Destinos Olvidados
El sonido de la lluvia retumbaba en el techo de hojalata del bar mientras el viento hacía crujir la vieja puerta de entrada. Elias estaba empapado. Con un aire de exasperación, se sentó en la barra, consciente que los pocos clientes lo observaban de reojo, como si fuera una especie de intruso en sus vidas rutinarias y sombrías.
Pidió un whisky y trató de ignorar las miradas inquisitivas, dejándose envolver por el olor a madera añeja y tabaco que impregnaba el aire.
Al girarse hacia la sala, su mirada quedó atrapada en la figura de una mujer sentada sola en una mesa apartada. Tenía una belleza pálida y delicada, el cabello oscuro enmarcaba un rostro de rasgos intensos y unos ojos que parecían ocultar secretos. Elias sintió una extraña sensación de familiaridad, como si aquella mujer de algún modo formara parte de algo que él debía recordar. Sin pensarlo mucho, se levantó y se acercó.
—"¿Te importa si me siento?"— Preguntó, intentando que su voz sonara casual, aunque no podía ocultar del todo su curiosidad.
Ella alzó la mirada, y esbozó una sonrisa leve, algo enigmática.
—"Por supuesto. A veces, una noche de tormenta se disfruta mejor en compañía"— Respondió con una voz suave y firme, invitándolo con un gesto de la mano a sentarse frente a ella.
Elias tomó asiento y, tras una pausa, intentó romper el hielo.
—"No soy de por aquí. Solo estaba de paso cuando me sorprendió la tormenta. No esperaba encontrar un bar abierto tan tarde."-
Ella lo observó en silencio por un momento antes de responder.
—"Este bar... siempre está abierto para los viajeros"— Dijo casi en un susurro —"Es un lugar para quienes necesitan un refugio... o algo más."-
Elias sintió un ligero escalofrío. Se rió para disimularlo.
—"Entonces soy un afortunado"— Elias alzó su vaso en un gesto de brindis —"Por los refugios inesperados"-
La mujer sonrió y tocó su copa con la suya, sin apartar los ojos de él.
—"Eleonora"— Dijo presentándose —"Aunque dudo que mi nombre tenga algún significado para ti"-
—"Elias"— Respondió él —"¿Sabes? Siento que... ya te conozco de algún sitio"-
Eleonora ladeó la cabeza, mirándolo con interés.
—"¿De verdad?"— Preguntó con un tono incrédulo —"Quizá el pasado tiene formas curiosas de jugar con la memoria. O, tal vez, el destino ha cruzado nuestros caminos esta noche."- Sus ojos se clavaron en él, y Elias sintió que la intensidad de esa mirada podía ocultar algo más profundo.
Mientras hablaban, las preguntas de Eleonora parecían volverse personales, como si quisiera conocer aspectos íntimos del hombre sin darle pistas sobre la suya. Elias sintió que la conversación se hacía cada vez más extraña, pero al mismo tiempo, no podía ni quería apartarse de ella. La manera en que la mujer parecía adivinar sus pensamientos y sus gestos lo mantenían cautivo, hasta que Eleonora, tras mirarlo detenidamente, deslizó una invitación en medio de la charla.
—"¿Quieres continuar esta conversación en un lugar más cómodo? Mi casa no está muy lejos de aquí, y no tendrás que pasar la noche en esta posada fría... y solo"— Propuso, inclinándose levemente hacia él.
Sin saber si era la voz envolvente de Eleonora o la atmósfera del bar, Elias aceptó. Caminó junto a ella a través de la tormenta, hasta llegar a una casona antigua y majestuosa, cuyo aspecto imponente en medio de la oscuridad le provocó una mezcla de temor y fascinación.
Al cruzar el umbral de la puerta, el viento arremolinado hizo que los ventanales de la casa crujieran como si la tormenta intentara abrirse paso al interior del edificio. La decoración era opulenta, cargada de objetos antiguos, tapices hechos a mano y muebles tallados que parecían salir de una época remota. Eleonora encendió una lámpara de aceite que proyectó sombras alargadas y danzantes en las paredes, llenando el ambiente de una calidez inquietante.
—"¿Vives aquí sola?"— Preguntó Elias, mirando alrededor con una mezcla de asombro y desconcierto.
—"La casa y yo llevamos mucho tiempo juntas... somos viejas amigas"- Respondió ella con una risa suave y triste —"Pero de vez en cuando, se agradece la compañía de alguien que traiga una brisa fresca... aunque sea solo por una noche."-
La respuesta lo dejó sin palabras, pero algo en la forma en que la mujer lo miraba, lo invitó a seguir hablando.
—"Es un lugar hermoso, aunque tiene un aire... melancólico, supongo"— Admitió, acariciando con la mirada las reliquias que adornaban la estancia. Sus ojos se posaron en un objeto peculiar sobre una mesa: un reloj de bolsillo de aspecto muy antiguo, con una cadena de plata oscurecida por el tiempo.
Eleonora notó su mirada y se acercó al reloj, tomándolo entre sus manos.
—"Es un objeto especial. Me lo dio un viejo amigo... hace mucho, mucho tiempo"- Dijo con un tono distante, como si hablara consigo misma —"Siempre supe que acabaría en manos de alguien... más... adecuado"-
Elias sonrió, aunque su sonrisa se desvaneció al ver que Eleonora lo miraba de una forma intensa.
—"¿Te gustaría tenerlo?"— Preguntó ella de repente, acercándole el reloj. Elias no supo cómo responder.
—"No... no puedo aceptar algo así, tan valioso."— Respondió — "Además, parece que tiene mucho valor para ti"-
Ella sonrió seductoramente y deslizó el reloj hacia él mientras acercaba su cuerpo hasta casi tocarlo.
—"A veces, los objetos saben a dónde pertenecen... Y este reloj, Elias, parece atraído hacia ti. Quizá el tiempo tiene planes para cada uno de nosotros. Solo espero que... sepas cuándo aceptar el suyo."-
Él sintió que había un mensaje oculto en esas palabras, pero la actitud seductora de Eleonora lo atrapaba más allá de la razón. Sostuvo el reloj entre sus dedos y un extraño escalofrío le corrió por el cuerpo al contacto.
—"¿Es antiguo, verdad?"— Preguntó, para romper la tensión que se había acumulado.
—"Tan antiguo como los secretos que puede contener"— murmuró Eleonora, apartándose y dejándolo solo con el objeto.
Esa noche, el misterio del reloj quedó en segundo plano mientras Eleonora lo arrastraba hacia una fascinación peligrosa. Cuando finalmente se quedaron en silencio, la tormenta afuera se había calmado, dejando la casa sumida en una quietud sepulcral.
Sentados en el sofá, Eleonora deslizó su mano fría y delicada sobre la de Elias, entrelazando los dedos en un movimiento lento y seguro que lo dejó sin aliento. La piel suave de la mujer desprendía una frescura que le recordaba a la niebla sobre el agua en una madrugada de invierno. Sin soltarlo, lo guio a través de los largos y oscuros pasillos de la casona, donde las sombras se alargaban y bailaban con cada paso que daban. Los cuadros antiguos en las paredes parecían observarlos, como testigos silenciosos de una historia que se repetía y que él no podía comprender del todo.
Al llegar a la puerta del dormitorio, Eleonora se detuvo, mirándolo con una expresión de melancolía y una profunda fascinación. Su rostro, a la luz tenue de las velas, parecía el de una figura esculpida en mármol antiguo, y sus ojos, intensos y oscuros, lo miraban como si buscaran un secreto escondido en su alma. Sin decir palabra, deslizó sus dedos sobre su rostro, acariciando sus facciones con una ternura extraña, como si en él buscara algo perdido en el tiempo. Le besó apasionadamente.
Elias sintió que su respiración se volvía más lenta y profunda, como si la misma atmósfera de aquella habitación lo envolviera en una calma sobrenatural. Eleonora lo atrajo hacia ella con una suavidad elegante, como una brisa que envuelve y no permite escapatoria, y en ese momento, cada uno de sus movimientos parecía cuidadosamente diseñado, como si él fuese parte de un ritual que ella conocía bien.
Lo llevó hacia la cama, una gran estructura de madera tallada con delicados detalles. El dosel y las cortinas velaban cualquier rastro de luz exterior. Entre esas sombras etéreas, Elias sintió que el tiempo se detenía, como si el mundo real se desvaneciera y solo quedaran ellos dos, atrapados en un instante eterno.
La noche transcurrió en un silencio profundo, entre susurros apagados, gemidos intensos y miradas que decían más de lo que las palabras hubieran podido expresar. Cada caricia, cada roce, estaba envuelto en una mezcla de misterio y de inevitable atracción. La piel de Eleonora, suave como el mármol, era un contraste fascinante que lo envolvía en una sensación de ensueño. Elias nunca había sentido algo igual; cada instante era como tocar los bordes de un abismo oscuro y bello al mismo tiempo.
En algún momento de la madrugada, cuando la tormenta se había calmado, Elias sintió el peso del cansancio apoderarse de él y, sin saber cómo ni cuándo, cayó en un sueño profundo, abrazado al cuerpo desnudo de Eleonora y arrullado por la extraña quietud de aquella casona antigua.
Cuando despertó, el primer rayo de sol apenas empezaba a filtrarse por las cortinas gruesas y polvorientas. Eleonora ya no estaba a su lado. El espacio donde había estado la noche anterior, envuelta entre las sombras y sus brazos, estaba vacío, y un leve aroma a violetas, antiguo y profundo, impregnaba la almohada a su lado, como el rastro de un recuerdo que él no podía atrapar.
Al vestirse, fue cuando notó un peso inusual en el bolsillo de su pantalón. Metió la mano y sacó el hermoso reloj de bolsillo envuelto en una nota, que parecía escrita con una caligrafía de otra época. Decía:
-"Un regalo para ti."-
Elias se dio cuenta que el reloj corría en cuenta regresiva, y sin importar cuánto lo intentó, no logró detenerlo o retrocederlo. El eco de la noche y el recuerdo del cuerpo desnudo de la mujer reverberaron en su mente con un susurro lejano y perturbador.
A partir de aquel día, y a pesar de todos sus esfuerzos, le resultó imposible volver a encontrar a Eleonora. Nadie la recordaba en el bar, la vieja casona estaba cerrada y las pesadas cortinas impedían ver el interior.
Empezó a notar la sombra de una figura siguiéndolo, como si alguien le espiara siempre al borde de su visión. Sin importar a dónde iba, la sombra aparecía de manera intermitente en su vida cotidiana. Nunca la vio del todo presente, pero siempre le pareció amenazante.
A pesar de sus intentos no pudo librarse de aquella presencia que se le antojaba femenina. La veía en los reflejos de los escaparates, en las sombras de los callejones, y hasta en la penumbra de su propio cuarto, cada vez que la luz de la luna cruzaba las cortinas. Difusa, pero siempre presente, la sensación que algo oscuro y amenazante lo acechaba, crecía como una espina clavada en su mente.
Desesperado, decidió acudir a un historiador local, un hombre conocido por su conocimiento de las leyendas y los oscuros secretos del pueblo. Cuando Elias entró a la pequeña librería donde el historiador pasaba sus días, el anciano lo miró con una mezcla de curiosidad y advertencia.
—"¿En qué puedo ayudarte?"— Preguntó el historiador, acomodándose los lentes y evaluando a Elias con ojos agudos.
Elias dudó un momento, pero sabía que no podía seguir soportando aquella presencia. Sacó el reloj de su bolsillo y lo colocó sobre la mesa de madera oscura, frente al historiador.
—"Necesito que me diga qué sabe de esto"— Dijo, con voz baja y dubitativa.
El historiador estudió el reloj por un momento, y un destello de reconocimiento cruzó su rostro mientras su expresión se volvió sombría.
—"¿Dónde conseguiste esto?"— Preguntó, con una expresión mezcla de concentración y preocupación.
Elias tragó saliva, sintiendo un nudo de ansiedad formarse en su estómago —"Se lo dieron a… alguien con quien estuve"— Titubeó, incapaz de describir la conexión sombría que sentía con Eleonora —"Desde entonces, veo… una sombra que me sigue. Aparece en reflejos, en lugares inaccesibles. La veo… pero nunca está realmente allí."-
El historiador asintió, como si hubiera oído esa historia antes. Sus dedos temblaban ligeramente al tocar el reloj.
—"Este reloj… perteneció a Eleonora VanDerZee"- Los ojos del historiador se encontraron con los de Elias, y en su mirada había una mezcla de compasión y terror —"Una mujer que desapareció en 1850, aquí mismo, en este pueblo."- Le mostró un viejo álbum en el que el rostro de Eleonora le contempló desde el pasado -"Era conocida por sus encantos, su misterio… y las muertes que siguieron a su paso por el pueblo."-
Elias sintió que la habitación se volvía más fría. La mención de Eleonora y su desaparición tantos años atrás, lo llenó de una mezcla de terror y fascinación enfermiza.
—"¿Murió en 1850?"— Preguntó, aunque sabía la respuesta en el fondo de su ser.
El historiador negó lentamente con la cabeza.
—"Nadie sabe qué ocurrió con ella realmente, pero… hay rumores. Que el esposo la mató. Que huyó con su amante. Otros dicen que Eleonora tenía una especie de… pacto. Y que el reloj es una especie de recuerdo para su amante, que tiene una maldición y por eso la olvida. Dicen que busca eternamente a su amante, que la ha olvidado. Y cuando lo encuentra, se enamoran nuevamente, pasan la noche juntos y quedan ligados a través de ese reloj… hasta el momento del reencuentro."-
Elias sintió que un escalofrío recorría su espalda.
—"¿Qué significa eso?"— Preguntó con la voz quebrada.
El historiador suspiró, sus ojos clavados en el reloj.
—"Significa que, desde el momento en que ese reloj pasó a tus manos, es porque eres su enamorado. Y tu destino ha sido sellado. Eleonora volverá por ti para llevarte consigo. Siempre lo hace. Reclamará el amor que dejó atrás… y porque te enamoraste de ella, te reclamará a ti"- Resopló y después de unos instantes, explicó -"No sabemos nada de Eleonora, en realidad. Algunos dicen que es la dama de la muerte buscando a aquellos a los que les llegó la hora. Otros dicen que busca a aquellos que la amaron... En realidad son leyendas urbanas. Nadie sabe en realidad..."- No terminó la frase.
Elias tragó con fuerza, sintiendo que un abismo se abría bajo sus pies. Sus manos se aferraron a los brazos de la silla, como si el contacto con algo tangible pudiera mantenerlo en la realidad.
—"¿Y qué puedo hacer?"— Susurró —"Tiene que haber una forma de romper esta... maldición... o este ... hechizo?"-
El historiador lo miró con tristeza, como si la pregunta le recordara a otros que habían pasado por lo mismo y habían fracasado.
—"Los que tuvieron ese reloj antes de ti intentaron escapar de ella…"— Dijo, con voz grave —"Algunos intentaron destruir el reloj, otros huir del pueblo. Pero ella siempre encontró la forma de volver a ellos. Una vez que su sombra está contigo, no hay escape."-
Elias sintió que un peso invisible lo aplastaba, mientras la desesperanza llenaba su alma.
—"¿Entonces… estoy condenado?"— Preguntó con su voz en apenas un susurro.
El historiador guardó silencio, su mirada estaba cargada de una compasión sombría.
—"Al menos, tienes tiempo… hasta que el reloj termine la cuenta regresiva"-
El reloj parecía tener voluntad propia. No importaba qué hiciera Elias: lo había lanzado al río, enterrado en lo profundo del bosque, y hasta intentó venderlo a algún desprevenido coleccionista en una tienda de antigüedades. Pero cada mañana, al abrir los ojos, el reloj reaparecía en su bolsillo, en su mesa de noche o incluso en el asiento del coche, como si se burlara de sus esfuerzos. Cada vez, el tiempo de la cuenta regresiva marcaba menos, y el espacio entre cada tictac se sentía como un recordatorio de que el final estaba cada vez más cerca.
Las semanas se convirtieron en meses, y Elias comenzó a sentirse como una presa a punto de ser cazada. Dormía poco y mal, acechado por pesadillas en las que Eleonora aparecía como una figura etérea, susurrando su nombre con una voz suave y escalofriante, mientras su sombra se proyectaba sobre él como una niebla espesa que nunca terminaba de disiparse. Cada vez que despertaba empapado en sudor, encontraba el reloj esperando, su aguja avanzando un poco más hacia el final.
El tiempo comenzó a desdibujarse. Durante el día, escuchaba susurros ininteligibles a su alrededor, como si Eleonora lo estuviera llamando desde algún rincón oscuro de su mente. Los reflejos en los espejos y ventanas le mostraban fugazmente su hermoso rostro, pálido y sonriendo con una tristeza que lo estremecía. A veces, creía ver su figura en las sombras de los árboles o en las esquinas de las habitaciones. Por la noche era peor; los sueños se volvían cada vez más vívidos, y en ellos sentía el roce de sus manos frías, el peso de su mirada fija en él. Las palabras que le susurraba se volvieron más claras y definidas con cada encuentro en el mundo de los sueños.
—"Pronto estaremos juntos, Elias. Muy pronto"-
Al llegar al último día marcado en la cuenta regresiva, Elias se despertó en su cama sintiéndose atrapado en una neblina espesa. La casa estaba en silencio absoluto, y una quietud sofocante le apretaba el pecho. El reloj en su mesa de noche mostraba los últimos minutos de la cuenta regresiva, con cada segundo resonando como un golpe sordo en su mente.
Con el corazón latiendo desbocado, sintió un deseo irresistible de volver a la casa en donde se enamoró del fantasma. Ese deseo irresistible le llevó a la vieja mansión por unos momentos, sus manos se negaron a abrir la puerta, como si estuviera paralizado por una fuerza invisible. Se concentró en el reloj y cuando las manecillas marcaron el último minuto, abrió la puerta. La temperatura en la habitación descendió bruscamente, y una sombra apareció desde el fondo del pasillo.
Allí estaba Eleonora, tan hermosa y fantasmal como en la noche en que la conoció. Su piel pálida brillaba con una frialdad sobrenatural, y sus ojos oscuros lo miraban con una mezcla de ternura y compasión que heló su sangre.
—"Ha llegado el momento de estar nuevamente juntos, Elias... amor mío..."— Dijo ella con una voz suave y profunda, la misma que había oído en sus sueños —"He venido para llevarte conmigo... para que estemos juntos..."-
Elias retrocedió instintivamente, mientras el pánico congelaba sus músculos, pero Eleonora avanzó sin prisa, llenando el aire con un aroma a violetas y a tierra húmeda. Su sombra se alargaba sobre él, envolviéndolo, y en ese instante, Elías comprendió que no había escapatoria. Había estado marcado desde el momento en que acarició el hermoso cuerpo desnudo de Eleonora.
Con su última pizca de valor, Elias susurró:
—"¿Por qué yo? ¿Qué quieres de mí?"-
Eleonora se inclinó hacia él, su mirada penetrante y su voz envolvente.
—"El amor es la maldición que nos une. Eres mi recuerdo, mi anhelo... y ahora, yo soy tu destino"-
La última campanada del reloj resonó, y el tiempo pareció detenerse. Elias sintió el intenso aroma del fantasma envolverle, arrastrándolo hacia un destino insondable, donde las palabras y el mundo real perdían todo sentido. La última visión que tuvo fue el rostro de Eleonora, fundiéndose a él y mirándolo con una sonrisa eterna y triste, como si lo recibiera en el lugar donde sus almas vagarían por siempre, atrapados ambos en una noche sin fin.
FIN
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