miércoles, 22 de marzo de 2023

Historia: "El Algoritmo de Schrödinger"

 


El Algoritmo de Schrödinger


La mañana en Londres era fría y gris, como una breve neblina que cubría los edificios, como si alguien hubiera bajado una cortina del cielo para mantener algún secreto oculto. Londres era en esos días, una ciudad con muchos secretos.

En una cafetería pequeña, íntima y decorada al viejo estilo victoriano, a dos calles de Victoria Station, Marcus Davenport aguardaba sentado tranquilo en una mesa junto al ventanal. Scrolleaba lentamente su celular, más como pasatiempo que por estar leyendo información real. El lugar olía a café recién molido y a pan recién horneado, que le había abierto el apetito.

Alexia Stevens llegó con puntualidad al encuentro, vestida con un abrigo beige entallado y gafas de sol que no necesitaba. Se las quitó al entrar, como si le estuviera guiñando el ojo al mundo, y se acercó a la mesa con una sonrisa que mezclaba ironía y deseo de jugar.

—"¿Me esperabas o solo fingías leer las noticias para no parecer un solitario?"— preguntó, sentándose sin esperar invitación.

Marcus levantó la vista con ese gesto medido que tanto lo caracterizaba: un leve arqueo de ceja y una sonrisa contenida que no decía nada, pero que insinuaba muchas cosas.

—"Me alegra saber que la puntualidad sigue siendo parte de tu repertorio, Alexia."—

—"Y la seducción también."— respondió ella, cruzando las piernas con deliberada elegancia —"Aunque a ti nunca parezco sorprenderte."—

—"Porque contigo, mi querida agente, uno debe estar siempre preparado para lo imprevisto."—

La camarera se acercó con la robusta torpeza de quien no sabe que interrumpía una fogosa partida de ajedrez. Alexia pidió un café negro. Marcus no pidió nada, porque tenía el suyo intacto.

Cuando la alocada joven se alejó, él deslizó un sobre opaco sobre la mesa.

—"Tenemos problemas en Frankfurt, Alexia. El consulado británico"— dijo mientras bajaba el tono —"tiene en su nómina a un tal Jeremy Dalton, en el departamento de telecomunicaciones. Un tipo gris, eficiente, y más ambicioso de lo que su cargo le debería permitir. Desapareció hace tres noches."—

Alexia abrió el sobre con un movimiento elegante de sus manos. Una foto granulada de Dalton entrando en un edificio con el logo de Qryptonix la miraba desde el papel.

—"¿Empresa alemana de cifrado cuántico?"— mencionó  Alexia al leer los primeros párrafos del informe —"He oído rumores. Gente con ideas grandes y ética pequeña"— comentó, sin levantar la vista del documento.

Davenport asintió lentamente con su cabeza mientras tomaba un sorbo de café —"Es una pena que eligiera justamente a la startup alemana Qryptonix. No tienen la mejor de las reputaciones. Dalton trabajaba con ellos de manera no oficial. Lo sabíamos, porque lo estábamos sometiendo a vigilancia"—

—"¿Y lo dejaron seguir? ¿Un funcionario del consulado británico colaborando con una startup extranjera en plena revolución tecnológica?"— la agente levantó levemente su ceja izquierda en señal de interrogación.

—"A veces dejar correr al conejo en una dirección controlada es mejor que intervenir. Queríamos saber hasta dónde llegaba. El problema es que pensamos que llegó demasiado lejos."—

Marcus apoyó los codos sobre la mesa. La luz opaca del ventanal le marcaba las arrugas finas alrededor de los ojos. Había dormido poco. Ahora la seriedad de su voz cortaba el aire como una hoja.

—"Los servidores del consulado fueron hackeados, Alexia. Dos días después que Dalton entregara el prototipo inicial del algoritmo. Sabemos que hubo una brecha que no pudimos rastrear. Sospechamos que el cifrado inicial fue robado. El algoritmo aún estaba en fase alfa, pero es lo suficientemente bueno como para venderlo. O peor aún, usarlo."—

Alexia deslizó la foto de vuelta al sobre.

—"Y por eso me mandas a Alemania... Bien. Llegaré entonces con una sonrisa y un título falso. “Asistente técnica temporal de comunicaciones”. Bonito eufemismo."—

—"Eres nuestra mejor opción. Necesitamos saber si Dalton fue una víctima o se ha convertido en un traidor. Y por supuesto, queremos recuperar el prototipo antes de que alguien lo use contra nosotros."—

—"¿Alguien como quién? ¿Los rusos? ¿O nuestros viejos amigos del este que aún creen que la Guerra Fría no terminó?"—

—"A decir verdad no descartamos a nadie, querida."— respondió Marcus con firmeza —"Pero más allá del espionaje internacional, esto puede convertirse en una bomba diplomática. Si Berlín se entera que estábamos vigilando a nuestros propios funcionarios en su suelo, se armará un escándalo. Tu misión es resolverlo sin dejar huella."—

Alexia tomó un sorbo de café. Sus labios brillaron apenas, como si el riesgo la excitara.

—"Entonces quieres que entre, sonría, juegue a la secretaria... y cace al traidor sin que nadie me vea."—

—"Exactamente."—

Ella se inclinó apenas hacia él, lo suficiente como para que Marcus pudiera oler su perfume cítrico, caro, y peligrosamente envolvente.

—"¿Y si me aburro? ¿Puedo provocar un pequeño incidente diplomático solo para volver a vernos?"—

Marcus la miró un segundo demasiado largo. Sabía que no debía hacerlo. Ella era una agente, una de las mejores. También era una trampa con piernas largas y cerebro afilado.

—"Solo si es absolutamente necesario."— respondió al fin secamente, aunque sus ojos decían otra cosa.

Ella sonrió, satisfecha. Terminó su café de un trago, se puso las gafas de sol y se levantó.

—"Entonces nos vemos en Frankfurt, jefe. Prometo portarme mal solo cuando haga falta."—

Y sin esperar respuesta, salió como había entrado, dejando tras de sí la sensación que algo importante acababa de cambiar, aunque nadie pudiera decir exactamente qué era.

Marcus se quedó mirando su taza aún llena, de cierto modo, sabía que todas las misiones ponían a prueba la lealtad de Alexia... y también la suya.

Alexia miraba por la ventanilla del avión mientras las nubes se deshacían lentamente bajo el ala derecha. El vuelo hacia Frankfurt duraría apenas hora y media, pero su mente no le daba tregua. Había algo en el aire, más denso que la presión de cabina. Tal vez era la sensación familiar de estar en misión. Tal vez era Marcus.

Años atrás, ser una agente del MI6 le había parecido un privilegio. Pero ahora, con el correr de los años, lo veía más como una concesión peligrosa. Un juego con reglas inciertas donde los peones no siempre sabían que eran peones. Los agentes de campo como ella eran desechables, lo sabía. Lo había visto. Lo había sentido. Y a veces había tenido que ejecutar alguno que otro. Y la misma profesión le había enseñado que no debía enamorarse de nada... ni de nadie. Quizá con una sola excepción... o una tentación.

Pensaba en Marcus Davenport. Serio, metódico, correcto hasta la médula, pero con esa forma de mirarla que se le clavaba como un alfiler caliente. Ella sabía de algún modo que él la deseaba. Y él sabía que ella lo sabía. Esa tensión les mantenía atados a un juego perfecto que se equilibraba sin resolución ni final, un juego que, en el fondo, ambos disfrutaban para acabarlo. Pero la pregunta era hasta cuándo serían capaces de sostener sus posiciones en ese delicado y sensible ajedrez que su profesión le proponía.

El avión aterrizó con un leve chirrido metálico. Afuera, el clima de Frankfurt se presentaba con un cielo plomizo y su eficiencia germánica. Alexia bajó con un maletín negro y una sonrisa neutral perfectamente ensayada.

Decidió que no perdería el tiempo. En el consulado británico, las paredes olían a política, a posturas bien ensayadas y a... desconfianza. La recibió directamente el embajador, un hombre de aspecto bonachón, calvo y gentil, llamado Philip Wallace. Le dio la mano con un gesto miles de veces ensayado y asintió para sí mismo brevemente tras leer su identificación falsa.

—"Asistente técnica temporal de comunicaciones, ¿eh?"— musitó, mirando su acreditación como si simulara aceptar de buen grado la tapadera que Alexia le había presentado. En definitiva, muchos agentes del servicio secreto debían deambular por el edificio por aquí y por allá. Uno más ¿Qué diferencia haría? Dijo afable —"En fin, nos vendrá bien algo de refuerzo. Como sabrá bien, la cosa está algo... complicadas desde la desaparición de Dalton."—

—"En efecto, embajador. He leído el informe preliminar. Trataré de aportar soluciones."— respondió Alexia, con voz profesional —"Espero poder integrarme rápido y ayudar."—

Wallace sonrió amablemente —"Estoy seguro de eso. Aquí el personal es sumamente eficiente."— Presionó un botón del comunicador y una secretaria de traje ajustado apareció al instante.

Con familiaridad, Wallace habló con la secretaria. —"Llama a Heller, del área de telecomunicaciones. Que venga a recibir a nuestra nueva experta."—

Minutos después, un hombre alto, delgado y pálido, apareció en la antesala. Llevaba gafas rectangulares y el pelo tan perfectamente peinado que parecía plastificado. Tendría unos cuarenta años, quizá menos, pero irradiaba agotamiento.

—"Richard Heller"— se presentó mientras le estrechaba la mano. —"Yo... trabajo... trabajaba con Dalton."—

—"Alexia Stevens. Encantada. ¿Me enseña las instalaciones, por favor?"—

Él asintió sin demasiado entusiasmo. Mientras caminaban por los pasillos alfombrados, ella notó la presión del silencio. No había fotos. Ni ruido en las oficinas. Solo puertas, tonos neutros y miradas que se deslizaban como sombras por los cristales. Se le antojó un mundo tremendamente aburrido.

—"Esta es el área de telecomunicaciones."— dijo Heller al abrir una puerta metálica y mostrarle las oficinas mientras ingresaban. —"Este es o era el escritorio de Dalton."—

La estación de trabajo se veía tan ordenada como un quirófano. Nada sobresalía. Ni una nota fuera de lugar. Demasiado perfecto, como era costumbre de un buen británico.

—"Voy a tener que revisar todo. Documentación, sistema, protocolos. Ya sabe, para tomar posesión."—

—"Por supuesto. ¿Necesita privacidad?"— Preguntó solícito. A Alexia se le antojó que lo que más quería Richard Heller en ese momento era estar tranquilo poniendo los pies en polvorosa.

—"La necesito, sí. Gracias."—

Heller desapareció rápidamente sin hacer preguntas. La agente pensó que lo primero que haría el hombre sería tomarse un té. O un café. Cuando se fue, Alexia se sentó en el escritorio. Abrió el primer cajón. Nada. El segundo: carpetas etiquetadas, con una caligrafía obsesiva. Una sobresalía levemente. La extrajo con cuidado. Entre los documentos, una y otra vez, aparecía un nombre escrito a veces en el margen: Irina.

Irina esto. Irina aquello. Irina en informes internos, referencias cruzadas en correos impresos, una hoja suelta con una dirección parcialmente tachada. Alexia frunció el ceño. No era solo un contacto profesional. El tono era demasiado personal e insistente.

Cerró los cajones, encendió la computadora. Conectó su pendrive y vió que el sistema no lo leía. Maldijo por lo bajo, pero no se impacientó. Reinició el equipo, entró a la Bios y activó la lectura de puertos USB. Reinició con el pendrive insertado y revisó los usuarios. Vio que Heller tenía un usuario creado en la computadora de Dalton y tomó nota de ello.

Dejó sin tocar la clave de Heller y reescribió la de Dalton reemplazándola por una de veintidós caracteres. Reinició el equipo y finalmente accedió al sistema. La interfaz era antigua y fácil de manipular. Reingresó el pendrive y empezó a ejecutar algunos utilitarios buscando rastros que Dalton hubiera dejado en su puesto. Sesiones de conexión con servidores externos, logs vacíos —demasiado vacíos según veía— y, en uno de las carpetas temporales, una serie de archivos con etiquetas: QRY-Irina, QTDelta, y algunos registros en código binario que los programas de recuperación no pudieron identificar como archivos conocidos.

Después de la revisión inicial, detuvo por unos instantes la investigación y se respaldó contra el sillón. Irina. Tenía que encontrar a esa mujer.

Algo más tarde, recorrió las otras oficinas para conocer al personal, preguntando con voz amable y sonrisa encantadora. Algunos hablaban con naturalidad, otros se encogían de hombros. Parecía que Dalton no era del tipo que hiciera numerosos amigos. Tenía un aire de distancia, decían. Profesional, pero reservado. Un par de chismes apuntaban a que desaparecía por horas algunos días, aunque su tarjeta siempre lo registraba entrando y saliendo a horario. Nadie parecía saber nada de la tal Irina.

La agente pensó que debería ir al departamento del desaparecido Dalton si quería saber algo más.

Finalmente, en la sala de servidores, un técnico de rostro hosco y barba descuidada le tendió una taza de café.

—"Me enteré que está ocupando el puesto de Dalton"— dijo, mientras dividía su atención en Alexia y su pantalla de trabajo. —"Me llamo Janek. Estuve en varios proyectos con él."—

Alexia intentó sonar poco interesada. —"¡Que bien! ¿Y qué opinaba usted de su trabajo?"—

—"Es inteligente, pero algo imprudente. Le advertí que no se metiera con Qryptonix."—

Alexia alzó la ceja. —"¿Sí?"—

—"Esa empresa no tiene bandera. Venden cifrados, hardware y exploits al mejor postor. Hoy trabajan con una universidad; mañana con un régimen totalitario. Me lo tomé con humor, pero él lo sabía. Yo se lo dije: 'Qryptonix te va a devorar vivo'. Pero él solo sonrió."—

—"¿Cree que la gente de Qryptonix podrían estar detrás de su desaparición?"—

Janek la miró con suspicacia. —"Creo que Dalton quiso jugar un juego demasiado grande para cualquiera. Y que ese algoritmo... si aún existe... puede valer más que el edificio entero donde estamos sentados."—

Alexia no respondió. Uniendo todos los rompecabezas, parecía que Dalton trabajaba en el algoritmo haciéndoselo saber a todos. Le bastó con asentir y marcharse, llevándose en la mente el nombre que ya se le grababa con tinta indeleble: Irina.

La caza había comenzado.

El silencio de la noche alemana era apenas perturbado por el tenue zumbido de la ciudad. Alexia Stevens se deslizó como una sombra por el pasillo del edificio residencial. Vestía de negro, con una chaqueta ligera que no llamaba la atención y una mochila con lo necesario. Al llegar al departamento de Dalton, se agachó frente a la cerradura, sacó la ganzúa, y en menos de treinta segundos, la puerta cedió con un suave clic.

El interior olía a soledad. Un departamento de soltero sin decoración sentimental. Minimalista, limpio, con muebles funcionales y caros, pero impersonales. Vio una cafetera italiana sobre la cocina, una estantería con libros técnicos, espionaje corporativo y criptografía avanzada.

En el living, una pantalla de 70 pulgadas y un sillón de cuero negro frente a una mesa con un solo cenicero de vidrio. En la habitación, la cama estaba hecha, pero había señales de uso reciente. El único toque personal era una vieja guitarra en una esquina, cubierta por una capa de polvo.

Alexia revisó cada cajón, cada rincón, cada carpeta olvidada en el ropero, pero nada la llevó más cerca de la verdad. Hasta que encendió la computadora portátil en el escritorio del cuarto. El equipo tenía contraseña, pero no fue rival para el soft de intrusión que Alexia cargó desde su USB.

Una vez dentro, la pantalla iluminó su rostro con tonos azulados. Rastreó correos, archivos temporales, redes sociales. Lo que encontró confirmó sus sospechas.

—"Vaya, Dalton..."— murmuró, pasando con el cursor por una serie de fotos —"Te dejaste atrapar como un colegial."—

En varias imágenes, una mujer alta, rubia, de labios finos y ojos glaciares posaba con expresión provocativa. Aparecía en algunos mensajes encriptados, correos personales, incluso en una carpeta oculta etiquetada como “archivos financieros”. En cada pista, el nombre flotaba sobre los demás: Irina.

Revisó los metadatos de los mensajes, extrajo los números IP, y creó una carpeta en su disco externo con la información recolectada. Pero no fue lo único que captó su atención. Otro nombre aparecía en múltiples entradas: Nik o Nik Adleres. Supuso que eran los mismos

—"¿Y tú quién diablos eres?"— musitó intrigada.

Corrió una búsqueda interna y dio con varios correos cruzados entre Dalton y Adleres. Todos codificados, pero con dos rutas claras. Los mismos números IPs se repetían insistentemente. Descargó todo en su disco externo y cifró los datos antes de enviarlos al MI6 con una petición urgente de rastreo.

Terminó el registro del departamento sin encontrar más que ese rastro digital, pero era suficiente para seguir avanzando. Cerró todo como lo había encontrado y desapareció sin dejar huellas.

Horas más tarde, ya de vuelta en su propio departamento, Alexia se desnudó con lentitud, sintiendo el cansancio apoderarse de sus músculos. Se metió bajo el agua caliente de la ducha, dejó que le recorriera la espalda, que le limpiara los rastros de la noche. Cerró los ojos un segundo… y el celular comenzó a vibrar.

—"¡¿En serio?!"— gruñó.

Salió empapada, goteando sobre el piso, tomó una toalla al paso, se secó lo suficiente para no mojar el teléfono y se envolvió en una bata blanca.

—"Stevens, al habla"— dijo, contestando con voz firme.

—"Tenemos información."— la voz del analista del MI6 no se disculpó por la hora —"Algunos de los IPs que enviaste coinciden con puntos públicos: cafés, restaurantes... pero varios de los mensajes fueron enviados desde las oficinas de Qryptonix. Y todos los de Adleres, también."—

—"¿Nik Adleres trabaja allí?"—

—"Sí. Es un criptógrafo senior. Tiene acceso a sistemas de encriptación avanzada, algoritmos biométricos, y protocolos de seguridad cuántica. El MI6 le sigue la pista desde hace varios años. Y la foto de la mujer... coincide con Irina Markov."—

Alexia apretó los labios. El nombre le sonaba de los informes más oscuros.

—"¿Confirmado?"—

—"100% Stevens. Agente de la SVR rusa. Ha estado en Berlín bajo distintas identidades. Según lo que encontraste, todo apunta a que sedujo a Dalton y lo manipuló para obtener acceso al prototipo del algoritmo."—

—"Y Dalton cayó como un idiota..."— dijo ella en voz baja, más para sí misma que para el analista.

—"Ahora debes encontrar a Irina, rastrear a Adleres. Creemos que Dalton sigue vivo. Si es posible, rescátalo. Tenemos que descubrir si el algoritmo fue comprometido. Si lo fue, Dalton probablemente sea historia."— la voz del analista vaciló por un segundo. —"Espera. Quieren hablarte."—

Alexia respiró hondo, secó el agua que aún le corría por las piernas, y miró por la ventana de su habitación, donde la ciudad dormía. —"Hora de cazar fantasmas."— dijo para sí misma, con una media sonrisa. Se acercó a la máquina de café, para servirse una taza.

Una nueva voz salió del teléfono —"No creemos que Niklas Adleres esté comprometido. Por ahora."—

Reconoció la voz de Langford, uno de sus enlaces directos en el MI6, su tono sonaba más cansado que seguro. El hombre apareció en la pantalla del móvil con una palidez grisácea que daban las noches sin dormir.

—"¿Y el resto de Qryptonix?"— preguntó Alexia, que terminó sentándose frente a su portátil, con su taza de café recién servido.

—"Ahí sí tenemos sospechas. Un par de nombres aparecen en los cruces con los mensajes de Irina. Pero Adleres... parece limpio."—

Alexia no respondió de inmediato. Miró la foto del criptógrafo en su pantalla. Treinta y dos años. Especialista en codificación biométrica y teoría de la información. Perfil académico brillante, cero vida social, nulas redes, y una rutina tan predecible como aburrida.

—"¿Y si no lo está?"— replicó finalmente.

—"Entonces Dalton está muerto. Y nosotros también, políticamente."—

La mujer cortó la comunicación sin ceremonias. El tiempo se les agotaba.

Para el día siguiente la agencia había hecho seguir a Adleres. Se dirigió a Europa Galerie, un centro comercial de Saarbrücken. Alexia llegó hasta allí y optó por un plan sencillo: haría un contacto visual, una sonrisa bien medida, una caída casual de papeles en la escalera. No había tiempo para más.

Esperó por el momento perfecto: Adleres subía distraído, con un libro técnico bajo el brazo. Alexia bajó con aire resuelto y una carpeta bajo el codo. El choque fue inevitable.

—"¡Oh! Lo siento..."— dijo ella, agachándose a recoger los papeles.

—"No, fui yo... no miraba por dónde caminaba."—

Niklas hablaba con voz baja, cortante. Llevaba gafas redondas, y una chaqueta oscura que no podía ocultar su incomodidad social. Cuando sus ojos se cruzaron, Alexia notó la chispa. Un destello de duda, de intriga.

—"¿Usted trabaja en Qryptonix?"— preguntó, como si de verdad dudara.

Niklas parpadeó. Vaciló.

—"Sí... ¿nos conocemos?"—

—"No, pero he leído uno de sus papers. El de codificación adaptativa con qubits flotantes. Brillante."—

Él enrojeció. —"Nadie lee eso..."—

—"Yo sí."— Respondió Alexia mientras sonreía. Dejó flotar un silencio cómplice.

Tras dudar un momento de su suerte, el hombre propuso —"¿Le invito un café?"— Alexia dejó pasar un par de segundos.

—"Pensé que jamás lo dirías."—

Lo llevó a una cafetería pequeña en una calle lateral, un sitio con cortinas cerradas, señalado como “punto seguro” por el MI6. Ordenaron dos espressos. Ella lo observó mientras él revolvía el azúcar con movimientos metódicos. Un hombre atrapado en un mundo de símbolos y estructuras, incapaz de leer los de las personas.

—"Trabajo con una delegación británica. Estamos interesados en los desarrollos que Qryptonix tiene en algoritmos cuánticos."—

Niklas alzó la vista, alerta. —"¿Por eso me abordó?"—

—"¿Te molesta?"—

—"No..."— vaciló —"Es solo que no estamos autorizados a hablar de nuestros avances."—

Alexia inclinó ligeramente la cabeza. —"Pero tú no eres como los demás. Eres el que hizo la base del algoritmo. El de la programación elegante."—

Él la miró con cautela. —"¿Quién eres en realidad?"—

Alexia no respondió de inmediato. El silencio se espesó como el aroma del café. —"Alguien que busca respuestas. Como tú. Y el tiempo se le agota a Dalton. Pero eso ya lo sabes. Si es que no es demasiado tarde."— Su mano se posó suave sobre el brazo del hombre.

El gesto pareció desmoronar las defensas de Niklas, que tragó saliva. El hombre parecía estar viviendo en un infierno. Los minutos pasaron, y poco a poco, empezó a hablar. De Dalton. De las tensiones internas. De las sospechas.

—"Dalton y yo creamos el núcleo juntos. Pero en los últimos meses empezó a actuar... extraño. Como si hubiera cambiado sus intereses. O alguien lo hubiera hecho cambiar."—

—"¿Irina?"— preguntó Alexia, tanteando el terreno.

Niklas asintió lentamente. —"La vi solo una vez. Alta, elegante. Fría. Se presentó como consultora del gobierno alemán, pero... algo no cuadraba. Sus matemáticas eran deficientes. Después, Dalton desapareció. Y nadie más volvió a verlos. Estoy asustado desde entonces."—

Alexia apoyó las manos sobre la mesa, firmemente. —"Niklas... si no hacemos algo, Dalton hablará y ese algoritmo va a terminar en las manos equivocadas. Y créeme... lo van a usar."—

Él bajó la mirada. Dudó. —"¿Y qué sugieres?"—

—"Que confíes en mí. O en el gobierno británico. Aunque sea por hoy."—

Los ojos de Niklas se encontraron con los de ella. Había una gran dosis de temor y desconfianza, pero también algo más profundo. Una urgencia compartida. Sabía que si Dalton no hablaba, él sería el siguiente.

—"No confío en nadie."— dijo finalmente —"Pero necesito ayuda."—

—"Entonces estás con nosotros. Conmigo."—

La camarera retiró las tazas sin interrumpir. Alexia sabía que el primer paso ya estaba dado. Ahora venía la parte difícil: sobrevivir al resto.

—"El código del algoritmo está en Frankfurt"— dijo Niklas, con la voz tensa —"En una caja de seguridad biométrica del Banco Weissfeld. Solo puede abrirse con mi huella... o la de Dalton."—

Alexia se quedó en silencio un segundo. En su rostro no había sorpresa, solo decisión. —"Entonces vamos por él."—

La bóveda del banco era una fortaleza. Para entrar con Niklas, Alexia usó una credencial diplomática falsa. Tenía el respaldo de dos agentes de apoyo del MI6 apostados en el hall de ingreso del banco.

Todo fue limpio, rápido y frío. Cuando la compuerta biométrica se abrió, un silbido de presión sellada les confirmó que el algoritmo seguía allí: un disco duro sólido dentro de un estuche blindado en aleación de tungsteno. Niklas lo sostuvo con manos temblorosas.

—"Esto... en las manos equivocadas... "— murmuró.

Alexia lo miró fijo. —"No sabemos cuánto les ha dicho Dalton. Por eso tenemos que detenerlos."—

Después de dejar el banco, Alexia y Niklas caminaron bajo una llovizna suave que cubría Frankfurt.

Se detuvieron frente al departamento de él. Por primera vez en días, Alexia bajó la guardia.

—“Gracias por confiar en mí, Niklas.” —

—“No fue fácil.” —

—“Lo sé.” —

Cuando ella giró para marcharse, él la tomó suavemente del brazo, con un gesto firme, sin violencia.

—“Ten cuidado, Alexia”— dijo, con una intensidad que la hizo detenerse. Sus ojos brillaban con algo más que miedo —“Esto ya no es solo una misión.”—

Ella lo miró con una mezcla de sorpresa y reconocimiento. No dijo nada. Se acercó lentamente, llevando sus dedos hasta su rostro para acariciar la mejilla con la yema de los dedos.

—“Nunca lo es...”— murmuró la agente del MI6.

Niklas la atrajo hacia él para besarla. No fue un beso largo ni apasionado. Fue un instante suspendido, como si el tiempo se quebrara y, por una vez, les permitiera ser simplemente dos personas en medio del caos.

Ella se apartó lentamente, sin dejar de mirarlo. Luego se marchó sin mirar atrás. Él se quedó en la puerta, sabiendo que algo había empezado, incluso cuando no podía continuar.

Rastrear a Irina no fue difícil para el MI6, que había desplegado a varios agentes con la intención de localizarla. Finalmente la detectaron en un Mercedes negro entrando en un suburbio de las afueras de Berlín. Alexia, alertada por el MI6, se trasladó hasta la furgoneta de vigilancia.

—"Ese barrio... es un cementerio de la Guerra Fría. "— le dijo un agente a Alexia, mirando los edificios abandonados —"La Stasi entrenaba aquí."—

—"Exacto"— replicó Alexia —“Die Schatten”—

—"¿Quién?"—

—"Una célula de ex-agentes de la vieja Stasi. Algunos eran de la KGB. Se reinventaron como traficantes de oro, armas y secretos. Irina nunca trabajó para Rusia. Trabaja para ellos... y para quien pague mejor."—

—"¿Y Dalton?"—

—"Pronto vamos a averiguarlo. Dalton siempre fue una gran duda."— dijo sin alterarse.

La operación fue rápida. Tres agentes del MI6 se descolgaron por la parte trasera del edificio mientras Alexia y otro equipo ingresaban por la puerta principal. El departamento estaba en el tercero B. Tenía una puerta reforzada. Escucharon solo silencio. Alexia levantó el puño. Uno de los agentes puso una pequeña carga de explosivo plástico. La explosión fue seca.

—"¡MI6! ¡Al suelo!"— un agente gritó, irrumpiendo con el arma al frente.

Dos hombres armados respondieron desde dentro. Se produjo un tiroteo feroz: balas silbando, madera astillada, humo en el aire. Uno de los custodios cayó al instante. El segundo intentó huir, pero Alexia lo derribó de un disparo limpio a la pierna.

—"¡Despejado!"—

Entraron jadeando. En una de las habitaciones laterales, con la puerta apenas entornada, una escena dantesca los esperaba. Dalton.

Amarrado a una cama metálica, con tubos saliendo de sus brazos, tenía los ojos entreabiertos y sin brillo. Se le notaba deshidratado y drogado.

—"¡Lo tenemos! ¡Soliciten una ambulancia urgente!"— gritó Alexia al comunicador.

Un agente lo observó mientras se quitaba la capucha —"¡Dios!"— balbuceó —"Está vivo..."—

Alexia tomó su pulso. Débil, pero presente. El hombre murmuró casi ininteligible. —"¿Irina?"— temblaba.

Alexia miró por la ventana. Un vehículo oscuro se alejaba entre las calles estrechas. —"Se nos fue... por segundos."—

No escapó por mucho.

Horas después, Irina fue localizada en un viejo edificio del Berlín Oriental. Un complejo abandonado de la era soviética. Los agentes se desplegaron Alexia entró sola a uno de los pasillos.

Los pasos resonaban en el pasillo que parecía vacío.

Sin mediar palabra, Irina salió entre las columnas, con una pistola plateada en la mano.

—"Tu error"— dijo Alexia para sí misma.

El intercambio fue brutal. Entre los disparos, Irina se movía con precisión de bailarina y fiereza de asesina. Alexia, ágil y letal, respondió con rabia contenida. Irina cayó tras un disparo certero en el hombro.

—"¿Para quién trabajas ahora? ¿China? ¿India? ¿Qatar?"— escupió Alexia, apuntándole.

Alexia la redujo sin decir palabra mientras el resto de los agentes comenzó a llegar. La lucha había durado menos de un minuto

Niklas esperaba fuera del hospital. La noche caía con una llovizna tenue sobre Berlín, convirtiendo las luces de la ciudad en reflejos líquidos.

Cuando la vio acercarse, sintió una presión en el pecho que no era miedo ni alivio, sino algo más difícil de codificar.

—“Dalton sobrevivirá” —dijo Alexia, sin demasiada ceremonia—. “El algoritmo está a salvo. Por ahora.” —

Él asintió, sin saber qué decir. Ella también parecía buscar las palabras correctas en un idioma que ambos entendieran.

—“¿Y tú?” —preguntó él —“¿Ahora te vas, verdad?”—

—“Siempre me voy, Niklas. Es lo que hago.”—

—“¿Y alguna vez te quedas por alguien?”—

Ella lo miró por un instante. Y solo por ese instante, bajó todas sus defensas.

—“Solo una vez. Pero eso fue antes de que entendiera el precio que se paga por quedarse.”—

Él dio un paso hacia ella. No hubo beso. Solo un roce de manos. Una corriente eléctrica imposible de ignorar.

Alexia sacó una pequeña tarjeta negra y la puso en su bolsillo.

—“Cuando decodifiques esto, entenderás por qué no puedo quedarme.”—

—“¿Una pista?”—

—“Más bien una confesión. A mi manera.”—

Luego se dio media vuelta y desapareció entre las sombras de la ciudad.

Niklas se quedó bajo la lluvia. No la detuvo. Solo sacó la tarjeta, la giró entre los dedos y, por primera vez en mucho tiempo, sonrió.


FIN






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