Velo del Olvido
Capítulo 1: La Primer Fisura
Marcus Galt
llevaba años caminando sobre un terreno movedizo, como si la realidad misma se
resquebrajara bajo sus pies, sin que pudiera detenerse. No había una causa
concreta, al menos ninguna que pudiera señalar con certeza. Siempre le habían
dicho que en su familia la tristeza era un legado, como una sombra larguísima
que sus padres cargaron sin poder soltar. Su madre, abatida por la depresión
desde mucho antes de que él naciera, y su padre, una presencia fría y distante,
habían dejado marcas invisibles en él, ecos que reverberaban con insistencia en
su alma.
En el fondo, Marcus sentía un temor sordo: no quería perderse en ese abismo. Había pensado en ello, claro que sí, en momentos tan oscuros que le habían hecho rozar con la muerte. En la soledad más absoluta, sus dedos habían acariciado el filo de la navaja o el borde de la botella, pero siempre algo lo detuvo. Una mezcla de orgullo o quizá un hilo tenue de esperanza que se negaba a ignorar. Su esposa Helen apenas sabía que él estaba “un poco deprimido”, como solía decirle cuando ella preguntaba, y que por eso asistía al psicólogo.
—"Solo es un bajón pasajero"— solía decirle, aunque en el fondo ella veía que sus ojos eran como espejos empañados, de una tristeza que no se explicaba.
Bajo la fría llovizna de esa tarde, Marcus se abría paso entre la multitud, absorto en sus pensamientos, cuando la vibración familiar de su teléfono lo sacó de su ensimismamiento. Un número desconocido.
El mensaje, como los otros, era breve y enigmático: "Recuerda quién eres". Frunciendo el ceño, intentó devolver la llamada, seguro que se trataba de alguna hábil publicidad. Pero solo encontró el silencio exasperante de un tono de ocupado.
No era la primera vez; durante las últimas semanas, su celular había sido asaltado por una serie de mensajes del mismo remitente deconocido: "Debes despertar", "Te estamos esperando", “Abre tu canal de comunicación”. La incertidumbre lo carcomía, transformando su inicial perplejidad en una creciente molestia. ¿Quién era ese remitente? ¿Qué significaban esas frases crípticas? La falta de respuestas lo mantenía en vilo, y cada nuevo mensaje solo intensificaba su frustración.
Estaba llegando a su trabajo, trató de no pensar más en ello.
Sus problemas personales lo mantenían bastante ocupado. La terapia tradicional de su sicólogo no hacía más que remover esas aguas turbias sin dar con la raíz. Cada sesión era como una rutina vacía, un monólogo silencioso que no lograba aflojar el nudo en su pecho. Marcus se sentía atrapado en una jaula invisible, donde las paredes eran sus propios pensamientos y el aire mismo le generaba un peso insoportable.
Lo que deseaba, en lo más profundo, era liberarse. Encontrar un sentido que diera luz a esa oscuridad persistente que le rodeaba, un respiro para su alma exhausta. Sin saberlo aún, estaba a punto de abrir una puerta que cambiaría su vida para siempre.
A la mañana siguiente, sábado, tenía su habitual sesión de terapia. Se durmió rápidamente para encontrarse inmerso en un sueño de vívida lucidez, donde un cosmos se desplegaba sin límites ante él.
Era un universo entre incontables otros, todos interconectados por hilos invisibles. En esa realidad onírica, las dimensiones superiores, más allá de las tres conocidas, no eran meras abstracciones, sino el lazo palpable que unía cada existencia.
De repente, una imponente entidad, que se presentó como Thar-El, se materializó en su conciencia, comunicándose telepáticamente. Ante sus ojos asombrados, Thar-El desplegó un inmenso holograma que giraba y pulsaba con la energía de innumerables realidades, explicando cómo seres como él, e incluso el propio Marcus, poseían la capacidad latente de trascender las barreras dimensionales y viajar sin esfuerzo entre universos paralelos.
Se despertó casi extasiado por ese sueño místico y extraño. Sin despertar a su mujer, se levantó para bañarse e ir a la consulta. Desayunó frugalmente.
La habitación de terapia olía a libros viejos y café amargo. Marcus se sentó en la silla frente al escritorio, con las manos entrelazadas sobre las piernas, tratando de que su voz sonara más firme de lo que sentía.
—"¿Cómo has estado esta semana, Marcus?"— preguntó el doctor Alarcón con calma, mirando un cuaderno abierto donde anotaba los detalles de sus sesiones.
Marcus suspiró, esquivando la mirada.
—"Más o menos igual..."— respondió con voz baja —"La tristeza sigue ahí, pesada, como una nube de la que no puedo escapar."—
—"¿Has podido mantenerte activo? ¿Salir, hacer ejercicio? ¿Hablar con Helen sobre cómo te sientes?"—
—"Sí, salgo. Camino un poco... y hago bicicleta. Pero la verdad, no cambia mucho. Y con Helen... sabe que estoy “un poco deprimido”, como dije la última vez, pero no sé qué más decirle. No parece importarle tampoco."—
El doctor asintió, tomando nota.
—"¿Y en cuanto a tu vida sexual? Es un aspecto que muchas veces refleja cómo estamos emocionalmente. ¿Cómo van las cosas en ese sentido?"—
Marcus sintió un nudo en la garganta, pero su cansancio era tanto, que decidió ser honesto, quizás por primera vez.
—"A veces, cuando hago el amor con Helen, mi mente se va a otro lugar. Pienso en Esther... una compañera del trabajo. Es raro, porque no pasa nada con ella, pero ella está ahí, presente."—
El doctor levantó la mirada y esbozó una media sonrisa.
—"No te preocupes demasiado por eso. La mente suele divagar y fantasear durante el sexo, es normal. No necesariamente significa algo más profundo. Lo importante es cómo te sientes con Helen, y en la vida real."—
—"Es que con Helen... no sé. Hay cariño, pero no mucho más. Con Esther siento una chispa. Me hace bien su contacto, aunque ella ni siquiera lo sabe."—
—"Lo que describes puede ser parte de la insatisfacción general que sientes. Pero tenemos que trabajar en lo que puedes controlar aquí y ahora, no en fantasías o pensamientos pasajeros."—
Marcus sintió que aquellas palabras eran un vendaval que lo dejaba sin aire.
—"Intento eso, doctor, pero es como si algo dentro mío estuviera roto, y no encuentro la manera de repararlo."—
El doctor volvió a escribir, mientras Marcus se hundía un poco más en su silla, cada vez más consciente de que aquella terapia apenas rascaba la superficie de su tormento.
No sabía con exactitud cuándo había comenzado a soñar con otra vida. No era a otra vida metafóricamente, como una aspiración; sino literalmente: soñaba que vivía otra vida. En la que tenía otro nombre, otra pareja, otro propósito de vida.
Lo más inquietante era que aquellos sueños no le parecían fantasías. No eran incoherencias oníricas: eran recuerdos. No se evaporaban rápidamente de su mente como los sueños normales.
—"¿Cómo está durmiendo últimamente?"— le preguntó su psicólogo, sin levantar la vista del bloc.
—"Tengo sueños en los que tengo otra vida."— dijo Marcus.
—"¿Con su esposa?"—
Marcus dudó en contestar. Sería lo correcto decir que sí. Que sus sueños involucraban a Helen, su esposa, madre de sus hijos, la mujer con la que llevaba quince años de matrimonio cordial y perfectamente opaco.
Pero no.
—"No"— dijo al fin —"En los sueños estoy con otra mujer. No sé quién es."—
Silencio. El reloj de la consulta marcaba las 17:07. Marcus sabía que en exactamente tres minutos el psicólogo le sugeriría que volviera a medicarse. Unos miligramos de estabilidad para aplastar la inquietud. Eligió no hablarle de los otros sueños extraños que tenía. No le veía sentido.
Esa noche, al regresar a casa, Helen le preguntó si quería cenar. Marcus dijo que sí, pero casi no comió. Observó los cubiertos como si fueran herramientas de una vida que no le pertenecía.
En lo profundo de su sueño lúcido, Marcus se encontró de nuevo frente a Thar-El, cuya presencia irradiaba una calma imponente.
La entidad comenzó a hablar mientras su voz resonaba directamente en la mente de Marcus: "Lo que en la Tierra los humanos llaman dominio akáshico , nosotros lo utilizamos como sistema de comunicación fundamental". Thar-El le explicó que las "lecturas y escritura akáshicas" eran para ellos, el método más eficaz para "leer la mente y la conciencia de cualquier ser" y para "transmitir mensajes en forma de ideas o incitar a acciones a individuos de interés". Sin embargo, la advertencia de Thar-El fue clara y resonante: "Hackear este dominio, es un acceso no autorizado a información potencialmente privada, y representa un desafío moral significativo". Instó a Marcus a comprender la profunda ética que debía regir cualquier interacción con ese vasto e íntimo reino.
El lunes siguiente, en camino a su trabajo, pensaba sobre el extraño apego que tenía por Esther Voss, su compañera.
Cada vez que ella hablaba, su voz le atravesaba el alma como una nota musical olvidada. Un tono dulce, cálido, ajeno al mundo grisáceo en el que se movía. En su presencia, la realidad se tensaba. Y todo vibraba levemente, como si el mundo se estuviera por desdoblarse en dos.
Lo peor de todo era que no había nada entre ellos. Ni romance, ni flirteo, ni promesas. Solo tenían conversaciones triviales, informes, cafés compartidos entre reuniones. Y sin embargo, cada vez que ella se iba, Marcus sentía que perdía algo vital.
—"¿Te pasa algo con esa mujer?"— le había preguntado Helen una vez, sin rencor, casi con curiosidad científica.
—"No. No. Claro que no." — había respondido perplejo. Nunca se había dado cuenta que era tan evidente.
Marcus estaba sentado en el sofá, con una taza de té entre las manos, mientras Helen hojeaba un libro de filosofía en el sillón de enfrente. La luz tenue apenas iluminaba la habitación.
—"¿Viste la conferencia del profesor Montaigne?"— preguntó Helen sin levantar la mirada —"Dicen que su último ensayo sobre la conciencia colectiva es revolucionario."—
—"No, no la vi"— respondió Marcus, intentando ocultar la tristeza en su voz —"¿Y a ti qué te pareció?"—
—"Interesante, aunque un poco abstracto para el común"— dijo ella, con una leve sonrisa distante —"A veces siento que hablo de estas cosas contigo y que simplemente... no estás ahí."—
Marcus bajó la mirada, mientras el silencio se instalaba entre ellos.
—"Helen, me gustaría que estuviéramos más cerca. Que pudieras notar cuando me siento mal, cuando necesito que me abraces o simplemente que estés conmigo"— dijo con voz quebrada.
Helen cerró el libro con suavidad y lo miró, intentando disimular el cansancio que la invadía.
—"Marcus, sabes que te respeto y valoro mucho lo que haces. Pero no soy una persona efusiva. No siempre sé cómo mostrar cariño, ni cómo lidiar con esas cosas."—
—"Lo entiendo, pero yo no necesito gestos complicados"— replicó él —"Solo un poco de calor humano, algo de atención. A veces siento que vives en otro mundo, uno donde yo no estoy."—
Helen suspiró y se recostó en el sillón.
—"He dedicado mi vida a estudiar, a comprender el mundo desde la razón. Las emociones… no siempre tienen sentido para mí. Tal vez eso te hace sentir solo, pero no es algo que pueda cambiar de la noche a la mañana."—
Marcus sintió que un peso se le clavaba en el pecho.
—"¿Sabes? A veces pienso que... tal vez tú encuentras esa cercanía en otra parte."— murmuró —"Quizás con alguien más."—
Helen arqueó una ceja, sorprendida, pero no mostró enojo.
—"¿Eso es lo que piensas de mí?"— preguntó con frialdad —"Marcus, no podemos vivir en fantasías ni en miedos sin fundamento."—
—"No son fantasías."— replicó él —"Es solo que cuando la distancia es tanta, la mente busca explicaciones."—
Ella volvió a abrir su libro y, sin mirarlo, añadió:
—"Tal vez lo que necesitamos es que aceptes que somos diferentes, y que el amor no siempre se siente ni se expresa igual."—
Marcus se quedó en silencio, viendo cómo la mujer culta, brillante, pero distante que amaba, se alejaba poco a poco, dejándolo en una soledad que ningún conocimiento podía llenar. Y de todos modos, no había negado ningún amorío. Hábilmente había esquivado la respuesta. ¿De qué sirve el amor, si el otro no puede sentirlo? se preguntó. Finalmente asumió que a Helen no le importaba, que detrás de ese refinamiento, había una persona simple y egoísta.
La habitación estaba en penumbra, apenas iluminada por la luz amarillenta de la lámpara en la mesita de noche. Helen se despojó lentamente de su ropa, con movimientos automáticos, como si repitiera una coreografía que hacía desde hacía años. Marcus la observaba desde la cama, con el cuerpo rígido, preparado para el ritual.
Ella se acercó sin mirarlo a los ojos, y sus manos tocaron las suyas con una delicadeza ausente, un contacto que apenas rozaba la piel. No hubo palabras, ni caricias que buscaran conexión, solo el cumplimento silencioso de un acto esperado.
Marcus intentó en vano recordar cuándo fue la última vez que sintió algo más allá de un vacío profundo durante estos momentos de intimidad. La calidez, el deseo, la complicidad que imaginaba en las parejas de las películas, eran para él un espejismo distante. La frialdad de Helen se había ido instalando como un muro invisible, y con los años él mismo había aprendido a construir su propio refugio detrás de esa barrera.
Cuando terminó, permanecieron en silencio, cada uno encerrado en sus pensamientos, compartiendo el mismo espacio pero sin tocar realmente la esencia del otro. Decidió que ya era suficiente. No pediría más por sexo.
A veces, cuando la noche se hacía más oscura y el silencio más pesado, Marcus sentía un dolor en el pecho, un nudo que le revolvía el estómago. Era el duelo silencioso de un amor que había dejado de existir, reemplazado por la fidelidad a una promesa, a un compromiso que ya no encendía su alma.
Se dio cuenta de que seguían juntos no por lo que sentían, sino por lo que habían decidido ser. Y eso, aunque frío y vacío, era lo único que les quedaba.
Marcus caminaba con paso lento, distraído en sus pensamientos, cuando reconoció a lo lejos a su prima Clara, que llevaba de la mano a su hijo pequeño, que miraba curioso las tiendas.
—"¡Clara!"— la llamó Marcus con una sonrisa —"¡Qué alegría verte!"—
Clara se volvió sorprendida y sonrió cálidamente.
—"¡Marcus! ¡Cuánto tiempo! Ven, ¿quieres tomar un café? El pequeño tiene hambre y yo también necesito un descanso."—
—"Me encantaría"— respondió Marcus, acercándose.
Entraron a una cafetería cercana. Marcus le compró al niño una bolsita de golosinas que éste recibió con una sonrisa llena de dientes.
—"¿Cómo has estado?"— preguntó Marcus mientras se sentaban.
—"Bien, gracias. Ya sabes, el trabajo, la familia... Aunque hubo un tiempo difícil, pero logré salir adelante"— contestó Clara.
Marcus respiró profundo y decidió confiar.
—"La verdad es que no estoy bien. Hace años que me siento vacío, una tristeza constante que no me abandona. Estoy yendo al psicólogo, pero siento que no avanzo."—
Clara lo miró con comprensión.
—"Yo pasé por algo parecido hace unos años. Fue cuando hice terapia de vidas pasadas. Al principio era escéptica, como tú, pero esa experiencia me ayudó a entender cosas que no podía explicar y terminó por liberarme de muchos males. Quizá deberías intentarlo, Marcus."—
—"¿Terapia de vidas pasadas?"— preguntó Marcus con cierto escepticismo —"A decir verdad, no creo en la reencarnación. Ni en una vida después de la muerte, Clara."—
—"Yo tampoco lo creía."— admitió Clara —"Pero decidí intentarlo porque ninguna otra cosa funcionaba. ¿Quieres que te pase el contacto de mi terapeuta? No pierdes nada con probar ¿verdad?"—
Marcus sonrió agradecido y sacó su teléfono.
—"Tienes razón. Claro, me gustaría tener los datos. Quizás sea justo lo que necesito."—
Clara le dictó el nombre y teléfono de la terapeuta. Marcus guardó la información con cuidado.
—"Gracias, Clara. Lo voy a intentar. No podría estar peor que ahora."—
Pasaron unos días. La sensación de vacío seguía allí, pero ahora había una pequeña luz tras esa nueva esperanza. Finalmente, Marcus tomó el teléfono y pidió una cita con la terapeuta de vidas pasadas.
La consulta olía a sándalo y a un tiempo que parecía no existir. La terapeuta de regresiones hablaba con voz suave, guiando a Marcus a sumergirse en una neblina de recuerdos que no parecían suyos, hasta que, de repente, vio sus propias manos entrelazadas con las de otra mujer. No era Helen. O al menos, no se parecía a ella.
—"¿Quién es ella?"— preguntó con voz temblorosa.
—"Por lo que describes, es alguien que compartió contigo un pacto en otra vida"— respondió la terapeuta.
La imagen se desvaneció, pero la duda había prendido una llama imposible de apagar.
La terapeuta de vidas pasadas lo atendía en un departamento húmedo, en el quinto piso de un edificio sin ascensor. Había incienso, música de cuencos tibetanos y una paleta de colores pastel que le daba náuseas. Pero en cuanto ella hablaba para guiarlo, algo cambiaba. Su mente racionalizaba que no era por misticismo. Era otra cosa.
—"Vamos a buscar la raíz de tu tristeza"— dijo ella —"No la razón. Buscaremos la raíz."—
La regresión no fue espectacular. No vio luces, ni túneles, ni campos elíseos. No fue nada extraordinaria, pero definitivamente sintió algo.
Y lo que sintió se podría decir que fue compromiso.
Un pacto sellado a través de un apretón de manos.
Él y Helen, su esposa, estaban firmando un acuerdo invisible: “Nos ayudaremos mutuamente. Seremos apoyo. Nada más”.
Y después... después vino la imagen de Esther, vestida con ropas antiguas, pero su rostro era igual al de ahora, pero con una mirada que reconocería sin esfuerzo.
Y entonces despertó. Y lo supo. Esther era su único amor.
Todo lo demás —trabajo, hijos, comidas, impuestos, médicos— empezó a desmoronarse como cartón mojado.
Velo del Olvido
Capítulo 2: Fragmentos del Alma
Esa noche caminó por el centro bajo la lluvia, sin paraguas. No sabía si lloraba o si solo estaba impactado. Lo que sí sabía era que había perdido a la mujer de su vida antes de haberla tenido. Que su alma estaba comprometida con la persona incorrecta por un error burocrático de su espíritu.
Que el precio de esa equivocación era su vida entera.
Pero no podía simplemente tocar la puerta de Esther y decirle: —"Hola, en otra vida nos amamos, ¿quieres despertar juntos y liberarnos de esta prisión cósmica?"—
La locura y la lucidez caminaban tomadas de la mano.
Y Marcus comenzaba a recordar cosas que nunca había aprendido.
Los días posteriores a su primera sesión con la terapeuta de vidas pasadas transcurrieron como envueltos en una bruma ligera. Algo se había movido dentro de Marcus Galt, aunque aún no supiera nombrarlo con claridad.
Durante la sesión, había revivido imágenes intensas: un juramento bajo una luz dorada, un rostro femenino que no era el de Helen, un templo de piedra suspendido en un valle blanco. El tiempo no existía ahí. No supo si lo había imaginado, soñado, o recordado realmente… pero lo cierto era que, al despertar de la hipnosis, una certeza lo había atravesado como una descarga eléctrica: su tristeza no venía de esta vida.
En medio de la regresión, su cuerpo temblaba levemente sobre el diván, pero su mente estaba en otro lugar. No era un sueño, tampoco una fantasía: era un recuerdo que surgía con la fuerza de una ola milenaria. Estaba en una sala abovedada de luz azul, metálica y viva.
Frente a él, de pie, un ser de rostro humanoide pero sin edad, emanaba una energía densa y solemne. A su lado, también de pie, Esther lo miraba como si lo hubiera conocido desde siempre. El jefe del Dominio habló con una voz que no era sonido, sino vibración:
—“Marcus, Esther… ustedes han sido enviados a la Tierra desde el Dominio porque ese planeta es el punto de paso entre dos fuerzas expansivas. La Vieja Federación domina esta parte de la Galaxia, manteniendo mundos enteros bajo control a través del olvido, la reencarnación forzada y el miedo.” —
Marcus asintió, sintiendo en su pecho una mezcla de memoria y dolor.
—“La Tierra… “— dijo él, con voz trémula —“¿es una prisión, verdad?” —
El ser del Dominio confirmó con un leve gesto.
—“Una prisión planetaria. Allí se encierra a todos los disidentes e indeseable, los que no se pliegan al control de la Federación. Los mantienen atrapados en cuerpos, repitiendo vidas una y otra vez, sin memoria, sin conciencia. Se les han hecho creer que son carne, cuando en realidad son Seres Espirituales Inmortales.” —
Esther preguntó con los ojos encendidos.
—“¿Y el Dominio? ¿Qué hará el Dominio con la Tierra?” —
—“Nos estamos expandiendo hacia el centro galáctico. La Tierra está justo en nuestra ruta. Y no podemos permitir que siga en manos de la Federación. Hemos sembrado agentes, como ustedes, para iniciar la apertura. La liberación llegará… pero requiere de tiempo para que despierten todos nuestros agentes atrapados. Es necesario que primero, recuerden, para luego poder actuar.” —
Marcus sintió que una parte de él, olvidada por siglos, despertaba al fin. Todo tenía sentido: su angustia crónica, la sensación de estar atrapado en una vida que no le pertenecía, su vínculo irrenunciable con Esther.
—“Entonces… Esther y yo ¿somos soldados?” —
—“No soldados. Agentes liberadores que fueron enviados a la Tierra como Portadores de la verdad. La Federación los atrapó, pero ahora…. Felizmente han comenzado a regresar.”— respondió el ser.
Marcus regresó de la hipnosis mientras la escena se desvanecía en una espiral de luz que lo regresó al diván, empapado en sudor, y con el corazón latiendo como si acabara de regresar de otro mundo. En realidad se sintió como si lo hubiera hecho.
A partir de esa sesión empezó a buscar respuestas. Dedicaba algunas madrugadas —cuando Helen dormía— a leer compulsivamente. Se zambulló en libros de espiritualidad, física cuántica, reencarnaciones, textos gnósticos y relatos antiguos sobre el alma y sus ciclos.
Abandonó los noticieros, dejó de leer los mails del trabajo a la noche. Necesitaba entender qué era lo que lo estaba desgarrando por dentro.
Leía sobre almas atrapadas, ciclos de reencarnación impuestos, civilizaciones que habían manipulado el sistema espiritual del planeta. El texto más revelador fue un manuscrito apócrifo subido a un blog oculto, conocido como "Entrevista con el Extraterrestre".
Fue entonces cuando terminó de comprender un concepto que descolocó su alma por completo: “La Tierra como prisión del alma”.
En esta supuesta entrevista con un extraterrestre capturado por las fuerzas armadas de los EEUU, se hablaba de una vieja Federación galáctica que gobernaba brutalmente un conjunto de mundos y usaba algunos de ellos como cárceles espirituales, y de un Dominio opuesto, una fuerza luminosa que enviaba a algunos de sus miembros a encarnar en la Tierra para despertar a otros.
La ciudad vibraba con su rutina frenética, una coreografía de bocinas, luces de neón y rostros que no se miraban. Marcus cruzaba la avenida con la mochila colgando de un hombro, aún afectado por el recuerdo vívido de su última regresión. Las palabras del ser del Dominio resonaban como campanas sordas: “Recuerda. Actúa. Libera.”
En su bolsillo, llevaba un papel plegado con la dirección de un cliente. Habían pactado encontrarse esa noche después del trabajo para hablar de negocios, pero algo en su interior lo obligaba a mirar sobre el hombro a cada paso. No era paranoia: era instinto. Tenía la impresión de estar siendo observado. No estaba muy seguro si ese instinto era real, pero ese juego diabólico de ser una agente infiltrado le estaba jugando una mala pasada a sus nervios. Esa vibración incómoda en la nuca que uno siente cuando le están observando, o la misma que uno siente segundos antes de que algo se rompa.
Ya faltaba poco para llegar a destino cuando, al pasar frente a un edificio de oficinas, notó algo extraño. Un hombre alto, con abrigo oscuro y auriculares, parecía fingir mirar una vidriera, pero notó que sus ojos parecían seguír sus movimientos. A unos metros de él, otro sujeto con campera de repartidor, parecía demasiado quieto para esa agitada zona del centro. Cuando Marcus cruzó la calle, ambos se movieron casi al unísono, como peones activados en un tablero invisible.
Cuando vio el comportamiento de sus potenciales seguidores, aceleró el paso, mientras el corazón le latía más rápido. Buscó rápido con la vista y visualizó una entrada al subte. La tomó por simple acto reflejo. Descendió bajando dos niveles, cruzó el andén, y luego volvió a subir. Salió a la calle por la boca al otro lado de la calle. Por un instante, creyó haberlos perdido. Se sintió aliviado, pensando que todo había sido producto de su imaginación.
Pero en la próxima esquina, al doblar por una avenida secundaria, vio que un automóvil negro se aproximó en dirección contraria, demasiado rápido para esa calle. El reflejo de la luces de sus faros se dibujó sobre las vitrinas como cuchillas de fuego. Marcus reaccionó sin pensarlo: saltó hacia un lateral, detrás de un contenedor, justo cuando el coche pasaba a toda velocidad, rozando el borde de la vereda con una violencia que hizo crujir el cemento.
Se quedó agazapado, jadeando. La calle volvió al bullicio normal. Algunos transeúntes se habían detenido sorprendidos por la escena cinematográfica, otros simplemente siguieron su camino. No hubo sirenas, ni choques, tampoco gritos. Solo un instante alterado en una ciudad indiferente.
—“¿Fue a propósito?” — murmuró para sí, sintiendo el latigazo del pulso acelerado en las sienes.
Un patrullero pasó a lo lejos, sin notar nada extraño. El auto negro ya no estaba. El hombre del abrigo oscuro tampoco. Ni el repartidor.
Marcus se levantó con las piernas temblorosas, sintiendo que la línea entre lo real y lo imposible se había borrado.
La conciencia se despierta con luz, sí. Pero a veces, antes de la luz, vienen las sombras.
A medida que Marcus Galt profundizaba en los manuscritos apócrifos y los blogs ocultos, se topó con una revelación que sacudió los cimientos de todo lo que creía: el concepto de "Dios" no existía entre los seres espirituales e inmortales.
Nadie, en el omnipotente Dominio, conocía ese concepto; era una invención puramente terrestre, una herramienta de control diseñada para mantener a la población sumisa y fiel a las leyes de los gobiernos.
Comprendió que la vida biológica misma no era un milagro divino, sino el producto de una meticulosa manipulación biológica y genética por parte de los seres de luz. También descubrió que las naves extraterrestres que se avistaban esporádicamente eran una realidad que los gobiernos ocultaban con celo.
Las élites que formaban parte de las cúpulas gubernamentales y organizaciones como Bilderberg no eran más que representantes de la Federación, moviendo los hilos de la sociedad humana desde las sombras. La verdad, desoladora y liberadora a la vez, se abría paso con cada conocimiento que iba destrabando en el peregrinar de la nueva realidad que se le había abierto a través del despertar de su alma.
Marcus no supo por qué, pero se quebró en llanto al leer aquello.
Una noche, mientras miraba por la ventana del estudio, vio una estrella titilar con una intensidad diferente. Sintió un cosquilleo en la nuca. De pronto, sin pensarlo, pronunció en voz baja un nombre que no conocía:
—“Kaleth...” —
La palabra vibró en su mente, reverberando en el pecho como un eco antiguo. Se sintió observado, como si una presencia silenciosa, amorosa, incógnita y sin rostro, lo reconociera desde otro plano.
Durante los días siguientes, tuvo sueños extraños. En uno, una voz femenina le hablaba desde detrás de un velo de niebla:
—“Tu tarea aún no ha comenzado, Marcus. Recuerda quién eres. El Dominio te necesita despierto.” —
Y junto a esa voz, otra imagen emergía con fuerza: Esther. Su compañera de trabajo. En los sueños, sus rostros se tocaban sin necesidad de palabras, y una energía cálida los unía desde lo profundo, como si fuesen dos astros perdidos reencontrándose.
Una tarde, en el trabajo, Marcus cruzó a Esther en el pasillo. Se saludaron con la misma cortesía de siempre, pero esta vez sus miradas se sostuvieron un segundo más de lo habitual. Fue apenas un segundo, pero Marcus sintió que algo en su pecho se expandía, como si el tiempo se detuviera solo para ellos.
Más tarde, en el baño de la oficina, se miró en el espejo, con los ojos abiertos de par en par.
—“No puede ser… “— susurró para sí mismo —“¿Ella también ha comenzado a recordar?” —
Las líneas de la realidad, los sueños, las regresiones y la imaginación se habían vuelto difusas. ¿Qué era real? ¿Qué cosas eran producto de su imaginación? Nunca pensó que una simple práctica de vidas pasadas fragmentaría su vida e implosionaría su mundo de ese modo.
La conexión con Esther, que antes se le antojaba como un tenue hilo invisible, ahora se había vuelto un vínculo de fuerza magnética. Cada día en la oficina se sentía impelido a buscarla, sus miradas se encontraban con una avidez inusitada.
A veces notaba que la mujer le miraba concentrada, de un modo diferente. Y cuando él se daba cuenta, ella apartaba la vista perturbada. Se preguntaba que podría pasar por su mente. ¿Acaso era verdad? ¿Su conciencia potenciada por las regresiones había terminado conectándole de algún modo fantástico y desconocido?
—"Esther, ¿tienes cinco minutos para revisar esto?" — inquiría, usando cualquier pretexto laboral para acercarse. Ella, al principio, respondía con la cortesía de siempre, pero día tras día, sus ojos empezaron a detenerse en él un instante más. Los contactos mutuos se hacían más frecuentes. Había, una chispa de curiosidad o reconocimiento encendiéndose entre ellos.
—"Claro, Marcus, ¿es urgente?" — respondía ella con una sonrisa suave. Los cafés se hicieron habituales. —"Me pareció que tenías ganas de hablar del informe"— decía él, ofreciéndole una taza caliente. —"Sí, gracias, justo pensaba en eso"— replicaba Esther.
Sutilmente, las conversaciones derivaban del trabajo a preguntas más personales. —"¿Cómo estuvo tu fin de semana?" — preguntaba ella un lunes, y Marcus sentía un estremecimiento al notar su interés genuino. Los encuentros casuales se multiplicaron: en la máquina de agua, en la fotocopiadora. —"Parece que el universo quiere que hablemos"— bromeaba él un día, y Esther se reía, un sonido que le resonaba en el pecho encendiendo y dando fuerzas a su viejo corazón
Las charlas se extendían, profundizando en sus vidas, sus sueños, sus frustraciones. El flirteo tácito se hizo innegable.
Una corriente subterránea los arrastraba sumergiéndoles a uno en el otro sin remedio. Pronto, las invitaciones para "terminar el trabajo" en una cafetería fuera de la oficina se transformaron en salidas escondidas, reuniones secretas bajo el manto de la noche, donde las palabras se volvían susurros y las manos buscaban contacto.
La atracción mutua, poderosa e irrefrenable, los llevó a involucrarse sentimentalmente, sellando un vínculo que se sentía tan prohibido e inevitable como predestinado.
El aroma a café y a pastas recién horneadas se mezclaba con la tensión palpable entre Marcus y Esther en un pequeño bistró. Habían logrado escabullirse de la oficina con la excusa clásica de "temas urgentes", una mentira que se sentía cada vez menos como tal.
La conversación fluía, fácil y ligera, sobre gustos en común: libros, música, una extraña fascinación por las ruinas antiguas. Sin embargo, bajo la superficie, una corriente más profunda los arrastraba.
—"Es raro, ¿no?" — dijo Marcus, removiendo su café. —"Siento como si me faltara algo, como si una parte de mí estuviera… en otro lado. Y no sé por qué." —
Esther asintió, un poco avergonzada, pero con la mirada fija en la suya.
—"Sí, exacto. Es una inquietud constante. Como si viviera una vida que no es del todo mía, ¿sabes? Una pieza de un rompecabezas que no encaja"—
Un silencio cómodo, cargado de significado, se instaló entre ellos. La atmósfera se volvió más densa, la atracción entre sus miradas casi un tercer comensal en la mesa.
Esther bajó la vista, con una sombra de vergüenza tiñendo sus mejillas.
—"Marcus... esto es un poco extraño, y me da un poco de... de apuro decirlo. Pero he soñado contigo"— Hizo una pausa, tomando aire antes de continuar —"Algunos de ellos, bueno... han sido bastante... íntimos"—
Marcus sintió un vuelco en la profundidad de su pecho —"Yo también." — confesó con su voz en apenas un susurro. —"No solo sueños. Sensaciones. Recuerdos que no son de esta vida. Y siempre estás presente"—
La conversación cesó. Solo existían ellos y una corriente eléctrica que los unía. Cuando el camarero les trajo la cuenta, la decisión ya estaba tomada, silenciosa e inquebrantable.
Caminaron en silencio por la vereda, mientras las palabras eran innecesarias. El sol de la tarde filtrándose entre los árboles pintaba la escena con tonos dorados, etéreos. La mano de Marcus rozó la de Esther, y el simple toque compartido fue como la cristalización de una promesa antigua. Ella no apartó su mano. Llegaron a un pequeño hotel boutique, discreto y elegante, su fachada de piedra ofreciendo un refugio del mundo exterior.
Dentro de la habitación, el aire era suave y la luz tenue. No hubo premura, solo una profunda quietud. Marcus se acercó a Esther, enmarcando en sus manos su rostro, trazando con los dedos los contornos que sentía conocer desde siempre. Sus miradas se encontraron, revelando un amor que trascendía el tiempo y el espacio. Cuando sus labios se unieron, fue un reencuentro, no un primer beso. Cada caricia era una memoria despertada, cada suspiro un reconocimiento de sus almas. Se despojaron de sus ropas olvidando por un momento las cargas de sus vidas actuales, dejando al descubierto sus cuerpos, y la esencia de quiénes eran el uno para el otro. El mundo exterior dejó de existir. Solo ellos, envueltos en la calidez de un amor ancestral, finalmente se sintieron completos.
El silencio de la habitación en las últimas horas de la tarde, fue testigo de la reunión de dos almas que, tras siglos de separación, habían vuelto a encontrar su ineludible destino.
En una de sus últimas lecturas, Marcus encontró una frase escrita en sánscrito: "Ningún alma puede escapar a sus promesas ni al destino".
Marcus la repitió como un mantra, sintiendo que su vida estallaba fragmentando su vida en lo que había sido hasta ahora y lo que estaba a punto de empezar.
Y aunque tenía miedo, por primera vez en mucho tiempo, ese miedo no lo paralizó.
Estaban en la oficina de ella.
Esther lo observaba desde el umbral de la ventana, con el rostro semioculto tras el marco de luz que dejaba entrar la tarde. Marcus estaba sentado, en silencio, revisando unos papeles del trabajo.
Usaban todos los momentos posibles para estar juntos. Como si quisieran aprovechar al máximo el tiempo que tenían. Tanto tiempo hacía que anhelaban el contacto mutuo, que ahora de cierta manera, intentaban compensar el tiempo que habían vivido separados.
Marcus todavía estaba conmovido por los resultados de su última sesión con la terapeuta de vidas pasadas. No había dormido bien. Otra vez los sueños recurrentes e inconexos.
—“Marcus...”— dijo ella en voz baja, como si temiera romper algo frágil.
Él levantó la vista. No era necesario decir nada. Sabía que ella también había soñado.
—“Volvió a pasar”— confesó Esther mientras se acercaba y se sentaba a su lado —“Estaba allá… soñando con ese mundo que no tiene nombre, pero que siento que es mi hogar. No era yo, o por lo menos no esta versión. Me llamaba Levenne.” —
Marcus la miró fijo. Sonrió mientras asentía lentamente.
—“Yo soy Kaleth”— dijo, casi sin voz.
—“¿Cómo lo sabes?”— preguntó, con el corazón agitado.
—“Porque lo recuerdo. No es solo un sueño. Son memorias… fragmentos de algo que me fue robado. Lo sé porque estoy despertando…poco a poco.”—
Ella se estremeció. Sus dedos temblaban. Marcus tomó su mano y la sostuvo firme.
—“¿Y Helen?”— preguntó ella de pronto, rompiendo el hechizo —“¿Qué vas a hacer?” —
Él hizo un gesto ambiguo.
—“Helen y yo... llegamos a un pacto silencioso hace años. Nos queremos, pero no somos uno para el otro. A veces, cuando estamos juntos… pienso en ti. Y en Levenne.” —
—“Me pasa igual con mi esposo. Él... lo sabe. Creo que en el fondo, lo sabe.” —
Ambos quedaron en silencio. Afuera, los coches se deslizaban como insectos metálicos en la noche de ciudad. El cielo se había cubierto de nubes, y una lluvia fina y persistente mojaba el asfalto.
Para el resto del mundo, la normalidad seguía... ajena a todo el drama de sus vidas.
Velo del Olvido
Capítulo 3: La Voz del Dominio
De un modo natural, Marcus había introducido de a poco a Esther al mundo de la meditación profunda. Generalmente coordinaba una hora para meditar y tratar de soñar juntos. Era un modo imperceptible de estar juntos en la intimidad de sus camas, por las noches.
Usualmente, por las mañanas se contaban los sueños que tenían por separado, con la esperanza de perfeccionar su técnica y poder conectar entre sí.
Esa noche, volvieron a soñar, pero esta vez fue diferente.
Pudieron soñar juntos.
Estaban en una enorme cámara cristalina. A su alrededor, varias columnas de energía se movían como olas, tranquilas y silenciosas. Un ser de luz, que ambos identificaron como del Dominio, alto y sin género definido, les hablaba telepáticamente.
—“Kaleth y Levenne, bienvenidos nuevamente. Ustedes son parte esencial del Dominio. Fueron enviados a la Tierra, el planeta prisión de la Federación, para sembrar el despertar entre los agentes capturados. Las conciencias fueron fragmentadas y encerradas. Pero ahora, nuestros esfuerzos dieron fruto al rescatarlos. Y la red se ha roto. El tiempo es breve.” —
Despertaron al mismo tiempo. En diferentes casas y a kilómetros de distancia. Pero ambos, al abrir los ojos, repitieron la misma frase:
—“El Dominio nos necesita.” —
Las semanas siguientes fueron una espiral vertiginosa. Comenzaron a notar señales que mostraban que la normalidad acostumbrada se había alterado de algún modo imprevisible.
Ruidos y parásitos electrónicos inexplicables se filtraban en sus computadoras. Celulares interceptados. Mensajes borrados. Cortes de luz. Vehículos negros estacionados frente a sus casas. Marcus casi fue atropellado por una camioneta que apareció de la nada en una esquina sin semáforos. Muy parecido al episodio anterior.
—“Estoy seguro que no fue un accidente”— le dijo a Esther mientras caminaban por una avenida abarrotada —“Lo sentí. Como si alguien me hubiera advertido el movimiento una fracción de segundo antes.” —
—“Nos están vigilando. Y no estoy paranoica.”— dijo ella —“Esta mañana, mi computadora encendió sola. Un archivo con mi nombre estaba abierto. Estaba vacío.” —
—“Creo que la Federación está jugando con nuestra mente. Quieren que pensemos que estamos locos.” —
—“Me temo que no lo estamos. Todo encaja. Todo tiene sentido. Yo… te amo, Kaleth. Pero tengo algo de temor.” —
Marcus la besó. Como si ese beso sellara un pacto sin regreso.
Durante la meditación, un paisaje extraño se extendía frente a ellos: una llanura sin horizonte, con una luz azulada que parecía venir de todas partes. El cielo no tenía sol ni luna, solo una cúpula pulsante de energía.
Marcus y Esther estaban de pie uno al lado del otro, vestidos con túnicas blancas. Frente a ellos aparece una figura alta, flotaba como si la física no le afectara. Su voz provenía desde el interior de su mente.
La entidad del dominio se expresaba como si tuviera una voz profunda y armoniosa: —“Kaleth… Levenne… habéis despertado. El sello se ha roto. La sincronía está completa.” —
Marcus dio un paso adelante, confundido pero lúcido —“¿Quién eres?” —
—“Soy Thar-El, Custodio del Recuerdo. He venido a recordaros lo que habéis olvidado… por voluntad propia. Vuestra existencia en la Tierra es una misión. Vuestro exilio fue un acto de protección… pero el tiempo de ocultarse ha terminado.” —
Marcus preguntó —“¿Protección de qué?” —
Thar-El respondió —“De la Federación. Ellos manipulan la Tierra. Han sembrado el olvido. Capturan conciencias como la vuestra, las reprograman. Sois agentes del Dominio, enviados a preservar la Luz del Origen. Pero el olvido os alcanzó.” —
Esther intervino —“¿Y ahora…? ¿Qué debemos hacer?” —
Thar-El explicó —“Debéis recuperar el artefacto. Un catalizador del despertar. Lo escondisteis vosotros mismos antes de que comenzara el ciclo actual. Está enterrado bajo los cimientos del templo Senso-ji… en Asakusa, Tokio. Para liberarlo, debéis usar la llave. El templo fue construido sobre un nodo energético antiguo. El artefacto duerme en la piedra. Solo vosotros podéis encontrarlo… y activarlo.” —
Esther preguntó —“¿Y cómo sabremos qué buscar?” —
Thar-El dijo —“No lo hagáis con los ojos, sino con la memoria del alma.” —
Marcus quiso saber —“¿Y… la llave? ¿Dónde la conseguimos?” —
Thar-El sonrió con compasión, y su silueta comenzó a disiparse como niebla durante el amanecer. —“Todo está escrito. No temáis. La llave viajará con vosotros…”—
Se produjo un zumbido sutil. Thar-El les dio una última advertencia.
—“No estáis solos. La Federación ha detectado vuestra activación espiritual. Han enviado agentes humanos. Sicarios del velo. Os observarán. Intentarán cortar el lazo antes de que cumpláis la misión. Deben empezar con la misión. Usad el entrenamiento para conectar con otros agentes del Dominio.” —
Un destello de energía los envolvió a ambos. Las figuras de Marcus y Esther se fundieron en medio de la luz, mientras el sueño se desvanecía.
Esa misma noche, acordaron dejar todo atrás. Marcus miró por última vez a Helen dormida. Se acercó, acarició su rostro y susurró:
—“Gracias por cuidarme todo este tiempo. Pero mi alma pertenece a otro lugar.” —
Esther hizo lo mismo con su esposo Adrián. Cuando estaba por salir de la habitación, sin abrir los ojos, él le dijo medio dormido:
—“Sabía que algo estaba roto entre nosotros. Sabía que te irías.” —
Esther lloró en silencio mientras caminaba con sus maletas hacia el auto de Marcus, que la esperaba en la oscuridad de la medianoche. Se sentía liviana y culpable al mismo tiempo.
Después de subir, le dio un beso. Estaban tristes, claro que sí, pero eran libres.
Mientras él manejaba buscando un hotel para pasar esa noche, le preguntó:
—“¿Por qué crees que ninguno de los dos tuvo hijos?”—
—“Creo que de algún modo, nuestras almas sabían que esta vida era prestada… temporal. Que la ruptura iba a ocurrir tarde o temprano. Creo que lo evitamos… inconscientemente.” —
Marcus y Esther estaban acostados muy cerca, entre las sábanas blancas. La habitación del hotel, acogedora y silenciosa, tenía una tenue luz que invitaba al descanso. El murmullo lejano de la ciudad se sentía como ruido de fondo.
Esther preguntó, girándose hacia él, con voz suave: —“Marcus… ¿puedo mostrarte algo raro?” —
Marcus le acarició el cabello, curioso. —“¿Raro como en estilo o raro como algo que nos cambiará la vida otra vez?” —
Esther sonrió, se incorporó un poco y abrió su bolso de mano —“No sé… quizás ambas cosas.” —
Sacó un pequeño estuche de terciopelo negro.
—“Esto lo tengo desde hace años. Lo compré en El Cairo, en un viaje que hicimos con mi esposo hace tiempo. Fue en un mercado lleno de baratijas y humo de incienso barato. Pero este collar… me llamó. Literalmente. No iba a comprar nada y terminé pagándolo como si me hipnotizaran.” —
Marcus se incorporó también, intrigado —“¿Un objeto místico egipcio? Eso me gusta.” —
Esther le mostró un colgante de metal envejecido, con forma de triángulo, de unos cinco centímetros de lado. En la superficie tenía grabados extraños.
—“Mira. Tiene estas inscripciones… Nunca pude descifrarlas. Ni siquiera parecen jeroglíficos.” —
Marcus lo tomó con cuidado, para examinarlo bajo la luz del velador.
Dijo —“Espera… esto no es egipcio.” — frunció el ceño y continuó —“Esther… esto es arameo. O al menos una variante… creo. Reconozco algunas raíces. Es una lengua sagrada, antigua, usada en textos místicos. No es común que aparezca en un triángulo metálico en un bazar turístico.” —
A Esther se le erizó la piel —“¿Arameo? No puede ser… ¿Cómo sabes eso?” —
Marcus respondió —“Lo sé por como aprendimos cosas del Dominio… en sueños.” — tocó el colgante con reverencia. —“Este símbolo… este triángulo… representa la tríada de la conciencia, en algunos textos del Dominio.” —
La miró con intensidad y le preguntó —“Lo tuviste todos estos años. ¿Por qué ahora elegiste traerlo?” —
Esther se encogió de hombros, dubitativa —“No lo sé. Cuando empecé a empacar para huir contigo, no metí ni la mitad de mis cosas. Pero a último momento… sentí que debía llevarlo. Como si algo me lo susurrara.” — lo miró a los ojos —“Ahora que lo pienso ¿Crees que pueda ser la llave?” —
Marcus le tomó la mano —“No tengo dudas. Es la llave de la que nos habló Thar-El. El impulso de comprarlo vino de la memoria de tu alma, aunque tu mente no lo supiera.” —
Esther acarició el triángulo, emocionada —“¿Y si este fue el ancla que me mantuvo conectada a lo que fui… a tí…?”—
Marcus respondió: —“Entonces el Dominio lleva más tiempo hablándonos del que creíamos.” — se inclinó hacia ella y la besó.
Se abrazaron en silencio. Afuera, el viento golpeaba suavemente la ventana.
La luz de la mañana filtraba su fulgor entre las cortinas del cuarto del hotel. Sobre una alfombra rústica, Marcus y Esther se sentaron en silencio, con las piernas cruzadas y las manos apoyadas en las rodillas.
—“Concéntrate en el umbral”— susurró Esther, cerrando los ojos —“Alguien del otro lado está escuchando.” —
Marcus respiró hondo. El aire olía a incienso de lavanda. Buscaban una señal de otro agente encubierto del Dominio, alguien que pudiera ayudarlos a obtener nuevos pasaportes. Tokio era el destino, y el viaje debía ser invisible para la Federación.
Una respuesta mental pareció vibrar en la mente de Marcus. "Barrio Sur, calle Carlston, edificio gris, tercer piso. Toca dos veces, luego una."
—“Lo tenemos”— murmuró Marcus, abriendo los ojos —“Hay alguien. Vamos.” —
El edificio de oficinas era viejo, algo abandonado, con algunos revoques caídos y grafitis como cicatrices urbanas. La puerta estaba abierta. Subieron al Tercer piso. Era un estudio fotográfico. Marcus tocó según lo indicado: dos veces, pausa, una. La puerta se abrió sin sonido.
Un hombre calvo, de aspecto anodino, les hizo señas con la cabeza.
—“Pasen.” — Sin más explicaciones, les sonrió amablemente.
En el estudio habían numerosas cámaras fotográficas. Algunas activas, otras obsoletas en exhibición. Se veían algunos flashes reciclados y una impresora 3D armada con partes de impresoras viejas.
Les tomaron varias fotografías y las huellas digitales. Escanearon sus retinas y grabaron sus voces haciéndoles leer algunas frases de cartillas impresas.
—“¿Qué historia de fachada quieren?”— preguntó el calvo, sin dejar de escribir.
—“Matrimonio en viaje turístico y espiritual”— dijo Esther —“Celebramos diez años juntos.” —
El hombre la miró.
—“Tienen suerte de parecer felices. Eso ayuda con Migraciones.” —
Firmaron los documentos con sus nuevos nombres.
—“Estarán listos en dos días”— dijo el calvo, les entregó una tarjeta con su teléfono —“Llámenme para entregarles los documentos. Tengan cuidado. No se expongan.” —
Al llamar, el calvo les indicó un pequeño café en una calle adoquinada. Cuando llegaron, ingresaron al pequeño local. Se sentaron en una mesa cerca de la ventana, en sillas de metal.
La camarera esperó pacientemente a que se acomodaran. Oculta tras unos lentes grandes y una bufanda que parecía de otro siglo, les saludó:
—“Takeda-san”— susurró, deslizándoles los pasaportes falsos y dos tarjetas de embarque —“Vuelo 887 a Tokio. No lleven nada que pueda pensar por sí solo.” —
—“Gracias”— dijo Marcus —“¿Y el contacto en Narita?” —
—“Él los encontrará.” —
El día del viaje, las luces blancas del aeropuerto rebotaban sobre el mármol pulido. Esther ajustó su bolso mientras Marcus verificaba las tarjetas.
—“Parecemos una pareja normal”— dijo él.
—“Y si no, debemos parecerlo al menos mientras pasemos por Migraciones.” —
Del otro lado del mostrador, un oficial joven hojeaba pasaportes. Y entonces ocurrió: una punzada psíquica en la mente de Esther. Una señal clara. Advertencia. Peligro.
—“Marcus... él sabe algo.” — le dijo por lo bajo.
El oficial miró sus documentos. Luego los miró a ellos.
—“¿Turismo en Japón?” —
—“Celebramos nuestro aniversario”— dijo Marcus, con voz tranquila —“Vamos a Tokio, después… tal vez Kyoto.” —
Pero el hombre frunció el ceño. Su mente oscilaba... algo no encajaba.
—“Esther... ahora”— murmuró Marcus por lo bajo.
Ella entrecerró los ojos. Un leve destello en su mente. Marcus la imitó.
Ambos perturbaron la mente del joven al unísono: un flujo apenas perceptible, una perturbación leve que desorientó al oficial lo suficiente.
—“Feliz viaje”— dijo, devolviendo los pasaportes como si acabara de despertarse de un sueño.
Ya en la sala de espera, Marcus sentía el corazón bombeando adrenalina. Esther respiró hondo.
—“Estuvo cerca”— dijo ella, tomando asiento.
Marcus fue a buscar café. Mientras caminaba, alguien lo rozó bruscamente.
—“¡Lo siento!”— dijo el desconocido —“Perdóneme usted…”—
Se perdió entre la multitud. Marcus lo observó unos segundos, frunciendo el ceño.
Volvió con los cafés. Cuando metió la mano en el bolsillo para buscar la
billetera, encontró un papel doblado. No recordaba haberlo ingresado.
Lo desplegó con cuidado. Letras vivas, que palpitaban ligeramente como organismos microscópicos. Escrito en el lenguaje del Dominio, decía “Alguien los espera en Tokio”.
Esther leyó sobre su hombro. Dijo: —“Ya nos están esperando.” —
Marcus sonrió al responder —“Y también nos están cazando.” —
Ella se acomodó los lentes oscuros y tomó su café.
—“En este juego, ambas cosas suelen ser ciertas.” —
Tras unas catorce horas, el avión descendió entre nubes doradas. El sol poniente encendía los cristales de Tokio con un resplandor casi sagrado.
Pero ni Marcus ni Esther lo sentían como una bienvenida.
—“Demasiadas luces, demasiados ojos”— susurró Esther, mirando por la ventanilla, mientras tomaba a Marcus de la mano.
Desde hacía un par de horas, recibían mensajes mentales sutiles y dispersos. Advertencias fragmentadas, como zumbidos entrelazados a sus pensamientos:
"No confíen en nadie."
"Tokio los observa."
"Luces hermosas... ocultan garras ocultas."
Eligieron un hotel discreto, sin cámaras en la recepción, atendido por un androide poliglota. Usaron los pasaportes falsos, y pidieron una habitación con vista al río.
—“Turismo espiritual por templos ancestrales”— dijo Marcus con una sonrisa al sofisticado recepcionista —“Mi esposa ama la historia japonesa.” —
El androide asintió con voz amable. Marcus pensó que ya podría estar transmitiendo datos a algún lugar secreto y oculto. Recordó las enseñanzas de Thar-El sobre la ética al rastrear en el mundo akásico y se preguntó si la Federación tendría tantos escrúpulos.
El androide respondió —“En Tokio, todo lo antiguo despierta con ojos nuevos.” — Una frase cargada, que no parecía generada al azar.
Se ducharon, hicieron el amor y descansaron un par de horas.
Con hambre, decidieron salir a comer. El lugar que eligieron olía a soja dulce y cerámica tibia. Las lámparas de papel colgaban como lunas bajas. Terminaron de hacer su pedido, cuando un hombre de cabello canoso y expresión amistosa se acercó a la mesa.
—“¿Disculpen...? ¿Extranjeros? ¿Hablan japonés?”— preguntó en un inglés suave, mientras sonreía.
Marcus respondió cortésmente.
—“Muy poco. Pero aceptamos ayuda. ¿Se sienta con nosotros?” —
—“Por supuesto. Es raro ver turistas con tan buen gusto”— dijo el hombre —“Este restaurante no está en las guías.” —
Les habló de templos, sake, danzas rituales. Pero entre las palabras... algo más vibraba en sus mentes. Marcus lo sintió antes que Esther lo confirmara con la mirada.
Un mensaje que parecía decir "Hay ojos en la lámpara central."
Marcus parpadeó. Efectivamente estaba allí. Una microcámara giraba lentamente.
"Soy SHN-K. Restaurador del templo Senso-ji.”
El desconocido dijo —“Hermoso collar el que lleva, señora Es histórico ¿Verdad?” —
“Ese collar que lleva tu esposa… es la llave que abre los sellos.”
Esther respondió —“Así es lo compramos hace años en Egipto” —
—“¿Le interesa la historia japonesa, Takeda-san?”—preguntó el hombre, sonriendo.
"No vayan directo. Contraten una excursión y escápense. Busquen la entrada trasera. Búsquenme en el sector de mantenimiento, está cerca."
—“Mi esposa la adora. Le interesan los templos antiguos.” —
El hombre les mostró algo en su celular: una fotografía del templo, pero al deslizar la imagen... apareció una coordenada.
“Latitud y longitud exactas del edificio.”
Esther lo recibió sin hablar. Sólo asintió levemente.
—“Qué bien hablar con gente amable”— dijo el hombre en voz alta al levantarse —“Este país es cálido para los turistas, frío para los lugareños.” —
Antes de irse, bajó el tono para despedirse.
—“Tokio brilla... pero las sombras se mueven más rápido.” — Apuntó con la cabeza delicadamente a la cámara
“Ustedes ya son reconocidos, Kaleth, Levenne.”
Y se fue.
Velo del Olvido
Capítulo 4: Despertar Colectivo
El aire de la noche parecía cargado de electricidad después de ese encuentro. Las calles parecían más ruidosas de lo normal. Al doblar la esquina, un hombre en camisa floreada y con un portafolio los interceptó con entusiasmo invasivo.
—“¡Amigos! ¡Excursión! ¡Muy especial! ¡Monte Kurama! Solo esta noche, templo secreto, meditación intensiva, luces sagradas...!” —
—“No, gracias”— dijo Marcus con firmeza.
Pero el hombre no se movía.
—“¡Precio único! ¡Sensación mágica garantizada! ¡Liberación espiritual inmediata!” —
Esther sintió una perturbación mental. No era un vendedor común.
"Está escaneando ondas. Mide nuestro patrón vibratorio."
Marcus puso una mano sobre el hombro del vendedor. Sonrió.
—“Mire, no buscamos una excursión.” — lo empujó levemente.
Hubo una fracción de segundo de confusión. El hombre pestañeó. Marcus aprovechó la pausa y se alejaron mientras el hombre quedó un par de segundos desorientado. El vendedor se llevó la mano a la cabeza como si se hubiera olvidado por qué estaba ahí.
—“Yo... lo siento... tengo otra cita.” —
Desapareció entre la multitud.
De regreso en el hotel, dentro del ascensor, Esther sostuvo el collar entre los dedos.
—“Nunca lo usé mucho. Ahora parece que está caliente” —
—“Es porque se está acercando a su cerradura.” —
Marcus observó las luces del panel parpadear hasta que llegaron a su piso.
El Templo Senso-ji parecía envuelto en una niebla serena. A esa hora, las calles de Asakusa parecían dormir aún bajo la tutela de los dragones de piedra. Un silencio sagrado flotaba en el aire.
La guía, una joven japonesa vestida con kimono blanco y una tablet colgando del cinturón, les sonreía amablemente mientras avanzaban por los patios del templo.
—“Este templo ha resistido guerras, terremotos y modernización”—explicó —“Pero algunos dicen que guarda secretos más antiguos que la ciudad misma...” —
Marcus y Esther intercambiaron una mirada.
“No sabes cuántos secretos hay aquí”, pensaron al unísono.
Recorrieron las columnas rojas, los techos de madera tallada, los faroles de papel. El aroma del incienso se mezclaba con el de la historia. Todo era armónico. Todo estaba en su lugar.
En una curva lateral, se rezagaron del grupo.
—“Ahora”— murmuró Esther.
Miraron el mapa, buscando la entrada trasera. Un susurro entre las estatuas. El restaurador apareció desde la sombra de un corredor oculto. Ya no vestía su uniforme de guía: llevaba ropas oscuras, técnicas, con bordados que recordaban caracteres antiguos... o códigos.
—“Síganme”— dijo, sin más.
Cruzaron una puerta de mantenimiento oculta bajo un toldo de restauración. El cartel decía “Zona de obras. Peligro eléctrico.” Nadie prestaría atención.
Dentro, el templo cambiaba. Los pasillos estaban revestidos con piedra negra. Se veían infinitud de grabados geométricos. La humedad era extraña, como si el aire hubiese sido filtrado por siglos.
—“Este sector no está en los planos del templo”— dijo el restaurador —“Fue construido antes que el templo mismo. Las familias sacerdotales lo ocultaron durante generaciones.” —
Se detuvo ante una puerta con relieves que no pertenecían a ninguna cultura humana.
—“Allí dentro está el Catalizador del Despertar. No puedo seguirlos. Si estoy cerca cuando activen la llave... no podré ocultarme más. El Dominio me vería como los ve ahora a ustedes.” —
Marcus le estrechó la mano. El restaurador sonrió y desapareció entre las sombras.
Avanzaron solos por un corredor de roca viva. A cada paso, los grabados se iluminaban. Como si las piedras recordaran el collar de Esther.
—“¿Lo sientes?”— preguntó Marcus.
—“Es como si el lugar... nos reconociera”— susurró Esther.
Al final del pasillo, una gran losa, completamente lisa y sin inscripciones, interrumpía el pasillo. Sólo una hendidura con la forma exacta del collar de Esther.
Ella lo quitó lentamente. Lo sostuvo frente a sí. Estaba caliente.
—“¿Y ahora...?” — preguntó mirando a Marcus.
Marcus la miró —“Nadie escapa a su destino.” — dijo con seguridad.
Ella incrustó el collar en la hendidura. Hubo un clic profundo. Un suspiro metálico. Y la piedra comenzó a moverse.
Del otro lado, un descenso imposible: escaleras con peldaños incrustados a las paredes, daban un aspecto señorial y flotante al descenso, cada tanto se veían estructuras talladas en roca y metal, con símbolos que vibraban como si tuvieran pulso.
El corazón de la estructura, al final de la escalera en caracol, era una sala esférica. En su centro, un altar. Sobre él, una semiesfera transparente, con luces internas girando como órbitas conscientes.
—“¿Cómo lo activamos?”— susurró Marcus.
El altar tenía una ranura delgada. Esther deslizó el collar por allí. El artefacto se abrió. Y una voz interior los invadió.
“Unidad reconocida. Desbloqueo iniciado.”
Marcus y Esther se miraron, y sin palabras, tomaron el artefacto. Lo acercaron a la frente del otro. Con un leve toque, el mundo pareció estallar.
Las imágenes llegaron a sus mentes mientras se superponían a la realidad.
El artefacto proyectó un mapa estelar que se desplegó en el aire. Miles de puntos brillantes parpadeaban y un despliegue de hilos de luz que los conectaban.
Eran las rutas dimensionales de las galaxias conocidas por el Dominio y la Federación. Los sistemas y los planetas en disputa eterna.
Esther salió del trance con esfuerzo. Atinó a decir:
—“Esto... esto no es sólo un catalizador. Es un faro. Un mapa. El mapa de la guerra entre el Dominio y la Federación.” —
Marcus miró el artefacto y luego a ella.
—“Debemos empezar con la misión.” —
La sala vibró primera vez en miles de años.
Al salir, la piedra del pasadizo se cerró detrás de ellos con un suspiro sordo. Marcus y Esther avanzaban rápido, con el artefacto oculto en una bolsa de tela negra. Sus pulsos latían como motores sobrecargados.
—“¿Sientes eso?”— murmuró Esther.
—“Quietud. Como si el templo hubiera dejado de respirar.” — Respondió Marcus.
Subieron la escalera en caracol. A medida que se acercaban al nivel del templo, las luces del pasillo titilaban como si alguien más estuviera abriendo rutas alternativas.
Cuando empujaron la última puerta, el aire golpeó como una explosión contenida.
Cuatro figuras humanas los esperaban en el patio interno del templo. Vestían trajes grises, gafas oscuras, manos dentro de los bolsillos. Nadie los hubiera notado… pero Marcus sí.
“Agentes humanos de la Federación.”
—“No se muevan”— ordenó uno —“Lo que llevan les será confiscado.” —
Esther dio medio paso atrás,
midiendo las distancias.
Uno de ellos sacó un bastón extensible. Otro puso la mano en su oído, activando un comunicador interno.
Marcus le susurró a Esther: —“Tiempo de correr.” —
Un giro veloz. Esther lanzó una pequeña esfera que estalló con humo denso y olor a azufre. Ya había anochecido. Ambos corrieron por las veredas de piedra del templo, tratando de ocultarse entre las sombras. Las linternas de los turistas oscilaban como luciérnagas histéricas.
—“¡Deténganse! ¡Alto!” —
Pero ya estaban cruzando el patio de los cerezos. Turistas japoneses, europeos y escolares locales ocupaban los senderos sacando selfies.
Marcus y Esther se hundieron entre ellos. Esther se aferró al brazo de una mujer mayor que posaba para una foto.
—“¡Sumimasen!”— dijo con una sonrisa
—“¿Foto con mi marido?” —
El fotógrafo sonrió sin sospechar. Los agentes pasaron corriendo, desorientados entre las decenas de flashes.
Ya casi habían cruzado la gran puerta roja cuando una mano surgió de la multitud. Un agente encubierto. Más rápido que el resto. Le arrancó la bolsa a Marcus y tocó el artefacto con la mano desnuda.
Un segundo. Dos.
Y luego el grito: —“¡Aaaaahhhh...!” —
El agente cayó de rodillas. Su cuerpo se contrajo por un segundo y luego quedó inmóvil
—“¡¿Qué está pasando?!”— gritó otro agente acercándose.
Marcus recuperó el artefacto con un movimiento preciso. Lo envolvió con su chaqueta.
—“¡Vamos!” — le gritó a Esther para que reaccionara.
Esther se inclinó hacia él mientras corrían hacia la avenida.
—“¿Qué fue eso? ¿Por qué...?” —
—“El catalizador no es para humanos”— dijo Marcus, jadeando —“No tienen la estructura psíquica. Sus mentes colapsan. Sólo agentes del Dominio pueden sostenerlo.” —
Salieron de los límites del tempo saltando un muro bajo. Un taxi autónomo pasaba por la calle lateral. Marcus lo frenó de un salto.
—“¡Destino aleatorio!”— ordenó mientras escaneaba su tarjeta.
—“Confirmado: rumbo incierto”— dijo la voz del vehículo.
Cuando se alejaban, vieron por el espejo retrovisor cómo los agentes corrían por la calle desorientados, pero no llegaron a tiempo. El taxi aceleró en la bruma de la noche.
Esther tomó el artefacto entre las manos, envuelto aún.
—“¿Y ahora?” —
Marcus no respondió enseguida. Miraba por la ventana, hacia los portales del templo que ya quedaban atrás.
—“Ahora, vamos a encender los fuegos. Uno por uno.” —
El taxi desapareció entre las luces de Tokio.
El monasterio estaba oculto entre los pliegues montañosos de la prefectura de Nagano, donde los árboles se enredaban en nieblas antiguas y las piedras parecían talladas por los propios dioses del silencio.
No había cámaras, ni rutas directas, ni señales de red. Solo agentes que habían despertado.
Marcus y Esther subieron los escalones de piedra descalzos, como se les había indicado. El artefacto envuelto en tela oscura colgaba de un morral, latiendo suavemente como un corazón eléctrico.
Los esperaban en el salón central diez individuos de diferentes edades, razas y géneros. Algunos con túnicas, otros con jeans y camperas térmicas. Cada uno tenía su marca de recuerdo: una piedra, una palabra escrita en el antebrazo, un símbolo tallado en metal, una canción que tarareaban en voz baja. Eran piezas sueltas de un mismo rompecabezas.
Cuando Marcus y Esther ingresaron, un silencio reverente los recibió.
—“Ellos son los portadores del collar”— dijo una mujer alta de cabello blanco, señalándolos —“El símbolo del enlace eterno.” —
Esther preguntó —“¿Todos despertaron hace poco?” —
—“Cada uno en ciudades diferentes”—dijo un joven pelirrojo, mostrando una pluma negra colgando de su cuello —“Pero todos... con el mismo impulso.” —
—“Como si algo… o alguien… hubiera activado el disparador final.” — Confirmó Marcus.
Se sentaron en círculo sobre cojines. La noche comenzaba a colarse por los ventanales del templo. Las linternas emitían una luz cálida y ondulante. Esther colocó el artefacto al centro del círculo, aún cubierto.
—“Concéntrense.”— dijo la mujer de cabello blanco —“El Dominio va a hablarnos” —
Todos cerraron los ojos. La energía en la sala cambió. Se hizo más densa. Después de un suave zumbido suave, el artefacto se iluminó bajo la tela, proyectando luz.
Desde el centro del círculo, una figura etérea apareció, flotando sobre el artefacto: su rostro no era humano, tampoco alienígena. Sus palabras no se escuchaban, se sentían directamente en la conciencia de cada uno.
“La Red del Olvido de la Federación ha sido trizada. Las grietas ya no pueden ocultarse. Los ecos del despertar se multiplican. Pero aún falta una pieza clave: el Núcleo del Silencio. Si no es destruido, su poder puede reiniciar el ciclo.”
La imagen se intensificó.
“Kaleth… Levenne… Ustedes han recuperado el Primer Catalizador. Por mandato del Dominio, son los designados para liderar la Primera Ola de Liberación.”
Uno de los agentes preguntó: —“¿Primera ola?” —
La voz continuó:
“Hay otros catalizadores. Dispersos en puntos estratégicos. Cada célula es una chispa. Ustedes son la primera. Pero no la última. El contacto es necesario. La energía de la memoria se transmite por el toque directo del catalizador. Alma por alma.”
La mujer de blancos cabellos preguntó: —“¿Tenemos que encontrar... a cada agente?” —
“Uno por uno. Hasta que todos hayan recuperado la memoria. El mapa y la localización de cada uno ha sido cargada en el artefacto. La verdadera tarea comienza ahora.”
La proyección se disolvió gradualmente. El silencio volvió a ocupar el lugar. Nadie habló durante varios segundos. Hasta que un joven rompió el silencio:
—“¿Y si no lo logramos?” —
—“Lo haremos”— dijo Esther —“Cada uno de nosotros es una chispa.” —
Uno de los agentes, con el símbolo de un espiral grabado en la palma de la mano, se puso de pie.
—“Están sucediendo en paralelo”— dijo con voz grave —“Hoy, en Estambul, otra célula encontró un catalizador. Y hace una semana, comenzaron a despertar en algunos países de Asia.” —
—“La red del olvido se está rompiendo”— añadió un agente africano —“Cada catalizador actúa como una grieta en la ilusión. La Federación no podrá sostener esto mucho más.” —
De pronto, el catalizador emitió un resplandor dorado. Todos se enderezaron. El aire pareció cambiar de densidad.
—“Está ocurriendo otra vez…”— dijo Esther, conteniendo la respiración.
Una proyección holográfica emergió del artefacto. El mensaje llegó a todos los presentes.
“El corazón del velo de la memoria está oculto en la Torre Umbral. Ese núcleo debe destruirse para liberar al planeta entero. El inicio… es ahora.”
La proyección se desvaneció.
La escena se congeló en un instante de intensidad silenciosa, mientras el resplandor dorado del artefacto envolvía al grupo, y el planeta entero parecía respirar de nuevo por primera vez en siglos.
La liberación de las almas había comenzado.
FIN
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