sábado, 23 de agosto de 2025

Diario de Rodriac: "Eco de Vida"

 


Eco de Vida

Hemos aprendido a convivir con las sombras, esas tinieblas secretas que se ocultan en los pasillos del alma. Esa penumbra íntima que acompaña al corazón cuando el júbilo ajeno se siente como una lengua extranjera. Los que sufren de melancolía o tristeza, desde niños descubrimos que la risa de los otros es un espejo que no nos refleja; asistimos al espectáculo de la felicidad como testigos mudos, espectadores de una función a la que no fuimos invitados.

El mundo nos ofrece sus calles, sus voces y sus efímeros destellos de felicidad. Mientras nosotros, en un empecinamiento extraño, tratamos de avanzar día tras día, con la secreta certeza de que nada llenará el hueco que cargamos en el pecho. Claro, hemos aguardado pacientes la compañía de alguien, pero cada ser humano se pierde en sus propios laberintos, en su afán de completarse. Y así comprendimos que somos islas flotando en un océano de soledades, en medio de un archipiélago de esperanzas inconclusas.

El tránsito por la existencia diaria se nos ha vuelto un mecanismo: despertamos, caminamos, trabajamos, respiramos. Lo hacemos con la memoria de ciertas noches en las que consideramos, en silencio y con discreción, abandonar el tablero de este juego de ajedrez. Y, sin embargo, permanecemos. Tozudamente somos persistentes mientras escuchamos el rumor del destino, como si algo —no sabemos qué— hubiera intercedido para que la última decisión fuese aplazada. Cada amanecer nos sorprende con un pacto renovado con la vida: la luz entra por la ventana y nosotros comprendemos que aún hay tiempo, que todavía es posible encontrar esa respuesta que perseguimos sin claudicar.

Tal vez lo esencial no esté en la búsqueda personal, sino en la entrega que ofrecemos. Tal vez la salvación consista en amar, no como un acto sentimental, sino como una brújula secreta que orienta a los errantes. Amar al otro, tenderle una llama en medio de la intemperie, quizá sea la única forma de justificar nuestra permanencia. 

Si seguimos aquí, si todavía respiramos, es porque nos corresponde iluminar con nuestro paso las sendas de aquellos que no pudieron resistir. Así, en el amor hacia los demás, hallamos una justificación y un destino: rescatar, con nuestra obstinada vigilia, las almas que no alcanzaron a sobrevivirse a sí mismas.

 


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