martes, 19 de agosto de 2025

El Diario de Rodriac: "El Silencio de la Soledad"

 


El Diario de Rodriac

El silencio de la soledad

Escribo y, como ya he dicho en otras notas, escribir es un viaje solitario, en donde casi siempre nadie dice nada.

El silencio, para algunos escritores, puede pesar más que cualquier crítica. “Nadie es profeta en su tierra”, repiten, como si ese refrán alcanzara para calmar la incomodidad de sentirse ignorado.

Los escritores no escapamos a eso. Publicamos, nos desnudamos en palabras, y los que están alrededor, los más cercanos, los que deberían ser sostén apenas levantan la vista. Se mantienen en un silencio sepulcral, como si lo que uno hace fuera irrelevante o los colocara en espacios incómodos.

Estoy acostumbrado, porque siempre fui una persona solitaria. Y si eres escritor, también deberías acostumbrarte si quieres blindarte contra la frustración.

Las parejas no son ninguna excepción. En esta vida moderna abundan los inválidos emocionales, gente incapaz de conectar, de dar consuelo, de ofrecer empatía. Una piedra fría no abraza ni aunque le grites la necesidad. Frente a ese muro, las emociones rebotan hasta perder fuerza. El dolor queda encerrado adentro, sin eco, sin testigo.

Entonces, la vida transcurre en compañía solitaria. No hablo solo de mí: sé que es un mal que afecta a muchos. Abundan los manuales de autoayuda para poner límites al otro, para blindarse, para cortar vínculos tóxicos. Pero casi no hay libros que enseñen lo contrario: a ser mejores personas corrigiendo los defectos que dañan a los demás, a mirar al otro con empatía y desde el acercamiento del amor puro, a tender puentes en lugar de levantar murallas. A eso, uno debe aprenderlo solo, en esa travesía que llamamos vida.

Con los años fui cambiando. La lejanía constante, el aislamiento progresivo, la falta de conexión, todo eso terminó por moldearme. De ser alguien cálido y expresivo, amoroso y expansivo, terminé siendo un ser retraído, ensimismado, alguien que encontró refugio en su propia soledad. Y en esa soledad aprendí a ser feliz, independiente, sin importar si el otro está o no.

A veces me descubro convertido en una especie de muñeco robotizado. No porque no sienta, sino porque elegí guardar mis emociones, desconectarme de lo que me rodea. La vida me enseñó, a fuerza de indiferencias, que no todos son dignos de lo que uno guarda en su interior. Por eso, muchas veces es mejor dejar que la calidez quede en silencio, como un fuego que se conserva solo para uno mismo.

La conexión espiritual es un diamante exótico que sucede solo una o dos veces en la vida.

El público, como la gente que te rodea, es así: egoísta, ingrato, exigente. Apréndelo rápido, escritor. Nadie te dará una respuesta a lo que escribes. A nadie le interesa lo que te pasa. El mundo está hecho para vivirlo con una máscara, un disfraz que impida ver tu interior. Si alguna vez leíste algo de Bukowski, sabes de lo que hablo.

La gente quiere lo que necesita. No te confundas. Cuando escribes, expones tu interior. Y solo conectarás con aquellos que sienten lo mismo que tú. Y aun así, tampoco te contactarán.

Así que, si eres escritor, te lo digo: deja de llorar en las redes sociales porque nadie te lee o nadie te responde, porque escribir no es para cobardes. Como decía Nietzsche en El Anticristo: “Se debe ser superior a la humanidad por la fuerza, por el temple, por el desprecio...

No es una afirmación banal. Y no la malinterpretes como lo hace el vulgo común de los ignorantes. Nietzsche no tenía desprecio por la humanidad. Si lo hubiera tenido, no habría escrito nada. No intentas cambiar lo que desprecias. Lo que él decía, entre líneas, es que no debes pensar como las masas. Debes pensar por ti mismo. Ninguna religión, ningún político, ningún gurú ni maestro debería decirte cómo pensar, cómo ser, cómo desplegar tus alas.

Ser libre es desapegarse del mundo. Y ser escritor es ser libre para leerse y reinterpretarse a uno mismo.


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