viernes, 10 de octubre de 2025

Inspiración: "Danza de Luz"

 


Inspiracional

Danza de Luz
por Rodriac Copen


El viento del desierto soplaba como un canto antiguo cuando el monje se preparó para la danza. Su túnica blanca caía como una promesa de pureza, y sobre su cabeza reposaba el gorro cónico, símbolo de la muerte de su propio ego. Frente a él, el círculo de arena parecía una galaxia detenida.

El derviche inhaló. Cerró los ojos.

Y comenzó a girar.

Primero, con lentitud. Luego, con la cadencia de quien recuerda algo más antiguo que el tiempo.

Cada vuelta era un paso hacia el silencio interior.

Cada respiración, una rendición.

En el centro de su pecho, el corazón se expandía como un universo en flor. Y mientras giraba, pensaba —o más bien sentía— que el amor era la fuerza que sostenía toda la existencia. 

No el amor carnal de los amantes, ni siquiera el amor de las almas separadas, sino el Amor Absoluto: el que no pide, no teme, no espera; el que se reconoce en todas las formas porque está en todo lo creado.

El monje pertenecía a la orden Mevleví, los seguidores de Rumi, el poeta que habló con fuego del Amado

El sufismo —esa corriente mística que busca la unión con lo divino a través del amor y la experiencia directa— era para él un mapa y una llama.

El Sema, su danza sagrada, no era un espectáculo: era una plegaria que se expresaba en movimiento. Un diálogo entre el cuerpo y el alma, una órbita humana alrededor de la Luz.

El pie izquierdo, anclado en la tierra, recordaba su humanidad.

El derecho, que giraba, le recordaba su anhelo de conexión con la divinidad.

Su mano derecha abierta hacia el cielo, recibía lo que el amor le diera.

Su mano izquierda, extendida hacia la tierra, entregaba el amor potenciado de sí mismo.

Entre ambas, en el eje invisible de su pecho, el mundo palpitaba respirando vida.

Mientras giraba, su mente individual se disolvía. 

Los pensamientos caían uno a uno, como hojas de otoño sobre el río del silencio. 

Solo quedaba el pulso de la música, los tambores que imitaban el latido del cosmos, y los versos de Rumi que flotaban en su memoria como estrellas:

"No busques el amor fuera de ti mismo; eres el océano en una gota, no la gota en el océano."

Entonces comprendió. Que no había un "él" danzando: había solo una danza.

No había "Dios" mirando: había solo una mirada.

El universo entero giraba en un solo movimiento, y él, un pequeño fragmento de polvo, era también esa totalidad que ama, que crea, que gira para celebrar su propia existencia.

En ese instante sin tiempo, el monje desapareció.

El sonido, el aire, su cuerpo... todo se volvió una unidad con el todo.

El amor no era un sentimiento, sino un estado de la interioridad de su ser.

Era el fuego que transforma al hombre en luz.

Cuando el Sema terminó, cayó de rodillas.

El suelo olía a incienso y lágrimas.

Abrió los ojos, y el mundo parecía recién nacido: cada piedra brillaba, cada sombra tenía su propia misericordia. Sintió el amor divino hacia todo lo creado: las hormigas, las estrellas, los hombres que aún no habían despertado a la búsqueda sagrada.

En su pecho, el corazón no había dejado de girar.

Sabía, con una certeza dulce y serena, que el amor no era un camino hacia Dios.

El amor era Dios caminando dentro de él.

Y así, mientras el sol moría sobre las colinas, el monje sonrió, sabiendo que toda su vida —absolutamente toda— era una danza que buscaba regresar al centro luminoso de donde había partido.

El círculo estaba completo.

Su corazón seguía girando.

Su amor seguía creciendo.

FIN



Tags:

#Sufismo 
#Espiritualidad 
#Rumi 
#DervicheGiratorio 
#AmorDivino 
#Misticismo 
#Meditación 
#Sema 
#CuentoEspiritual 
#RodriacCopen 
#Inspiración 
#SabiduríaAncestral 
#AmorUniversal 
#LiteraturaMística 
#RelatoCorto

No hay comentarios:

Publicar un comentario