Diario de Rodriac
Crónica de una Compra Mínima
por Rodriac Copen
Como todo escritor, tengo una biblioteca bastante grande. No sé en qué momento exacto empezó todo. Tenía diez u once años (no lo recuerdo con precisión), pero sí recuerdo el gesto fundacional: comprar libros como algo natural, casi cotidiano. Eso se lo debo a mis padres.
Cuando era niño, íbamos a un supermercado inmenso, hoy inexistente, cuyo nombre prefiero guardarme. En aquella época, cerca de las cajas habían estanterías giratorias de metal llenas de libros. Libros de tapas brillantes, coloridas, irresistibles para cualquier chico inquieto. Esas estanterías rotaban suavemente y te permitían mirar, sacar un libro, leer la contratapa, incluso abrirlo y leer un par de páginas mientras esperabas tu turno. Nadie se escandalizaba. Era parte del ritual.
A veces, mis padres me dejaban elegir un libro para llevar a casa. Otras, me dejaban directamente en la fila de las cajas, y yo recorría feliz los escaparates como si fueran un pequeño universo autónomo. Entre cientos —o eso me parecía— buscaba los más interesantes, los que me llamaban con más fuerza. Casi siempre terminaban siendo de ciencia ficción. Aquellas joyas inolvidables de la editorial Bruguera, con sus portadas imposibles y promesas de futuros que todavía no sabía nombrar.
Así conocí a Asimov por ejemplo, con su Segunda Fundación. Así aprendí a interesarme en la ciencia.
Mi infancia estuvo siempre atada a la lectura. Mi abuelo paterno, desde muy temprano, me compraba semanalmente una revista: "Billiken". Mi sección favorita eran las historias de "El Mono Relojero". Y cuando íbamos los domingos a la casa de mis abuelos paternos, me esperaba una colección enciclopédica del "Reader’s Digest" que leía sin pausa durante toda la visita. Me reía con los chistes, me conmovía con las historias personales. Página a página, sin saberlo, se iba armando lo que hoy tu conoces como Rodriac Copen.
Ese nombre no es más que el último seudónimo que usaré hasta mi muerte (no falta mucho... jaja). Antes hubo otros más o menos famosos. Eso es lo de menos. Muchos nombres que corrieron aventuras, escribieron textos, se equivocaron, aprendieron. Algunos de ellos quedaron ocultos en rincones de internet, como versiones arqueológicas de mí mismo. Algunos fueron referenciados en algunas universidades.
Hoy compro pocos libros en papel. Pero cuando lo hago, los busco con ansiedad y con el mismo espíritu del mozalbete de diez años que correteaba entre góndolas con sus padres, hace ya milenios. Ya no busco títulos ni autores. Busco algo más esquivo y, para mí, más interesante: busco libros hermosos.
Libros bellos a la vista, al tacto y que al abrirlos entren por los sentidos. Libros evocativos de pasados que no volverán, imposibles de duplicar. Joyas únicas de la edición que son obras de arte en si mismas. Libros con tapas memorables, ilustraciones cuidadas, encuadernaciones nobles o, simplemente, capaces de evocar imágenes poderosas en mi mente.
Es por eso que mis libros (los de mi pequeña editorial) tratan de ser hermosos o estéticamente atractivos.
Hoy almorcé solo, en uno de mis rincones preferidos de la ciudad. Pero antes, hurgando entre ofertas de libracos usados, encontré una joya de cincuenta y cinco años: "Robinson Crusoe". Magnífico por donde se lo mire. Ilustraciones soberbias, tipografías elegidas con criterio, referencias bibliográficas, encuadernación intacta. Impreso en Sevilla por la Editorial Ortells. Intentaré descubrir quién fue el ilustrador o ilustradora de las imágenes internas. Soy un amante del arte. Mi padre fue un artista del carboncillo. Quizá de ahí viene mi gusto por la estética y los colores.
Como la editorial sigue viva, quizás les escriba una carta para agradecerles por un libro que ha envejecido con tanta dignidad.
Te dejo un par de fotos para que veas esa hermosura.
(haz click para ver en grande)
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Y ya que estamos en eso, también quiero mostrarte otras dos joyas de mi colección personal. "Cinco semanas en globo", de la Editorial Tor de Argentina. Setenta y un años de historia concentrados en papel.
Y una más: "Las aventuras del Capitán Hatteras" de la Editorial Difusión de Chile (parece que la editorial ya no existe). El libro tiene 72 años. Exactamente la misma edición que leía de niño en la casa de mi abuelo materno. Un libro que él atesoró durante años y que, por distintas circunstancias de la vida, se perdió. Me llevó más de treinta años conseguirlo otra vez. Pero lo logré. Es una forma sencilla y silenciosa de sentirme cerca de mis afectos.
Y eso es todo.
El Rodriac Copen inventado hacia 2021 ha compartido contigo, una vez más, algo de su corazón. Algo que solo un puñado de personas conocieron. Y ninguna de ellas está hoy para ser testigos de lo que digo.
¡Buena escritura! 🚀✍️
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