miércoles, 22 de marzo de 2023

Historia: "El Despertar"

 

El Despertar

En la septentrional ciudad de Aurelia Vesper, cerca de las montañas Apalacchias, los relojes marcaban el tiempo en espirales descendentes y los ciudadanos medían su rango social por la cantidad de palabras que podían pronunciar durante el anochecer.

Allí vivía un hombre sin nombre. O más precisamente, un hombre que había olvidado el suyo.

Vestía como todos: gabardina de terciopelo negro, sombrero de ala voluble y guantes de cuero de ovejas neutralizadas. Respondía a una cifra, como dictaba el Decreto del Olvido del Gran Dictador Züldar: el Código 431-M. Pero él, a diferencia de los otros súbditos del reino, tenía sueños. Soñar estaba prohibido en las tierras del Dictador. Pero, violando todos los decretos, él soñaba constantemente con fuego.

El primer vestigio de su verdadera naturaleza llegó una noche de eclipse trémulo de Luna, cuando una anciana hablando en hexámetros, le entregó un espejo sin reflejo. Al tocarlo, la realidad se quebró y 431-M vio por un instante el fulgor eterno de su consciencia verdadera: se le reveló que no era humano. Era un SEI, un Ser Espiritual Inmortal, prisionero en un planeta grotesco que lo había degradado al estado de carne y tiempo. Y su nombre era Kael Dravion.

El desbloqueo de su mente fue inmediato y atroz. Cada fibra de su ser vibró con la energía de múltiples siglos olvidados. Recobrar el poder de su mente significaba también oír el llanto de los que aún dormían el sueño de la degradación. Se convirtió, por diseño ancestral, en un infiltrado dentro del sistema.

Su primer acto no fue glorioso ni heroico, sino profundamente personal: encontrar a Anaric, la mujer de la que había estado enamorado en esta encarnación y, según sospechaba, en otras muchas anteriores. La halló en la Academia de Etiqueta Mental, donde enseñaba a jóvenes aristócratas a censurar sus pensamientos antes de pensar.

—"Anaric de Tharn, vengo a devolverte lo que te arrebataron."—

Ella lo miró con la extrañeza de una mente que intuía algo imposible.

—"Caballero, me temo que no tolero irrupciones sin previa cita. Ni visiones metafísicas antes del almuerzo."—

—"Entonces almorcemos el despertar."— dijo. Y le tocó la frente.

Anaric gritó sin sonido, mientras las barreras mentales se desplomaron como cortinas mojadas. El alma prisionera emergió de su celda mental con un rugido de luz. Sus ojos, al abrirse, no eran los de una profesora severa, sino los de una guerrera que había regresado de la muerte con sed de revancha.

—"¡Has tardado siglos en llegar, mi amado Kael, el impostor!"—

—"Mi corazón te buscará aún más allá de cualquier resurrección, Anaric."—


Entonces, en medio del murmullo de la lluvia cálida que comenzaba a caer sobre los tejados de pizarra de Aurelia Vesper, Kael la tomó de la mano, y juntos se refugiaron en un pequeño pabellón abandonado entre los jardines del Instituto. Nadie los vio. O si alguien los vio, olvidó el instante al siguiente parpadeo, como ocurre con los momentos consagrados a la eternidad.

Allí, rodeados por las hebras plateadas de enredaderas florales que exhalaban perfumes adormecedores, Kael posó la frente contra la de ella, y ambos cerraron los ojos. El mundo cesó. No había decretos, ni dictadores, ni códigos de silencio. Solo dos cuerpos reencontrando la música olvidada de sí mismos.

Anaric deslizó los dedos por el cuello de Kael como si tocara una lira antigua. Él respondió con un susurro que no era palabra, sino vibración. Los labios se buscaron, se hallaron, y se reconocieron. No fue una urgencia animal, sino un acto ceremonial, como si el amor carnal hubiese sido un lenguaje prohibido que al fin recordaban.

Sus ropas cayeron como hojas cansadas del otoño, y bajo ellas, sus pieles se encontraron con la ternura de los que han esperado más de una vida. Se amaron así, con lentitud y fuego, como quienes saben que el alma también posee carne y que el placer puede ser una forma de memoria.

En ese breve lapso, fueron uno. No como metáfora, sino como verdad literal. Cada jadeo, cada caricia, cada estremecimiento fue una palabra pronunciada en la lengua de los SEIs, aquella que no necesita traducción. Y cuando yacieron exhaustos entre los mantos de hiedra, mirándose como dioses cansados de la eternidad, supieron que habían sellado el pacto más de amor que nadie hubiera soñado.

—"Te he encontrado, Kael Dravion."— dijo ella, con la voz envuelta en susurros —"Y no pienso separarme de tí.—

Juntos, los amantes huyeron de la ciudad por las Venas de Rábdion, el canal navegable alimentado por la multitud de ríos que conectaban a Aurelia Vesper. Se infiltraron entre los sacerdotes de los cultos sensoriales, viajando por la República de la Máscara y el Archipiélago sin Memoria, liberando SEIs atrapados en cuerpos sin sospechas. Cada liberación era una sinfonía, una ruptura, y un crimen contra el sistema.

El mundo comenzó a buscarlos. El Gran Züldar, devenido en carcelero de la humanidad, los rotuló como subversivos metafísicos. Pero en secreto, muchos habían sido despertados por la pareja de rebeldes. Eran llamados secretamente como Los Desnombrados.

En la cima de la Gran Montaña de Bogd Khan Uul encontraron el dispositivo. Un anillo de frecuencia inversa, diseñado por antiguos desertores del Dominio. Con él podrían escapar del ciclo de reencarnación perpetua. Pero usarlo significaba desaparecer del mundo material. Desvincularse incluso de quienes aún no habían sido liberados.

Anaric lo miró, como si el universo se plegara entre sus cejas.

—"Podemos marcharnos... o seguir, amado mío. Pero el anillo no admite ambas cosas."—

Él pasó sus manos rodeando su cintura y atrayéndola para darle un beso le dijo:

—"Aún hay orbes donde no ha llegado el rumor de nuestra herejía, amor. Debemos seguir."—

Dejaron el anillo enterrado bajo una losa con una inscripción secreta, escrita en el alfabeto de los que recuerdan.

Aún viajan y despiertan a los que siguen dormidos.

Aún burlan los sistemas absurdos de los viejos carceleros galácticos.

Los mensajes se envían entre los liberadores del bosque.

Porque la luz de la sabiduría no se revela a los ojos de cualquiera.

Y solo los dignos reciben el mensaje.

Si alguna vez el desconocido Kael te mira a los ojos, quizás, sólo quizás...

... en la profundidad de tu mente, recuerdes que eres un Ser Inmortal esperando despertar.


FIN








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