martes, 9 de diciembre de 2025

Comedia Absurda: "Manual Incompleto del Aprendiz Torpe"

 


Comedia Absurda

Manual Incompleto del Aprendiz Torpe
por Rodriac Copen


En el remoto distrito de Los Bajos de Ranatamia, los caminos serpentean con el aplomo de serpientes instruidas en geometría, y se alza la vetusta torre de los Ventus, ilustre familia de practicantes de artes sombrías, suavizadas con toques hogareños. 

La mañana en que este relato comienza, un sol muy poco dispuesto a madrugar se asomaba con desgano sobre la torre, iluminando a un joven mago que intentaba, con torpeza conmovedora, abotonarse una capa que parecía contar con voluntad propia.

Aquel joven era Teonaldo Ventus, mago en formación, corazón blando como pan recién horneado, e intelecto que avanzaba a la misma velocidad que un caracol ambicioso. Sus padres, magos de moderado renombre, lo observaban con la aprobación que se ofrece a un hijo que al fin ha decidido hacer algo con su vida, sin considerar demasiado si realmente está hecho para ello.

—"Teonaldo,"— dijo su padre, con voz solemne y mirada hundida en el cansancio —"hoy te enviamos a estudiar con la insigne Groñulda la Despeinada, bruja símbolo de terror y estandarte de la magia negra en las praderas de Ranatamia."—

—"He leído que una vez convirtió un pueblo entero en surtidores de humo..."— murmuró su madre con orgullo incierto.

Teonaldo sonrió con la inocencia de quien no ha entendido nada.

—"Seguro que es una buena persona."— opinó.

Ambos padres intercambiaron una mirada alarmante y luego le despidieron rápidamente, no fuera cosa que el adolescente cambiara de idea.

La casa de Groñulda la Despeinada era, en efecto, tan terrorífica como la describían los trovadores más sensacionalistas. Paredes torcidas, vapores verdosos ascendiendo desde calderos que jamás se limpiaban, y un jardín que consistía en cráneos cuidadosamente plantados en la tierra. Todo muy elegante, pero dentro de lo macabro.

Groñulda apareció en el umbral como si hubiese sido arrojada desde una catapulta invisible. Su cabello, un caos de nubes negras y espinas rebeldes, explicaba por sí solo su sobrenombre. Sus ojos, pequeños y picosos, estudiaron inmediatamente a Teonaldo.

—"Así que tú eres el vástago sensible que me han enviado para completar mi legado."— gruñó con desdén.

—"Soy más amable que sensible... se puede decir."— admitió Teonaldo con un gesto amable.

—"Detesto lo sensible y lo amable."— bufó Groñulda —"Empezaremos de inmediato."—

Y así comenzó la instrucción más tenebrosa que un muchacho bien intencionado pudiera imaginar.

Durante semanas, Teonaldo aprendió todo lo que Groñulda consideraba esencial en un mago negro: lanzar hechizos crueles, arruinar cosechas, generar tormentas inoportunas, preparar pócimas destinadas a irritar gravemente la piel de sus víctimas y boicotear bodas entre amantes.

Teonaldo lo intentaba con convicción, pero había un problema evidente debido a su esencia bondadosa: todo lo que tocaba se convertía, inevitablemente, en algo adorable.

Cuando intentó invocar un enjambre de murciélagos sedientos de sangre, obtuvo en su lugar un grupo de murciélagos bebé rosaditos que chillaban cariñosamente. Groñulda estuvo a punto de morder una roca del enojo.

Cuando quiso generar un miasma venenoso, produjo... una fragancia floral de suave jazmín. Groñulda gritó durante tres horas enteras.

Pero Teonaldo, de algún modo, resistió la formación de su amarga maestra. Incluso pasó varias de las pruebas escritas, aunque los hechizos prácticos tendían a provocar resultados que Groñulda consideraba "insultos a la tradición maléfica".

Con un bufido que agitó su cabello en direcciones peligrosas, Groñulda anunció seca y vociferante:

—"¡Es hora de tu práctica final! Hoy saldrás al mundo real y demostrarás lo que te enseñé. Seré tu supervisora. ¡Compórtate como un mago negro en toda regla o te convertiré en una planta carnívora tímida!"—

—"¿Las plantas carnívoras pueden ser tímidas?"— preguntó inocentemente Teonaldo.

—"No discutiré contigo."— replicó ella conteniendo sus ganas de fulminarlo en un instante.

Y así, ambos salieron a la ciudad de Lornakia, repleta de transeúntes listos para ser víctimas del mal.

El primer objetivo de Groñulda fue un gato callejero.

—"Vamos, Teonaldo. Conviértelo en un monstruo felino lleno de púas venenosas."— ordenó la bruja.

Teonaldo suspiró sonoramente, apuntó la varita... y produjo un gatito verde limón con alas diminutas que maulló musicalmente.

—"¡Por las verrugas de mi tía Carminia!"— vociferó Groñulda escupiendo saliva por el aire —"¡Eso no es maldad, es manufactura de juguetes, mozalbete estúpido!"—

Siguieron caminando. Groñulda señaló a un hombre robusto y distraído.

—"¡Haz que tropiece y se rompa todos los dientes!"—

Teonaldo, horrorizado con la idea, agitó la varita con cuidado. El hombre tropezó, cayó... y encontró tres monedas de oro relucientes bajo su zapato.

—"¡Oh! ¡Qué suerte inesperada!"— celebró el hombre, sin sospechar nada.

Groñulda parecía hervir por dentro mientras se arrancaba unos mechones de su revuelta melena.

—"Eres una traición a mis enseñanzas."— dijo, con los dientes apretados —"¡Magia negra, he dicho! ¡Oscuridad absoluta! ¡Nada de actos benévolos disfrazados! ¡Te cocinaré en el infierno si no me obedeces!"—

Siguieron caminando y poco después, unas niñas bebían gaseosas cerca de una plaza. Groñulda exigió:

—"¡Haz que se les vuelva agrio el sabor y lloren sin consuelo!"—

Teonaldo apuntó... y las niñas comenzaron a sacudirse de alegría mientras sus bocas se llenaban de deliciosos chocolates espumosos.

Una de ellas gritó:

—"¡Mamá, mi gaseosa se convirtió en bombones! ¡Quiero estudiar magia!"—

Groñulda perdió el aliento.

—"¡Eres un desastre monumental!"— gruño la bruja intentando darle un golpe a su aprendiz

Teonaldo retrocedió para esquivar el puñetazo, y estuvo a punto de caer en una fuente, resbalando torpemente. Fue entonces cuando apareció Narelia, una joven que lo había visto varias veces practicando hechizos inofensivos por error.

—"Otra vez al borde del ridículo, Teonaldo"— dijo ella con sonrisa divertida —"Ven, dame la mano."—

—"Eres muy amable..."— tartamudeó él, sonrojado.

Groñulda observó la escena con disgusto.

—"¡No permito distracciones románticas durante mi supervisión maléfica!"—

Narelia no se inmutó.

—"Si no lo salvo, terminará con la cabeza dentro de la fuente."— dijo serenamente.

Teonaldo, agradecido, siguió su camino con la ayuda silenciosa pero persistente de la joven.

Groñulda, por su parte, acumulaba furia como un volcán aburrido que finalmente decide hacer algo con su vida.

La tensión llegó a su culmen cuando Groñulda, enloquecida por tantos hechizos malogrados, gritó:

—"¡Esto es intolerable! ¡Eres una afrenta viviente al arte de la maldad! ¡Si no hubieras sido enviado por magos reputados, te convertiría en un caracol humilde! ¡Traidor!"—

Teonaldo intentó calmarla.

—"Groñulda, maestra de la maldad, tal vez podríamos intentar un enfoque más amable..."—

—"¡Amable! ¡AMABLE!"— rugió ella en toda su furia —"¡Que me parta un rayo si vuelves a decir esa palabra!"—

—"¿Cuál palabra? ¿AMABLE?"— preguntó inocentemente el aprendiz.

Y así, por la inocente invocación del aprendiz, un rayo resplandeciente cayó desde el cielo y pulverizó a Groñulda con precisión absoluta.

Hubo un breve silencio, y una brizna de humo se elevó desde el pequeño cráter donde antes había estado la bruja. El casual e involuntario hechizo de Teonaldo resultó feroz.

Narelia soltó un suspiro.

—"Bueno... eso resolvió muchas cosas."— comentó sabiamente.

Teonaldo ladeó la cabeza.

—"¿Crees que debería informarlo en alguna oficina de magos?"—

—"No. Sigamos nuestro camino, antes de que alguien te haga responsable."— respondió ella feliz.

Libre del peso pedagógico de Groñulda, Teonaldo Ventus emprendió camino de regreso, silbando con aire inocente y despreocupado mientras tomado de la mano de Narelia, asomó de su bolsillo un pequeño gatito azulado,  que había adoptado sin permiso.

Regresó con sus padres, quienes lo recibieron con excesiva rapidez en la puerta, como si temieran que hubiera aprobado la materia “Destrucción y Maleficio Avanzado”.

—"¿Y cómo te fue con Groñulda?"— preguntaron, falsamente tranquilos.

—"Bien, creo. Al final se fue en un estallido de luz muy poético."— respondió Teonaldo.

—"Debe haber tenido algo urgente que hacer."— mintió Narelia sin pudor.

Y así, sin diploma, sin examen y sin supervisora, Teonaldo retomó su vida con calma. Nunca llegó a convertirse en mago negro, pero sí en el proveedor ocasional de hechizos inesperadamente agradables: gatitos multicolores, monedas perdidas recuperadas por accidente y gaseosas con gusto a bombones.

Los habitantes lo apreciaban.

Sus padres fingían decepción.

Y Narelia lo acompañaba, siempre preocupada por evitar que se metiera en pozos, balcones o situaciones embarazosas.

La maldad es difícil de aprender cuando uno nace con limpias intenciones.

FIN






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