Inspiracional - Reflexivo
Territorio Hostil
—"No me acuerdo cuándo fue la última vez que me reí con ella"— dijo él, mirando el fondo de la taza de café como si allí estuviera la respuesta.
Ella sonrió con ternura. Había algo de amargura en su gesto, porque internamente reconocía el sentimiento en sí misma.
—"A mí me pasa parecido. Cada vez que nos vemos con Marcelo parece que hay un juicio en curso. Y yo soy la acusada, claro."—
El bar estaba casi vacío, y ellos ocupaban una mesa cualquiera. Afuera lloviznaba con desgano, mientras adentro la charla se espesaba como una sopa que se cocina lento.
—"¿No te pasa que ya no sabés si estás con alguien porque lo amás o por costumbre?"— preguntó él, que no buscaba compasión. Solo quería hablar con alguien de confianza.
—"Sí"— contestó ella —"Y me pasa también eso de andar pidiendo permiso para respirar. Hay días en los que me siento emocionalmente extorsionada. Como si ser feliz sin él fuera una traición."—
Se hizo un breve silencio, pero del tipo cómodo, en el que ninguno sintió la necesidad de llenar el aire con nada.
—"¿Está mal intentar remarla igual?"— dijo él después —"A veces, cuando siento que se está todo cayendo, hago cosas tontas. Le toco la cola mientras lava los platos, le hago un chiste estúpido. Como diciendo: 'Hey, todavía estoy acá. Quiero jugar con vos. Tocarte. Estar cerca'”—
—"¿Y qué hace ella?"—
Movió la cabeza —"Siempre se fastidia. Me dice que madure."—
Ella se rio sin burla.
—"¡Bueno! Yo también a veces le digo eso a Marcelo. Pero ahora que lo decís... quizá no entendemos bien a los hombres. Digo... sus formas de acercamiento. A veces si lo pienso detenidamente, veo que ustedes, los hombres, usan esas cosas como una manera torpe de decir 'te amo' sin decirlo. Y nosotras, empoderadas como estamos, confundimos esos gestos de ternura con molestia."—
—"Es que hay algo que se va perdiendo en la intimidad, ¿no? Ese roce simple, cotidiano. Los gestos tontos. Y después, cuando querés reconstruir eso, te das cuenta de que ya no sabés cómo. Es como si el cuerpo del otro se volviera un territorio hostil."—
—"Uf, sí"— dijo ella bajando la mirada —"Hostil y frío. Marcelo se enoja cuando le digo que ya no me dan ganas de abrazarlo. Pero, ¿cómo abrazás a alguien que siempre fue frío? Con los años, se me fueron las ganas de ser siempre la que inicia el acercamiento. Supongo que es una respuesta a su frialdad."—
Él se rió con esa risa que viene del cansancio compartido.
—"¿Cómo se hace para dejar de amar sin dejar de doler?"—
—"No se hace."— dijo ella —"Solo se aguanta. Hasta que un día, si hay suerte, se pasa. O se transforma en otra cosa. Algo menos agradable. Te empezás a cuestionar cosas."—
—"Yo creo que seguimos amando, incluso cuando ya no nos quieren. Es como un vicio. Una especie de abstinencia emocional. Te convencés de que lo superaste, pero es mentira. Te das cuenta cuando extrañás cosas mínimas. Como que te agarre de la mano en la calle. O que te mire sin que le pidas."—
—"O que te escuche sin interrumpir"— agregó ella.
Asintieron ambos. En sus rostros no había drama, ni revancha. Solo una aceptación madura de algo que no había salido bien. No estaban ahí para aconsejarse, ni para consolarse. La amistad a veces es para abrir una pequeña ventana al dolor compartido. Una tregua. Un refugio para renovar fuerzas.
—"¿Y por qué será que las parejas disfuncionales se sienten tan normales?"— preguntó él.
—"Porque nos educaron para aguantar. Para pensar que amar es resistir, aunque duela."—
—"¿Y no debería ser diferente? ¿El amor no debería curar el desgaste, y no producirlo?"—
Ella no respondió. Solo le tomó la mano en un gesto suave, sin ambiciones. No era seducción o tensión. Solo un lazo de amistad, hecho de comprensión y humanidad.
Él la miró, y por primera vez en mucho tiempo, sintió que no estaba solo.
FIN
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