad de iniciar una guerra biológica selectiva.
Para empeorar la situación, el director admitió la contratación de un agente independiente, que resultó ser un ex MI6 llamado Ethan Kane, con el cual Alexia estuvo involucrada sentimentalmente muchos años atrás.
Cínico y hedonista, Kane no creía en causas nobles ni en el bien mayor. Para él, la vida era un juego donde las reglas cambiaban según la conveniencia de sus necesidades. Le encantaba el lujo, la adrenalina y los vicios. Podía pasar de ser encantador, a letal y frío en cuestión de segundos. Alexia estaba segura que Ethan no tenía problemas en vender información o cambiar de bando si eso significa sobrevivir o sacar ventaja.
Ethan Kane había sido expulsado del MI6 no solo por insubordinación, sino por haber trabajado en las sombras con criminales, traficantes de armas y mercenarios.
Alexia sabía que no se podía confiar en él. Quizás los japoneses creían que les estaba ayudando, pero… ¿los ayudaba para salvar al mundo del peligro o para asegurarse que el virus terminara en las manos que más le convenían? El ex MI6 podía estar vendiendo información a la Yakuza mientras colabora con Alexia.
De lo único que estaba segura Alexia era que Ethan Kane era una verdadera bomba de tiempo. No preguntaba nunca si explotaría o no. Lo que Alexia preguntaba era ¿Cuándo lo haría?
Al salir de Rodaken, Alexia tenía la orden del MI6 de tomar contacto con la inteligencia japonesa, oficialmente conocida como CIRO u Oficina de Inteligencia e Investigación (Cabinet Intelligence and Research Office).
Su primer contacto fue con Ryoichi “Ryo” Takamura, un agente del CIRO.
Ryo era un ex miembro de la Fuerza de Autodefensa Terrestre de Japón, reclutado por los servicios secretos tras destacarse en misiones antiterroristas. Su historial impecable lo convirtieron en un aliado valioso, aunque Alexia no tardó en notar su aire meticuloso y ligeramente reservado. Su lealtad era incorruptible.
Cuando se encontraron por primera vez, él la observó con una mezcla de curiosidad y respeto profesional. Alexia, por su parte, analizó cada uno de sus movimientos con la aguda percepción de quien había pasado demasiados años en el juego del espionaje.
—“Stevens, ¿verdad?”— dijo Ryo con un inglés impecable. –“Es un placer. Me han asignado para que trabajaremos juntos en esto.”-
—“Me parece bien.”— respondió Alexia con una media sonrisa—“ Y por tus antecedentes ya tienes puntos a tu favor de mi parte.”-
Después de esa breve presentación, comenzaron a hablar del caso. Ryo le preguntó sobre Ethan Kane, su otro supuesto "aliado" en la investigación.
—“¿Conoces al tal Ethan Kane?”— preguntó, midiendo su reacción.
Alexia reprimió un suspiro y se cruzó de brazos.
—“Lamentablemente sí. Y me preocupa que esté involucrado en esto. Es un hombre peligrosamente disoluto, amoral y deliciosamente impredecible. Se mueve por intereses personales. Su brújula moral no apunta en ninguna dirección fija; se inclina hacia lo que le beneficie en el momento.”-
Ryo la observó con una mirada analítica.
—“Suena a un aliado complicado.”-
—“Complicado es un eufemismo que no le hace justicia.”— respondió Alexia. —“La última vez que trabajé con él, casi terminamos muertos...”-
—“¿Y confías en él?”— preguntó Ryo sin rodeos.
Alexia se quedó en silencio un instante antes de responder.
—“No. Y te aconsejo que tú tampoco lo hagas. Confío en que hará lo mejor para él. Y eso lo hace predecible a su manera. Si descubre algo antes que nosotros, lo usará en su beneficio. La clave es adelantarnos a él.”-
Ryo asintió con un gesto calculador. –“Gracias por la advertencia.”-
-“Para eso están los amigos.”-
Ryo no pudo evitar una sonrisa. Alexia respondió a la sonrisa. Le caía bien el tipo. Pero sabía que en el negocio del espionaje, las primeras impresiones podían ser engañosas. Así le pasó con Ethan. Y este caso recién comenzaba.
Ambos se pusieron en marcha. Los bajos fondos de Tokio no eran fáciles de navegar, pero con suficiente dinero y haciendo las preguntas correctas, siempre aparecía alguien dispuesto a hablar.
Siguiendo algunas pocas pistas sobre el paradero de Miyazaki, Alexia y Ryo se adentraron en los barrios bajos de Tokio, donde la Yakuza operaba con impunidad.
Se internaron en un mercado nocturno, donde el olor a ramen caliente y pescado fresco se mezclaba con el de aceite quemado y especias. Los vendedores, discretos, apenas alzaban la vista de sus puestos, acostumbrados a los asuntos turbios que se deslizaban entre sus callejones.
Apoyado contra un puesto de takoyaki con la misma actitud despreocupada de siempre, Ethan Kane comía de un plato. Parecía disfrutarlo mientas sonreía con su típica arrogancia encantadora, esa que le hacía ganarse enemigos y admiradores por igual.
—“Kane.”— gruñó Alexia, entrecerrando los ojos —“Lo único que podría sorprenderme más que verte aquí es verte haciendo algo desinteresado.”-
Ethan esbozó una mueca de falsa indignación.
—“Ouch, querida. ¿Así saludas a los viejos amigos?”-
—“No somos amigos.”-
—“Bueno, decir ex-amantes suena un poco incómodo en una situación como esta, ¿no crees?”— dijo él con una sonrisa ladeada.
Ryo, que hasta ahora había observado el intercambio con una paciencia zen, finalmente intervino.
—“¿Tu eres el agente independiente?”-
Ethan le dedicó una mirada breve antes de mover afirmativamente la cabeza.
—“Así es. Y supongo que soy el tipo que puede sacarlos de este desastre.”-
Alexia soltó una risa seca.
—“¿Y por qué harías eso?”-
—“Porque también quiero encontrar a Miyazaki”— respondió él, cruzándose de brazos —“Y tengo algo de información que les va a interesar.”-
—“Déjame adivinar…”— dijo Alexia, afilando la mirada —“No la darás gratis.”-
Ethan chasqueó los dedos, señalándola como si acabara de ganar un premio.
—“Exactamente. Y considerando que los Yakuza van a barrer este mercado en menos de cinco minutos, yo diría que tienen poco tiempo para decidir si quieren escuchar mi oferta.”- Soltó una risita forzada. –“No todos cobramos mensualmente como ustedes. Yo cobro solo cuando encuentro mis presas.”-
Alexia miró a Ryo, quien mantenía la compostura, pero tenía la mandíbula apretada y tensa. No confiaban en Ethan. No debían hacerlo. Pero la alternativa era seguir a ciegas en un Tokio donde cada sombra podía esconder un enemigo.
Suspiró, ajustó su arma y miró a Ethan con una mezcla de resignación y fastidio.
—“Está bien, Kane. Habla. Pero si intentas traicionarnos…”-
Desde la lejanía, se escucharon algunos gritos y órdenes junto al sonido metálico de armas cargándose.
—“Hora de movernos”— dijo Ryo, sacando su pistola.
—“Sí, pero tú primero, Kane.”— añadió Alexia, empujándolo hacia adelante —“Si esto es una trampa, prefiero que seas el primero en recibir las balas.”-
Ethan soltó una carcajada, pero no discutió.
Juntos, se sumergieron en las sombras tratando de salir rápidamente de ese barrio, donde el peligro y la traición los acechaban en cada esquina.
Ethan les dijo que había estado buscando soplones que habitualmente hablaban con la policía. Preguntando aquí y allá, le dieron un rastro hasta un club nocturno en Kabukichō, frecuentado por mafiosos y exmilitares que comerciaban información. Las luces neón del local parpadeaban, reflejándose en el suelo húmedo mientras el aire denso del lugar olía a licor barato y tabaco.
El ex del MI6, devenido ahora en agente independiente, les dijo a Alexia y Ryo que el hombre que buscaban estaba en la barra. Se llamaba Kenji Nakamura. Sus amigos le decían “El Perro”.
—“¿Por qué las investigaciones siempre terminan en tugurios como este?”— murmuró Ryo, ajustándose la chaqueta.
—“Porque los hombres con información valiosa rara vez frecuentan los hoteles cinco estrellas”— respondió Alexia, con una sonrisa irónica.
No tardaron en dar con el soplón. Kenji estaba hundido en una esquina, con la cabeza gacha sobre un vaso medio vacío. Su cabello revuelto caía sobre su frente como una cortina desordenada.
Alexia observó disimuladamente que el hombre de ojos astutos y cicatrices en los nudillos, ya les observaba discretamente desde la barra.
Alexia se acercó con confianza y tomó asiento junto a él. Ethan se quedó curiosamente un poco más atrás.
—Nakamura — dijo Alexia, tomando asiento a su lado sin preguntar. —“Buscamos información sobre alguien que ha desaparecido”— dijo con voz tranquila, dejando caer un billete doblado sobre la barra.
El hombre tomó el dinero con dedos gruesos y lo deslizó dentro de su chaqueta.
Ryo se quedó de pie un poco más atrás, vigilando los alrededores con la paciencia de un depredador.
—“¿Y qué te hace pensar que sé algo, querida?”— preguntó con una sonrisa torcida mientras acariciaba suavemente la pierna de Alexia.
El compañero de la agente del MI6 se apoyó al otro lado del hombre, contra la barra y presionando su cuerpo contra él. El delincuente se volvió sorprendido hacia el agente y, mientras quitaba la mano de la entrepierna de Alexia, Ryo le dijo con calma, mientras marcaba las palabras:
—“Porque tienes cara de ser un tipo que sabe muchas cosas. Demasiadas, quizá.”-
Según le habían informado a Ethan Kane, el bribón era un antiguo asociado de la Yakuza que nunca fue aceptado del todo en la organización. El hombre, un completo resentido, ahora era informante. Los agentes le preguntaron acerca del destino del Dr. Haruto Miyazaki.
—“Estoy seguro que lo sacaron de Japón. Lo primero que iban a hacer es llevarlo a Corea del Sur. Luego… planeaban pasarlo a Corea del Norte.”-
—“¿Por qué ir antes a Corea del Sur y no directamente al Norte?”— preguntó Ryo.
—“Porque desde allí es más discreto arreglar el traslado. Hacerlo desde aquí llamaría demasiado la atención.”— Kenji se pasó una mano por la cara, como si le pesara cada palabra —“La Yakuza está cerrando el trato con agentes norcoreanos. Van a venderles el virus.”-
Hubo un instante de silencio denso. Alexia dejó escapar una maldición entre dientes. No era solo un crimen, ya era un problema internacional.
—“¿Cómo lo trasladarán?”— preguntó Ryo.
—“Aún no lo sé. Pero si la Yakuza se involucró, significa que están usando contactos de alto nivel. Probablemente lo transporten en barco y sobornará a alguien para que nadie se atreva a inspeccionar.”-
Alexia tamborileó los dedos sobre la mesa. Esto era peor de lo que esperaba. Si el virus caía en manos del régimen norcoreano, el mundo entero podría estar en peligro.
—“Necesitamos más detalles. Dónde, cuándo, quiénes están involucrados.”-
Kenji sonrió con cansancio.
—“Eso les costará más.”-
Alexia sostuvo su mirada con una mezcla de seriedad y promesa letal.
—“Tendrás tu dinero. Pero si no nos lo dices, lo único que costará será tu vida, porque cuando se corra la voz que alguien sopló la operación, no quedará nadie para pagarle una ronda a un viejo perdedor como tú.”-
Kenji suspiró y asintió.
Cuando el viejo terminó de hablar, Alexia intercambió una mirada con su colega Ryo.
—“Perfecto.”— suspiró ella con ironía. —“Siempre quise hacer turismo en la frontera más hermética del mundo.”-
Ryo esbozó una sonrisa fugaz.
—“Espero que tu pasaporte tenga páginas extra.”-
Alexia se tensó mientras preguntaba: —“En donde mierda quedó Kane?”- Su ex novio había desaparecido mágicamente del lugar.
Antes de que nadie pueda decir más, la puerta del club se abrió de golpe. Un grupo de sicarios irrumpió en el local y abrió fuego. El soplón se escabulló rápidamente.
Los cristales estallaron, las luces titilaron y el caos se desató en el local. La pareja de agentes se lanzó al suelo y respondieron a los disparos con ferocidad. Alexia rodó tras una mesa mientras disparaba con precisión, derribando a uno de los atacantes. Ryo se movió tan ágil como una sombra, deslizándose entre las columnas del club, eliminando amenazas con tiros certeros.
—“¡Muévete! ¡Sal de allí!”— gritó Alexia con ferocidad cuando vió a Ryo esquivar por poco una bala.
Él respondió derribando a un enemigo cercano con una llave rápida y eficiente.
—“¡Por la salida trasera!”— señaló Ryo mientras ambos se abrieron paso a los tiros entre la multitud de clientes que corría despavorida.
Escaparon por la puerta, procurando correr por el callejón oscuro mientras los disparos aún resonaban detrás de ellos. Subieron por una escalera de emergencia y, sin perder el ritmo, se lanzaron a los techos del edificio que trepaban mientras la vista de la ciudad se extendía hasta lo lejos. Ya en el techo, un poco más tranquilos, contemplaron las luces de Tokio brillando hasta lo lejos.
Alexia respiró hondo, con el corazón aún acelerado.
—“Definitivamente, Kane ya nos ha metido en problemas y ni siquiera está aquí”— dijo con sarcasmo.
Ryo, aún con el arma en la mano, sacudió la cabeza.
—“Y esto apenas comienza.”-
El tiempo se agotaba. La Yakuza ya sabía que Alexia, Ryo y Kane estaban en su camino, y no dudarían en enviar a sus mejores asesinos para detenerlos.
Ahora, debían encontrar la forma de infiltrarse en Corea del Sur antes que la información del virus cayera en manos equivocadas... y decidir si podían seguir confiando en Ethan Kane o tendrán que eliminarlo también.
—“Entonces, si vamos a jugar con Kane, debemos asegurarnos de que crea que tiene la ventaja… mientras le quitamos el suelo bajo los pies.”-
Alexia sonrió. —“Me encanta cómo piensas, Takamura.”-
En Corea del Sur, Alexia y Ryo siguieron la pista del científico secuestrado, pero ya Ethan Kane se les había adelantado.
La noche en Busan era húmeda y cargada de un aroma salado proveniente del mar. La ciudad vibraba con neones parpadeantes y el bullicio de los bares junto al puerto. Pero para Alexia y Ryo, la misión era lo único que importaba.
Habían seguido a Ethan Kane hasta allí, y cuando finalmente lo encontraron en un callejón oscuro cerca del muelle, él los esperaba con su sonrisa cínica de siempre.
—“Vaya, vaya… Sabía que vendrían”— dijo Ethan, con las manos en los bolsillos de su abrigo largo.
—“¿Dónde está Miyazaki?”— preguntó Alexia sin rodeos, cruzando los brazos mientras su mirada lo examinaba con desconfianza.
Ethan suspiró y sacudió la cabeza.
—“Siempre tan directa, Alexia. Me encanta eso de ti.”— Sonrió, pero ella no se dejó engañar. —“Está retenido en las afueras de la ciudad. En un almacén abandonado en el distrito industrial.”-
—“Llévanos allí. Ahora.”— ordenó Ryo con el ceño fruncido.
Ethan se encogió de hombros y los guió. Pero Alexia tenía la sensación de que algo no encajaba. La manera en que Ethan los conducía sin prisa, como si no hubiera un peligro real, como si supiera algo que ellos no. Y tenía razón.
El almacén estaba sumido en sombras. Solo unos pocos faroles iluminaban el espacio abierto frente a la estructura oxidada. Cuando Alexia bajó del coche, un escalofrío recorrió su espalda.
—“Esto huele a trampa.”— susurró a Ryo mientras revisaba el cargador de su pistola.
El japonés asintió y desenfundó su arma. Pero antes de que pudieran moverse, el silencio se rompió con el estruendo de disparos.
Las balas llovieron sobre ellos desde varios puntos ocultos. Alexia se lanzó al suelo, rodó y buscó cobertura detrás de un viejo contenedor de carga. Ryo no tuvo tanta suerte. Un impacto certero en el brazo lo hizo soltar su arma y caer de rodillas.
—“¡Ryo!”— gritó Alexia, disparando en ráfaga hacia los atacantes mientras corría hacia él.
Con un movimiento rápido, lo agarró por la chaqueta y lo arrastró tras el contenedor. La sangre manaba de su herida, empapando la tela. Ryo apretó los dientes, su rostro estaba tenso de dolor.
—“Estoy bien… sigue disparando”— dijo, aunque el sudor en su frente indicaba lo contrario.
Alexia se asomó un segundo y disparó a un hombre encapuchado que intentaba flanquearlos. El cuerpo cayó pesadamente al suelo.
—“¿Dónde diablos se metió Ethan? El muy bastardo…”— murmuró, escaneando el área.
Pero no había ni rastro de él. Se había esfumado.
—“Sabía que no podíamos confiar en ese miserable.”— masculló Alexia.
El tiroteo continuó, los atacantes habían sido cuatro, pero ahora solo quedaban dos. Alexia se movió con precisión letal, disparando a otro enemigo que se asomaba detrás de un barril oxidado. Cayó con un gemido ahogado. Ryo, con fuerza renovada a pesar de su herida, tomó su pistola con la mano izquierda y disparó al último hombre de pie. El silencio cayó sobre la escena, solo interrumpido por el eco de los disparos.
Alexia se giró rápidamente hacia la entrada del almacén. Vacío. Ni Miyazaki ni Ethan estaban allí.
—“Nos la jugó mientras eliminábamos a los asesinos. Aprovechó para llevarse al doctor.”— dijo Ryo, con un deje de frustración en la voz.
A lo lejos, se escucharon sirenas de la policía acercándose. No había tiempo que perder.
—“Tenemos que largarnos de aquí”— ordenó Alexia, ayudado al japonés a ponerse de pie.
Con una última mirada a la escena de la batalla, se escurrieron entre las sombras y desaparecieron en la noche de Busan, sin respuestas, pero con más preguntas que nunca.
De regreso en el hotel, Alexia cerró la puerta tras de sí y exhaló un suspiro pesado. La habitación estaba apenas iluminada por una lámpara de mesa, proyectando sombras suaves sobre las paredes. Ryo se dejó caer en una de las sillas, con el rostro tenso del dolor. La sangre había empapado la manga de su camisa, y la herida necesitaba atención inmediata.
—“Déjame ver”— dijo Alexia, con voz firme y suave. Se arrodilló frente a él y rasgó la tela con delicadeza, revelando el surco rojizo que la bala había dejado en su piel.
—“No es nada”— murmuró Ryo, esbozando una sonrisa cansada.
—“Claro, porque una bala en el brazo es apenas un rasguño”— replicó ella con ironía, sacando el botiquín de emergencia de su equipaje.
La herida no era profunda, pero necesitaba desinfección y sutura. Alexia empapó un algodón con alcohol y lo presionó contra la piel abierta de Ryo, que apretó los dientes ante la punzada de dolor.
—“Dime si duele”— bromeó Alexia, alzando una ceja.
—“No sentiría dolor si fueras un poco más delicada”— replicó él, provocándola mientras bromeaba.
Ella soltó una risa baja, pero continuó con su tarea. Con movimientos precisos, enhebró la aguja curva y comenzó a suturar la herida. Ryo apenas se inmutó, su mirada estaba fija en el rostro de Alexia. Un silencio cargado de tensión se instaló entre ellos. No tenía nada que ver con el peligro de la misión, sino con algo más visceral y profundo. El agente se sentía atraído por Alexia.
—“Listo”— dijo ella finalmente, cortando el hilo con decisión. Luego tomó una gasa para terminar de limpiar la sangre seca y, con un vendaje nuevo le envolvió la herida del brazo, asegurándolo con cinta adhesiva.
Cuando terminó, las manos de la mujer se demoraron sobre su piel. Los finos dedos recorrieron el vendaje con una caricia sutil, casi involuntaria. Alexia alzó la vista y se encontró con los ojos oscuros de Ryo, que la observaban con una intensidad que le cortó la respiración.
—“Alexia…“— susurró él.
Ella no respondió con palabras. En cambio, acercó su rostro al de él y rozó sus labios con los suyos en un beso lento, exploratorio. Al instante, la chispa que había estado latiendo entre ellos estalló en llamas. Ryo la sujetó por la cintura y la atrajo hacia él, profundizando el beso con una urgencia contenida demasiado tiempo.
Los dos se levantaron casi al mismo tiempo, sin apartarse ni un segundo. Alexia sintió las manos de Ryo deslizarse por su espalda mientras ella le desabrochaba la camisa con dedos impacientes. Pronto, las prendas cayeron al suelo sin importar nada más. Sus cuerpos se encontraron, piel contra piel, y por un momento, la guerra, las balas y las traiciones quedaron en un segundo plano.
Solo existían ellos dos, entregándose al deseo en una noche que sabían que podría ser la última.
El reloj avanzaba sin piedad. Por la mañana, el cuerpo de Ryo aún resentía la herida en su brazo, pero no tenían tiempo para detenerse. Apenas habían descansado unas horas antes de volver a la cacería. Alexia, con su mente afilada y su sentido del deber intacto, lideraba el siguiente movimiento. El objetivo era claro: debían encontrar a Ethan antes que desapareciera con el Dr. Miyazaki.
Las oficinas del NIS en Seúl eran un hervidero de actividad, y sus contactos locales confirmaron la peor de las sospechas: Ethan había comprado dos pasajes con destino a China usando identidades falsas. Su plan, sin lugar a dudas, era cruzar al científico por una de las rutas clandestinas hacia Corea del Norte. De un modo trágico y cínico, el doctor había sido salvado de la yakuza por Ethan que ahora, aprovecharía el trato con Corea del Norte.
No podían permitirlo.
—“Nos vamos de inmediato”— dijo Alexia, revisando un mapa en donde se marcaban las rutas de contrabando. — “China no nos dejará entrar si saben quiénes somos”— respondió Ryo, ajustándose el abrigo. Su rostro estaba marcado por la fatiga, pero su mirada seguía siendo feroz. —“Lo sé. Tendremos que ir por la vía no oficial. Tenemos que alcanzarlo antes de que cruce la frontera a través del río.”-
Viajaron clandestinamente en la parte trasera de un camión de carga, apretados entre cajas de repuestos electrónicos y fibras textiles de contrabando.
La travesía fue incómoda y larga, pero finalmente llegaron de noche a Dandong, la última ciudad antes de la frontera con Corea del Norte. Allí, un viejo contacto de Ryo los esperaba en un bar de luces tenues y humo de cigarro flotando en el aire.
—“Ethan tiene prisa”— les dijo el hombre en un japonés rápido. —“Va a cruzar esta misma noche. Hay dos formas de hacerlo: o soborna a los guardias del Puente de la Amistad Sino-Coreana, o usa una lancha rápida por el río Yalu. Yo apostaría por la segunda.”-
El grupo se dirigió al río, moviéndose con cautela entre los almacenes oscuros de la zona portuaria. Bajo la luz pálida de la luna, a lo lejos divisaron a Ethan junto a dos hombres armados, esperando en un pequeño bote junto al embarcadero. Y confirmaron lo peor: el Dr. Miyazaki estaba con ellos, con las manos atadas y un rastro de sangre seca en la sien.
Alexia se tensó. —“Tenemos que sacarlo de ahí. Sin alertarlos.”-
Pero justo cuando se estaban acercando y preparaban el ataque, el caos estalló.
Un grupo de hombres vestidos de negro surgió de la oscuridad. No eran mafiosos. Tampoco eran guardias fronterizos. El contacto de Ryo los reconoció como agentes chinos, y venían armados hasta los dientes.
—“¡Es una emboscada!”— gritó por lo bajo Ryo, mientras los tres se escondían detrás de un contenedor cuando los disparos comenzaron a llover.
El enfrentamiento fue feroz. Las balas silbaban en la noche, impactando en la madera y en el metal de los almacenes. Alexia se movía con destreza, disparando con precisión quirúrgica. Ryo, aún con su herida, cubría su flanco. El amigo de Ryo también respondía con su pistola, pero los agentes chinos eran muchos y estaban bien entrenados. No podían llegar hasta el Dr. Miyazaki, que lucía aterrorizado, escondido detrás de un barril.
En medio del tiroteo, Alexia vio cómo Ethan intentaba escapar hacia el bote. No podía permitirlo. Se lanzó tras él, disparando mientras corría. Ethan giró, apuntándole, pero antes de que pudiera jalar el gatillo, un disparo lo alcanzó en el pecho. Se tambaleó mientras escupía sangre y cayó al suelo, muerto.
Pero la verdadera tragedia ocurrió un segundo después.
Un proyectil perdido impactó en el cuello del Dr. Miyazaki. Alexia vio, con horror, cómo la vida del hombre se escapaba de sus ojos. La misión, la lucha... todo se desmoronó en un instante.
El tiroteo cesó cuando los agentes chinos vieron la muerte del malogrado Miyazaki. Sin decir una palabra, se retiraron rápidamente del lugar, dejando un rastro de cuerpos y sangre.
El contacto japonés de Ryo se acercó con el rostro sombrío.
—“China nunca iba a permitir que Corea del Norte consiguiera un arma biológica. Esto era inevitable.”-
Alexia apretó los dientes. El investigador japonés yacía blandamente en el suelo, acurrucado en medio de un charco de sangre. Sus manos habían intentado inútilmente detener la hemorragia por donde se le había escapado lavida.
Alexia odiaba perder, odiaba la política sucia y la sensación de vacío que quedaba cuando todo su esfuerzo era en vano. Pero en este mundo, no siempre se ganaba.
—“Vámonos” —susurró. –“No tenemos nada más que hacer aquí.”-
De regreso en Japón, la despedida era inevitable. En el aeropuerto, Ryo llevaba el brazo en cabestrillo, recuperándose lentamente de su herida, pero con su espíritu intacto.
—“No soy de los que creen en finales felices…”— dijo él, mirándola con una media sonrisa —“Pero si vuelves a necesitar un compañero de armas, ya sabes dónde encontrarme.”-
Alexia sonrió. Se inclinó hacia él y lo besó con suavidad, con un gesto cargado de emociones que no necesitaban ser expresadas en palabras.
—“Cuídate, Ryo. Nos veremos en otras misiones.”-
Subió al avión de regreso a Londres con la certeza de que esta historia aún no tendría un final. Habían muchos intereses en juego.
FIN
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