BackStream
Capítulo 3 - El Niño de Marte
por Rodriac Copen
La oficina de Lambert estaba enterrada bajo toneladas de arena y secretos. Hormigón pulido, una bandera sin arrugas y una ventana falsa que simulaba un cielo azul que no existía en pleno desierto de Nuevo México.
Morgan Cross entró primero. Adrian Blake la siguió, cerrando la puerta con un gesto lento, casi teatral.
—“Si esto es una trampa,”— murmuró Adrian —“al menos tiene buen aire acondicionado.” —
Lambert no sonrió. Nunca lo hacía cuando estaba a punto de mentir.
—“BackStream no es un proyecto nuevo.”— dijo sin preámbulos —“Es el nombre actual de algo muy antiguo.” —
Morgan cruzó los brazos.
—“Estos discursos siempre terminan mal.” —
—“Cierto. Pero en este caso, terminó mal cuando lo manejaba Echo Division.”— replicó Lambert —“Echo ya no existe.” —
—“Eso también suele terminar mal.”— añadió Adrian —“Las organizaciones secretas nunca mueren. Se reciclan.” —
—“En eso te doy la razón. Esta división, BackStream es la que heredó todos los proyectos de Echo. Si te da tranquilidad, considéranos el reciclaje de lo que quedó de la Echo Division.” —
Lambert los observó por unos momentos, como si evaluara cuánto podían soportar sin romperse.
—“Ustedes fueron reclutados aquí para asegurarse de que los proyectos iniciados por Echo se completen. Eso garantizará la hegemonía militar y económica de los Estados Unidos… y evitará que el mundo caiga bajo supremacía soviética.” —
—“¿Y si el mundo no quiere ser garantizado?” — preguntó Morgan.
—“A EEUU no le importa la opinión del mundo. A nosotros solo nos importa controlar los acontecimientos que impiden que nuestra política interna y externa pueda desenvolverse de acuerdo a los planes de EEUU. No hay votación o democracia en esto.” —
Lambert activó una pantalla. Aparecieron siglas, diagramas, fechas.
—“DARPA es una oficina que trabajó en proyectos de alto riesgo y alto impacto bajo supervisión de Echo. Internet antes de internet. Drones antes de que la gente supiera que existían. GPS y varios proyectos críticos.” —
—“¿Y el plato fuerte?”— preguntó intuitivamente Adrian.
Lambert lo miró.
—“El británico siempre quiere ir al grano. Bien. El proyecto “fuerte”, como dices, se trató de viajes de teletransportación humana a colonias secretas en Marte. El Proyecto Pegasus.” — hizo una pausa –“Empezaron llevando niños.” —
Morgan alzó una ceja.
—“¿Niños?” —
Lambert no desvió la mirada.
—“Así es. Programas infantiles interplanetarios.” —
El silencio fue inmediato.
Lambert cerró la carpeta digital.
—“Para resumirlo todo: Marte está en guerra.”—
Los agentes debían intervenir en la colonia de Marte porque estaba siendo atacada mediante sabotajes. La idea inicial de DARPA y la Echo División había sido colonizar el planeta rojo y crear una colonia autónoma de EEUU.
Pero la escasa fuerza de la colonia humana actual, la existencia de otra fuerza colonizadora en el planeta y los constantes sabotajes que sufrieron desde el principio de la misión, impedían que los EEUU tomaran el control del planeta.
Se hacía necesario que un par de agentes viajara a Marte, recopilara información fiable y volvieran con información específica para saber de qué manera se podía eliminar la resistencia que impedía expandir el control del país a todo el planeta.
Para colonizar Marte por primera vez, un grupo de niños fue reclutado por DARPA a través del Proyecto Pegasus.
Debían contactar con uno de los niños enviados, Andrew D. Basiago, que residía en Vancouver, Washington. Era necesario hablar con él para saber que pasó en los momentos iniciales de la colonización y tener una idea concreta de lo que estaba pasando en Marte actualmente.
Andrew D. Basiago vivía en una casa. Nada en su aspecto sugería que hubiese sido un niño enviado a otro planeta.
—“Pegasus no fue un programa.”— dijo él, mientras servía café a los agentes —“Fue una prueba inicial, una criba.” —
—“¿De qué?”— preguntó Morgan.
—“De conciencias.”— dijo Basiago.
Adrian se apoyó en la pared.
—“¿Sabe por qué eligieron niños?” —
Basiago suspiró.
—“Porque los adultos que enviaron al principio, regresaron con severos deterioros de conciencia. Algunos en estado vegetativo. El proceso no estaba perfeccionado.” —
Morgan no parpadeó.
—“Explíquese, por favor.” —
—“No soy científico. Pero sé que está relacionado con la generación de un campo magnético de alta intensidad que afecta al sistema nervioso. Si el cerebro tiene una memoria virgen y una identidad blanda, se produce menos resistencia. A los adultos se les… fragmentaban los recuerdos.” — tomó un sorbo de café —“Creo que lo corrigieron hacia los años 80” —
—“¿Dónde está la máquina de teletransportación?”— preguntó Adrian.
Basiago sonrió con tristeza.
—“No hay una máquina.” —
—“Siempre hay una.”— replicó Morgan.
—“No esta vez. Es una red. Hay varios nodos de anclaje, calibración, proyección y recuperación. Nadie podría encontrarla por completo. Está muy bien distribuida.” —
—“¿Conoce las ubicaciones?” —
—“No exactamente. Sé que hay instalaciones en California, Washington y Nevada. Instalaciones subterráneas. Y que son usadas una vez cada varios años. Es una forma de evitar dejar huellas magnéticas rastreables. Lo poco que sé viene de conversaciones que tuve con los colonos cuando estuve en Marte.” —
—“¿Y la estación receptora de Marte?” — preguntó Morgan.
Basiago la miró fijo.
—“No existe una estación receptora. Marte es la máquina receptora. Y fue puesta en órbita por algo que no era humano. La Luna también.” —
Adrian soltó una risa seca.
—“Por supuesto que sí.” —
—“Me importa un bledo si me cree o no. Solo sé que los Grises nos dieron la tecnología luego del pacto del 52 con Eisenhower”— continuó Basiago —“Pero los pleyadianos intentan impedir que la usemos.” —
Basiago sabía del pacto de 1952. Y del rol pleyadiano. Eso le dio credibilidad suficiente como que Morgan le prestara atención.
—“¿Los pleyadianos son la resistencia en Marte?”— preguntó Morgan.
—“No puedo saberlo, yo era apenas un niño cuando fui. Pero había guerra permanente. En la colonia se decía que los rusos eran los peones. La mano de obra requerida para los sabotajes y las incursiones. Que los pleyadianos no se ensucian las manos.” —
—“¿Y los niños?¿Sabe qué pasó con ellos?” —
Basiago bajó la voz.
—“Algunos volvimos bien. Otros llegaron incompletos. Otros… vegetales. Por algunos años intenté que otros hablaran como yo. Pero no quisieron.” —
Morgan apretó los puños.
—“¿Sabe qué le hace a las personas la teletransportación?¿Cómo afecta al cerebro?” —
—“Me dijeron que ataca la conciencia. Es lo único que sé.” —
No pudieron sacar más información que esa. Volvieron a encontrarse con el Jefe Lambert porque sus recursos estaban agotados. No sabían cómo avanzar.
Después de analizar los datos de los agentes y cruzar otros informes de inteligencia, Lambert entendió que aquello ya no podía quedarse en su escritorio.
Hizo una llamada desde una línea restringida que no figuraba en ningún catálogo de operaciones. Cuando atendieron, usó una palabra clave y esperó.
La respuesta del Área 51 llegó al tercer tono.
—“Collins.”— dijo la voz —“Adelante.” —
Lambert expuso detalladamente los hallazgos. Dijo que era necesario que los agentes viajaran a Marte para obtener información crucial para descubrir la red de espionaje que seguramente operaba desde Tierra.
El problema de los viajeros eran los fallos neurológicos progresivos, las lagunas de memoria y la despersonalización. De nada servía enviar a alguien si regresaba con la memoria desintegrada.
—“El problema no es el desplazamiento.”— confirmó la voz del otro lado —“Es el andamiaje magnético. Para que un objeto no se disperse en el tránsito, usamos campos magnéticos de intensidad masiva. Son invisibles, pero funcionan como una jaula: mantienen unidas las partículas, fijan su relación espacial, evitan que el cuerpo llegue… desarmado.” —
—“¿Y la mente?”— preguntó Lambert.
—“La mente no tolera ese nivel de coherencia forzada. El cerebro es un sistema caótico. Los campos lo alinean demasiado. Lo ordenan. Y algo se rompe.” —
Lambert cerró los ojos un segundo.
—“Por eso el deterioro cognitivo.” —
—“Exacto. No es inmediato. Aparece con el tiempo. Microfracturas en la conciencia. Al principio son olvidos. Después… ya lo sabes.” —
Lambert fue directo.
—“Pero mis agentes necesitan viajar. Y necesitan acceso al sistema.” —
Otra pausa. Más tensa.
—“El sistema está bajo control estricto del gobierno federal.”— dijo el contacto —“Se autoriza su uso una vez cada doce meses. Ida y vuelta. Sin excepciones.” —
—“Lo sé.” — dijo pacientemente.
—“Si alguien no regresa, el ciclo se cierra igual. El contador no se reinicia.” —
Lambert apretó la mandíbula.
—“Lo acepto.” —
La voz bajó un tono.
—“Te voy a enviar los pases de acceso. Nivel negro. Permiten abrir todas las compuertas del complejo, sin registros visibles. No los pierdas. No los compartas. Y te haré llegar la ubicación del acceso a la cámara de envío.” —
Un archivo cifrado apareció en la pantalla de Lambert.
—“Hay algo más.”— añadió el contacto —“En la sala de teletransportación, junto al anillo de proyección, hay un armario que no figura en los planos.” —
—“Lo imaginaba.” —
—“Usa este código secuencial: siete, cero, tres, alfa, nueve. Una vez abierto, vas a encontrar seis trajes de protección.” —
Lambert frunció el ceño.
—“¿Seis?” —
—“Nunca enviamos a más de tres personas a la vez. Pero aprendimos a no confiar en los planes.” —
—“¿Los trajes funcionan?” —
—“Reducen la interferencia magnética. Aíslan el sistema nervioso central. No eliminan el riesgo… pero lo hacen tolerable.” —
Lambert guardó silencio.
—“Si cruzas,”— concluyó la voz —“no vuelves igual. Ninguno vuelve igual. Pero al menos vuelves entero.” —
La línea se cortó.
Lambert quedó solo, mirando los pases de acceso brillando en la pantalla.
Sabía que acababa de abrir una puerta que, una vez atravesada, ya no permitiría dar marcha atrás.
Lambert se reunió con Morgan y Adrian hasta el acceso remoto a la sala de teletransportación. Dijo haber hablado con el jefe del proyecto.
Todo el edificio estaba automatizado. A medida que se adentraban por los pasillos las luces se encendían automáticamente. Después de unos cientos de metros siguiendo las indicaciones, llegaron a la sala del anillo. En el centro, tres butacas ergonómicas los esperaban.
Hacia la periferia, estaba el armario con los trajes. Lambert lo abrió con el código que Collins le había entregado.
—“Lean estos manuales ahora mismo. Luego tendré que destruirlos.” —
Les entregó un manual a cada uno.
Los manuales estaban impresos en hojas gruesas, sin numeración visible. No llevaban logos, ni sellos oficiales. Solo un título en tipografía funcional:
AEGIS-M7
Sistema de Protección Magneto-Cognitiva — Uso Extremo
Morgan pasó las páginas lentamente.
El Aegis-M7 ha sido diseñado para operaciones en entornos sometidos a campos magnéticos de alta coherencia, donde la integridad física y cognitiva del operador se ve comprometida.
La primera sección describía la estructura interna.
La capa base consiste en una malla oscura, de ajuste total, adherida directamente a la epidermis. Su función es distribuir microcorrientes compensatorias y estabilizar la actividad neuronal periférica.
Morgan levantó la vista un instante. El traje colgado frente a élla parecía absorber la luz.
La malla estaba recorrida por vetas conductoras de una aleación que no podía identificar. Según el manual, durante el incremento del campo, dichas vetas emitirán una luminiscencia tenue, indicativa de saturación progresiva.
—“Brilla cuando estás en problemas.”— murmuró Adrian.
La siguiente página mostraba un esquema fragmentado del exterior.
Sobre la malla se dispone un conjunto de placas flexibles, segmentadas y no uniformes. Su disposición asimétrica no responde a criterios estéticos, sino a la canalización diferencial de la presión magnética.
El dibujo parecía incompleto, como si el traje nunca pudiera verse del todo.
Las placas no bloquean el campo. Lo desvían, lo fragmentan, lo hacen pasar alrededor del cuerpo del operador, reduciendo la coherencia total del impacto.
Adrian notó un comentario al margen, escrito en tinta más oscura.
La simetría aumenta el daño.
Pasaron al casco.
El módulo cefálico es sellado y de masa elevada. Incorpora un anillo de contención magneto-resonante que rodea el cráneo a nivel parietal.
Morgan escuchó un zumbido grave al activarlo en modo de prueba.
Durante la operación, el anillo emitirá una vibración sonora constante. Su variación en frecuencia indica inestabilidad cognitiva incipiente.
—“Es decir que el casco avisa cuando el viajero empieza a perderse.”—dijo Adrian.
El visor merecía una sección propia.
El visor refracta parcialmente la percepción visual del entorno. Esta distorsión es intencional. Reduce la sincronización excesiva entre estímulo externo y procesamiento cerebral.
La nota aclaratoria era inquietante.
Una percepción demasiado nítida durante el tránsito ha demostrado correlación directa con disociación posterior.
La última página no tenía diagramas.
Solo un texto.
Advertencia:
El Aegis-M7 no proporciona aislamiento total. Su función es resistir, compensar y prolongar la tolerancia del operador.
Un párrafo más abajo:
Cada exposición deja rastros no medibles en el sistema nervioso del usuario. Dichos rastros son acumulativos.
Morgan cerró el manual.
Lambert se despidió de ellos y procedió a salir del edificio. El campo magnético de protección inundaría todo el edificio. Y no era aconsejable que ninguna persona sin protección estuviera cerca.
Cuando Morgan Cross y Adrian Blake se calzaron los trajes, el zumbido comenzó.
—“¿Escuchas eso?”— preguntó Adrian
—“Sí”— respondió Morgan
Las butacas, instaladas en el centro de la amplia sala, no parecían hechas para viajar, sino para relajarse.
Morgan se acomodó primero. El asiento cedió con un suspiro mecánico y se moldeó a su cuerpo como si lo hubiera estado estudiando durante años. Adrian hizo lo mismo a su lado; el Aegis-M7 crujió suavemente cuando se tensó alrededor de sus hombros.
—“Odio cuando una butaca se ajusta apretándome como una mano gigante.”— dijo Adrian, intentando sonar ligero.
—“Si empieza a hacerte preguntas personales, levántate.”— intentó bromear Morgan.
Un tono suave y grave recorrió la sala. No era un sonido propiamente dicho, sino una presión audible, como si el aire hubiera decidido volverse denso.
Luces ámbar se encendieron en el perímetro. No había botones, ni cuenta regresiva. El sistema no pedía permiso.
ANCLAJE INICIADO, anunció una voz neutra, sin género.
Morgan sintió el primer efecto en la boca del estómago. No fue náusea. Fue desalineación, como si sus órganos se hubieran movido medio centímetro fuera de lugar.
—“¿Sientes eso?”— preguntó Adrian.
—“Sí. Como si alguien me estuviera moviendo por dentro.” —
El casco emitió el zumbido bajo y constante del anillo de contención. Las vetas del traje comenzaron a palpitar con una luz tenue, casi orgánica.
La gravedad cambió sin cambiar.
No hubo tirón, ni caída. Solo una sensación de suspensión absoluta, como si el concepto mismo de arriba y abajo hubiese sido retirado del sistema operativo del universo.
CALIBRACIÓN EN PROGRESO
El visor empezó a distorsionar el entorno. Las paredes se estiraron, luego se comprimieron. El espacio parecía respirar.
Morgan intentó mover los dedos. Lo logró… pero con un retraso imperceptible. La orden salía de su mente y tardaba en llegar.
—“Mis manos llegan tarde.” — balbuceó.
—“Las mías llegan… raras.”— contestó Adrian —“Como si no fueran exactamente las de siempre.” —
El tiempo empezó a deshilacharse.
No había segundos claros. No había continuidad. Momentos aislados flotaban sin orden: un recuerdo de infancia, el olor del desierto, una frase que nunca había dicho en voz alta.
Morgan vio, por un instante, su propio rostro desde afuera. No como en un espejo.
—“No mire nada fijo”— advirtió el casco, con una variación leve en el zumbido.
Morgan cerró los ojos.
Eso no ayudó.
Detrás de los párpados no había oscuridad, sino geometría en movimiento, patrones que no obedecían a ninguna lógica humana. Sentía que algo la estaba leyendo, capa por capa, como si su conciencia fuera un archivo mal comprimido.
El cuerpo dejó de sentirse sólido.
Luego dejó de sentirse cuerpo.
Morgan ya no sabía si estaba respirando o si recordaba haber respirado. Cada pensamiento tenía eco. Cada emoción se duplicaba, se fragmentaba, volvía deformada.
Adrian gritó.
O creyó hacerlo.
—“Morgan… algo se está llevando partes… “— la frase llegó incompleta, como una transmisión dañada.
Morgan intentó responder, pero las palabras se le desarmaron antes de llegar a la boca.
PROYECCIÓN ESTABLECIDA
Entonces vino el silencio absoluto.
Un silencio tan profundo que dolía.
Y, de golpe, el peso.
La gravedad regresó como un golpe seco contra los huesos. El aire era distinto: más fino, más áspero, con un sabor metálico que atravesaba el filtro del casco.
Las luces cambiaron a blanco quirúrgico.
RECUPERACIÓN COMPLETA, anunció la voz.
Morgan jadeó. El traje absorbió el espasmo.
Adrian se dobló hacia adelante, agarrándose el pecho.
—“Jamás volveré a quejarme de un vuelo comercial.” — dijo, entre respiraciones
Morgan tardó unos segundos más en hablar. Sentía la cabeza llena de huellas, como si alguien hubiera caminado por su mente con botas imantadas.
—“Llegamos.”— dijo al fin.
El visor se aclaró lo suficiente para mostrar el interior de la base.
Marte.
En algún lugar profundo de su cerebro, Morgan distinguió a dos guardias armados que esperaban por su recuperación completa.
Parecía que una parte de su cuerpo no había llegado del todo.
Al recuperarse, los guardias los llevaron con el comandante de la colonia.
—“No fuimos los primeros.”— dijo el comandante —“Cuando llegamos, alguien ya estaba aquí.” —
—“¿Rusos?”— preguntó Adrian.
—“No lo sabemos. Tal vez. O algo peor.” —
La guerra en Marte no se parecía a ninguna guerra conocida.
No había frentes definidos ni líneas de avance. No había banderas ondeando ni declaraciones oficiales. Solo fallas.
Cada vez que la colonia estadounidense intentaba expandirse con un nuevo módulo habitacional, una cúpula agrícola o un nodo energético, algo salía mal. Soldaduras que cedían sin causa aparente. Sistemas de soporte vital que entraban en bucles imposibles. Microfracturas en estructuras que, según todos los cálculos, no debían fracturarse.
Demasiado precisas para ser accidentes. Demasiado limpias para ser bombardeos.
Los sistemas críticos fallaban siempre en puntos que no destruían, solo debilitaban. Cortes de energía temporales. Pérdidas de presión controladas. Interrupciones que obligaban a evacuar, reparar, retroceder. Nunca un golpe definitivo.
El comandante lo había entendido hacía tiempo.
—“Si quisieran matarnos, ya estaríamos muertos.”— decía en voz baja, casi como una superstición —“Esto no es exterminio. Es desgaste.” —
Las patrullas externas detectaban movimientos, señales térmicas fugaces, interferencias que no coincidían con ningún protocolo humano estándar. A veces parecían equipos bien entrenados. Otras, algo distinto. Demasiado silencioso. Demasiado adaptado al terreno marciano.
Los informes hablaban de rusos. Presuntos. Probables. Convenientes.
Pero había algo que no encajaba.
Algunos sabotajes solo podían realizarse desde adentro. Códigos correctos. Accesos legítimos. Rutinas ejecutadas en horarios exactos, coordinadas con eventos externos. Como si alguien en la colonia marcara el compás.
Y eso era lo más inquietante.
No había explosiones porque quien saboteaba también necesitaba la colonia viva. El oxígeno, la energía, las cúpulas: eran compartidas, directa o indirectamente. Destruir la base significaba morir con ella.
No era una guerra de conquista.
Era una guerra de convivencia forzada.
Dos presencias en el mismo planeta. Dos colonias superpuestas.
Y una red invisible de infiltrados asegurándose de que nadie ganara demasiado terreno.
En Marte, la guerra no se libraba con armas.
Se libraba con equilibrio inestable.
El comandante los hizo llevar a la sala de archivos de la base. Antes, les entregó un código de acceso.
Morgan accedió a los archivos de la colonia marciana. El código les concedió una hora para investigar.
Un simple código verde en la consola central de la base marciana, acompañado por una frase seca: ACCESO TEMPORAL CONCEDIDO.
Morgan Cross levantó una ceja. Adrian Blake sonrió de costado.
—“Doscientos millones de kilómetros para acceder a estos archivos. No está mal.”— murmuró Blake.
—“En Marte, lo fácil puede ser una trampa.”— respondió enigmática Morgan, mientras tecleaba.
La sala de archivos era un espacio angosto, enterrado bajo dos niveles de regolito y blindaje. No había ventanas. Solo el zumbido constante de los servidores y una luz blanca que parecía diseñada para no dejar sombras… ni refugios.
Empezaron por lo básico: listados de personal, rotaciones, perfiles psicológicos, historiales de acceso. Nombres, rangos, rutinas. Demasiado ordenado.
—“Todos parecen impecables.”— dijo Blake, recorriendo una lista —“Demasiado impecables.” —
Morgan asintió sin mirarlo.
—“Los espías siempre pasan los exámenes. Los paranoicos, no.” —
Fue entonces cuando lo vio.
Una carpeta casi oculta, en una terminal sin nombre, protegida por un cifrado distinto. No militar. No estándar. Algo más antiguo… y más profundo.
En la pantalla apareció una sola línea:
PHANTOM ARCHIVES — ACCESS RESTRICTED
Morgan sintió un cosquilleo incómodo en la nuca.
—“Adrian”— dijo en voz baja —“Acá hay algo que nadie quiere que veamos.” —
Intentaron abrir la terminal. El sistema respondió con capas sucesivas de cifrado. Algunas cayeron. Otras no. Morgan activó un protocolo de copia parcial, rápido, sucio.
Los archivos comenzaron a descargarse en fragmentos incompletos. Nombres. Fechas. Alias.
Entonces apareció uno que lo hizo detenerse.
PETROV, ANATOLY
Alias operativo: PRESCOTT, ALAN
Estado: DETENIDO — TIERRA
Ubicación: INSTALACIÓN DE MÁXIMA SEGURIDAD
Morgan tragó saliva.
—“Prescott…”— susurró —“El bastardo del ’52 ya estaba preso antes de que empezaran los sabotajes.” —
—“O al menos, eso nos dijeron.”— replicó Blake —“Los fantasmas siempre tienen coartadas.” —
El archivo vinculaba a Petrov con rutas de sabotaje indirecto, contactos en la Tierra y enlaces logísticos en Marte. No actuaba solo. Nunca lo había hecho.
Aparecieron más nombres. Científicos. Técnicos. Ingenieros del proyecto Pegasus. Marcados como DISIDENTES.
—“No son desertores.” — dijo Morgan —“Son gente que sabía demasiado.” —
Blake miraba la pantalla sin pestañear.
—“O gente que decidió no obedecer.” —
Morgan dejó de copiar. Empezó a memorizar. Uno por uno. Rostros, funciones, patrones. No se llevó todos los archivos. Solo los que pudo grabarse en la cabeza.
Entonces leyó la frase que lo heló.
PROTOCOLO DE SABOTAJE INDIRECTO:
El coordinador debe seleccionar dos agentes estadounidenses activos. Operarán sin conocimiento de su rol real. Serán considerados prescindibles.
El silencio cayó como una losa.
—“¿Leíste eso igual que yo?”— preguntó Blake, muy despacio.
Morgan cerró los ojos un segundo.
—“Sí.” —
—“¿Y si somos nosotros?” —
Morgan lo miró.
—“Entonces el plan es perfecto.” —
En ese instante, la pantalla parpadeó.
ACCESO REVOCADO. SESIÓN FINALIZADA.
—“Mierda.”— escupió Blake —“Aún faltaban unos minutos. Nos detectaron.” —
—“O nos dejaron llegar hasta acá.”— dijo Morgan —“Eso es peor.” —
No intentaron reabrir nada. Salieron de la sala con la misma calma con la que se abandona un velorio.
Algo estaba mal desde el principio. Y ahora olía a traición.
De regreso en la Tierra, no acudieron a Lambert. No todavía.
Siguieron los nombres memorizados, las referencias cruzadas, las sombras que se repetían en los Archivos Phantom. Así llegaron a un grupo disperso, sin sede fija, sin jerarquía visible.
Se hacían llamar los Custodios del Tiempo.
—“Bonito nombre.”— ironizó Blake en la reunión clandestina —“Suena a secta de biblioteca.” —
—“Somos archivistas de lo que nunca debió ocultarse.”— respondió una mujer desde la penumbra —“Y enemigos de Echo Division.” —
Fue entonces cuando hablaron sobre lo que decían era la verdad. Fragmentada, incompleta… pero suficiente.
Los Archivos Phantom no pertenecían oficialmente a ningún organismo federal. Echo Division tampoco.
Y Lambert…
—“Nunca fue parte del gobierno.”— dijo uno de los Custodios —“Forma parte de una estructura paralela. Una herencia. Un eco que aprendió a trabajar como agente doble.” —
Morgan apoyó las manos en la mesa.
—“Entonces Marte no es solo una guerra entre colonias.” —
—“No.”— respondieron —“Es una guerra por el relato.” —
Blake sonrió, sin humor.
—“Perfecto. Estamos rodeados de saboteadores… y trabajando para algo que no existe.” —
Morgan pensó en los archivos cerrándose, en los nombres, en los agentes prescindibles.
—“No.”— corrigió —“Estamos trabajando para nuestro gobierno, y ahora infiltrados como agentes dobles.” —
FIN
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