La Diosa Del Lago Estelar
Un cuento pulp fiction de Rodriac Copen
La nave Komet se sacudía como una hoja metálica en una tormenta cósmica. Rayos gamma danzaban entre los monitores mientras las válvulas chirriaban como grillos histéricos.
Valeria Starling, teniente de la Fuerza de Exploración Solar, presionaba los botones y las palancas con manos firmes pero sudorosas por el esfuerzo. El tablero principal lanzaba chispas. El estabilizador inercial dejó de zumbar.
Una voz robótica, ronca, masculina y con acento británico, anunció:
—"Colisión inminente, teniente. Prepárese para impacto. Good luck, miss Starling."—
Las luces se apagaron, y la oscuridad vino acompañada del rugido líquido de un planeta nuevo.
Starling despertó colgando del arnés de seguridad, con el casco agrietado y los labios secos.
A través de la ventanilla vio un lago espeso de agua azulada, rodeado de una selva con colinas verdosas que brillaban como esmeraldas.
El sol doble se filtraba entre nubes lenticulares, y en el cielo flotaba una inmensa luna que parecía amenazar con caer sobre el planeta.
Logró salir de la nave con esfuerzo, arrastrando una caja de herramientas, su pistola atómica, un radio transmisor antiguo, y un termo con café que milagrosamente sobrevivió al descenso.
—"No es la peor forma de morir"— murmuró, sabiendo que aún no estaba muerta.
Durante varios días, Valeria reconstruyó el radio. Las transmisiones eran débiles y rebotaban en el vacío. No sabía dónde estaba.
No había coordenadas. Ni tenía referencias estelares conocidas.
Completamente sola, tenía por única compañía al susurro del viento entre los árboles, como un idioma sin palabras.
Religiosamente anotaba las novedades en su bitácora:
"Día 9. La atmósfera es respirable. Comestibles en baja. Sin respuesta de la Tierra. Pero no me rindo. Mi nombre es Valeria Starling. Esta es mi voz entre las estrellas."
Con las escasas baterías que tenía, intentaba escuchar señales de la tierra moviendo el dial del dispositivo lenta y constantemente. No podía escuchar más que estática.
En la madrugada del día 14, oyó pisadas. No eran bestias. Parecían humanas.
Después de unos momentos de tensión, una docena de hombres y mujeres de piel cobriza, casi desnudos, la rodearon con lanzas talladas en hueso.
No hablaban. Solo la miraban con ojos amplios y brillantes, curiosos. No parecían ser agresivos.
Uno de ellos, más joven, musculoso y de mirada intensa, dio un paso al frente. Llevaba una piedra colgando del cuello: era un botón metálico con el símbolo de la NASA.
—"¿De dónde diablos...?"— susurró Valeria, temblando.
El joven la observó por unos momentos, luego tocó su propio pecho.
—"Kaor"— dijo con voz grave. Luego señaló el pecho de Sterling.
La astronauta comprendió que deseaba saber su nombre. Respondió:
—"Valeria"— Así comenzó su silenciosa amistad.
Kaor se quedó cerca de su campamento, mientras el resto de la tribu se internó en la profundidad de la selva.
La seguía como una sombra amable. Le traía frutas, la ayudaba a construir un refugio.
Una noche, un lagarto espinoide emergió del lago. Kaor lo enfrentó con una lanza de obsidiana. Después de una feroz, lucha el valiente lugareño resultó herido.
Valeria lo curó con vendajes de presión y analgésicos interestelares que había podido rescatar del botiquín de su nave. Kaor no gritó de dolor. Solo le tomó la mano, agradecido.
Los días pasaron, y aunque las palabras no existían entre ellos, el lenguaje no verbal entre ellos crecía. Habían miradas, gestos. Risas.
Valeria escribió en su diario:
"He explorado cien mundos, pero nunca uno donde el corazón supiera hablar sin dominar el idioma."
Cuando ya no tenía muchas esperanzas, la radio chirrió mientras la operaba durante la noche. Una voz distante, distorsionada por los años luz de distancia dijo:
—"Aquí base Vega-3. Señal recibida, teniente. Mande su ubicación estelar. Repito: mande sus coordenadas."—
Valeria corrió a la antena para orientarla mejor mientras gritaba de alegría.
Pero luego... se produjo un prolongado silencio.
No tenía idea en donde estaba. No podía dar coordenadas. No sabía su ubicación en el mapa estelar.
La respuesta le llegó tres días después:
—"Si no hay ubicación, no podemos enviarle ningún rescate, teniente. Nos estamos alejando. Reintentaremos el contacto en el ciclo siguiente. Buena suerte, piloto Starling."—
Valeria no tenía muchas elecciones.
Sabía que podía esperar durante años un rescate incierto... o quedarse.
Con Kaor, con la tribu.
Aclimatarse y adoptar ese desconocido planeta como su nuevo hogar.
Su vientre le daba señales sutiles para decirle que debería adaptarse. Sentía náuseas. Tenía mucho sueño. Empezó a sentir latidos nuevos en su interior.
En la cima de una colina, bajo la gran luna del planeta, Valeria y Kaor observaban las estrellas.
Ella le habló en voz baja, como lo hacía cada noche.
—"Estás aquí, Kaor. Yo también. No necesito más."—
Él la miró, con la frente fruncida. Tragó saliva e intentó un esfuerzo inmenso, mientras torcía los labios, pudo pronunciar:
—"Va... le... ria."—
Una palabra. Fue la primera que pudo pronunciar.
La teniente Starling lloró mientras lo abrazaba.
"Día 250. Ya no soy una náufraga. Dentro de mí crece una semilla. Y este planeta... ahora es mi hogar."
FIN
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