miércoles, 22 de marzo de 2023

Historia: "Susurros Perdidos"

 


Susurros Perdidos

Eduardo nunca se había tomado en serio su afición por la Transcomunicación Instrumental. Para él, era solo un pasatiempo curioso, una forma de jugar con sonidos, grabadoras, frecuencias y ruido blanco en busca de voces del más allá. La mayor parte del tiempo, lo único que obtenía eran sonidos distorsionados que su imaginación moldeaba en frases incompletas. Nada más.

Pero un día, su teléfono empezó a recibir mensajes de audio en WhatsApp desde un número desconocido. Al principio, pensó que era una broma o algún error. Los mensajes llegaban con un ruido ensordecedor, como si la voz estuviera sumergida en una tormenta de interferencias. Aun así, entre los chasquidos y crujidos, una voz persistente se repetía. No entendía las palabras, pero era la misma voz, siempre la misma.

Intentó bloquear el número. Sin éxito. Al día siguiente, otro número diferente le enviaba mensajes con el mismo patrón de ruidos y la misma voz. La situación empezó a inquietarlo. Decidió descargar los audios y aplicar filtros para reducir el ruido de fondo. Lo que descubrió lo dejó helado: era la voz de una mujer, susurrante y angustiada. Decía su nombre. Y pedía ayuda.

Eduardo se obsesionó. Pasó noches enteras limpiando los audios, repitiéndolos una y otra vez, buscando pistas en cada palabra. ¿Quién era esa mujer? ¿Cómo había conseguido su número? ¿Por qué no podía dejar de recibir esos mensajes?

Una noche, agotado, olvidó apagar el equipo de filtrado de sonido. El software quedó funcionando, captando y limpiando las señales durante horas mientras él dormía. Al despertar, sintió algo extraño en el ambiente. El aire parecía húmedo y pesado. Bajó los pies de la cama y el frío le recorrió el cuerpo: vió que el suelo estaba mojado.

Miró alrededor. El pánico se apoderó de él cuando notó las huellas. Eran marcas de pies descalzos, pequeñas, delicadas, que iban desde la puerta de su habitación hasta su cama. No había rastros de entrada ni salida, solo aquellas huellas que terminaban justo donde él había dormido.

Eduardo tembló. Alzó la vista hacia su teléfono. Un nuevo mensaje de voz había llegado.

Y esta vez, su nombre no era lo único que la voz decía.

—"¿Y si es alguien haciéndote una broma?"— preguntó Carolina, su amiga de la universidad, mientras revolvía su café con nerviosismo.

—"No puede ser una broma. El número cambia cada vez, y la voz es siempre la misma"— respondió Eduardo, mostrando los audios en su teléfono.

Pedro, su otro amigo, arqueó una ceja. —"Podría ser un algoritmo, una IA que está generando los mensajes. Quizás es parte de algún experimento o una especie de fraude digital."-

—"No es una máquina"— negó Eduardo, bajando la voz —"Anoche dejé el equipo encendido, y esta mañana... había huellas en mi habitación."-

Carolina y Pedro se miraron en silencio. Finalmente, Carolina habló con un tono más bajo, como si temiera que alguien más pudiera escucharla.

—"¿Crees que puede ser... algo del otro lado?"-

Eduardo tragó saliva. Nunca se había considerado creyente en lo paranormal. Pero algo dentro de él le decía que esto iba más allá de cualquier broma o error técnico.

Esa noche, decidido a descubrir la verdad, dejó nuevamente el software encendido y preparó su teléfono para grabar video. Se acostó con el corazón latiendo fuerte y una sensación de temor le aplastaba el pecho.

A las 3:14 a. m., su teléfono vibró con un nuevo mensaje. La pantalla iluminó la habitación, y sin atreverse a moverse, Eduardo escuchó la notificación.

Con dedos temblorosos, desbloqueó el celular y reprodujo el audio.

—"Eduardo... "- dijo la voz.

Un golpe seco en la puerta de su habitación lo hizo soltar el teléfono. La pantalla quedó boca arriba, proyectando un tenue resplandor sobre las huellas húmedas que, esta vez, no terminaban en su cama.

Sino justo detrás de donde estaba parado.

Desde esa noche, las visitas del espíritu se hicieron constantes. Eduardo comenzaba a sentir su presencia incluso cuando no recibía mensajes. La temperatura descendía bruscamente, los espejos se empañaban sin razón aparente y el sonido de pasos resonaba en el pasillo de su departamento cada madrugada.

Una noche, cuando fue al baño y miró el espejo, la vio. La silueta borrosa de una mujer de cabello largo y oscuro estaba justo detrás de él. Eduardo se quedó paralizado del terror.

—"¿Quién sos?"—preguntó con un hilo de voz.

La imagen en el espejo movió los labios.

—"Los espejos son portales..."— susurró la voz de la mujer —"Es la única forma en la que podemos cruzar... Necesito tu ayuda."-

Eduardo sintió que sus piernas temblaban. Quería huir, pero sus músculos no respondían.

—"¿Por qué yo?"— murmuró.

—"Porque escuchaste... porque me oíste cuando nadie más podía hacerlo."- La mujer levantó una mano fantasmal para tocarlo en el hombro. Eduardo sintió un frío intenso. —"Me mataron... y ahora estoy atrapada"-

Los días siguientes, Eduardo se dedicó a investigar. Encontró un caso de desaparición que coincidía con la descripción de la mujer: Laura Benítez, desaparecida en la década del 50. Su cuerpo nunca fue encontrado. La única pista que quedó fue su cartera, hallada en un lago, pero sin rastros de su cuerpo.

Eduardo sabía lo que debía hacer. Siguiendo las pocas instrucciones que Laura pudo darle, llegó hasta una antigua casa abandonada a las afueras de la ciudad. En el sótano, tras remover los escombros, encontró algo que le heló la sangre: restos humanos. Junto a ellos, había un espejo roto.

Cuando informó a la policía, la historia de Laura salió a la luz. Había sido asesinada por su pareja, y su espíritu había quedado atrapado en este plano, buscando desesperadamente a alguien que la escuchara.

Esa noche, Eduardo miró el espejo de su habitación por última vez. En su reflejo, Laura sonreía con tristeza.

El espejo vibró levemente, mientras la imagen de Laura se desvanecía. Eduardo sintió paz.

Cuando se alejó del espejo, su teléfono vibró. Tenía un nuevo mensaje de voz.

FIN





 

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