Curiosidades Históricas
Pensar o desaparecer
La lección que Asimov dejó al siglo XXI
por Rodriac Copen
En los años finales del siglo XX, cuando Internet apenas era una promesa y los teléfonos seguían teniendo cables, Isaac Asimov dejó un mensaje para nosotros, los habitantes del siglo XXI. No fue una profecía tecnológica ni una fantasía futurista, sino algo mucho más humano: una advertencia.
Nos advirtió que la ignorancia no desaparecería con el avance del conocimiento, sino que podría fortalecerse si la tecnología caía en manos de quienes no sabían pensar críticamente. En sus palabras, el peligro no era que las máquinas dominaran a las personas, sino que las personas dejaran de pensar por sí mismas.
Hoy, esa advertencia resuena con un eco casi profético. Vivimos en una época donde la información es abundante, inmediata y gratuita, pero también profundamente contaminada. La verdad y la mentira conviven en el mismo flujo digital, disfrazadas con idéntico brillo, amplificadas por algoritmos que premian la emoción por encima del razonamiento.
Nunca fue tan fácil hablar y comunicar como hasta ahora... y nunca fue tan difícil discernir entre verdades y mentiras.
Asimov confiaba en el poder de la razón. Sabía que el pensamiento crítico era la herramienta más poderosa del ser humano, más valiosa incluso que la inteligencia. Porque pensar críticamente no es acumular datos, sino aprender a dudar, cuestionar, comparar, investigar, escuchar y, sobre todo, reconocer los límites de lo que creemos saber.
Hoy, sin embargo, la duda —esa chispa del pensamiento libre— se confunde con la sospecha enfermiza. Los conspiradores se disfrazan de “buscadores de la verdad”, los charlatanes se presentan como expertos, y los algoritmos premian al más escandaloso, no al más sabio. Internet se ha convertido en una plaza pública sin guardianes, donde cualquiera puede gritar su verdad, pero pocos pueden sostenerla con argumentos.
La ciencia, la educación y el periodismo, pilares de la razón moderna, enfrentan una batalla desigual contra la inmediatez y el sensacionalismo. En nombre de la “libertad de expresión”, proliferan las mentiras que enferman, los rumores que dividen, las teorías que encadenan. No se trata de censurar, sino de despertar.
Asimov lo dijo con claridad: la civilización no está amenazada por la ignorancia, sino por el orgullo de los ignorantes. Esa convicción de que la opinión vale lo mismo que el conocimiento, ese rechazo a la evidencia, esa comodidad del “yo ya sé” que clausura toda reflexión.
Por eso su mensaje no es un recuerdo del pasado, sino una brújula para el presente. En tiempos donde la verdad se oculta tras pantallas brillantes y titulares virales, el pensamiento crítico se convierte en un acto de resistencia.
Cada vez que dudamos de lo que vemos, que verificamos una fuente, que leemos más allá del titular, que nos preguntamos por qué y para qué, estamos honrando la fe que Asimov tuvo en la inteligencia humana.
El futuro que él imaginó no dependía de robots ni de colonias en Marte, sino de la capacidad de cada persona para distinguir la realidad de la ilusión o la mentira.
Y quizás esa sea nuestra tarea pendiente: recuperar la curiosidad, la humildad y el rigor que hacen posible el conocimiento. No hay inteligencia artificial que pueda reemplazar eso.
El siglo XXI no necesita más información. Necesita más pensamiento.
Ese fue, en esencia, el mensaje de Asimov. Y aún estamos a tiempo de escucharlo.
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