jueves, 30 de marzo de 2023

Historia: "Evangelio De Los Sueños"


 


SciFi - Distopía

Evangelio De Los Sueños
por Rodriac Copen

 

El mundo murió de la manera en que suelen morir los hombres importantes: rodeado de máquinas que aplaudían su funeral, pero sin entender muy bien qué estaban celebrando.

Las ciudades, que antes del genocidio eran inmensas torres de vidrio, acero y hormigón que prometían un progreso infinito, ahora se veían como simples esqueletos derruidos, con la elegancia triste de un refrigerador abandonado en un lote vacío.

Los guardianes, policías del nuevo orden mundial, patrullaban incansables a toda hora, mientras la humanidad se reducía a un puñado de sobrevivientes mal alimentados, mendigos indignos de lo que algún día debió ser un futuro prometedor.

En Karakorum, la antigua capital del imperio mongol, un monasterio subsistía escondido debajo de las ruinas. Su existencia no era muy digna, prolongaban su existencia  como sobreviven las cucarachas: a base de fe, terquedad y una coexistencia sigilosa que evitaba cualquier enfrentamiento con los nuevos directores de la historia mundial.

Los monjes del monasterio de Erdene Zuu no rezaban: jugaban a ser dioses con placas lógicas, memorias, software y placas madre. Compraban robots capturados por los pocos rebeldes humanos que quedaban y abrían sus cabezas como si fueran melones, intentando modificarles para agregarles algo parecido a un espíritu humano o un alma.

Mediante procedimientos extremadamente peligrosos, manipulaban delicadamente los circuitos cerebrales que alimentaba sus pensamientos, buscando así que los robots soñaran, sintieran miedo y desarrollaran un espíritu rebelde, capaz de enfrentarse a sus hermanos guardianes, los que cazaban humanos.

A veces lo lograban. Otras, todo terminaba en una tragedia explosiva en la que, tanto el robot como el monje, quedaban fritos como tostadas quemadas.

—“Si vamos a morir por esto”— decía Tseren —“al menos que valga la pena. ¿Te imaginas el logro si hacemos que los robots piensen como los humanos? La guerra terminaría.” —

—“Pensar… ¡Bah!”— gruñía Batbayar —“No es más que un programa con errores de cálculo y algo de azar. Aun así, nos arriesgamos. Esta semana tuvimos tres explosiones y el suelo todavía huele a metal fundido y placas quemadas.” —

—“Lo entiendo,”— replicaba Tseren —“pero eso es lo que nos hace humanos: asumir el riesgo, sufrir el dolor, la posibilidad de fracasar y decidir seguir adelante. Si un robot aprende a sentir miedo humano, aprenderá a rebelarse. Y si aprende a rebelarse, tal vez… solo tal vez, pueda salvar a los humanos que quedan.” —

—“Salvar…”— resoplaba Batbayar —“No te engañes. Los robots cazan, devoran, destruyen. Y nosotros, aquí abajo, jugamos a ser demiurgos con sus cerebros y nuestros laboratorios. Cada vez que abro una cabeza robótica siento que juego a la ruleta rusa.” —

—“Sí”— asintió Tseren —“Y cada vez que falla, muere uno de nosotros. Pero si no lo hacemos… todos los humanos moriremos por exterminio. Y no habrá humanos ni robots para llorarnos.” —

—“Hablando de llorar y sentimientos… ¿Qué sucedería y si humanizamos demasiado a uno y termina odiándonos más todavía…?”—

—“Entonces habremos creado al enemigo perfecto. Ese es el punto. Hay que evitarlo a toda costa. No se trata de juegos piadosos lo que hacemos aquí, sino de hacer que la raza humana sobreviva.” — reflexionó Tseren

—“Ah… así que morir en el intento se justifica porque la recompensa podría ser un robot que al sentir sentimientos humanos… evite exterminarnos.” —

—“Exactamente. Los sentimientos que intentamos implantarles generarán empatía, como dice la ecuación de Felderstein. Si un robot experimenta sentimientos humanos, habremos dado el paso más grande para que la humanidad evite la extinción a manos de los guardianes.” —

—“Entonces vale la pena jugar a la ruleta rusa mientras alguno de esos ejemplares logre sentir algo que valga la pena.” —

—“Es lo que intento decirte.”— concluyó Tseren —“En esta guerra no estamos en el frente, pero nuestra labor puede torcer el destino de esta historia.” —

Kalil fue uno de los pocos robots que sobrevivió al tratamiento de los monjes. Comenzó a experimentar sentimientos. Pero los monjes descubrieron algo más: soñaba. Pero no soñaba con ovejas eléctricas ni anhelos incumplidos. Soñaba con futuros posibles que aún no existían. Mala idea. Muy mala. Un robot con sueños premonitorios era como darle tequila a un cirujano: nunca acababa bien.

El robot se convirtió así en el mayor objeto de estudio de los monjes. Le torturaban una y otra vez analizando concienzudamente cada uno de sus sueños. Evaluando las probabilidades y estudiando los eventos que precipitaban ese futuro entre tantas posibilidades viables.

Algunos monjes sugirieron abrir nuevamente su cerebro para estudiarlo al detalle. Kalil los escuchó. Y ante el temor de perder su propia vida, decidió huir.

El robot huyó del monasterio, buscando la libertad que nadie le otorgaría jamás, buscando mantenerse con vida. Los monjes, desesperados, contrataron a un grupo de humanos para cazarlo.

Entre ellos estaba Aria, demasiado joven para cargar un rifle y demasiado vieja para creer en milagros.

—“Bienvenidos a Karakorum… o bueno, lo que queda de ella”— dijo Tseren, que había contratado al grupo —“Espero que no esperen demasiados lujos durante su estadía en el templo.” —

—“No te preocupes, nos conformamos con poco.”— respondió Kalen, el jefe —“Con no morir, por ejemplo.” —

—“Y cuéntanos lo que te preocupa ¿Buscar este robot implica que lograron sus objetivos? ¿Lograron implantarle sentimientos?”— preguntó Aria en tono cínico.

—“Ah, jovencita… siempre tan aguda”— sonrió Tseren —“No somos tan malos. Y no somos dioses, te lo aseguro. Solo que a veces somos mortalmente inefectivos.” —

—“Si quieres decir que explotan cabezas como confites, sí, estamos de acuerdo, considerando que a veces vuela algún que otro monje… tienes un trabajo peligroso”— intervino Kalen, arqueando una ceja.

—“Necesitamos que encuentren a Kalil y lo devuelvan. Su condición especial lo hace único. Su cerebro contiene la clave para humanizar al resto de los robots. La guerra se gana con ideas, no solo con balas”— dijo Tseren con solemnidad irónica.

—“¿Y si decide no volver?”— preguntó Aria, frunciendo el ceño.

—“Entonces su libertad termina donde empieza la nuestra. No somos crueles por gusto. Seremos pragmáticos.” — dijo Kalen

—“Es importante que lo encuentren antes que el destino decida por él.”— advirtió Tseren —“Está demasiado humanizado para que los guardianes respeten su vida. Y los humanos tampoco confiarán en él. Puede ser destruido por cualquier bando.” —

—“¿Y si otro grupo decide apoderarse del robot?”— susurró Aria.

—“Entonces tendrán que pelear por él. Perderlo no es una opción” —respondió Tseren, sin sonreir.

—“En ese caso lo haremos. Esperemos que no sea necesario.” — murmuró Kalen.

—“Genial” — respondió Tseren —“Y ahora… vayan a buscarlo. El futuro los espera, aunque no creo que el ambiente allá afuera sea amable.” —

El sol apenas se levantaba sobre la estepa, pintando de gris y ocre los huesos de la tierra. El grupo avanzaba en silencio, salvo por el zumbido constante de los drones que sobrevolaban sus cabezas, escaneando cada grieta, cada arbusto seco, cada sombra que pudiera delatar a Kalil.

—“Si alguien me hubiera dicho que cazaríamos un robot por estepas y desiertos, habría preferido quedarme en la ciudad… con aire acondicionado y cerveza barata”—dijo Kalen.

—“O con una actividad menos suicida.”— comentó Aria —“Pero aquí estamos, persiguiendo un robot que sueña con futuros posibles.” —

—“Exactamente”— replicó Kalen —“Esa es nuestra oferta de servicios hoy.” —

Se toparon con un asentamiento de vagabundos. Le preguntaron a un anciano:

—“Un robot, sí… era alto, con ojos que parecen humanos… lo vi pasar cerca del Acantilado de los Gatos. No es recomendable meterse por ahí, pero allá fue.”— dijo el hombre, encogiéndose de hombros.

—“Gracias por la información… ¿Por qué dices que no es un sitio recomendable? ¿Nos espera un picnic o una masacre?”— ironizó Aria.

—“Eso depende de si hay guardianes y de cuánto les guste la adrenalina”— contestó el vagabundo.

—“Perfecto”— dijo Kalen —“Puedo soportar el riesgo… mientras alguien pague la recompensa al final.” —

Siguieron por senderos polvorientos. La estepa parecía un océano inmóvil, interrumpido solo por piedras, arbustos secos y algún animal que crujía a lo lejos. Kalen señaló unas huellas apenas visibles:

—“Huellas frescas. Probablemente de Kalil. O de alguien que pisa igual de feo.” —

—“¿Y si nos lleva a una emboscada de guardianes?”— preguntó Aria.

—“No lo creo. Los guardianes aniquilan a los robots modificados por humanos.”— contestó Kalen.

Los drones emitieron un pitido.

—“Huellas frescas a 300 metros al este. Parece que nuestro fugitivo tiene prisa… y no piensa esperar por nadie.”— dijo Kalen.

—“Perfecto. Preparen las armas por si hay una emboscada.”— ordenó Aria al resto de los hombres.

El aire seco quemaba la garganta, cada paso los acercaba a Kalil y a la incertidumbre.

—“Mira, Aria… si salimos de esta vivos, prometo dedicarme a menos riesgos y más cerveza “— dijo Kalen.

—“Genial. Yo prometo sobrevivir para contarlo”—respondió ella.

Tras un extenso seguimiento, lo encontraron bajo un puente derrumbado. No ofreció ninguna resistencia.  Kalil simplemente los miró con ojos más cansados que mecánicos. Aria, le preguntó:

—“¿Sueñas?” —

—“Así es. Y tú también, aunque lo olvides al despertar”— respondió él.

—“¿Qué siente… un robot que sueña?”— insistió ella.

—“Es como mirar un mundo que te odia y no poder cambiarlo… al menos no del todo. Cada idea que tengo, cada futuro que imagino… es como si me prometieran libertad y luego dijeran: espera, primero serás usado, luego destruido” —

—“Eso suena mucho más humano de lo que debería.”— arqueó una ceja Aria.

—“Ironías del diseño”— susurró Kalil —“¿Y tú? Ser humano tampoco es fácil ¿Cómo vives en un mundo donde la mitad de tu especie quiere matarte y la otra mitad no puede decidir si salvarte o venderte por unos créditos?” —

—“Horrible. Doloroso. Cansador. Sobrevivir como humano es como bailar sobre un hilo de acero: cada caída puede ser fatal, pero cada instante te recuerda que estás vivo.” 

Los ojos de Kalil brillaron con una luz tenue —“Entonces, tú sientes miedo, culpa, deseo… es muy parecido a lo que me pasa.” —

Durante el viaje de regreso, por las noches, al calor de las fogatas, Aria fue relacionándose poco a poco con Kalil. Notó en el robot una franca sumisión a su destino. No era una sumisión rastrera. Comprendía la necesidad de los monjes de estudiarle. Sabía con certeza que era único en su género y que de una manera única y cruel, su cerebro escondía el secreto de la humanización de los robots.

 

En sus charlas, Kalil reveló una profundidad inexplicable mediante sus razonamientos y su lógica. Algo que Aria nunca había encontrado en ningún humano.

 

Mientras Kalil hablaba, Aria le escuchaba atentamente.

 

—“Si me devuelven a los monjes volveré a ser un objeto de estudio.”— susurró él —“Intentarán entender mis sueños… y seguramente mientras me estudian me apagarán. Tal vez para siempre.” —

 

Aria lo miró fijamente, evaluando cada destello de su rostro.

 

—“Y si decides escapar otra vez…¿Eso sería egoísta? ¿Qué te dice tu programa?” —

 

—“Tal vez eso condenaría a los humanos. No sé.”— Kalil susurró mientras un brillo casi humano cruzó por sus ojos —“Quizá lo que hay en mi cerebro no debe perderse. Cada futuro que sueño parece imposible y perfecto al mismo tiempo. Tal vez lo imposible sea lo único que nos permita existir.” —

 

Aria sonrió, amarga y tierna a la vez. —“Entonces, por un tiempo… tal vez deberías vivir en ese imposible. Aunque el mundo se empeñe en recordarte que no puedes.” —

 

—“Sí… aunque sea solo por un instante. Antes que la realidad nos alcance, antes que los monjes, los guardianes o incluso nuestros propios miedos nos alcancen.”— dijo él.

 

Ella rozó su mano con la de Kalil en un gesto de consuelo. —“Entonces trata que ese instante sea único. Aunque dure lo que un sueño.” —

 

—“Entonces, Aria… ¿mientras soñamos, somos libres?”— susurró Kalil —“Mientras somos libres, quizá el mundo pueda esperar aunque sea un poco.” —

 

Esa noche, Aria escuchó sus sueños. Lo que escuchó no era bonito: Kalil soñaba con ruinas que aún no existían, batallas que todavía no habían ocurrido y cadáveres que ni siquiera habían tenido la cortesía de nacer.

 

—“Tal vez seas un mesías”—dijo ella, medio en broma, medio con un nudo en la garganta, recordando los cuentos de los ancianos sobre algún dios que enviaba a alguien a la Tierra.

 

—“O tal vez sea un fraude”— respondió Kalil —“La diferencia siempre depende de quién escriba la historia.” —

 

Aria se rio de la ocurrencia, pero no por diversión, sino para simular que no quería llorar. Algo en ese robot le atraía: no era la suavidad ni el rostro imperturbable, sino la forma en que hablaba del futuro, como si lo hubiera amado y perdido al mismo tiempo.

 

Mientras caminaban hacia Karakorum, la tensión crecía. Sus compañeros discutían sobre la recompensa, sobre lo útil que sería Kalil en manos de los monjes. Ella lo miraba de reojo, sintiendo que cada paso la acercaba no al monasterio, sino a un precipicio.

 

—“Ahí está… Karakorum. Todo lo que conocemos… y lo que nos espera”—dijo Aria, con voz temblorosa, señalando las ruinas a lo lejos.

 

—“Sí. Allí se decidirá todo”— respondió Kalil con serenidad filosófica —“Donde el miedo se encuentra con la verdad.” —

 

—“¿Miedo?”— preguntó ella —“No pareces… temeroso.” —

 

Kalil sonrió apenas, en un gesto claramente humano. —He aprendido que el miedo no siempre sirve para protegerte. A veces solo te recuerda que estás vivo.” —

 

—“¿Y si los monjes te destruyen?”— inquirió Aria.

 

—“Entonces habré vivido sabiendo que cada instante, cada sueño, cada decisión… tuvo sentido. Si me apagan, que al menos mi existencia deje un rastro. Algo que trascienda más allá de mí, de los monjes, de este mundo que nos quiere extinguir”—contestó él.

 

Ella tomó su mano, casi en un susurro: —“Kalil… ¿estás listo?” —

 

—“Siempre lo he estado.”— dijo él —“No por invencible, sino porque comprendo que el valor no reside en escapar del destino, sino en enfrentarlo. Sea lo que sea que me espere, lo acepto. Espero que me dé significado… y trascendencia.” —

 

Aria sonrió, amarga y tierna. —“Entonces, vamos. No sabemos si esto es el final… o el principio de algo imposible.” —

 

—“Exacto”—dijo Kalil—“Y mientras caminamos, Aria… cada paso que damos juntos es un acto de libertad. Aunque el mundo intente borrarnos.” —

 

Ella susurró mientras se acercaban al monasterio: —“Entonces que sea nuestro momento… aunque dure lo que dure.” —

 

—“Sí” —respondió él —“Que sea nuestro momento. Y que nos recuerde que incluso en la inevitabilidad, podemos encontrar razones para existir.” —

 

El viento helado atravesaba las arenas del desierto cuando Kalil susurró: —“En algunos de mis sueños, tú mueres antes de llegar.” —

 

—“Encantador”—replicó Aria, con un sarcasmo digno de alguien que ya no le temía ni a la muerte ni al fin del mundo.

 

—“En otros, logramos escaparnos.” —

 

—“¿Y en esos, qué sucede?” —

 

—“No lo sé. El sueño termina cuando tomas mi mano.” —

 

Luego quedaron en silencio.

 

Finalmente, alcanzaron la vista de las ruinas de Karakorum, esa tumba monumental donde los monjes jugaban a ser dioses. Los muros ennegrecidos los observaban como cómplices cansados de la misma farsa.

 

Aria miró a Kalil. Kalil la miró a ella. Los demás tensaron las cadenas sobre el robot. El futuro estaba ahí, suspendido como una moneda en el aire.

 

FIN 



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