miércoles, 22 de marzo de 2023

Historia: "El Concurso de la Sopa Fría"

 


Las Aventuras de Leorin Dastel

El Concurso de la Sopa Fría
por Rodriac Copen

En el decadente planeta Zyrbassa, donde las columnas de mármol se inclinan como ancianas borrachas y los tapices huelen más a moho que a gloria, las familias nobles se obstinan en organizar certámenes de pompa inútil. 

Entre ellos destacaba, con risa amarga y vino barato, el mítico Concurso Anual de la Sopa Fría, celebrado por el Consejo de Casas Nobles como símbolo de "unidad, tradición y refinamiento gastronómico".

Los anales de Zyrbassa, siempre tan confusos como los mapas de sus cloacas, guardan abundantes episodios del Concurso de la Sopa Fría, cada uno más pintoresco que el anterior. Conviene recordarlos, pues iluminan la gloria reciente de Leorin Dastel con un resplandor aún más irónico.

En el año del Desmoronamiento del Puente de Alquitrán, la Casa Quenval presentó una sopa de ostras estelares con brotes de loto. El jurado, tras dos cucharadas, cayó en un sopor místico que duró treinta días. El plato fue declarado "revelación divina", y la Casa Quenval amasó fortuna hasta que se descubrió que las ostras estaban contaminadas con mercurio de las fábricas de termómetros. Los jueces sobrevivieron, pero tres enloquecieron y se convirtieron en predicadores nudistas.

En tiempos del Gran Duelo de los Barítonos, la Casa Branzor propuso un caldo de vísceras de ciervo lunar. El sabor fue tan intenso que los jueces, con lágrimas en los ojos, entregaron el premio con aplausos delirantes. Horas después, todos murieron de cólera pútrida. El cocinero escapó en una barcaza, y su cabeza todavía aparece en los afiches de las tabernas preferidas por los mercenarios y cuatreros que abundan en los caminos de los adinerados terratenientes.

Más célebre aún fue el escándalo de la Sopa Carmesí de la Casa Ulvaren, en la cual se disolvió accidentalmente un fragmento de reliquia mágica. El jurado, en pleno, comenzó a levitar en éxtasis. El espectáculo fue aplaudido como un "arte culinario de vanguardia", hasta que uno de los jueces se precipitó desde veinte metros y se partió en cuatro pedazos. La Casa Ulvaren perdió sus privilegios, y la receta fue prohibida salvo en fiestas privadas.

No son pocos los historiadores que señalan que la verdadera tradición del Concurso no es la excelencia gastronómica, sino el envenenamiento. "Un juez sin diarrea es un juez mal servido", escribió el cronista Ermenthal el Cínico, cuya tumba aún huele a ajo.

El anuncio del excelso Concurso llegó a la mansión Dastel, una casona donde el polvo ejercía más autoridad que su dueño. Leorin Dastel, heredero famélico de una dinastía que alguna vez saqueó palacios y ahora no podía saquear ni su propia despensa, leyó el pergamino con gesto magnánimo:

—"¡Calyra, mi joya incomparable, escucha! El Consejo ha tenido la gentileza de invitar a esta noble casa al Concurso de la Sopa Fría. ¿Acaso no es este el destino reclamando mi grandeza?"—

Calyra, su esposa, que a ojos ajenos parecía una viuda de abolengo y en realidad era una androide diseñada con un refinamiento perturbador, arqueó apenas una ceja.

—"¿Grandeza, Leorin? Apenas ayer intentaste hervir agua y el cazo explotó en la chimenea."—

—"Una nimiedad técnica, mi cielo"— dijo él, ajustándose un jubón manchado de grasa —"Lo que importa es la imaginación, el genio innato de un Dastel. ¡La sopa fría de nuestra casa dejará estupefactos a esos clanes podridos!"—

—"Más estupefactos quedarán si sobreviven a probarla"— replicó ella con suavidad, mientras en su mente evaluaba protocolos de daños y primeros auxilios.

La noticia corrió con la urgencia de un galán buscando sus calzones escapando del marido: los Dastel presentarían su legendaria sopa. En las tabernas húmedas de Zyrbassa, entre brujos charlatanes y mercaderes de reliquias oxidadas, se apostaba cuántos miembros del jurado caerían envenenados.

Llegado el día, en la plaza central decorada con banderines roídos y lámparas de aceite que olían a pescado, las Casas Nobles desplegaron su miserable esplendor. Sopa de faisán con rubíes, caldo de sirena falsa, estofado de lagarto azul.

Y en un extremo, bajo un toldo remendado, Leorin Dastel colocó un cuenco de agua tibia con flotantes hierbas marchitas.

—"¡Contemplad, señores!"— anunció con voz solemne —"La Sopa Refrescante de los Dastel, herencia de guerreros, poetas y bribones. Una creación que evoca las lágrimas de los dioses desterrados."—

El público murmuró con risa cruel.

La hermosa Calyra, tras bastidores, observaba al jurado, que cuidadosamente usaba sensores para registrar las hierbas tóxicas que otros clanes habían utilizado para sabotearse mutuamente. Muchos concursantes fueron descalificados para regocijo de sus contrincantes. 

La bella y curvilínea esposa de Leorin, fraguó entonces un plan que comenzó a tomar forma: manipular el caos en beneficio de su esposo.

Con un gesto imperceptible, añadió a la sopa de Leorin un polvo secreto: una cura digestiva combinada con un estimulante afrodisíaco ancestral.

—"Querido"— le susurró Calyra a Leorin —"tu sopa salvará algo más que el honor de nuestra familia."—

Leorin, impermeable a las indirectas como estatua bajo la lluvia, se irguió convencido de que era el sol que iluminaba la existencia de su dama.

El jurado, compuesto por nobles obesos y barbadas esposas irritadas, avanzó de mesa en mesa. Primero degustaron la sopa de faisán: un minuto después, tres miembros se retorcían con diarrea estrepitosa.

—"¡Injusticia!"— clamó la Casa Vorral —"¡Algún bribón envenenó el faisán!"—

Luego probaron el estofado de lagarto azul: las damas comenzaron a gritar buscando letrinas portátiles. El caos se propagó como peste alegre entre los espectadores.

Mientras tanto, Leorin practicaba su discurso de victoria:

—"En este cuenco hallarán no solo un sabor, sino la filosofía entera de la Casa Dastel..."—

—"Leorin"— interrumpió Calyra —"prepárate para algo menos filosófico y más carnal."— pensando que la dosis de afrodisíaco en los cuencos podría ser potencialmente excesiva.

Al fin llegó el turno de la Sopa Dastel. Los jueces, sudorosos y pálidos, bebieron con la resignación de un ajusticiado ante el verdugo. En segundos, ¡el milagro! Los dolores estomacales cesaron. Un resplandor de vigor recorrió sus cuerpos, seguido de una excitación incontrolable.

—"¡Por los espíritus de la ruina!"— exclamó un juez —"¡Siento renacer mis entrañas... y el despertar de otras partes también!"— mirando lascivamente a su contundente mujer.

Pronto, los venerables magistrados correteaban tras sus esposas a lo largo de las carpas, arrancando velos, trastocando mesas y proclamando himnos de amor carnal. La plaza se convirtió en un bacanal improvisado.

Leorin, confundido como un hechicero que olvidó su propio conjuro, murmuró:

—"¿Acaso mi sopa ha despertado la pasión de la nobleza?"— Tan orgulloso estaba, que jamás advirtió que su mente brillaba con la intensidad de una vela ahogada en sopa.

—"Digamos que tu receta ha demostrado ser... integralmente saludable"— respondió Calyra, con su enigmática sonrisa.

El tumulto alcanzó cumbres de ópera grotesca. Al ver los resultados en los jueces del brebaje de los Dastel, los viejos bribones se abalanzaron para tomar una vaso de la legendaria sopa. Nobles obesos rodaban entre barriles; damas desencorsetadas corrían perseguidas por maridos rejuvenecidos; poetas improvisaban odas eróticas entre alaridos.

Finalmente, las esposas del jurado, jadeantes y satisfechas, intervinieron con decisión.

—"¡Conceded el premio a la Casa Dastel!"— ordenaron —"¡Nunca habíamos sido tan bien atendidas en años!—

El Consejo, tembloroso y despeinado, accedió sin discusión mientras se arreglaban las ropas.

Leorin fue proclamado vencedor entre vítores y silbidos lascivos. El trofeo, una cuchara dorada, brillaba como un sol risueño en sus manos.

—"¡Lo sabía!"— clamó emocionado el trinfador —"¡El genio de los Dastel jamás muere!"—

—"Ni la ingenuidad"— susurró para sí Calyra, acariciando el hombro de su amado.

La noticia se propagó como peste feliz en toda la tierra de Zyrbassa: la sopa de Leorin no solo era antidiarreica, también en extremo afrodisíaca. Pronto, farmacias y burdeles competían por obtener la receta.

Leorin, ebrio de gloria, proclamaba en los mercados:

—"¡Una sola cucharada y tendréis vientres en calma y amores encendidos!"— 

Calyra, pragmática, organizó la producción, patentó el brebaje y permitió a su marido amasar una fortuna que acrecentó la riqueza de la familia.

Esa noche, en la mansión, Leorin bebió de su propia sopa, animado por su pícara esposa. Lo que siguió fue, como registraron con discreto orgullo los sensores internos de Calyra, una velada de pasión extraordinaria, donde por milésima vez ambos se encontraron como iguales: él en su delirio y amor, ella en su curiosidad y devoción.

Y así, en el teatro grotesco de Zyrbassa, la leyenda de la Sopa Dastel quedó inscrita como remedio de vientres y antídoto contra matrimonios fríos.

Dicen los cronistas que Leorin muchos años después, algo gordo y satisfecho, dejaba que Calyra, siempre radiante, siguiera perfeccionando la receta.

FIN



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