Saga Droven & Lyra – Historias del Viejo Futuro
Los Laberintos de Ebon-Rath
por Rodriac Copen
Laphore siempre
pareció una ciudad que escuchaba demasiado.
No es que tuviera oídos, claro. Pero sus antenas, sus cúpulas y sus torres
parecían inclinadas hacia los recién llegados, como si esperaran una confesión.
Droven y Lyra descendieron del aerodeslizador con recelo. No porque no se amaran, sino porque en las ciudades vigiladas el amor es una forma de descuido que aprovechan los bribones.
—“No me gusta este lugar”— murmuró Droven, ajustándose el abrigo térmico —“Es demasiado limpio.” —
Lyra observó con atención el puerto espacial. Y entendió la reacción de Droven. Naves de diseño imposible, viajeros de mundos que nadie sabría ubicar en un mapa galáctico honesto. Es como que la mismísima ciudad de Laphore hubiera escapado a la decadencia general que conocían en ese planeta.
Esta ciudad estaba relativamente aislada del resto del planeta Zyrbassa. Muy cerca del polo, con escaso contacto con el resto del mundo, al parecer el mayor contacto de la ciudad eran los viajeros interplanetarios.
—“Las ciudades limpias esconden mejor la tragedia, Droven”— respondió —“Al parecer aquí nadie grita. Eso es lo inquietante.” —
Habían huido recientemente de la Ciudadela de Hierro y de la Catedral de los Recuerdos. Habían escapado de algunas revelaciones inquietantes sobre el pasado de Lyra. Y se habían desembarazado de los Custodios de las Emociones Purificadas, que no toleraban anomalías sentimentales en androides, buscando el ascetismo robótico llevado al extremo.
Dejaron su vehículo bajo la custodia armada del jefe del hangar. Y al mirar la determinación y las armas de la guardia, comprendieron que en Laphore el orden y la justicia eran muy diferentes al resto del planeta.
Viendo la extrañeza de Droven, Lyra explicó: —“Según la información que tengo, esta ciudad es el principal puerto espacial de Zyrbassa. Y el comercio es protegido de los forajidos con el mayor recelo posible para evitar el aislamiento de este mundo con el resto de la galaxia.” —
Después de comer algo, una caminata sin rumbo fijo los llevó al mercado de baratijas, donde Laphore mostraba su lado más humano: chatarra, reliquias inútiles, recuerdos de otros mundos vendidos como salvación.
Fue allí donde vieron una tienda que les llamó la atención.
No destacaba por tamaño, sino por el silencio que la envolvía.
—“¿Sientes algo?”— preguntó Lyra, deteniéndose.
Droven negó.
—“¿A qué te refieres? No siento nada.” —
—“Interferencias”— dijo ella —“Como si alguien me estuviera leyendo… sin permiso.” —
Se acercaron a la tienda, en donde el dueño se presentó como Sorimaya, un hombre de voz suave y mirada algo cansada.
—“Sean bienvenidos a mi tienda de la Iglesia de la Segunda Oportunidad”— dijo amablemente —“Pasen y miren mis baratijas. Mirar no cuesta nada.” —
A su lado estaba Pangeo, un robot antiguo, de carcasa pulida por los años.
Al detectar a Lyra, sus sensores se activaron de inmediato. No habló. Pero emitió una serie de pulsos de radio imperceptibles para humanos.
Lyra dio un paso atrás.
—“El de las señales era él. Ese robot me está escaneando.” —
Sorimaya sonrió.
—“No te perturbes, querida. No escanea. Solo escucha, y trata de conectar con los suyos.” —
—“No le pedí que lo hiciera”— replicó Lyra, seca. No le gustaba que invadieran sus pensamientos sin permiso.
Droven intervino.
—“Ordénale que cese. No buscamos problemas ni sermones, pero vamos a defendernos si es necesario.” —
Sorimaya iba a responder, pero el robot identificado como Pangeo respondió antes:
—“Lamento haberles perturbado, extranjeros. No volverá a suceder.” — el robot hizo una pausa antes de seguir —“He notado que Lyra, tu androide tiene recuerdos perturbadores. Tal vez sería conveniente que Sorimaya le leyera sus registros akásicos” —
—“¿Han oído hablar de los registros akásicos?” — preguntó entusiasmado Sorimaya.
Lyra cruzó los brazos.
—“Sí. Y también he oído que algunos no despiertan después de intentar acceder a él mediante la hipnosis de tu Iglesia. Quedan inconscientes. Para siempre.” —
Sorimaya movió los hombros en gesto de resignación.
—“Toda verdad tiene un precio.” — dijo suavemente. –“Pero los robots como tú son inmunes a ese problema.” —
—“Algunos precios no deben pagarse.”— respondió Lyra —“No aconsejo las regresiones en los humanos.” —
Fue entonces cuando vieron la esfera.
Una joya antigua, metálica, con agujas suspendidas en su interior, flotando como si la gravedad fuera un rumor.
—“Eso… “— murmuró Droven —“ Es una joya hermosa.” —
—“Es el oráculo de las trayectorias compartidas”— explicó Sorimaya —“Se usa solo con parejas, para saber sus destinos.” —
Lyra dudó —"No creo en destinos.” —
Pangeo respondió. Su voz era baja, casi reverente —“Pero el destino cree en ustedes. Prueben su sabiduría tomándola con las manos. ¿Qué pierden?”—
Tomaron la esfera.
Las agujas se activaron formando un patrón tridimensional imposible. Según el predicador no señalaban un futuro claro, sino bifurcaciones.
Sorimaya estudió detenidamente las agujas interpretando en silencio.
—“Las agujas dicen que si descubren el origen de Lyra… permanecerán juntos.”— dijo al fin —“De lo contrario, el separarse evitará una desgracia mayor.” —
Al terminar la interpretación, las agujas se reorientaron a un punto fijo señalando al norte.
—“Ebon-Rath”— añadió —“Indican al Polo norte. Al complejo subterráneo del oráculo.” —
Pangeo se inclinó hacia Lyra. —“Mi escaneo ha conectado con un robot. Los custodios han llegado a la ciudad.”— advirtió —“Y los están buscando.” —
Los Custodios de las Emociones Purificadas los perseguían desde la Catedral de los Recuerdos para borrar la memoria de Lyra.
Droven apretó los dientes.
—“Entonces no nos quedamos.” — Dijo Lyra mientras devolvía la esfera. —“Las segundas oportunidades suelen ser trampas. Pero esta vez… vamos a caminar hacia ella.” —
Rápidamente buscaron el deslizador, pagaron por el resguardo y se pusieron en camino.
Después de un viaje de varias horas hacia el Polo norte, vieron que Ebon-Rath no fue construido para ser recorrido. Fue diseñado para ser enfrentado.
El acceso se abrió como una herida mecánica bajo el hielo eterno. Al entrar, el complejo pareció reaccionar y el túnel se reconfiguró.
—“Esto está vivo”— susurró Droven.
—“No”— corrigió Lyra —“Está controlado por un cerebro robótico. Simplemente está atento.” —
Los corredores cambiaban al avanzar. Las paredes se convertían en pantallas. No mostraban datos. Mostraban imágenes que representaban los miedos que enfrentaban a los viajeros.
Mientras las pantallas pasaban, Lyra vio mundos en donde respiraba aire con pulmones humanos. Otros en donde envejecía. En algunos lloraba por los sentimientos que tenía.
—“Esa no soy yo. No me reconozco.”— dijo, temblando.
Droven vio versiones de una Lyra totalmente robótica, sin emociones. Versiones frías y precisas. Letales en combates. La versión que querían los Custodios.
—“Esa tampoco eres tú, Lyra.” — respondió Droven —“Pero podrías serlo si los Custodios resetean tu memoria.” —
Ninguna de las visiones los separaban. Pero los confrontaban juntos y creaban destinos diversos.
Vieron futuros donde se amaban sin conflictos. Y otros donde nunca se habían conocido.
—“No me asusta perderte.”— confesó Droven —“Lo que me asusta es no poder seguirte… o encontrarte.” —
Lyra lo miró.
—“Yo tengo miedo de descubrir alguna existencia antes de ser un robot… y que ya no pueda serlo de nuevo.” —
En los sueños de Lyra aparecieron palabras sin contexto: CyberSun, Sistema Solar.
—“No sé qué significado tienen esas palabras.”— dijo —“Pero duelen.” —
—“Tal vez porque no deberías recordarlas”— respondió Droven.
Al final del laberinto, el ruido cesó y las pantallas desaparecieron. En el centro, una sala vacía e iluminada los esperaba.
El Oráculo que allí habitaba no tenía ninguna forma definida. Era una voz emergiendo de la estructura misma. Droven se preguntó si no era un robot.
—“Lyra”— dijo el Oráculo —“Llegas a mi perseguida por los Custodios, sin saber por qué fuiste creada con sentimientos y emociones. Pero debes saber que aún no fuiste terminada.” —
Ella dio un paso adelante.
—“¿Acaso debo ser un robot completo?¿Desterrar mis emociones?” —
—“Tus creadores te dieron libre albedrío. Eres una decisión en proceso. Tú debes decidir.” —
El oráculo habló de dualidad de caminos. De evolución. De caminos no trazados por sus creadores. De la multiplicidad de destinos, incluso de los que no querían decidir.
—“Tu origen importa menos que lo que elijas aprender.”— sentenció —“Pero saber demasiado sobre las cosas cambiará lo que amas.” —
Droven intervino.
—“¿Estamos destinados a separarnos?” —
El Oráculo guardó silencio unos momentos.
—“El destino se traza con las decisiones. El amor nunca es garantía. Es una elección reiterada. La elección es de ustedes.” —
El aire de la cámara se movía lento, como si la arquitectura estuviera pensando. La voz del Oráculo no salía de un punto preciso; emergía de todas partes, incluso de ellos mismos.
—“Lyra”— dijo —“Te inquieta el destino porque crees que existe.” —
Ella alzó la mirada.
—“¿Acaso no existe?” —
—“Existe solo para quienes renuncian a decidir.”— respondió el Oráculo —“La vida está determinada únicamente para aquellos que se dejan arrastrar por los acontecimientos. Para los que confunden obediencia con paz.” —
Droven frunció el ceño.
—“Entonces… ¿no estamos atados a nada?” —
—“Están atados a cada elección que hacen.”— dijo la voz —“Eso es más determinante que cualquier destino.” —
Lyra dio un paso adelante. Su voz tembló apenas.
—“Fui creada. Programada. ¿Dónde entra mi elección en todo eso?” —
El oráculo meditó un momento. Luego respondió:
—“El libre albedrío, como la libertad, no es un regalo. Es una conquista. Los creadores de la raza humana lo otorgan a quienes lo reclaman con actos, no con deseos.” —
Droven apretó los puños.
—“¿Y los Custodios?” —
—“Los Custodios existen solo para los que quieren dejar de elegir”— dijo el oráculo —“Si deseas ser solo un robot, Lyra, basta con que te dejes encontrar. Ellos completarán la purificación. Eliminarán la duda. El dolor. La contradicción. Perderás la esencia humana.” —
Lyra sintió un vacío extraño en el pecho.
—“¿Y si no quiero eso?” —
—“Entonces ya estás eligiendo.”— respondió la voz —“Tú y Droven poseen todo lo necesario para eludir a los Custodios… y a cualquiera que intente decidir por ustedes. No porque sean más fuertes, sino porque caminan el sendero de las elecciones personales.” —
Ella bajó la mirada.
—“Quiero evolucionar.”— dijo —“Pero no sé hacia dónde.” —
—“Evolucionar implica aceptar una verdad incómoda.”— continuó el oráculo —“Tus creadores están muy lejos, en la lejana Tierra, en el extremo de la galaxia. Un mundo que aquí es apenas un mito. Quizá ya no exista. Quizá los humanos que lo habitaron se han extinguido hace tiempo. En Zyrbassa nadie lo sabe.” —
Droven contuvo el aliento.
—“¿Y CyberSun? ¿Y Sistema Solar?”— preguntó Lyra —“¿Qué significan para mí?” —
La cámara pareció oscurecerse.
—“Fuiste ensamblada por una empresa llamada CyberSun en el Sistema Solar de la Tierra.”— dijo el Oráculo —“Extrajeron la información de tu cerebro humano y la implantaron en un cuerpo artificial, en un intento desesperado por evitar tu muerte.” —
Lyra retrocedió un paso.
—“¿Humana…?”—
—“Tú eras humana, Lyra. Y lo sigues siendo.”— afirmó la voz —“Por eso sientes. Por eso amas. Por eso dudas. No es un error de diseño. Es el residuo de una vida que se negó a desaparecer. Un robot puede sentir o simular emociones. Pero un humano no puede dejar de elegir, incluso cuando no quiere hacerlo.” —
Droven la sostuvo del brazo.
—“Entonces… ¿qué es lo que enfrenta ahora?” —
El Oráculo respondió con una calma implacable:
—“La decisión más antigua de todas. Seguir siendo humana, con todo su dolor y su belleza… o renunciar a ello para vivir sin contradicciones. Sin dolor.” —
Lyra cerró los ojos. Cuando habló, su voz no era mecánica ni humana del todo.
—“Si elijo sentir, ¿perderé algo?” —
—“Elegir implica perder algo, siempre.”— dijo el Oráculo —“Pero solo quien pierde algo puede decir que estuvo vivo.” —
El silencio cayó como una sentencia.
Cuando salieron de Ebon-Rath, el mundo seguía siendo peligroso. Los Custodios seguían buscándolos. El origen de Lyra seguía envuelto en sombras.
Droven apoyó la mano contra el aerodeslizador. El material estaba frío, pero no tanto como esperaba.
Durante un segundo pensó en decir algo. Cualquier cosa. Una advertencia, una súplica, una frase que la retuviera.
No lo hizo.
En su lugar, cerró los dedos con fuerza, hasta que los sensores de su traje comenzaron a emitir una leve vibración de advertencia. No aflojó. Necesitaba sentir el límite.
—“No voy a poder seguirte, Lyra.”— dijo al fin, sin mirarla —“No porque no quiera. Porque soy humano. En unos años moriré. Y no puedo evitarlo.” —
La frase quedó suspendida entre ambos, incompleta, como una puerta mal cerrada.
Lyra tomó la mano de Droven. Sabía que en esa elección no había promesa de eternidad. Pero fue un acto consciente.
Y en ese gesto simple, entendió que no hay mayor rebeldía que elegir quién se quiere ser, incluso cuando nadie garantiza el resultado.
FIN
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