viernes, 5 de septiembre de 2025

Cuento: "El Fin del Amor"

 


Romance

El Fin del Amor

por Rodriac Copen


El aire del cuarto olía a despedida.

Él ya estaba vestido, de pie junto a la ventana, encendiendo un cigarrillo que no pensaba fumar. Ella se abrochaba la blusa con lentitud, como si cada botón fuese el clavo en un ataúd invisible.

—"Así que es el final."—dijo él, sin mirarla.

—"Sí."— respondió ella, con un tono que intentaba ser firme, pero que dejaba notar un leve temblor.

—"Siempre pensé que tú serías la que terminaría."—

—"No quiero discutir, por favor."—

Hubo un silencio áspero. Ella se acercó a la cama, alisó las sábanas arrugadas, como si pudiera borrar lo ocurrido en ellas.

—"Debes entender. Tengo hijos. Mi marido es poderoso, con mucho dinero. No puedo arriesgarlo todo por..."— su voz se quebró. No quiso herirlo diciendo "por ti". Simplemente dijo: —"por un escape."—

—"Pensé que era por amor."— corrigió él.

Ella intentó fulminarlo con la mirada.

—"No uses esa palabra."—

Él sonrió con cansancio y un rictus de cinismo, como quien entiende que ya no hay tregua posible. Ella había optado por la comodidad, por el dinero. Nunca ganaría en esa competencia.

—"Entonces... hasta nunca."—

—"Adiós."— dijo ella, quedamente.

No se besaron. Ni siquiera se tocaron. El portazo enojado del hombre cerró el encuentro.

El tiempo pasó, como debería hacerlo para apaciguar las cosas. Para ella, las mañanas eran una rutina dolorosa, por las tardes disimulaba la tristeza eterna que le invadía. Las noches eran una condena de sexo sin amor.

Hasta que empezaron los sueños.

Primero, un roce en la penumbra indefinible de la noche: una mano en su cintura, una voz que susurraba su nombre. Luego, los encuentros se hicieron más intensos, húmedos de una pasión contenida que le había parecido olvidada. Despertaba jadeando, con la piel sudada y marcada por besos que nadie le había dado, con el perfume de él flotando en medio de las sábanas.

Una madrugada, se miró al espejo. El cuello estaba decorado con un moretón violáceo, exacto como los que él solía dejarle.

—"No puede ser..."— susurró, llevándose la mano al cuello.

El miedo creció como una maleza sin control. Su esposo dormía a centímetros de distancia, inconsciente del incendio invisible que ardía en su cama por las noches. Sus hijos la abrazaban en la mañana, sin notar el olor extraño que emanaba de su piel.

Las noches, poco a poco, se volvieron más reales que los días. Los encuentros con él en los sueños eran tan intensos que al despertar, dudaba qué parte de su vida era verdadera.

Una tarde cualquiera, incapaz de soportar más, tomó un taxi. No sabía por qué, pero dio la dirección de siempre. El hotel en el que siempre se encontraban.

Al entrar en la habitación, el corazón le martillaba en el pecho. El mismo cuarto. El mismo silencio cargado. El mismo aire a traición.

Y él.

De pie junto a la ventana, igual que la última vez. Vestido, esperándola. Como si no hubiera pasado ni un segundo.

—"Sabía que volverías."— dijo él.

Ella tragó saliva, la voz parecía atascarse en su garganta.

—"¿Esto es real? ¿O estoy soñando?"—

Él sonrió, con esa mezcla insoportable de ternura y condena.

—"¿Hay alguna diferencia? ¿Qué mas da?"—

Ella cerró los ojos. El crujido de la puerta, el perfume de su piel, el eco de un deseo que nunca murió. Todo estaba allí, intacto.

Cuando los abrió, él seguía frente a ella, tendiéndole la mano.

Y esta vez, no dudó en tomarla.

FIN



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