Creer para no crujir
El ser humano (ese bicho paradójico que inventó el Wi-Fi y que todavía cree que tocar madera cambia el destino) tiene una necesidad ancestral, e innata, de creer en soluciones mágicas. No porque sea limitado, simplote o tonto, sino porque está asustado.
La vida es algo ruidosa, incontrolable y, sobre todo, impredecible. Nada tiene garantías. ¿Te esfuerzas, estudias, intentas hacer todo bien y, aun así, te va mal? ¿No te suena familiar? Bienvenido a la vida: el gran circo que no garantiza nada... y que hasta puede quitarte todo.
Esa notable incertidumbre que da el vivir genera algún tipo de vacío en el alma. Entonces... ¿qué hacemos? Bueno, depende de cada persona: algunos meditan, otros corren maratones, y otros se tiran las cartas. Cada quien usa el mecanismo que mejor le funcione.
El tema es este: cuando la incertidumbre aprieta, la mente busca refugios. Y ahí aparecen los dioses, las promesas de abundancia, el horóscopo o el tarot del “hoy por fin acierto”. O aparece ese gurú espiritual en TikTok que dice que si escribes en un papel “yo ya soy rico” tres veces seguidas mientras le sonríes al sol... lo vas a ser. Spoiler: no lo creas.
Pero esta nota no es para burlarse de esos sentimientos (bueno, un poco sí, pero con cariño).
Esa necesidad de creer en algo superior, protector o poderoso —que venga del más allá— es producto de sabernos vulnerables, limitados y perecederos. Nos vamos a morir. Y lo sabemos. Y nuestro “yo”, de algún modo, nos motiva a fantasear con que alguien o algo lo tiene todo bajo control.
Un psiquiatra diría que esto es una forma de “evitación adaptativa”. Un modo de escapar de la angustia existencial sin caer (directamente) en la locura. El que no se aferra a una religión, se aferra a un partido político, a una dieta milagrosa, al algoritmo, al tarot o a la ley de la atracción. Necesitamos algo que nos prometa que el caos tiene sentido. Que hay un plan. Que el universo nos debe algo. (Te tengo una noticia: el universo no te debe nada).
Lo más gracioso es que, en el fondo, todos sabemos que no hay garantías, ni mapas, ni fórmulas. Que no existe el control total. Y, sin embargo, seguimos intentando. Hacemos rituales, promesas, cadenas de oración, velas, decretos, “manifestamos”. ¿Por qué? Porque aceptar que estamos solos, limitados, y que nadie vendrá en nuestra ayuda —ni tiene la certeza absoluta de nada—... da vértigo.
Es por eso que muchas personas sienten como un choque frontal la muerte de los padres. Porque los padres (en la mayoría de los casos) eran nuestros verdaderos dioses protectores. Y cuando se van... quedamos solos y desprotegidos.
Pero ojo: tampoco se trata de vivir en el escepticismo gris. Creer en algo, soñar, tener fe en un proyecto o en uno mismo no está mal. Depende de cada persona. Lo que jode es la idea que las cosas se pueden lograr sin moverse, sin enfrentar el miedo, sin hacer el trabajo. Pensar que todo va a estar bien porque alguien toma el hilo del control de nuestras vidas... eso es lo nefasto de la existencia humana. Esperar que el universo nos resuelva la vida mientras miramos reels es una trampa dulce... pero trampa al fin.
A veces, la mejor forma de conjurar la magia... es reconocer que no la necesitamos. Que podemos vivir con las dudas y la incertidumbre. El verdadero truco está en avanzar igual, aunque no sepamos si va a salir bien. El valor no es la ausencia de miedo, es lo que hacemos con él.
Así que no, no necesitas prender una vela rosa para que alguien que nunca viste en tu vida te quiera. Si quieres creer en algún dios, está bien. Pero no esperes nada de él. Porque pasarás toda tu vida esperando. Debes reaccionar. Nadie necesita repetir “soy millonario” frente al espejo veinte veces. Lo que necesitas, probablemente, es dejar de esperar el permiso cósmico y empezar a actuar como si ya fueras lo que quieres ser. A lo mejor no cambia el universo... pero te cambiará a tí mismo.
¿Quieres o amas a alguien? Díselo antes que sea tarde. ¿Tienes sueños por cumplir? Nunca vas a tener el momento adecuado para nada. Empieza hoy mismo, sin esperar señales del cielo. El genio de los tres deseos no existe. Tampoco Papá Noel ni los Reyes Magos. Los regalos debajo del pino de Navidad los ponía alguien que te amó desde el corazón... y con los pies en la tierra.
El único secreto de vivir es este: vive sin límites, sin restricciones. Sin importar lo que los demás digan de tí. Cree en tus sueños. Y concrétalos. Vive esperando el mañana y disfrutando, a cada momento, lo que tienes y tus pequeños logros.
Y eso... eso sí, es magia.
¿Y tú? ¿Qué “magia” te inventas para calmar la incertidumbre? ¿Tienes alguna cábala, ritual secreto o mantra que te ayude a no sentir que todo se va al demonio?
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