jueves, 30 de marzo de 2023

Historia: BackStream - Capítulo 1 - El Umbral

 

 

BackStream

Capítulo 1: El Umbral

 

La cafetera bufaba como un tren viejo. Morgan Cross, envuelta en una bata raída y con los pies desnudos sobre el piso helado de su departamento en Copenhague, observaba el vapor sin moverse. Una cicatriz le cruzaba el muslo izquierdo como una advertencia escrita en carne viva. Otra más para la colección. Afuera, la nieve caía como ceniza lenta. Adentro, Morgan intentaba no pensar en Siria.

Tocaron la puerta tres veces. Pausadas. Con un viejo ritmo conocido. El código que compartían los agentes.

Morgan tomó su SIG Sauer P365 X-Macro y cruzó la sala como un felino adormecido. Miró a través de la mirilla. No vio nada, pero sabía que era parte del truco. Giró el pestillo.

—"Hola, Cross"— dijo la figura vestida de negro al entrar sin invitación. Era Lambert, su antiguo jefe de Operaciones. Tenía el mismo aspecto de siempre: cara de lija y modales de cárcel suiza.

—"Pensé que estabas muerto"— dijo Morgan, sin cambiar la expresión. No era una frase hecha.

—"Lo estuve. Un par de veces. Ahora dirijo algo... diferente."— dijo el hombre mientras se sentaba cómodo en el sillón.

Lambert arrojó una carpeta sobre la mesa. Con una sola palabra escrita en la tapa: Echo. Morgan la abrió y dentro de ella encontró un dosier con su nombre y una fotografía satelital de Sarajevo, junto a la fecha del 28 de junio de 1914.

—"Vas a volver al campo, Cross. Pero no al campo que conoces. Esto es otro nivel. Literalmente otro tiempo."—

Morgan hojeó los papeles sin reaccionar. Luego lo miró directo a los ojos.

—"¿Viajes en el tiempo? Pensé que habías venido a reclutarme para otra misión. Pero esto suena inverosímil."—

Lambert sonrió, o algo parecido.

—"El Proyecto se llama BackStream. Es un proyecto de observación pasiva. Sin ninguna intervención de los agentes. Si algo cambia durante un viaje de inversión temporal, todo puede irse al carajo. Te estoy reclutando para esta división porque eres la única que puede hacerlo sin perder la cabeza."—

—"Ya la perdí hace rato, en Siria más precisamente."— dijo Morgan.

Lambert sacó un cigarro, lo giró entre los dedos, pero no lo encendió.

—“Siria no fue tu culpa. Fue una trampa. Y todos caímos en ella” — hizo una pausa —"Te explico cómo funciona BackStream, Cross. Esto no es una película ochentosa con un DeLorean. Es inversión temporal. Te metemos en una corriente que corre hacia atrás, invirtiendo la entropía. Tu cuerpo y tu conciencia quedan desfasados respecto al flujo natural del tiempo."—

—"¿Voy marcha atrás?"— preguntó Morgan, entornando los ojos.

—"No exactamente. Tú percibes el tiempo como lo haces ahora. Pero todo a tu alrededor está en reversa. Las balas vuelven a las pistolas, las palabras se desdicen, los cuerpos se levantan del suelo. Y tú estás ahí, caminando entre eso. Invisible e intocable. O casi.” —

—"Parece un delirio."—

—"Lo es. Pero funciona. Sabes que no soy científico. No puedo decirte mucho más. Los agentes enviados tienen una ventana limitada de tiempo. Puedes estar en inversión solo cierto tiempo antes de que tu cuerpo empiece a... rechazar el anclaje."—

—"¿Y si interactúo con alguien?"—

Lambert clavó la mirada.

—"No. Eso está prohibido. Cualquier contacto con elementos de la línea temporal podría generar una paradoja o una bifurcación. Solo tienes que observar. Nada más. Lo que vas a hacer en Sarajevo es vigilar. Y verificar que nadie más esté jugando con la historia. El atentado tiene que ocurrir."—

Morgan tomó el dosier de nuevo y lo cerró de golpe.

—"Siempre odié mirar desde la tribuna."—

—"Y por eso te necesitamos. Porque si alguien rompe las reglas, quiero que tú seas la que lo detenga. A tu manera."—

Morgan lo miró largo rato. Luego, fue a la cafetera, sirvió dos tazas, y le pasó una sin decir palabra.

—"Entonces crucemos el umbral, Lambert. Pero si explota todo... soy capaz de matarte con mis manos."—

Y aceptó.

 

...

 

El humo denso le quemaba la garganta. El aire sabía a metal, a tierra arrasada. Morgan Cross sostenía su rifle con una mano mientras con la otra arrastraba a un agente herido por el pasillo de concreto agrietado. Las sirenas ululaban en la distancia, mezcladas con el eco de disparos aislados. Era Al-Hasakah, Siria.

La planta estaba oculta en las profundidades de una estructura abandonada que alguna vez fue una fábrica textil. Ahora servía como fachada para un centro clandestino de enriquecimiento de uranio, vinculado a intereses que el Consejo de Seguridad había marcado como prioritarios. Morgan y su equipo, formado por tres hombres y una mujer, habían entrado de noche, con órdenes claras: recopilar pruebas, no comprometer la operación.

El error fue confiar en el silencio.

—“¡Tenemos movimiento!”— gritó Logan Pierce, el agente de campo asignado como su segundo. No tuvo tiempo de más. Una explosión controlada derribó parte del techo y el fuego cruzado comenzó sin previo aviso.

Morgan alcanzó a cubrir a uno de los técnicos, pero Logan quedó expuesto. Recibió dos impactos directos en el pecho. Murió al instante.

Desde el suelo, cubierta de polvo y sangre ajena, Morgan lo miró sin poder moverse. El operativo fue abortado. Nadie había anticipado la presencia de milicianos armados ni la rapidez con la que reaccionarían.

—"Era una trampa"— susurró Morgan al evacuar por el túnel secundario, sin pruebas. Y sin Logan.

Ese recuerdo, enterrado bajo capas de profesionalismo y whisky barato, aún volvía en las noches. Especialmente cuando alguien le hablaba de las consecuencias, de no alterar los eventos, de mirar sin intervenir.

A veces, mirar y no actuar también era una forma de matar.

Ahora el entrenamiento era brutal. Durante ocho semanas entrenó en una base bajo tierra en Groenlandia. Aprendió a moverse en tiempo invertido, a soportar la desincronización celular, a navegar el flujo temporal como una serpiente nadando contra corriente.

Todo el cuerpo le dolía. Y se podría decir que el alma también. Pero día tras día, Morgan volvía a ser la mujer letal que había sido. O mejor aún. Ahora no dependía de la adrenalina. Dependía del propio autocontrol.

—"No estás acostumbrada a mirar sin actuar, ¿verdad?"— dijo el doctor Adrien Varga, sin levantar la vista del monitor holográfico que flotaba entre ellos. Era el biofísico húngaro del proyecto, especialista en resonancias inversas.

Morgan Cross cruzó los brazos, inclinándose apenas sobre la mesa de briefing. Su mirada era como una cuchilla, afilada y paciente.

—"¿Y tú estás acostumbrado a jugar a Dios desde un laboratorio?"—

Varga sonrió con una lentitud que parecía calculada. Se giró hacia ella, dejando que el resplandor azulado del monitor delineara su rostro anguloso.

—"No jugamos a ser Dios. Observamos. Registramos. Protegemos la integridad del flujo histórico. ¿Sabes cuántos mundos colapsarían si alguien apretara el gatillo en el momento equivocado?"—

—"¿Y si el momento 'correcto' es un error? ¿Si dejar que algo suceda significa permitir una tragedia?"—

Varga se acercó, acortando la distancia entre ambos. Su tono bajó, más íntimo.

—"Cada segundo que transcurre está construido sobre millones de tragedias. Modificar una... es como arrancar una piedra en la base de una represa. El agua no pregunta, solo arrasa."—

Morgan lo sostuvo con la mirada, pero sus defensas se suavizaron apenas cuando sintió la calidez de su cercanía. Varga también lo notó.

—"Tu corazón late más rápido"— murmuró, con una media sonrisa.

Ella arqueó una ceja, desafiante.

—"¿Ese es tu método científico, Adrien? ¿Medir pulsos en vez de argumentos?"—

—"Es un excelente sistema de detección de intenciones"— respondió él, y por un instante, el silencio entre ellos se tensó con una electricidad que nada tenía que ver con la tecnología temporal.

—"Tranquilo, doctor. No tengo intenciones de alterar la historia... por ahora"— dijo ella, dándose vuelta para irse. Pero antes de cruzar la puerta, añadió sin mirarlo —"Aunque algunas historias... merecen una segunda versión."—

Él la observó irse, sin intentar detenerla. Pero su sonrisa permaneció, como si supiera que aquel cruce de palabras había sido solo el primer capítulo de algo inevitable.

Una noche, después de una sesión agotadora en la cámara de flujos, alguien entró a la sala de descompresión. Era el doctor Adrien Varga. Tenía una sonrisa algo torcida y unos ojos que no pedían permiso para mirar su cuerpo.

—"Dicen que eres la primera que no vomitó en la inversión completa."—

—"Dicen muchas cosas. Algunas son ciertas. ¿Y tú? ¿Qué haces aquí, Varga? ¿Observas o intervienes?” —

—"Depende de con quién comparta la noche."—

Morgan se río de la respuesta. Fue corto, filoso, ingenioso. La agente no se apartó cuando él se acercó.

Esa noche compartieron algo más que teorías cuánticas

 

...

 

La misión había comenzado. Viajó en su primer misión a Sarajevo, 1914. Morgan cruzó el umbral temporal con el traje de inversión adherido a su cuerpo como una segunda piel de obsidiana.

Apareció en una calle empedrada, a metros del lugar donde el carruaje real del archiduque pasaría. Le habían dicho que sería invisible e indetectable. Una simple observadora.

El mundo se sentía como un eco de si mismo. Colores apagados. Sonidos filtrados. El tiempo fluía hacia atrás y ella caminaba hacia adelante, contra la historia.

El aire olía a pan recién horneado. El sol se filtraba entre nubes perezosas que apenas proyectaban sombra sobre las calles adoquinadas. Morgan Cross se encontraba inmóvil entre la multitud. Observaba. Absorbía.

La ciudad vibraba con una mezcla tensa de entusiasmo y recelo. Era el día del desfile del Archiduque Francisco Fernando. Hombres con trajes de lino y sombreros de ala ancha fumaban cigarrillos turcos en las esquinas; mujeres con blusas de encaje, abanicos y sombrillas murmuraban entre ellas, apretadas contra las verjas de hierro negro que delimitaban la ruta del convoy. Niños con tiradores improvisados jugaban a escupir semillas de girasol, corriendo descalzos por el borde de la acera.

Morgan se fijó en los detalles: los botones de latón reluciente en el uniforme de un cadete a su izquierda, las botas polvorientas de un mensajero que pasaba corriendo con un telegrama enrollado, la bandera austrohúngara flameando desde una ventana con la tela raída en una esquina. Había un aroma a cuero y aceite caliente proveniente de los coches oficiales estacionados en las cercanías, como si la historia misma chirriara al moverse sobre ejes mal lubricados.

Morgan entrecerró los ojos.

Todo iba según lo previsto... hasta que lo vio.

Una figura que llamó su atención. Tenía otro traje de inversión temporal. Era otro agente. Pero no era de Echo. No tenía las marcas. Ni tenía el protocolo. Estaba alterando la posición de una barrera callejera. Eso podía cambiarlo todo porque alteraba el recorrido del auto que llevaba a Francisco Fernando y su esposa Sofía. Ese detalle podía evitar el asesinato.

Morgan se lanzó. Lo abordó en pleno cruce de flujo. Fue como chocar con el universo. Todo tembló. Por un instante, se vieron. Dos sombras dentro del espejo del tiempo. Interacción invertida.

—"¿Quién eres?"— gritó ella.

—"Demasiado tarde"— dijo él, y desapareció.

El murmullo se intensificó cuando el sonido del motor del Gräf & Stift Double Phaeton, el automóvil del archiduque, comenzó a acercarse. Una oleada de cabezas se alzó al unísono, como una cosecha humana esperando juicio. Algunos aplaudían. Otros se mantenían callados. En sus ojos, Morgan leía lo que las fotos jamás podrían contar: la tensión social, el nacionalismo herido, el fervor contenido.

Ella sabía. Sabía lo que iba a pasar. Y sin embargo, no podía hacer nada.

Los disparos sonaron. Sofía se desplomó tomándose el abdomen. Francisco Fernando cayó sobre el cuerpo de su esposa con una herida en el cuello. La historia se cumplió.

 

...

 

Morgan emergió de la inversión como si naciera de un huracán. El sudor la empapaba. Varga la esperaba con una manta y una sonrisa algo burlona.

—"Las órdenes eran de no intervenir."— dijo Lambert en la sala de interrogatorio.

—"No lo hice. Solo evité que otro agente interviniera para impedir el atentado."—

Hubo un breve silencio. Luego, asentimiento.

—"Hay alguien más jugando con el tiempo. Y no sabemos quién es."—

Morgan cruzó los brazos. Una sombra de placer peligroso se dibujó en su boca.

—"Entonces es hora de poner las piezas sobre el tablero."—

Esa noche, Morgan observó el flujo temporal desde la sala de vigilancia. En la pantalla, el atentado de Sarajevo se repetía en un bucle que no terminaba. El asesinato. Los gritos. La sangre.

Estaba dentro.

Y el juego había comenzado.

FIN

 

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