Pulp Fiction
Corazones en Fuga
por Rodriac Copen
Aquel jueves por la tarde, en un bar olvidado de la estación, Jeff creyó que estaba matando el tiempo. O que solo esperaba un tren atrasado. El ruido de las tazas, el olor del café y la rutina embriagadora de los bares parecían estirarse en una eternidad fría y gris. Hasta que ella entró.
No había música, pero su entrada fue como un riff eléctrico de una película de bajo presupuesto: luz de neón, gabardina roja, un paso firme que parecía sacudir el suelo. Se miraron. Y ahí, sin rodeos, el mundo entero se partió en dos: el anodino de antes y el contundente del ahora.
Ella pidió un té. Él dejó caer, sin pensarlo demasiado, su libro para tener una excusa de qué hablar. Fue torpe, improvisado. Fue humano. Pero sus ojos se cruzaron y en ese instante ambos comprendieron que lo ordinario acababa de estallar en mil pedazos.
Esa misma noche caminaron hasta que la ciudad agotó sus calles. Hablaron como lo harían dos viejos cómplices de toda la vida, confesándose secretos entre la risa fácil de quien sabe que no hay nada que temer. Cada frase, cada roce accidental de sus manos, encendía un vértigo nuevo. La intimidad de la charla los llevó a una espiral, absorviéndolos hacia un centro del que no querían escapar.
En pocos días, la vida se dio vuelta. Él renunció a un empleo que lo estaba secando. Ella dejó un compromiso asfixiante que sabía a una cárcel. Para estar juntos, incendiaron las rutinas, derribaron los muros de sus vidas anteriores. Y lo hicieron con la insensata seguridad de los que son felices, porque sabían que algo extraño y único, estaba en juego.
El vértigo no se detuvo en trastocar sus vidas. La vorágine los llevó a viajar en trenes sin boleto, dormir abrazados en hoteles baratos, escribir canciones imposibles. Descubrieron que juntos habían inventado un idioma silencioso compartido, en el que dos corazones laten a un ritmo propio, que nadie puede escuchar.
No fue fácil. Nada lo fue. Hubo dudas, caídas y sollozos. Pero cada vez que se miraban mutuamente, el mundo volvía a consumirse en las llamas de un amor inquebrantable e imposible. Finalmente comprendieron que no eran ellos quienes elegían; era el relámpago inicial que borró toda la historia que los separaba. El destino inmutable de sus vidas los había reunido nuevamente. Juntos habían explorado el límite del mundo, el extremo de la vida. Y en el destello del flechazo en sus mentes, todo estaba decidido para ellos.
En alguno de esos días, Jeff dijo con una sonrisa temblorosa:
—"Me han pasado cosas extrañas contigo."—
Ella rió, con un sonido cantarino y los ojos llenos de esperanza:
—"Y seguirán pasando."—
El viento sopló oponiéndose al destino, pero no fue suficiente. No importaba. Desde ese instante, sabían que habían elegido los momentos que antes se les habían negado.
La vida que consume desde adentro, que quema con el fuego interminable de la vida.
FIN
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