Ecos de la Eternidad
Capítulo 1: El hombre que miró demasiado
La sala era pequeña, austera y apestaba a incienso viejo y secretos mal ventilados. El escritorio estaba cubierto de libros, pudo ver un bolígrafo viejo con la tinta de la punta apenas seca. Una silla estaba tirada de lado, como si alguien la hubiera dejado en una huida precipitada. Y, sin embargo, no había rastros de lucha. Tampoco manchas de sangre, ni un cuerpo caído con la expresión de sorpresa definitiva.
Steve Crettan encendió un cigarrillo. -"Desaparecido en el Vaticano"- murmuró, -"suena a título de novela barata, pero aquí estamos"-
Exhaló el humo y recorrió la habitación con la mirada. Era la última estancia conocida de Lucas Angeleri, el operador del cronovisor. El Prefecto de la Biblioteca Vaticana lo había llamado con la voz de quien ha visto demasiados milagros para sorprenderse, pero con el miedo de alguien que sabe que hay cosas que no deben hacerse públicas.
—"Angeleri era un hombre de fe, pero también un hombre de ciencia"— Había dicho el Prefecto, un jesuita enjuto con un ceño permanentemente fruncido —"Se tomaba su trabajo muy en serio."-
—"Eso nunca es bueno"— había respondido Crettan —"La gente que se toma el trabajo en serio tiende a acabar muerta o peor"-
Ahora, en la soledad de la habitación, Crettan hojeó cuidadoso las notas de Angeleri. A primera vista parecían garabatos incomprensibles, pero pronto detectó un patrón: fechas, códigos, frases crípticas. Y una en particular que le llamó la atención: "La historia es una mentira bien contada".
—"Menuda sorpresa. ¡La Iglesia guardando secretos!"— bufó, dejando caer la libreta sobre el escritorio.
De pronto, sintió una presencia detrás de él. No se molestó en volverse.
—"Si vienes a contarme que este cuarto es sagrado y que no debería estar aquí, te sugiero que ahorres saliva"— dijo sin levantar la mirada.
El Prefecto aclaró la garganta.
—"Solo quería ver si había encontrado algo"-
—"Un hombre que trabaja para el Vaticano, manipulando una máquina que mira al pasado, se esfuma sin dejar rastro. Lo único que queda son sus notas, que hablan de mentiras y verdades ocultas. ¿Qué cree usted que encontré?"-
El Prefecto cruzó las manos, con un gesto grave.
—"Angeleri tenía una mente inquisitiva"-
—"¡Oh, no me diga! En el pasado, a la gente inquisitiva aquí se le prendía fuego. Ahora desaparece sin dejar rastros."-
El religioso frunció el ceño, pero no respondió. Crettan le sostuvo la mirada un momento antes de volver a las notas.
—"A ver si lo entiendo. Angeleri desaparece. ¿Y me llaman a mí por qué? No parece que haya sido un robo. Tampoco hay sangre. Si esto fuera una historia oficial, dirían que se fugó con una monja y un saco de oro de la colecta dominical. Pero sospecho que ustedes saben algo más."-
El Prefecto suspiró.
—"Lucas había empezado a hacer preguntas que no debía. Y peor aún, buscaba respuestas fuera de estos muros."-
Crettan dejó el cigarro en un cenicero improvisado con una tapa de metal.
—"¿Fuera de estos muros? ¿Quién era su contacto?"-
El Prefecto vaciló. Luego, con resignación, dijo:
—"La Dra. Helena Volken."-
Crettan arqueó una ceja. Conocía ese nombre. -"Científica atea. Famosa en el campo de la mecánica cuántica. ¡Cielos, qué sorpresa! Un tipo que trabaja para la Iglesia y empieza a dudar, va a pedir ayuda a alguien que sabe más que los monaguillos. Y ahora ella también desapareció, ¿verdad?"-
El Prefecto asintió con pesar.
—"Necesito encontrarla."- Dijo el Prefecto en tono de disculpa.
—"Usted necesita respuestas. Yo necesito whisky, pero aquí estamos. ¿Sabe dónde la vieron por última vez?"-
El Prefecto le entregó un sobre con una dirección.
—"Eso es todo lo que pude averiguar. Buena suerte, detective."-
Crettan tomó el sobre y se levantó. La investigación apenas comenzaba, pero ya sabía algo: si alguien desaparece en el Vaticano, las posibilidades de encontrarlo con vida son tan escasas como la carne en el menú de un convento.
El cronovisor era un secreto celosamente guardado.
Oficialmente, no existía. Extraoficialmente, había sido desarrollado por el sacerdote y científico italiano llamado Pellegrino Ernetti en la década de 1950. Ernetti, durante su vida afirmó haber construido un dispositivo capaz de captar imágenes del pasado, algo así como una televisión cuántica sintonizada en la historia. Lo había desarrollado con la ayuda de un grupo de físicos y teólogos, pero pronto el Vaticano tomó el control absoluto del aparato.
La explicación oficial era que el cronovisor permitía confirmar la autenticidad de ciertos eventos bíblicos, verificar textos antiguos y despejar dudas teológicas. Pero el verdadero poder del dispositivo era otro: si se podía ver el pasado sin restricciones, también se podía reescribir la historia a conveniencia.
Si alguien lograba demostrar que los cimientos de la fe estaban construidos sobre interpretaciones erradas o, peor aún, sobre falsedades deliberadas, la Iglesia podía tambalearse. O quizás no. Quizás los que controlaban la narrativa podían modificar la percepción del pasado según les conviniera. En cualquier caso, el cronovisor no podía caer en manos equivocadas. Y para el Vaticano, "manos equivocadas" significaba cualquiera que no fueran las suyas.
Crettan sabía que para entender las cloacas del Vaticano necesitaba a alguien que las hubiera recorrido de cerca. Por eso visitó a Isabella Orsini, una historiadora y experta en política eclesiástica, conocida por su lengua afilada y su absoluto desprecio por los juegos de poder de la Santa Sede.
—"Steve Crettan, ¡qué honor!"— Dijo Isabella, sirviendo dos copas de grappa —"Vienes a preguntar por el cronovisor, ¿no es así?"-
Steve conocía a Isabella de investigaciones anteriores, una atractiva morena, inteligente y suspicaz.
—"Voy por la verdad, Isabella. Aunque dudo que sea bonita."-
—"Nada en el Vaticano lo es"— dijo ella, encendiendo un cigarro —"La historia oficial dice que solo lo usan para ver el pasado, pero eso es solo la mitad de la historia. Desde los años cincuenta, han mirado el futuro. Y no solo lo han visto: lo han moldeado a su antojo."-
Crettan la miró con incredulidad.
—"¿Me estás diciendo que la Iglesia ha escrito la historia a su medida?"-
—"Eso es exactamente lo que te digo. Golpes de Estado, colapsos económicos, elecciones, inversiones... todo ha seguido un guion cuidadosamente revisado desde las más altas esfera de la Santa Sede. Por eso la Iglesia es hoy la institución más poderosa y rica del planeta. No necesitan fe. Tienen información."-
Crettan bebió un sorbo de grappa y sonrió con frialdad.
—"Entonces, si Angeleri desapareció, es porque vio algo que no debía ver."-
Isabella exhaló humo y asintió lentamente.
—"Muchos han visto cosas en el cronovisor, pero no desaparecieron por eso. Los que se esfumaron, fue porque quisieron revelar algo de lo que vieron. Y si sigues investigando, Steve, es probable que tú también desaparezcas si no cuidas de tus espaldas."-
Crettan miró su copa, reflexivo. Pero sabía que ya no había vuelta atrás.
Capítulo 2: El fantasma en la máquina
Steve Crettan no era un hombre sentimental. Las emociones eran una trampa, un anzuelo envenenado que solo llevaba a la debilidad. Sin embargo, había algo en las notas de Lucas Angeleri que lo hizo detenerse por un momento. No eran solo observaciones técnicas, ecuaciones o reflexiones sobre el cronovisor. Había algo más personal, casi febril, en algunos pasajes.
-"No es solo tiempo. Es algo más. No solo estamos mirando. Alguien nos ve de vuelta. Helena dice que estoy paranoico, pero no es paranoia cuando los ecos responden."- Había anotado Lucas de su puño y letra.
Crettan frunció el ceño. Se encendió un cigarro y siguió leyendo. Unas páginas después, el nombre de la Dra. Helena Volken aparecía con demasiada frecuencia como para ser una simple colaboradora.
-"Helena lo ve también, pero no lo admite. Teme que si aceptamos lo que realmente está ocurriendo, no podremos dar marcha atrás. Ella cree en la lógica, en los números. Pero el cronovisor no sigue reglas. No muestra solo el pasado o el futuro. A veces, muestra cosas que no deberían estar ahí. Y peor aún, algunas de esas cosas nos miran de vuelta."-
Crettan masculló un insulto. O el tipo estaba perdiendo la cabeza o había tropezado con algo que nunca debió haber encontrado. Como sea, estaba muerto o desaparecido. Y Helena, la brillante física cuántica atea, la única que podía saber más sobre esto, había optado por desvanecerse en el aire.
Entonces, en las últimas páginas, un nombre captó su atención: "Luzia Cassini". No era un nombre al azar. Aparecía en varias ocasiones junto a frases como "la única que sabe toda la verdad" o "Helena confía en ella".
—"Pues veamos qué tan confiable eres, Luzia"— Murmuró Crettan.
Luzia Cassini vivía en un modesto apartamento en el Trastevere, con las cortinas corridas y más cerrojos en la puerta de los que parecían necesarios. Tardó varios minutos en responder al llamado de Crettan, y cuando abrió la puerta, sus ojos revelaban noches de insomnio y miedo contenido.
—"¿Eres policía?"— Preguntó, con una mezcla de esperanza y recelo.
Crettan se quitó el cigarro de la boca y sonrió con cinismo.
—"Peor. Soy detective de la policía. ¿Puedo pasar o prefieres hablar de secretos en el pasillo?"-
Luzia titubeó un segundo, luego abrió la puerta de par en par. Adentro, la sala estaba en un caos de papeles, tazas de café vacías y un par de botellas de vino a medio consumir. Steve había vivido lo suficiente para reconocer el ambiente de alguien que esperaba lo peor.
—"Lucas está muerto, ¿verdad?"— Dijo ella, sin rodeos.
—"No lo sé, pero supongamos que sí. Y supongamos que Helena no desapareció por voluntad propia. Cuéntame sobre los ‘Custodios del Tiempo’."-
Luzia se estremeció al oír el nombre. Tomó una copa de vino de la mesa, bebió un trago y se sentó en el sofá.
—"Los Custodios no son un mito, aunque el Vaticano lo haga parecer así. Son los que realmente controlan el cronovisor. No el Papa, no los cardenales ni el Prefecto. Ellos deciden qué se ve, qué se oculta y qué nunca debió haber sido observado. Lucas y Helena descubrieron demasiados secretos. Y cuando eso sucede... las personas desaparecen."-
—"Déjame adivinar. Helena y Lucas encontraron algo que los Custodios no querían que se supiera."-
—"Algo peor. Helena me dijo que vieron algo que ni siquiera los Custodios comprendían"- Dijo Luzia en voz baja.
Crettan se sintió un sabueso siguiendo el rastro perfecto. Lo último que nadie quiere escuchar cuando se investiga un asesinato es que los tipos más poderosos tienen la situación bajo control.
—"Dime lo que sabes, Cassini."-
Luzia lo miró con los ojos empañados por el miedo.
—"Hasta donde sé por Helena, el cronovisor no es solo un visor del tiempo. Es un faro. Y a veces, cuando enciendes un faro, algo responde desde la oscuridad."-
Crettan necesitaba confirmar la historia con alguien que conociera las entrañas del Vaticano. Y la única persona con la que podía hablar y que mantendría la boca cerrada era Isabella Orsini.
La encontró en un café apartado, con su eterna copa de grappa en la mano.
—"Siempre vienes cuando hueles mierda en el Vaticano, Crettan"— Dijo ella con una sonrisa irónica.
—"Porque tú siempre sabes de qué cloaca sale. Dime lo que sabes de los Custodios del Tiempo."-
Isabella jugueteó con su copa antes de responder.
—"Son una orden tan antigua como el propio cronovisor. No aparecen en ningún documento oficial, pero tienen más poder que cualquier cardenal. Su misión es proteger el conocimiento que surge del cronovisor, pero en la práctica significa que eliminan cualquier riesgo para su control absoluto."-
—"¿Riesgo? ¡Vamos, Isabella! Si el Vaticano ya controla la historia, ¿qué más podrían temer?"-
Isabella apoyó su copa en la mesa y lo miró con seriedad.
—"Temen lo mismo que temía Lucas Angeleri. Según se dice en los apsillos del Vaticano, hay algo más allá de la historia. Algo que se mueve entre las líneas del tiempo. Algo que los observa mientras ellos observan por el cronovisor."-
Crettan sintió un escalofrío. La historia no era solo objeto de manipulación de grupos poderosos. Se estaba convirtiendo en algo peor: una grieta en la realidad misma.
—"Lucas debió descubrir algo que no debió ver. Y ahora, Helena está desaparecida, y los Custodios están en movimiento"— Dijo, apagando su cigarro.
—"Si sigues en esto, Steve, te seguirán a ti también"— Advirtió Isabella.
—"Ya lo están haciendo."-
Lo había notado en las últimas horas. Sombras que se movían demasiado despacio, autos que parecían estar siempre en su ruta. Era sutil, pero Crettan no era un amateur. Alguien estaba siguiéndolo.
—"Si ellos quieren jugar, jugaré."— Dijo Crettan con una sonrisa seca —"Pero cuando yo juego, no hay santos que valgan."-
Con eso, se levantó y salió del café, sabiendo que algunos ojos en las sombras ya estaban sobre él.
La última parada de Crettan lo llevó de nuevo al Vaticano, a un tenso encuentro con el Prefecto de la Biblioteca.
—"No sé de qué habla, detective"— Dijo el Prefecto con una sonrisa tensa —"Aquí no existe ninguna orden llamada los Custodios del Tiempo."-
—"Claro, y yo soy el próximo Papa"— Resopló Crettan —"¿Vamos a hablar en serio o me ahorro esta conversación?"-
El Prefecto dudó, luego miró alrededor con discreción.
—"Acompáñeme a los jardines. Es más... privado."-
Caminaron en silencio por los senderos de grava. Finalmente, el Prefecto se detuvo y habló en voz baja.
—"No soy un Custodio, detective, pero respondo ante ellos. Controlan más de lo que imagina. Si Lucas vio algo... algo censurable, puede que no haya sido solo un error. El cronovisor no solo muestra la historia. También revela los secretos enterrados del Vaticano. Y si Angeleri vio algo sobre nuestra relación con la mafia italiana y el dinero... entonces sí, estaba en peligro."-
Crettan chasqueó la lengua.
—"Así que no es un asunto de fe. Es de dinero. La única religión que nunca pierde creyentes."-
El Prefecto bajó la mirada. Crettan tenía su respuesta. Y también tenía un nuevo problema: los Custodios ahora sabían que él estaba demasiado cerca.
Capítulo 3: La hereje fugitiva
Steve Crettan estaba cansado. Cansado del Vaticano, de sus secretos, de los curas con sonrisas envenenadas y de los matones que jugaban en las sombras. Sobre todo, estaba cansado de que alguien estuviera escuchando cada vez que hacía una pregunta incómoda.
Los Custodios del Tiempo habían dejado de ser un rumor. Ahora eran una amenaza tangible. Primero fueron las miradas en la calle, los autos que parecían seguirlo. Siguió con una nota anónima bajo la puerta del cuarto de hotel: "Vuelve a Nueva York, detective. O vuelve al infierno."
Como una tromba marina, todo lo había llevado a este punto: una cabaña en medio de la nada, en las montañas de los Abruzos. La dirección se la había dado Isabella Orsini con una advertencia: "Si la encuentras, no esperes gratitud. Helena Volken no confía en nadie, y menos en un detective que buscó el Vaticano como tú".
—"Encantadora como siempre, Isabella"— Gruñó Crettan al recordarlo, mientras subía la colina nevada.
Se acercó a la cabaña con cautela. La madera vieja crujía con el viento, la chimenea no estaba encendida. Tenía la apariencia de un lugar abandonado, excepto por un detalle: el cerrojo de la puerta estaba nuevo. Alguien estaba ahí dentro.
Tocó la puerta con los nudillos. Silencio. Luego, un murmullo, el roce de algo moviéndose. Instinto de supervivencia activado, Crettan se hizo a un lado justo cuando una bala atravesó la madera donde había estado su cabeza.
—"¡Deja de disparar, idiota! ¡Estoy buscando a Lucas, igual que tú, pero no para matarlo!"— Gritó, cubriéndose.
—"¡No tengo amigos!"— Respondió una voz femenina desde dentro.
—"¡Bien, entonces no tienes nada que perder dejando de disparar!"-
Silencio. Luego, la voz de la Dra. Helena Volken se sintió más temblorosa:
—"¿Quién eres? ¿Quién te envió?"-
—"Soy Steve Crettan, detective de la policía. No trabajo para el Vaticano, ni para los Custodios. Vine a encontrar respuestas."-
La puerta se entreabrió unos centímetros. Un ojo claro y enrojecido apareció en la rendija. La Dra. Volken parecía un fantasma: delgada, pálida, ojerosa. Apuntaba un revólver con manos temblorosas.
—"Si mientes, te mato"— Dijo.
—"Si yo mintiera, ya estarías muerta, cariño."— Replicó Crettan con una sonrisa torcida mientras mostraba su placa.
La puerta se abrió.
Adentro, la cabaña olía a encierro y desesperación. Papeles por todas partes, diagramas, ecuaciones en las paredes escritas con carboncillo. Una cafetera oxidada sobre una estufa de leña. Helena Volken no había estado de vacaciones. Había estado huyendo y perdiendo la cordura en el proceso.
—"Si viniste a llevarme de vuelta, no lo haré"— Espetó ella.
Crettan encendió un cigarro y se sentó en un viejo sofá.
—"Escucha, doc. Creo que Angeleri está muerto, el Vaticano miente, y hay una organización secreta que quiere hacerme desaparecer solo por preguntar por ti. No me importa la fe, ni la Iglesia, ni sus juegos de poder. Solo quiero saber qué demonios está pasando."- Hizo una pausa -"Y creo que tú puedes decírmelo."-
Helena dejó el arma sobre la mesa, cerca de ella. Se masajeó las sienes, agotada.
—"Lucas y yo... descubrimos algo que no debimos haber visto."— Murmuró.
—"Lo imagino. Empieza por ahí."-
Tomó aire. Sus manos temblaban.
—"El cronovisor... no solo muestra el pasado. También proyecta el futuro. O mejor dicho, todos los futuros posibles."-
Crettan entrecerró los ojos.
—"Explícame eso como si no tuviera un doctorado en física cuántica. Porque no lo tengo."-
Helena suspiró.
—"Cuando el cronovisor apunta hacia el pasado, es como una cámara de seguridad de la historia. Permite ver la línea del pasado que corresponde a la rama de la historia que transitas actualmente. Pero cuando apuntas al futuro... es como una red de caminos. Cada decisión, cada posibilidad, cada probabilidad crea una nueva bifurcación. Cuando miras el futuro no es un solo futuro, sino miles, millones. Algunos catastróficos y otros imposibles."-
Steve preguntó -"¿Pero como funciona? ¿Es una especie de cámara fotográfica o como un televisor?"-
Helena respondió mientras se acomodaba los cabellos. -"Eso puede programarlo el operador. A veces sacas fotos, otras veces puedes filmar."-
-"¿Pero qué fue lo que generó todo este descalabro de persecuciones?"- Preguntó Steve con poca paciencia.
La Dra Volkov trató de aclarar su mente. -Espontáneamente, sin que nadie lo programara, y solamente cuando veíamos hacia el futuro, el cronovisor empezó a enviar patrones. Cientos de patrones. Algo... o alguien, comenzó a enviar mensajes codificados dentro de las imágenes o videos"-
—"¿Mensajes?"— Crettan exhaló humo lentamente —"¿De quién?"-
Helena lo miró con ojos aterrados.
—"Creímos que era una inteligencia del futuro. Algo que nos advertía sobre un peligro. Algo que nos decía que estábamos jugando con fuego y que, si seguíamos usando el cronovisor para alterar la línea natural de nuestro tiempo, íbamos a desmoronar el tiempo mismo."-
El silencio se apoderó de la cabaña. Crettan sintió un frío helado en la nuca.
—"¿Qué decían esos mensajes?"-
Helena respondió haciendo un esfuerzo por recordar —"Advertencias sobre un colapso temporal inminente. Nos decía que no se podía controlar lo que estábamos tocando. Y alguien, en algún punto del futuro, estaba tratando de impedirlo. Pero los Custodios del Tiempo..."-
—"No quisieron detenerse"— Crettan concluyó la frase.
Helena asintió con los ojos vidriosos.
—"Lucas lo entendió demasiado tarde. Al parecer, la línea temporal había comenzado a colapsar. Y luego, desapareció."-
Crettan apagó el cigarro contra la mesa de madera.
—"O lo hicieron desaparecer. ¿Y tú crees que por eso desapareció?"-
—"No. Creo que desapareció porque alguien en el Vaticano ya sabía de estos mensajes y no le gustó que nosotros los descubriéramos."-
Crettan exhaló lentamente. Estaba acostumbrado a los secretos y a la mierda institucional. Pero esto era otra liga.
—"Muy bien, Volken. Supongamos que te creo. ¿Qué sigue?"-
Ella lo miró con gravedad.
—"Lucas dejó una pista antes de desaparecer. Un último mensaje. Y creo que nos está diciendo cómo detener lo que viene."-
Crettan tomó un sorbo del café. —"Genial. Porque si algo me encanta es salvar el jodido universo."-
Desde afuera, se sintió el crujido de una rama rota. Crettan se levantó de un salto, sacando su pistola. Helena palideció.
—"Nos encontraron."-
El detective se asomó por la ventana. Entre la nieve y los árboles, las sombras se movían con sigilo.
—"Bien, doc. Espero que hayas empacado ligero, porque es hora de movernos. Y si te preguntabas si era paranoia o realidad..."-
El primer disparo quebró la ventana trasera como si alguien hubiera arrojado una piedra del tamaño de un neumático. Helena gritó y se lanzó al suelo. Crettan reaccionó en automático, sacando su pistola mientras maldecía en voz baja.
—"¡Mierda! ¿Siempre recibes a tus invitados con fuegos artificiales?"-
Otro disparo. Esta vez golpeó la lámpara del techo, sumiendo la cabaña en una penumbra azulada por la luna que se filtraba a través de los agujeros en las ventanas.
Crettan gateó hasta Helena y la agarró por el brazo.
—"Escúchame bien, porque no voy a repetirlo: agarra la pistola con la que me recibiste, acércate a la ventana agazapada y dispara a lo que se mueva. No tienes que ser Rambo. Solo mantén sus cabezas abajo.”-
—"¿Qué demonios vas a hacer tú?"-
—"Lo que mejor se me da: joderle la noche a estos asesinos."-
Antes de que pudiera protestar, Crettan corrió hacia la puerta y la pateó con fuerza. El frío de la montaña le golpeó la cara, pero lo ignoró. Afuera, entre los árboles, las sombras se movían con precisión. Dos, quizá tres.
Un fogonazo iluminó la oscuridad y una bala impactó cerca de sus pies.
—"¡Muy bien, cabrones!"— Gritó mientras rodaba hacia un tronco caído para cubrirse —"¡A ver quién tiene mejor puntería!"-
Disparó dos veces. La primera bala se perdió en la noche, pero la segunda encontró su objetivo: un grito ahogado confirmó que había alcanzado a uno de los atacantes.
Desde la cabaña, Helena abrió fuego. Parte de la maleza estalló en astillas y hojas. Otro atacante maldijo y se arrastró de vuelta a la cobertura.
—"¡Nos vamos, nos vamos!"— Gritó alguien entre los árboles.
Los pasos apresurados se mezclaron con el crujido de ramas. En segundos, todo volvió a quedar en silencio. El motor de un auto que se alejaba les indicó que volvían a estar solos.
Crettan se levantó, aún con el arma en la mano. Se acercó con cautela al área donde había escuchado el grito. Sangre oscura manchaba el suelo, pero no había cadáver.
—"Uno de ellos no va a correr maratones por un tiempo."-
Regresó a la cabaña, donde Helena temblaba con la pistola aún en las manos.
—"¿Estás bien?"-
Ella lo miró con furia.
—"No, estúpido. Ellos llegaron aquí por ti. Voy a necesitar cambiarme la bombacha."-
Steve no pudo evitar una carcajada —"Bien, agrégalo a la lista de problemas. Ahora recoge tus cosas. Nos vamos al Vaticano."-
—"¿Ahora? ¿Después de un tiroteo?"-
Crettan cargó su arma y le dedicó una sonrisa sarcástica.
—"Mejor ahora que nunca. Vamos a tener una charla complicada con tu amigo el Prefecto."-
Capítulo 4: La verdad que no debe ser vista
El Prefecto de la Biblioteca Vaticana dormía en su austero apartamento cuando una mano lo arrancó de sus sueños de manera brutal.
—"¡Qué carajo...!"-
Antes de que pudiera reaccionar, Crettan lo agarró por el cuello de su túnica sacándolo de la cama y lo empujó contra la pared.
—"Se acabaron los jueguitos, Padre. Vas a llevarnos al cronovisor. Ahora."-
El Prefecto intentó recuperar la compostura, pero la presión de la mano de Crettan en su garganta lo hizo reconsiderarlo.
—"Crettan... esto es una locura."-
—"¿Sí? Pues acabo de sobrevivir a un tiroteo en una cabaña de mierda con tus amiguitos y estoy de pésimo humor. Así que antes de que te dé una patada por el culo, te sugiero que empieces a hablar."-
Helena, aún alterada, intervino.
—"Podemos buscar pistas de Lucas en el cronovisor. Sabemos lo que encontró. Sabemos sobre los mensajes."-
El Prefecto parpadeó. Su mirada pasó de Crettan a Helena.
—"Santo Dios... lo han visto."-
Crettan lo sacudió.
—"¡Sí, lo hemos visto! Y más vale que nos lleves a esa maldita máquina antes de que alguien más intente matarnos!"-
El Prefecto cerró los ojos un momento. Cuando los abrió, su resignación era evidente.
—"Muy bien... síganme."-
—"Vaya..."— Murmuró Crettan, soltándolo finalmente —"A veces funciona gritar primero y preguntar después."-
El Prefecto se frotó el cuello mientras los conducía por un pasillo oscuro del Vaticano.
—"No tienen idea de lo que están a punto de ver."-
Crettan sonrió, pero sin alegría.
—"Tú tampoco. Y esa es mi parte favorita del trabajo."-
La Biblioteca Vaticana olía a papel viejo y a secretos fermentados. Pasillos oscuros, estanterías de roble centenarias, y ese murmullo silencioso que solo pueden producir los pecados acumulados en los archivos de la Iglesia. Steve Crettan avanzó con el Prefecto y Helena Volken entre anaqueles que parecían devorarlos con su sombra.
—"Si nos encontramos con un cardenal a medianoche, juro que lo estrangulo con su propia sotana"— Gruñó Crettan, sintiendo la opresión del lugar.
El Prefecto, con su porte de santo en penitencia, los guió hasta una puerta metálica oculta tras un anaquel deslizable. Con un código en un panel oculto, la puerta se abrió con un chasquido sordo.
—"Aquí está"— Susurró el clérigo, con un tono que parecía más de resignación que de orgullo.
Dentro, la habitación era fría y estaba iluminada con luces amarillentas. En el centro, como un fósil anacrónico, reposaba el cronovisor. No tenía nada de místico ni de mágico. Era un armatoste metálico con perillas, botones, tubos de vacío y una pantalla convexa que parecía robada de un televisor de los años 50. Unas antenas salían de la parte trasera, como un insecto arcaico intentando captar señales del más allá.
Helena se acercó sin titubeos. Encendió al aparato, pasó los dedos sobre el panel de controles y comenzó a girar diales con precisión quirúrgica.
—"Antes de desaparecer, Lucas me dejó una secuencia de calibración"— Dijo sin mirarlos, sumida en la máquina —"Quería que viera algo en una fecha futura."-
Crettan cruzó los brazos y la miró trabajar.
—"¿Y qué pasa si lo que vemos es una misa aburrida del año 3000?"-
—"Si es así, puedes pegarte un tiro. Pero tengo la sensación de que Lucas dejó algo más interesante."-
El cronovisor empezó a vibrar. Los tubos de vacío se encendieron con un resplandor naranja. El sonido de estática llenó la habitación. En la pantalla, después de un destello intermitente, apareció una imagen de Lucas Angeleri.
Pero no era una grabación.
Lucas miraba directo a la pantalla, como si supiera que estarían viéndolo en ese momento exacto. Su rostro estaba marcado por el cansancio y la desesperación.
—"Si estás viendo esto, Helena, es porque he tomado la única decisión posible"— Dijo con una voz tensa, casi quebrada —"El cronovisor... no es lo que pensábamos. No lo construyeron humanos. Es una tecnología extraterrestre."-
Crettan sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
—"Mierda"— Susurró en voz baja.
Lucas continuó —"Los ‘Custodios del Tiempo’ saben esto desde hace décadas. Pero en lugar de usar el cronovisor para aprender del pasado, han tratado de manipular el futuro... de reescribir la historia a favor de la Iglesia Católica. Cada vez que ajustan la realidad a su conveniencia, destruyen la trama temporal de nuestro universo."-
Helena se cubrió la boca con una mano.
—"Los mensajes que encontré en las anomalías"— Murmuró —"No eran fallas del sistema. Eran advertencias."-
Lucas asintió desde la pantalla, como si la hubiera escuchado.
—"Exacto. Los mensajes encriptados no vienen del pasado ni del presente. Son advertencias de los creadores del cronovisor, de una civilización que entendió demasiado tarde los peligros de manipular el tiempo. Si seguimos alterando el futuro, destruiremos este universo."-
El Prefecto palideció. —"Esto no puede ser..."-
Lucas respiró hondo. —"Los custodios no se detendrán. Entonces hay solo una forma de evitar el colapso temporal. El cronovisor necesita un operador atrapado en un bucle infinito... alguien que quede suspendido en un punto fijo del tiempo, registrando y neutralizando cualquier manipulación futura."-
Un silencio glacial se instaló en la sala.
Crettan pasó una mano por su cara y soltó una risa seca, sin ningún tipo de humor.
—"Déjame adivinar. Te ofreciste de voluntario, ¿no?"-
Lucas sonrió tristemente desde la pantalla.
—"Es la única forma. Cuando vean esto, yo ya no existiré en su línea temporal. Pero el tiempo siempre busca equilibrio. Confía en el futuro."-
La imagen parpadeó y se desvaneció en una lluvia de estática.
Helena se derrumbó en la silla.
—"Lucas se sacrificó para estabilizar la línea temporal..."-
Crettan apretó los dientes y miró al Prefecto. —"Y ustedes, hijos de puta, sabían todo esto."-
El clérigo tragó saliva y apartó la mirada. —"No soy un Custodio, detective. Y no... le aseguro que no lo sabía."-
Crettan sintió una ira sorda acumulándose en su pecho. -"Custodios hijos de puta. Esto no debe quedar aquí."-
En el fondo, Steve lo sabía. La historia la escriben los que controlan el tiempo. Y él acababa de descubrir que los dueños del cronovisor tenían siglos de ventaja.
El siseo apenas fue perceptible. Un susurro mecánico entre la estática agonizante del cronovisor. Crettan frunció el ceño y ladeó la cabeza. Un aroma metálico y denso se filtró en su nariz.
—"¿Qué carajo...?"-
El Prefecto parpadeó, confuso. Helena intentó levantarse, pero se tambaleó y alcanzó a sujetarse de la consola. Crettan sintió cómo el mundo se volvía pesado, como si la gravedad hubiese duplicado su intensidad.
—"Hijos de puta..."— Murmuró antes de desplomarse.
Steve despertó con la boca seca y un latido en las sienes que retumbaba como un tambor de guerra. Intentó incorporarse, pero el mareo lo hizo soltar una maldición entre dientes.
El Prefecto estaba a su derecha, con la sotana desordenada y los ojos entrecerrados, como si aún estuviera procesando qué demonios había pasado. Helena estaba apoyada contra una estantería, con la cabeza entre las manos.
Crettan fue el primero en reaccionar. Se obligó a ponerse en pie y miró alrededor.
El cronovisor había desaparecido. No solo la máquina. Todo rastro de su existencia se había esfumado.
Los papeles de Lucas, los controles, incluso las marcas en el suelo que indicaban que alguna vez hubo algo allí. La habitación ahora parecía otra más en la inmensa Biblioteca Vaticana.
—"Mierda..."— Exhaló Helena.
El Prefecto cerró los ojos, como si hubiese esperado este desenlace.
—"Se lo llevaron."-
Crettan se volvió hacia él con una mirada afilada. -"¿Y a dónde, exactamente?"-
El Prefecto negó con la cabeza, con un pesar sincero en la expresión. —"No lo sé. Los Custodios no siguen órdenes de nadie en el Vaticano. No hay registros, no hay nombres, no hay una estructura reconocible. Se mueven en las sombras."-
—"Qué conveniente"— Masculló Crettan, llevándose un cigarro a los labios con manos aún temblorosas —"¿Sabes qué es lo que más me gusta de las conspiraciones? Que siempre hay un grupo de cabrones con capuchas que creen que pueden controlarlo todo."-
Helena miró el lugar vacío con un nudo en la garganta. —"Esto significa que... nunca existió."-
Crettan encendió el cigarro y exhaló el humo con una risa amarga.
—"No, Helena. Esto significa que nos patearon el trasero con tanta elegancia que ni siquiera dejaron huella."-
Salieron de la Biblioteca sin intercambiar más palabras. El aire de la madrugada romana era frío y mordiente. Un coche negro pasó lentamente por la calle y desapareció en la bruma.
—"Nos están vigilando"— Dijo Helena en un tono bajo.
Crettan le lanzó una mirada de soslayo.
—"Nos estuvieron vigilando desde el momento en que metiste las manos en esa maldita máquina."-
Steve y Helena subieron al auto. El detective condujo sin rumbo fijo durante varios minutos. Finalmente, tomó la carretera que llevaba a la cabaña. Cuando llegaron, el escenario fue el mismo: vacío absoluto.
Las paredes desnudas, las cajas de Helena desaparecidas, los documentos, las computadoras, todo. Ni siquiera había polvo en el suelo, como si nunca hubiera sido habitada.
Helena se dejó caer en un viejo sofá con la mirada perdida. —"No queda nada."-
Crettan apagó el cigarro en la suela de su zapato y soltó una risa seca.
—"Al menos nos dejaron el sofá."-
Helena lo fulminó con la mirada. —"Esto no es un chiste, Steve."-
—"Es verdad. No, no lo es. Pero cuando todo se va al carajo, solo hay dos opciones: o te resignas o te pegas un tiro."-
Helena pasó las manos por su cara, agotada. —"¿Y ahora qué?"-
Crettan la miró. —"Ahora, trataremos de encontrar otra manera de joder a los Custodios."-
El café estaba a medio llenar, el aroma a expreso y tabaco flotaba en el aire como un perfume rancio. Desde la mesa junto a la ventana, Crettan observaba el ir y venir de los turistas y locales con la misma indiferencia con la que un depredador contempla a su presa antes de decidir si vale la pena el esfuerzo.
Isabella Orsini revolvía distraídamente el azúcar en su capuchino, perdida en pensamientos que probablemente implicaban conspiraciones vaticanas, asesinatos encubiertos y secretos demasiado grandes para existir.
Helena Volken, en cambio, tenía la mirada fija en la mesa, absorta en algún cálculo mental que ni el mismo Einstein podría descifrar.
Crettan bebió un sorbo de su café negro, amargo como la vida.
—“Entonces, ¿cuál es la apuesta? ¿Nos retiramos y dejamos que los Custodios jueguen a ser Dioses, o seguimos jodiéndoles la fiesta?”-
Isabella exhaló lentamente. —“Si el cronovisor sigue en alguna parte, tarde o temprano alguien lo volverá a encontrar. Pero esa vez, no seremos nosotros.”-
Helena chasqueó la lengua, molesta.
—“Esa no es una opción. Sabemos demasiado. ¿Creen que nos van a dejar caminar tranquilos por Roma, o por cualquier parte del mundo, sin asegurarse de que mantenemos la boca cerrada?”-
—“Ese es un buen punto. Pero no tenemos prueba de nada.”— Dijo Crettan, encendiendo un cigarro —“Y si algo aprendí en esta mierda es que no importa lo que digamos ni quienes seamos. Sin pruebas, somos otros lunáticos más con una teoría conspirativa.”-
Isabella lo miró mientras decía –“Los Custodios han operado en las sombras durante décadas. No dejan rastros. Son fantasmas.”-
—“Fantasmas que necesitan mover dinero, que obedecen a alguien, que operan en lugares físicos”— Respondió Crettan, soltando el humo —“Y en algún momento, uno de esos cabrones va a pisar el suelo equivocado.”-
Helena lo miró con una mezcla de cansancio y determinación. —“Entonces, ¿vas a seguir en esto?”-
Crettan sonrió de lado. —“Nunca me gustaron las historias sin final.”-
Se hizo un silencio entre los tres. Un silencio pesado, cargado de posibilidades, de incertidumbre, de peligro.
Pero también de promesas.
Desde algún rincón de Roma, los Custodios del Tiempo probablemente estaban observando. Esperando. Calculando el siguiente movimiento.
Crettan aplastó el cigarro en el cenicero y se inclinó hacia ellas.
—“Así que… ¿por dónde empezamos?”-
FIN
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