La Amiga del Gimnasio
Elizabeth conversaba con Lorena, su amiga de toda la vida. Decía con un suspiro -"No sé, Lore… El otro día fui al gimnasio con Robert, y habían varias chicas ahí, tan... atléticas y sonrientes..."-
Lorena, que gustaba de dar consejos, le respondió enfáticamente -"¡¿Ves?! ¡Lo sabía! ¡Las chicas de gimnasio son un peligro! ¿No has escuchado? ¡Se especializan en el “robo de novios”! Entre las pesas y las endorfinas, ¡es un plan de secuestro en cámara lenta!"-
Elizabeth soltó una carcajada por la forma en que su amiga describió el problema -"¿Un plan de secuestro? ¡Ay, Lorena! ¿No crees que es algo exagerado?"- Reía de buena gana.
-"Eso dicen siempre. 'Es mi prima' o 'Es mi entrenadora'”- Contraatacó Lorena mientras fingía una voz ñoña -"¡Excusas! Te digo, Liz, cuida bien a Robert, que estos gimnasios están llenos de… ¡’cazadoras de mancuernas’! Aparecen como si fueran simpáticas… ¡y zas!"-
Elizabeth respondió riendo -"¿'Cazadoras de mancuernas'? ¿Qué, también te roban las pesas?"-
Lorena dijo -"¡Ríete si quieres! Primero te quitan el turno de las pesas, porque las pesas son las preferidas de los chicos. Luego se cuelan para quitarte el lugar en la máquina, y antes de que te des cuenta, ¡tienen a tu novio mirándoles las bubis y la cola! ¡Y haciendo abdominales solo para que ellas los miren! Mira, hay que tomar precauciones: sigue a Robert a todas partes dentro del gym. Así todas podrán leer ‘Propiedad de Elizabeth’ cuando le vean. No seas sutil, tiene que ser obvio."-
Elizabeth seguía riéndose a carcajadas -"¡Ay, Lore! ¿Y qué hago si me piden ‘prueba de propiedad’? ¿Le pongo un chip como si fuera un caniche?"-
Lorena siguió -"Ríete, pero si se pudiera, deberías ponerle un chip que diga ‘ya tiene dueña. Se llama Eli’. Imagínate: un pitido cada vez que alguna loba se acerque. Y una app de localización."-
Elizabeth sonrió divertida -"¿Una app ‘anticelos’? ¿Qué viene después, una alarma en el gimnasio cada vez que se le acerque alguien que considere 'amenaza'?"-
-"¡Tal cual! Escúchame, tengo más ideas."- Lorena estaba inspirada -"Mira, necesitas una señal secreta que puedas enviarle a tu novio. Cada vez que él vea a otra chica, le tienes que hacer el 'código Elizabeth'. No sé… ¿te ejercitas como loca mientras le lanzas una mirada fulminante?"-
Elizabeth le siguió el juego -"¡O bailo zumba a su alrededor para asustarlo a él y a la chica!"-
-"¡Perfecto!"- Enfatizó Lorena -"Así sabrán que tú estás siempre lista. Nunca subestimes el poder de una mirada celosa: si ves que se le acerca alguien, mándale esa mirada que dice: 'aquí estoy, soy la novia oficial'. Y si eso no funciona, pues, ¡toca hacer una rutina de cardio para que te preste más atención que a las otras."-
Elizabeth se quedó pensativa después de la charla con Lorena. Claro, se habían reído a carcajadas, pero ahora, mientras se dirigía a casa, una pequeña semilla de duda se había plantado en su mente. ¿Y si Lorena tenía razón? No quería ser de esas novias que inspeccionan cada movimiento de su pareja, ¡qué horror! Pero, por otro lado… ‘¿y si era verdad que las peores tentaciones se presentaban en el gimnasio?’
Mientras giraba la llave en la puerta de su departamento, le asaltó otra pregunta: ‘¿cuántos noviazgos se habrían roto dentro de esos muros repletos de pesas y espejos?’ Sin quererlo, ya estaba ideando escenarios: Robert con su sudadera en la caminadora y una instructora casualmente ‘corrigiendo su postura’ o sonriendo con exceso de entusiasmo. ¿Cuántas veces habría pasado algo así? Quizás el gimnasio era uno de esos ‘espacios peligrosos’ de los que tanto hablaban las revistas de moda y estilo de vida.
Con una mezcla de curiosidad y resignación, pensó en el último número de Belle Epoqué, la revista donde siempre encontraba artículos como ‘¿Cómo saber si estás en una relación sana?’ o ‘Los lugares donde acechan las tentaciones más insospechadas’. Quizás había alguna estadística sobre parejas perdidas entre las mancuernas y las barras. Elizabeth soltó una risa nerviosa, imaginando un artículo titulado algo así como ‘¿Está tu relación en peligro… de caer en el bench press?’.
Con esa mezcla entre curiosidad y absurdo, tomó el celular y abrió el buscador, casi en automático, tecleando: ‘relaciones que terminan en el gimnasio’. Una avalancha de títulos sugerentes le apareció en la pantalla: ‘Entrenar en pareja podría salvar tu relación’, ‘El gym: ¿templo del cuerpo o del coqueteo?’ y ‘Cuidado con los entrenadores de tu pareja’.
Leyó los titulares y terminó suspirando, sintiéndose entre paranoica y dudosa. En el fondo, ella quería confiar en Robert; sabía que él no era del tipo que se dejaba llevar por cualquier mirada o sonrisa, por sugerente que fuera. Pero las dudas estaban ahí, en medio de su inseguridad, rondando como esas canciones pegajosas que no se van de la cabeza.
Finalmente, dejó el celular a un lado y ya en el sofá, pensó en la posibilidad de convertirse en una detective amateur en el gimnasio, armada con la mirada que Lorena le había sugerido. Pensándolo bien… no le vendría mal hacer una ‘visita sorpresa’ de vez en cuando. Total, un poco de cardio y algo de pesas le caerían bien a su cuerpo.
Por la mañana, Elizabeth entró al gimnasio con paso firme, su actitud irradiaba confianza… aunque tenía los ojos clavados en su novio Robert, que estaba usando las pesas. Le lanzó una sonrisa rápida para saludarlo mientras él ajustaba los discos y comenzó con su propia rutina en la caminadora. Claro, la verdadera rutina consistía en echarle vistazos calculados a su novio más que en hacer ejercicio de verdad.
“Hay demasiadas lobas sueltas en estos días” Pensó sin remordimientos ni censura. Robert tenía el pantalón que no le gustaba. "Marcaba" demasiado sus "partes". Por allá una rubia de cuerpo voluptuoso miraba demasiado adonde estaba su novio. “Ah... no. Se saludó con otra chica.”
Robert estaba en el punto de mayor esfuerzo con sus repeticiones, Elizabeth terminó con la caminadora y tomó un par de pesas livianas. Comenzó a levantar los brazos con un entusiasmo muy estudiado, tratando de no ser evidente. Sin embargo, cuando Robert hacía una pausa para tomar agua, ella también hacía lo mismo y le lanzaba una mirada que quería decir "te tengo vigilado, cariño”. Él, ajeno a todo, le sonreía de vuelta, probablemente pensando que ella estaba realmente enfocada en su propio entrenamiento.
Justo cuando Elizabeth se relajaba pensando que todo estaba bajo control, vio a una instructora acercarse a Robert con familiaridad. Por poco se atragantó con el agua. "Mierda, es una escultura" pensó mientras miraba su propia figura en el espejo, comparándose. Era una chica alta, atlética y, a sus ojos, peligrosamente amigable. "Peligro. Peligro." le gritaba su cerebro.
La instructora se inclinó hacia Robert, señalando algo en su postura, y Elizabeth sintió una pequeña chispa de celos convertirse en una llamarada. "Ah, claro", pensó, "justo lo que me faltaba: la entrenadora Barbie Fitness."
Decidida a demostrarle a Robert que ella también podía ser atlética y competitiva, se posicionó frente a un espejo y empezó a hacer las mismas sentadillas que él estaba haciendo… solo que más profundas y, según le parecía, "mejor ejecutadas".
Elizabeth continuó con su improvisada sesión de hiper-sentadillas, roja de ira y lanzando miradas fulminantes a la entrenadora que le sonreía a su novio. ¿De qué diablos estarán charlando? Estaba muy lejos y no podía escuchar.
Y Robert... "¿qué está haciendo el patán" le ¡está sonriendo! como un perro amaestrado a su ama. "¡Todos los hombres son babosos!". En su furia perdió el control del equilibrio y se resbaló cayendo de costado mientras un par de asistentes que estaban cerca, le ayudaron mientras se miraban entre sí con una mezcla de sorpresa y entretenimiento.
Cuando la instructora hizo una corrección de postura a Robert, ¡tocándole el muslo! Elizabeth se inclinó aún más y a punto de explotar, sus rodillas temblaban y sus fosas nasales se expandían. Empezaba a verse como una garza en equilibrio precario. Estaba lista para pelear con la Barbie.
De repente, Robert señaló hacia donde estaba Elizabeth y la instructora se acercó con una sonrisa amistosa. -“Hola, soy Diana, prima de Robert. ¡Qué bien verte por aquí! ¿Quieres que te ayude a mejorar tu técnica?”- Elizabeth soltó un resoplido e hizo un gesto de negación con la mano, como si tuviera todo bajo control.
-“Gracias, estoy bien”- Dijo gruñendo con una sonrisa forzada, mientras sus piernas comenzaban a quejarse del esfuerzo que había estado haciendo. Diana, algo confundida, mantuvo su sonrisa. -“Claro, no hay problema. Bueno, cualquier cosa me avisas, ¿sí?”-
Elizabeth asintió, ocultando su desconcierto tras una sonrisa de hierro. "¿Prima?" Sin embargo, aún no terminaba de convencerse, así que decidió mantener su vigilancia silenciosa. Ahora Robert y la instructora parecían realmente divertidos en una charla, y Elizabeth, tomando una pesa mucho más pesada de lo que acostumbraba, se propuso impresionar a su novio.
-“Elizabeth, ¿estás bien?”- Preguntó Robert mientras la veía luchar contra la pesa que intentaba levantar sin caerse de lado.
-“Claro, solo... estirando un poco... los brazos”- Respondió Elizabeth con la voz entrecortada.
Finalmente, Robert pareció comprender la situación, se acercó con una sonrisa conciliadora y, en un tono calmado, le dijo:-“Cariño, Diana es mi prima. Trabaja aquí, solo que no viene cuando lo hacemos nosotros. Hoy coincidió y vino a ayudarme a pulir mi entrenamiento. Tiene años en esto de la instrucción”-
Elizabeth parpadeó y más tranquila pudo asimilar la situación. “No estaban fingiendo”. Rompió a reír, aliviada y divertida a la vez. -“Oh, entonces... ¡es tu prima!”-
Diana comprendió la divertida situación por la que la novia de Robert había atravesado y sin rastro de molestia, también se unió a las risas.
-“Bueno,”- Añadió Elizabeth entre carcajadas -“al menos hoy he aprendido algo nuevo en el gimnasio. Prometo que la próxima vez que vengamos no me pondré en modo ‘agente secreta’”-
Elizabeth dejó su actitud vigilante con una sonrisa en los labios y se prometió a sí misma disfrutar su próxima visita al gimnasio… “con o sin primas de por medio”.
FIN
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