Demasiado Tarde
Despertó de golpe.
El cielo gris, denso, cubría su vista. El concreto bajo su espalda le pareció áspero, sucio, y algo en su interior —un miedo instintivo, ancestral— le dijo que algo estaba mal. Se incorporó lentamente. Estaba en medio de una vereda, con autos detenidos a pocos metros y gente alrededor. Caminaban, hablaban entre sí, algunos miraban hacia adelante con los rostros tensos. Pero nadie lo miraba.
—"¿Qué... qué está pasando?"— murmuró, sin entender.
Intentó detener a un hombre de traje que pasó a su lado. Extendió el brazo, le tocó el hombro. Pero el hombre ni se inmutó.
—"¡Ey! ¿Señor? ¿Puede decirme dónde estoy?"—
Silencio.
Probó con una mujer que sostenía un teléfono. Caminaba apresurada, con la vista fija en la pantalla.
—"Disculpe... creo que me desmayé. No recuerdo quién soy."—
Nada.
—"¿¡Me escuchan!?"— gritó, esta vez con fuerza.
La multitud seguía ignorándolo, como si no existiera. El corazón le latía con una angustia creciente. ¿Estaba soñando? ¿Estaba drogado? No sentía dolor, ni frío, ni calor. Solo vacío. Miró sus manos: estaban normales. Palpó su cuerpo: parecía estar todo bien. ¿Por qué nadie lo veía?
Avanzó a tropezones, empujando lo invisible, como si todo el mundo se moviera en un plano que no lo incluía.
Y entonces lo vio.
A unos metros, una multitud se arremolinaba alrededor de algo. Gente parada, algunos con teléfonos en alto. Un murmullo flotaba en el aire como un enjambre de abejas inquietas. Sintió un tirón en el pecho. Algo le decía que debía ir allí.
Caminó con dificultad. La multitud no le impedía el paso, simplemente parecía no notar que él estaba atravesando.
Y entonces, lo vio.
El cuerpo. Era su propio cuerpo.
Tirado en el suelo, pálido e inmóvil. La cabeza ladeada. Los ojos semicerrados. Una mancha oscura comenzaba a secar el cemento debajo.
—"No..."— susurró, retrocediendo —"No puede ser..."—
Se miró las manos otra vez. Intentó tocar su cara, sentir algo. Nada.
—"¡No! ¡Yo estoy vivo! ¡Estoy acá!"—
Y fue entonces cuando la vio.
Arrodillada junto al cuerpo, sollozando, una mujer lo abrazaba. El cabello castaño, la chaqueta, las manos temblorosas. Algo en su rostro le golpeó la mente como un trueno.
—"¿Quién...?"—
La conocía.
No sabía cómo, ni por qué, pero la conocía. Una oleada de imágenes confusas le estalló en la cabeza: un café compartido, una cama tibia, una risa conocida en una cocina luminosa. La amaba. Sabía que la amaba, aunque no recordara su nombre.
Ella lo sostenía entre sus brazos como si pudiera retenerlo con vida. Sus lágrimas caían sobre el rostro inerte.
—"¡Estoy acá! ¡Estoy bien! ¡No llores!"—
Gritó. Se arrodilló a su lado. Trató de abrazarla, pero no pudo.
—"Por favor, no llores..."—
Sintió una sirena a lo lejos. Una ambulancia.
Los paramédicos se abrieron paso entre la multitud. Observaron el cuerpo unos instantes. Comprobaron signos vitales.
Uno de ellos se volvió hacia la mujer y sacudió la cabeza.
—"Demasiado tarde."—
Esa frase cayó como un gran peso final, y lo supo.
Estaba muerto.
Algo lo tiraba hacia atrás. Y como una marea invisible lo arrastraba sin remedio. El mundo empezó a desvanecerse a su alrededor.
Antes de irse, la miró una última vez. No recordaba quién era, pero la única certeza que tenía era que le amaba.
—"Te amé... siempre te amé..."—
Y entonces, se hundió en la luz.
FIN
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