miércoles, 13 de agosto de 2025

Diario de Rodriac: "El Reloj y la Página"

 


Diario de Rodriac
El reloj y la página



No sé en qué momento escribir se convirtió en un acto de contrabando. Un pequeño delito contra el tiempo. Una rebeldía silenciosa.


Robo minutos a un día que parece siempre cercado por quehaceres y urgencias. No importa la hora: hay una patrulla mental que me recuerda lo que “debería” estar haciendo. Correos por contestar. Tareas pendientes. Pequeños incendios que esperan que yo los apague.

Y, aun así, hoy volví a hacerlo. Activé ese modo de escritor que vive escondido en mi cabeza, siempre agazapado entre sombras. Dejé el mundo afuera y me encerré en mi soledad. Afuera de todo y de todos: de mi casa, de mis pensamientos, incluso de mi conciencia.

Sí, tengo esposa. Claro que la tengo. Pero es como si no. Entre traumas, personalidades quebradas y urgencias laborales absurdas, mi vida transcurre en solitario desde hace años. Las almas quebradas vagamos en peregrinajes solitarios.

Adentro, están ellos: mis personajes. Y yo, escondido en sus aventuras. Algunos me devuelven los anhelos que nunca pude cumplir. Otros me enseñan que mis necesidades no son el centro de ningún universo.

Hay capítulos de mi vida que ni las personas más cercanas conocen. Golpes de timón que dejaron cicatrices invisibles. He asumido cada decisión, junto con sus consecuencias. Y, a veces, la consecuencia ha sido la felicidad. Aun así, he seguido trazando mi ruta según los pactos invisibles de mi alma, aunque me condujeran a un sendero inevitablemente melancólico.

A veces me pregunto si mis personajes me esperan... o si son solo un reflejo de lo que quiero ser mientras yo mismo me espero.

Escribir es un truco extraño: uno viaja a futuros lejanos para hablar de miedos muy viejos. Tal vez invento mundos imposibles porque no sé cómo reparar las heridas que llevo dentro. Y cada vez que dibujo un planeta lejano, en realidad estoy trazando el mapa de mi soledad y de mis imposibles.

Hoy no terminé el cuento. No importa. Escribir no siempre es llegar. A veces es quedarse mirando el horizonte, hasta que la tinta se enfría. En algún momento dejaré algo irremediablemente inconcluso. Así es la vida.

Me pregunto cuántos días más podré seguir robándole minutos al reloj. El tiempo final siempre está cerca. La brevedad de la vida, le dicen. Pero luego pienso que quizá el reloj no exista... que tal vez todo es una trampa de la mente. Quizá mi vida no sea otra cosa que un personaje esperando que alguien lo escriba.





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