sábado, 25 de marzo de 2023

Historia: "El Arca de las Semillas"

 


Resonancia Ártica – Capítulo 1
Novela Corta por Capítulos


El Arca de las Semillas
por Rodriac Copen

 

El viento llegó primero.

Un soplo rápido, delgado como una cuchilla, que rasgó el silencio de la madrugada polar y agitó la nieve acumulada en los bordes del campus de UNIS, una institución científica internacional ubicada en Longyearbyen, dentro del Ártico profundo.

Erika Løvenskiold se detuvo un instante en el umbral del edificio principal, respirando profundamente. El aire olía distinto aquella mañana. Más pesado. Como si el glaciar que dominaba la ladera sur hubiese exhalado después de siglos reteniendo el aliento.

Escuchó, sin embargo, algo que no debería estar ahí.

Un pulso. Leve. Rítmico.

Un eco enterrado bajo el hielo.

“Otra anomalía”, pensó. O tal vez un presentimiento, uno de esos que nunca se atrevía a confesar públicamente.

Ajustó el cierre de su parka, tomó el casco de la moto de nieve y caminó hacia el punto de encuentro donde Markus Hale la esperaba.

Markus estaba inclinado sobre el capó de su snowmobile, ajustando los sensores que había colocado en el manillar. Sus dedos se movían rápido, casi coreografiados. No dormía bien desde hacía varios días, pero eso era normal en él.

La vio acercarse y levantó una ceja, con una sonrisa mínima sobre su rostro.

—“Puntual como siempre. ¿Lo sientes?” — dijo refiriéndose al pulso apenas perceptible bajo sus pies.

Erika se frenó delante de él.

—“El hielo cambia y se reacomoda. A veces avisa de esa forma.” —

—“¿Crees que nos está hablando?”— ironizó, pero en su voz había una curiosidad sincera.

Ella no respondió a pesar que sabía que no era broma.

Desde que trabajaban juntos, Markus había aprendido que a veces Erika encontraba o deducía cosas que él solo podía medir con instrumentos. 

Él se puso el casco y encendió la moto.

—“Vamos entonces”— murmuró —“A ver qué demonios germina sin luz en el almacén más frío del planeta.” —

Aceleraron hacia el norte, atravesando la llanura cubierta de nieve. El cielo estaba casi blanco; el horizonte se distinguía como una línea borrosa.

Erika manejaba con la postura propia de alguien que pertenecía al paisaje. Llevaba varios años trabajando en Svalbard. Markus, en cambio, solo hacía algunos meses que había arribado. Y atravesaba el campo como un intruso que intentaba no ofenderlo.

Durante el trayecto, él tomó varias fotos con la cámara sujeta al pecho. A Erika no le gustaba que la fotografiaran, pero no dijo nada. Le gustaba que Markus documentara todo; hacía que las anomalías parecieran menos… intangibles.

El Arca Global de Semillas aparecía como una herida rectangular en la ladera de la montaña.

Llegaron ante una puerta alta y angosta, iluminada con un resplandor artificial constante. Parecía un templo futurista en mitad del hielo.

Markus silbó.

—“Nunca deja de parecerme  una nave alienígena enterrada.” —

Erika bajó de la moto.

—“O quizá sea un sarcófago. Concebido para preservar ¿No crees?” —

Erika ingresó el código de acceso. Y entraron. La temperatura descendió aún más, si eso era posible. Los pasillos estaban revestidos con paneles metálicos que absorbían el sonido. Los pasos de ambos parecían ser tragados por la estructura.

Los operadores del búnker ya los esperaban en la cámara principal. Después de saludarse, uno de ellos —un técnico de barba rubia y piel castigada por el clima— les mostró una caja hermética.

—“Germinó sola.”— dijo con una voz tensa —“Sin luz. Sin calor. Sin humedad extra. Y no responde a ninguna base de datos. Debe ser un error de catálogo.” —

Erika contuvo la respiración. Probablemente fue ingresada sin referencias ni catalogación por error. Pero que germinara algo allí, en ese microclima, era algo extraordinario. Era una semilla extremadamente fuerte para poder hacerlo.

Dentro de la cápsula, pudo ver una pequeña raíz luminosa —casi traslúcida— que se enroscaba en su propio tallo.

No era bioluminiscente, pero algo en su superficie parecía reaccionar a la cercanía humana.

—“¿Te das cuenta de que esta cosa… vibra?”—dijo Markus en voz baja mientras tocaba la cápsula.

Ella asintió. Lo sentía también. No en los dedos: notaba una mínima vibración rítmica en el pecho.

Todo marchaba bien. Tomaron muestras, fotografías, y sellaron la cápsula para transportarla a UNIS, el Centro Universitario de Svalbard.

Se preparaban para volver, cuando el viento cambió.

El personal de la cápsula les ofreció quedarse hasta que pasara la tormenta, pero Erika  declinó, quería retornar rápido para investigar la semilla.

El técnico los despidió con prisa. La presión atmosférica empezó a caer más rápido de lo normal. Markus escuchó el golpe sordo de una ráfaga.

—“Eh… Erika, esto no estaba en el pronóstico.” —

—“Las tormentas no siguen pronósticos.”— respondió ella.

Aceleraron las motos de nieve, pero el cielo se oscureció en minutos. La ventisca descendió sin aviso, una pared blanca que borró el mundo.

—“No veo nada.”— gruñó Markus —“Absolutamente nada.” 

—“A mi derecha hay una formación de hielo. Creo que una cueva.”— dijo Erika, con una seguridad que él no entendió.

—“¿Cómo…?”—

—“La escuché. El viento cambia cuando pasa por una cavidad o una pared.” —

No dudó. Giraron en paralelo, avanzando a ciegas hasta que una sombra azulada emergió entre el torbellino.

Markus apenas distinguió una silueta rectangular.

Un refugio, no una cueva. Pero era lo de menos. Les brindaría la protección que necesitaban.

Era el Refugio N° 17, conocido por los técnicos locales como Skjoldbu, “la casa-escudo”.

El refugio era de metal gris mate desgastado por décadas de escarcha. Tenía señales rojas reflectantes que asomaban entre capas de hielo

Se veía una pequeña antena plegada por el viento.

Una puerta pesada tipo submarino con manivela circular los esperaba.

Markus forzó la manivela de la puerta mientras la nieve les golpeaba la espalda. El frío mordía como una bestia viva.

Entraron.

El módulo era un contenedor reforzado, anclado al permafrost con vigas metálicas clavadas en forma de cruz.

Dentro, el refugio se revelaba más cálido de lo esperado. Tenía paneles de madera clara revestidos con aislante, dos literas plegables y una mesa metálica atornillada al suelo.

Había un estante con mantas térmicas y chocolates sellados al vacío.

Una pequeña ventana circular cubierta de nieve, se veía como un ojo ciego que dejaba filtrar un poco de luz exterior.

Sobre la pared norte, vieron un antiguo registro de mantenimiento que mostraba una firma apenas legible del 2017.

Alguien anotó una frase extraña:

“Latidos en la estructura. Repetitivos. No parecen geológicos.”

No debería haber latidos en una montaña de permafrost. Y aun así, ahí estaban documentados.

Erika y Markus entraron empapados de nieve, respirando nubes de vapor.

Él dejó caer su mochila y se inclinó hacia un viejo calefactor de propano, que emitió una llama azul temblorosa cuando lo encendió.

—“Buen instinto.”—dijo Markus, sacudiendo gotas congeladas de las pestañas.

Erika no respondió. El temblor leve de sus manos por el frío la traicionaba.

Markus se acercó sin pensar.

—“Dame tus guantes.”— ordenó, suave —“Los voy a calentar.” —

—“No hace falta.” —

—“Erika…”— la miró directo a los ojos —“Hace falta.” —

Ella cedió. Sus dedos rozaron los de él al entregarle los guantes. Un contacto mínimo, pero cargado de electricidad.

—“No pensé que el clima fuese a cambiar tan rápido.”— dijo Erika, intentando una breve disculpa por no aceptar quedarse en el Arca.

Sus manos temblaban mientras se sentaba en uno de los bancos.

Markus le restó importancia  —“No te preocupes. Estamos bien ¿No? Eso es lo que cuenta.

Erika observaba las paredes como si escuchara algo en ellas, como si el refugio registrara historias invisibles.

—“En este lugar… “— susurró —“Se siente algo. Como si el hielo lo tocara desde afuera.” —

Markus rió suavemente.

—“¿El hielo te habla otra vez?” —

—“No es eso.”— respondió, bajando la mirada—“Es… como una presión. Una respiración.” —

Él dejó de bromear. La observó, intentando descifrar si estaba asustada o simplemente conectada a algo más grande que él no podía ver. No la conocía desde hace mucho, pero respetaba su trabajo lo suficiente como para saber que era intuitiva y perceptiva.

La tormenta golpeaba el exterior del refugio como un tambor lejano. El módulo vibraba en ráfagas irregulares.

Ambos permanecen inmóviles por un largo momento.

El silencio entre ellos se volvió cálido, tenso. Tan cercano que parecía adelgazar el aire.

Markus abrió un paquete de chocolate y se lo ofreció.

—“Para compensar el susto.”— dijo, sin mirarla directamente.

—“Gracias.” —respondió Erika, y sus dedos se rozaron apenas.

Mientras el viento azotaba el exterior, Skjoldbu se convirtió en un espacio suspendido.

Cuando la tormenta empezó a suavizarse, Erika se acercó al panel donde figuraba la anotación de 2017.

Apoyó los dedos sobre el metal de la pared, como si pudiera leer la vibración.

Markus, desde atrás, le dijo en tono suave:

—“Te vas a obsesionar con eso, ¿no?” —

—“Los latidos no ocurren en estructuras metálicas.”— murmuró ella.

—“Ni en permafrost estable.”— agregó  él.

Ambos quedan en silencio.

Y por primera vez, sintieron, sin decirlo, que lo que estaba ocurriendo en Svalbard no era natural.

Markus habló en voz baja.

—“¿Por qué te quedaste en Svalbard? No la versión oficial. La real.” —

Erika dudó. La cercanía de él lo hacía más difícil de ignorar.

—“El Ártico no me exige ser alguien.”— respondió —“Y… aquí puedo escuchar cosas. Cosas que en otros lugares se pierden.” —

—“¿Como el hielo respirando?” —

Ella asintió.

—“Bueno… desde que llegué, he leído varios de tus trabajos. Sigues tus intuiciones y te va muy bien con eso…”— dijo Markus.

—“¿Y tú?”— preguntó interesada —“¿Por qué elegiste venir?” —

—“Después de mi paso por el ejército, no tenía a dónde, ni con quien volver.”— dijo Markus, casi sin pensarlo —“Y… Svalbard me daba la sensación que… quizá aquí pueda contribuir con algo.” —

Erika sintió un pinchazo cálido en el pecho. Decidió no preguntar más  porque conocía las heridas de la soledad.

Cuando el viento amainó, se prepararon para retornar.

En UNIS, colocaron la cápsula sobre la mesa principal. La raíz seguía emitiendo ese tenue movimiento, como si estuviera orientándose hacia algo invisible.

Erika analizó el espectro genético.

Markus comparó las lecturas con bases botánicas globales. Nada coincidía.

—“Según nuestra base de datos, esto aún no fue descubierto o… no es terrestre.”— murmuró él a modo de broma, sin querer decirlo en serio.

—“No existe la biología ‘no terrestre’.  Debe ser una especie no catalogada. Lo extraño es como llegó allí.” — respondió Erika.

Pero su voz no tenía la firmeza esperada.

Fue Markus quien abrió más los ojos por asombro. Sus sensores portátiles estaban captando algo. Un pulso. Un patrón.

—“No puede ser… “—dijo.

—“¿Qué pasa?”—preguntó ella.

Él giró la pantalla hacia ella. La señal era débil, pero clara: la semilla emitía una firma electromagnética idéntica a los pulsos registrados semanas atrás bajo el glaciar Nordenskiöldbreen.

Erika sintió un vértigo silencioso.

—“Esto… no parece un accidente.”— susurró.

Guardaron registros, sellaron la muestra y terminaron el turno pensativos y algo confundidos.

Al salir, Markus recogió su mochila rápidamente, algo más nervioso de lo habitual. Mientras se marchaba, una foto se deslizó del bolsillo de su abrigo, cayendo al piso.

Erika la recogió. Era una imagen suya en el búnker. Sonriendo.

No dijo nada. Guardó la foto un instante, preguntándose qué significaba. Más tarde se la devolvería. Tal vez… o tal vez no.

“¿Markus la miraba así desde hacía cuánto?”

Cuando el campus quedó vacío, el laboratorio siguió iluminado.

En la cápsula hermética, la raíz se arqueó apenas. Como respondiendo a un estímulo remoto.

A las 02:14 a.m., todos los sensores de UNIS registraron un pulso profundo. No atmosférico. No sísmico.

Un pulso subglacial.

La semilla vibró al mismo tiempo. Exactamente al mismo tiempo.

Las cámaras registraron el movimiento. Los monitores grabaron el pico en la señal. Un archivo quedó guardado en el servidor.

El sistema etiquetó el registro automáticamente:

ANOMALÍA 01 – SINCRONÍA BIOLÓGICA / EM PULSO SUBGLACIAL
ACCESO: RESTRINGIDO
REVISIÓN PENDIENTE – LØVENSKIOLD / HALE


La pantalla quedó parpadeando.

Y en la oscuridad del laboratorio, la semilla volvió a moverse.

Como si estuviera tratando de abrirse paso hacia la superficie.

 

FIN del Capítulo 1 






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