miércoles, 22 de marzo de 2023

Historia: "La Cortesana Cuántica"

 


La Cortesana Cuántica

 

En la excelsa ciudad de Cronópolis, una urbe de cúpulas prismáticas y bulevares aromatizados por difusores de gardenia heliotrópica, las nubes se desplazaban a velocidad reglamentaria y los tranvías gravitacionales se detenían para que los pavos reales mecánicos cruzaran con dignidad. Allí vivía María Doria.

De edad prudente, temperamento acerado y con una hipoteca que crecía con la ferocidad de un lagarto saurio alimentado a mermelada, María Doria había agotado las artes menores de la subsistencia a través de miles de emprendimientos.

Había vendido cremas de rejuvenecimiento cuántico ofreciendo diez años menos con una sola aplicación, cría de gatos liliputienses para damas de abolengo, e incluso la redacción de novelas eróticas para androides con inclinaciones literarias y hombres solteros o divorciados con problemas de relaciones.

Fue su amiga Encarnación, conocida en el barrio como Chuspa (por motivos que nadie osaba preguntar), quien le reveló la posibilidad de un oficio nuevo. La cita entre ambas amigas tuvo lugar en el Café Odalisca, donde el café sabía vagamente a canela y los camareros recitaban fragmentos de teatro renacentista cuando llevaban la cuenta.

—"Querida"— dijo Chuspa, agitando vigorosamente el abanico solar —"Deberías entrar a TemporaLux. Allí pagan como si el dinero no tuviese valor y la clientela es... bastante peculiar."—

—"¿Peculiar en qué sentido?"— preguntó María Doria, arqueando una ceja que, por experiencia, sabía levantar sospechas en varios idiomas.

—"En el sentido de que pueden pedirte que recites poesía a un duque marciano, que bailes el minué ligera de ropas... u ofrezcas algún que otro favor carnal... tú me entiendes."—

—"¿Y para solicitar ese papel debería pedir... ¿qué puesto?"—

—"Solicita ser 'Acompañante temporal'. Te alquilarían para viajar con los clientes a líneas temporales turísticas. Te pedirán cultura, conversación... y quizá algún que otro capricho discreto... "—

Después de pensarlo varios día y sin ninguna posible solución económica a la vista, María Doria firmó resignada el contrato sin leer con cuidado la cláusula de “flexibilidad de desempeño” y, al día siguiente, inició su entrenamiento.

Por la mañana, su instructor, llamado Flavio Molenk, parecía la caricatura ambulante de un diplomático retirado: bigote encerado, voz de tenor y una colección de anillos con piedras que parecían contener galaxias embotelladas.

—"Señora María"— entonó mientras corregía la postura de caderas de María Doria con un puntero láser —"En la corte de Luis XIV jamás se servía vino sin inclinar el torso exactamente veintisiete grados. Menos era descortesía; más era sospechoso."—

—"¿Sospechoso de qué?" — preguntó intrigada María Doria.

—"De querer seducir al monarca al mostrarle los pechos."— dijo con desenfado el instructor.

Con el pasar de las clases aprendió a bailar el minué sin pisar su propia falda, a saludar en dialecto de Nápoles del siglo XVI, a dejar que el cortesano de turno deslizara las manos por sus nalgas y a servir té en gravedad cero mientras sujetaba la taza evitando que el líquido se convirtiese en una constelación doméstica.

Aprobó el examen gracias a un brazalete holográfico con apuntes ilegales, cortesía de Chuspa, a quien sólo le debía su nuevo trabajo y tres cenas.

Un par de semanas más tarde, el primer cliente alquiló sus servicios para llevarla al París de 1890.

Léonard de Villiers, tal como se llamaba su cliente, era un heredero textil que solicitó los servicios de una “poetisa bohemia” que suspirara por él en cafés humeantes y bulevares empedrados. María Doria se vistió con un hermoso y delicado conjunto de ropa interior transparente, un corsé a su medida y un delicado vestido de tul.

Declamó: —"Oh, Léonard, tus ojos son como alcachofas bañadas en rocío lunar."—

Léonard, visiblemente emocionado y conmovido, casi se atragantó con su croissant al mirar sus pechos sobresalir exhuberantes del pronunciado escote.

—"¡Mon dieu, mademoiselle, sois la encarnación de la musa!"—

Por un chiste mal calculado, la consorte María Doria durante la cena sugirió al empresario invertir en sopas instantáneas. El comentario llegó a oídos de un empresario presente y exageradamente chusma que estaba sentado en la mesa contigua a los tortolitos.

Unos días después la gastronomía francesa se vio amenazada por la aparición intempestiva del caldo en sobre, unos setenta años antes de tiempo. Se generó tal caos en las líneas temporales que TemporaLux borró discretamente el incidente, pero la anécdota se volvió una leyenda interna.  

Strike one.

La siguiente clienta, Agripina Varrus, era una viuda opulenta y de risa atronadora. Contrató a María Doria como esclava personal para viajar a la Roma Imperial. Al segundo día de su estadía reveló, con la naturalidad de quien pide pan, que planeaba venderla como gladiadora para financiar mosaicos nuevos en su villa.

María Doria, sin alterarse, sedujo a uno de los mejores gladiadores de la villa ofreciéndole sus favores en una noche inolvidable, luego lo convenció para organizar una pelea amañada en la arena, donde el robusto contrincante fingió ser derrotado para luego huir ambos en un carro prestado.

Agripina, mientras veía como su dislocada consorte, huía sin remedio, solo atinó a susurrar: —"Querida, con tu lengua podrías gobernar varias provincias romanas."—

Strike two.

El siguiente cliente fue el conocido Embajador Vzz, de la raza Grrthax, que se presentó con una armadura quitinosa y aroma a cítrico industrial. Su objetivo era aprender las técnicas de seducción humana para aplicarla en tratados interestelares.

María Doria le enseñó la técnica más antigua: —"Haga esperar, su excelencia. Nada prende el deseo como la demora."—

—"¿Incluso en política?"—

—"Especialmente en política, mi querido Embajador Vzz."—

Agradecido, el diplomático le obsequió una piedra temporal capaz de financiar una galaxia... o una hipoteca.

El siguiente cliente, de nombre Alaric Tenz llegó envuelto en un traje de corte impecable y sonrisa de felino satisfecho.

Solicitó unos días en un “verano eterno” fabricado en una línea paralela, con playas de arena esmeralda y un cielo de dos lunas jade.

—"¿Qué hace una hermosa mujer como tú en un oficio tan simple como este?"— preguntó, mientras compartían vino en una terraza suspendida.

—"Evitar que el banco devore mi casa."— dijo en tono resignado María Doria.

—"Entonces me temo que este viaje será peligroso para tí: yo me enamoro con facilidad."— respondió con gesto intrigante Alaric, mientras acercaba su cuerpo a la consorte.

—"Eso no estaba en el contrato que firmamos." — Mencionó la mujer con un gesto pícaro y gracioso.

—"No leo contratos. Son enemigos del instinto. Podemos llegar a nuestro propio acuerdo, querida. Es más ventajoso para ambos."— El hombre le guiñó un ojo de manera insinuante.

Pasaron tres idílicos días entre cenas bajo cúpulas de cristal, lujos, discusiones filosóficas sobre el sarcasmo y paseos por mares que cantaban.

Una noche, en aquel “mini verano eterno” caminaban de la mano. Habían descendido hasta la costa esmeralda. Alaric portaba una canasta con la cena. Dos lunas, una jade y otra de ámbar, colgaban del cielo como lámparas ceremoniales. El mar, inquieto y musical, lamía la playa con olas que olían vagamente a menta y sal.

La pareja decidió detenerse a cenar en la terraza de un pabellón de cristal, donde lámparas flotantes, alimentadas por insectos luminosos amaestrados, proyectaban destellos verdes y dorados sobre la mesa. Una botella de vino púrpura, frío como la ironía de un poeta arruinado, aguardaba entre ellos.

—"Debo advertirte, María,"— dijo Alaric, girando la copa en su mano —"que este lugar tiene fama de provocar confesiones peligrosas."—

—"Y yo debo advertirte que la única fama que me importa es la de pagar mi hipoteca"— respondió la mujer, arqueando la ceja con un gesto cinematográfico de diva.

Sin embargo, la rigidez de su voz contrastaba con el brillo curioso de sus ojos. Él sonrió con la paciencia de un jugador experto, y cambió de tema para hablarle de las constelaciones que sólo podían verse desde aquella costa.

Tras la cena, caminaron por la playa. La arena, tibia y fina, se pegaba a la piel como una caricia cómplice. Alaric se detuvo para señalar la línea del horizonte, donde la luna ámbar se sumergía lentamente en el mar.

—"En mi mundo"— dijo él —"cuando la luna ámbar toca el agua, se pide un deseo."—

—"¿Y qué pasa si ya tienes lo que deseas?"—

—"Entonces... lo proteges. Con todo lo que tienes."—

Se miraron intensamente. La brisa les desordenó el cabello; mientras un aroma lejano de flores nocturnas envolvió el momento. María Doria, sin pronunciar palabra, dejó que él le tomara la mano mientras besaba sus palmas. Caminaban en silencio, como si el mundo entero hubiese reducido su extensión a la franja de arena bajo sus pies.

Llegaron a una vieja cabaña de madera clara, con cortinas de lino que se mecían con el aire. Dentro, la luz era suave, filtrada por lámparas de aceite perfumadas. Alaric se inclinó para besarle la mejilla, pero ella giró apenas el rostro, y sus labios se encontraron. El beso, al principio cauteloso, se volvió lento y cálido, como un diálogo sin prisa.

Fuera, el mar continuó su vaivén, cómplice y ajeno. Las cortinas se cerraron, y sólo quedaron las sombras de dos figuras acercándose, fundiéndose en un mismo contorno.

En algún momento, quizá mucho después, la lámpara se extinguió, y la noche asumió el resto del relato.

María Doria, sin proponérselo y con sorpresa, descubrió que no quería que Alaric fuese otro cliente más.

TemporaLux, pese a su fachada de empresa impecable y su publicidad plagada de hologramas seductores, distaba mucho de ser la maquinaria perfecta que proclamaban sus anuncios. Sus sistemas de control de líneas temporales, alimentados por algoritmos tan caprichosos como un gato de Schrödinger con insomnio, sufrían de vez en cuando unos lapsus memorables.

Aquella noche, un fallo de programación tan absurdo que solo podía parecer deliberado, ensambló en la misma coordenada temporal a tres improbables visitantes:

Un vaquero polvoriento de 1870, con sombrero ladeado, botas que olían a cuero curtido y un revólver que parecía tener opinión propia.

Una bailarina cyberpunk del año 2150, tatuada con neones que parpadeaban como si transmitieran mensajes codificados a un satélite imaginario, y con una flexibilidad que desafiaba leyes físicas y morales.

Un profesor de historia del siglo XXII, con monóculo de datos, túnica académica de nanoseda y la convicción de que todo en el universo podía resolverse mediante una cita bibliográfica correcta.

Los tres, inexplicablemente, coincidieron en la misma villa romana donde María y Alaric degustaban una copa de vino especiado.

El vaquero, tras medirlo de arriba abajo, retó a Alaric a un duelo al amanecer, como dictaban las buenas costumbres de su siglo polvoriento. La bailarina, tras un gesto felino, lo desafió a una contorsión letal, mezcla de arte marcial y coreografía acrobática. El profesor, sin amedrentarse, le propuso un debate académico sobre ética temporal, apuntando que “era urgente clarificar la responsabilidad moral de alterar a Catón el Viejo para que escribiera ciencia ficción”.

María Doria, que había aprendido a domar clientes más excéntricos que una zarigüeya con jetpack, no pestañeó. Elevó la copa, sonrió con la serenidad de quien sabe improvisar sobre ruinas, y declaró con voz de terciopelo:

—"Todo esto, queridos, es parte de nuestra Noche de Inmersión Cultural Multiperiodo. Una experiencia única en la que el caos es la forma más elevada de arte."—

El público, compuesto enteramente por clientes de TemporaLux que se creían participantes de un teatro de vanguardia, estalló en aplausos. Algunos incluso exigieron una segunda función, convencidos de que habían presenciado una obra maestra de dramaturgia experimental.

Strike three.  

TemporaLux la despidió con una carta formal en la que se le acusaba de “excesiva creatividad”, como si eso fuera un delito. María Doria no discutió: la piedra de Vzz, que todavía brillaba en su vitrina, no solo liquidó la hipoteca sino que financió la apertura de su propia agencia: María Doria – Experiencias Sincronizadas.

Un mes después, en medio de una recreación cuidadosamente diseñada del París de 1923, Alaric apareció sin previo aviso. Llevaba la misma sonrisa peligrosa y una chaqueta que claramente no pertenecía a esa década.

—"He decidido mudarme a tu línea temporal"— anunció —"Es más caótica... pero tú la haces infinitamente más divertida."—

María Doria arqueó una ceja para hacerse la interesante. Sonriendo, preguntó: —"¿Y sabes lavar platos?"—

—"No solo eso. Por ti, incluso ayudaré en las tareas de nuestro hogar."—

Cronópolis, desde lo alto de sus cúpulas prismáticas, pareció inclinarse para bendecir aquella alianza improbable.

Y mientras sonaban las campanas de la catedral holográfica, María Doria pensó que quizá el caos no era un error en el sistema... sino la mejor función de todas.

 

FIN



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