domingo, 26 de marzo de 2023

Historia: "El Edificio Sin Piso 7 ( Suspenso - Misterio )"

 


Los Misterios de Graciela Calvert

El Edificio Sin Piso 7
por Rodriac Copen



Graciela Calvert solía decir en su podcast que las ciudades hablaban cuando uno aprendía a escuchar. Aquella noche, con la lluvia golpeando los vidrios de su departamento, estaba buscando material nuevo en un foro de noctámbulos porteños cuando un hilo le llamó la atención.

—“No existe el piso siete”— decía el título intrigante.

El usuario firmaba como "SéptimoUmbral".

“Hay un edificio en Avenida de Mayo y Santiago del Estero. Entra gente y no vuelve a salir. El ascensor no se detiene en el piso siete. De día no existe. De noche, sí.”

Graciela frunció el ceño.

—"Demasiado perfecto."— murmuró, anotando la dirección.

Investigó durante días. Archivos, noticias viejas, catastros. Nada. Demasiado limpio. Eso siempre le despertaba desconfianza.

Fue una tarde nublada cuando entró al edificio. El mármol del hall estaba gastado, como si hubiera soportado demasiados pasos. Probó el ascensor. Del seis saltó al ocho.

—"Claro..."— susurró mientras bajaba.

Bajó por la escalera. La puerta del séptimo piso estaba cerrada con llave. Intrigada, volvió a la planta baja.

—"¿Busca algo?"— preguntó una mujer mayor al no reconocerla. El encuentro se produjo cuando Graciela salía del ascensor.

—"Si. Quería ir al piso siete."—

La anciana la miró y negó con la cabeza, como si le explicara algo que debería ser obvio.

—"Está en remodelación, querida. Dicen que van a poner oficinas... o algo así."—

—"¿Pero están trabajando? ¿Y no se puede pasar?"—

—"No. Nunca dejan pasar. Las puertas siempre están cerradas."— respondió con una sonrisa, y se metió al ascensor.

Trató de hablar con otros vecinos. Todos le dijeron más o menos lo mismo. Tampoco les parecía intrigante. Uno le dijo que creía que los trabajadores tenían un acceso exclusivo.

No dejaban pasar. Punto.

Esa noche, Graciela buscó incansablemente hasta que encontró al usuario "SéptimoUmbral". Escribió en el foro.

“Soy periodista. Me interesa tu historia. ¿Podríamos hablar?”

La respuesta llegó casi de inmediato.

“De día no puedo porque trabajo. De noche, sí.”

Después de chatear en el foro como media hora, vio que la historia no avanzaba. Logró convencerlo para verse en persona.

El hombre se llamaba Gabriel y vivía en el tercer piso del mismo edificio.

—"¿Vivís ahí?"— preguntó ella entre intrigada y con algo de precaución. ¿Y si era una trampa?

—"Vivo allí desde hace más tiempo del que debería."— respondió misteriosamente.

Graciela se relajó de inmediato y sonrió. Pensó que el hombre quería "meterle" algo de misterio a la historia. Típico versero porteño. Seguro iba a perder el tiempo. Ya la curiosidad inicial se le había pasado, y probablemente el tal Gabriel quería venderle un buzón. De todos modos, perdido por perdido. Arregló una cita con el misterioso “SéptimoUmbral”.

Elías, su pareja, no pudo acompañarla.

—"Está bien, De todos modos es solo una entrevista."— dijo Graciela, intentando sonar casual para no preocupar a su pareja.

—“Llamáme cuando vuelvas.”— pidió él —“No me gusta que te juntes tan tarde.” —

Pasadas las veintidós, Gabriel le abrió la puerta de su departamento. Era alto, delgado, atractivo. Con una mirada cansada pero atenta.

—“Hola. Pensé que no ibas a venir.”— dijo.

—“Siempre vengo.”— respondió ella —“Es parte del trabajo.” —

—“Mentís mal.” — dijo con una sonrisa para suavizar.

Graciela sonrió, incómoda.

El hombre llamado Gabriel había preparado café con unos sandwichs de miga. Hablaron durante una hora mientras comían. Tocaron varios temas: de la ciudad, de la memoria, de los lugares que desaparecen sin aviso.

Gabriela se sentía extrañamente cómoda y serena. Le caía bien el hombre.

—“¿Y el piso siete?”— preguntó ella al fin.

Gabriel la miró fijo.

—“¿Estás segura de querer verlo?” — la expresión de su cara era indefinida.

—“Si no lo estuviera, no estaría acá.” — hizo un mohín, quitándole importancia al asunto. Graciela de pronto se preguntó si no lo estaba seduciendo un poco.

Juntos, fueron al ascensor. Debían ser como las once y cuarto de la noche. Quizá algo más tarde. Gabriel presionó el botón del piso 7. El ascensor subió cuatro pisos y se detuvo en el séptimo.

—“Lo intenté varias veces. Nunca paró aquí.”— dijo Graciela, muy intrigada.

—“De día.”— corrigió él.

El piso siete estaba lleno de oficinas. Gente trabajando. Papeles, computadoras, había un aroma envolvente de café tibio.

—“Buenas noches.”— saludó un hombre desde un escritorio.

—“Buenas noches.”— respondió Graciela, desconcertada.

—“¿Qué empresa es esta?”— preguntó.

—“Abogados Rowe & Asociados.”— dijo una mujer sin levantar la vista.

El nombre no le sonó. Nadie parecía sorprendido por su presencia.

Graciela preguntó por qué trabajaban de noche. Uno de los empleados le dijo que era una empresa global, y muchos clientes estaban al otro lado del mundo.

Al día siguiente, Graciela volvió al edificio. El piso siete volvió a desaparecer tras las puertas cerradas. Nadie sabía nada de “Abogados Rowe & Asociados”.

Por la noche, volvió juntarse con Gabriel.

—“Eso no es posible.”— dijo Graciela, enfrentando a Gabriel.

—“Lo es.”— respondió él, tranquilo —“Porque no están vivos.” —

—“No digas pavadas.” — respondió la periodista, un poco fastidiada. Pensó que le estaba tomando el pelo.

—“Buscá la empresa. No existe.” — dijo él.

La buscó. Internet no tenía ni rastros de un bufete llamado “Abogados Rowe & Asociados“.

—“No tiene sentido.” — A Graciela ya no le parecía un chiste.

—“Volvamos al piso. Pediles algunos nombres, para investigarlos.” — Sugirió Gabriel con una expresión incomprensible.

Lo hicieron. Con pequeñas artimañas, la mujer hizo que algunos empleados le dieran su nombre completo.

A la mañana siguiente, investigó los nombres en el cementerio de La Recoleta. Todos los nombres estaban allí.

Por la noche, volvió con Gabriel.

—“Esto no tiene sentido.”— dijo ella, mientras el hombre abría la puerta. Temblando, se abrazó a él.

—“No todo tiene que tenerlo.”— respondió Gabriel, estrechando a Graciela entre sus brazos. Reconfortándola.

En ese abrazo encontró una pausa que había deseado todo el día. El ruido y el cansancio de la ciudad quedaron afuera. Se sintió bien rodeada por la calidez de Gabriel. Una calma tibia le recorría el cuerpo.

Comprendió, con una claridad que la inquietó, que había esperado ese momento sin saberlo, que cada hora transcurrida había sido una antesala silenciosa de ese encuentro.

El calor compartido volvió más lento el tiempo. Las palabras se hicieron innecesarias. Una cosa llevó a la otra con la naturalidad de los gestos que no se piensan. El mundo se redujo a la penumbra del departamento, a la cercanía, a una intimidad que parecía inevitable. Se acostaron.

No supo cuándo dejó de resistirse. Al vestirse para volver a casa, se sintió horrorizada por lo que había hecho. Y en el taxi, la soledad se apropió de su corazón. La culpa golpeó fuerte. No le dijo nada a Elías.

La noche siguiente  volvieron a verse. Volvió a caer. Cada encuentro la alejaba más de Elías y la acercaba a algo que no podía entender.

La última noche, después de hacer el amor, estaba muy cansada. Y mientras el edificio parecía respirar a su alrededor, Graciela cerró los ojos.

Se durmió.

Al despertar, estaba en su cama. El teléfono marcaba las siete de la mañana. Todo parecía normal.

—“Fue un sueño”— dijo en voz alta, con sentimientos encontrados de tristeza y alivio.

Pero fue al edificio.

El ascensor pasó del seis al ocho.

La escalera estaba cerrada.

El piso siete no existía.

Graciela salió a la calle con el corazón acelerado. La ciudad seguía ahí. Indiferente.

No sabía si había soñado.

O si el edificio simplemente había decidido dejarla ir. Esa noche pensó en Gabriel.


FIN






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