jueves, 24 de julio de 2025

Inspiración: "Aferrándose al Monstruo"

 

Aferrándose al monstruo

Por qué nos aferramos a lo que nos hace mal (y además, lo acariciamos)

Hay cosas que sabemos que nos hacen mal. Pero ahí estamos: insistiendo y perpetuando algo que no nos hace bien. Situaciones indeseables que aguantamos pasivamente, dándoles de comer, arropándolas de noche, haciéndoles un lugarcito en la cama y hasta prestándoles el control remoto. 

Llámese alcohol, relaciones tóxicas, trabajos que nos exprimen como limones sin jugo, o parejas que nos quieren “a su manera” (generalmente mal), todo eso tiene algo en común: lo seguimos eligiendo a pesar de no hacernos bien. ¿Por qué?

La psiquiatría te diría: "El ser humano, en su afán de supervivencia, prioriza la previsibilidad por sobre la felicidad". Lo que, en criollo, se traduce como: “mejor el infierno conocido que el limbo desconocido”.

Y sí, a veces nos enamoramos de nuestras propias jaulas. Se llama "Sindrome de Estocolmo". Ese tipo de dependencias emocionales nos dan calorcito. Nos hacen sentir que al menos sabemos dónde estamos parados, aunque sea en medio del barro emocional, la resaca existencial o el hastío laboral.

Parece una contradicción, pero no lo es. Estar mal, pero sabiendo por qué estás mal, puede ser reconfortante. Te da una excusa, una rutina, una narrativa. “Estoy así porque mi jefe es un imbécil, pero bueno, tengo obra social.” “Mi pareja me grita, pero también me hace un té cuando estoy mal.” “No soy alcohólico, solo me tomo tres vasos para relajarme después de lidiar con todo esto que te acabo de contar.

Nos da miedo salir de eso porque, allá afuera, quizás está peor. El cerebro no quiere cambiar lo que ya más o menos entiende. El corazón, que tiene doctorado en autoengaño, tampoco colabora. Y el alma... bueno, a veces está distraída.

El problema es que la zona de confort no siempre es confortable. A veces es una zona de mínimo movimiento, donde nada se rompe, pero tampoco nada crece. No hay catástrofe, pero tampoco hay entusiasmo. Es como quedarse viendo una serie mediocre solo porque ya vas por la cuarta temporada y no querés “perder lo invertido”.

Lo loco es que no necesitamos un gran trauma para cambiar. A veces basta con una epifanía chiquita: darte cuenta de que la vida no es tan larga como para vivir en piloto automático. O que una “zona segura” también puede ser una “celda con plantas decorativas”.

Salir de estas dependencias no es fácil. A veces es como cortar un cordón umbilical emocional, laboral o químico. Pero cortar no significa odiar. Se puede salir de una relación tóxica sin desearle la muerte al otro. Se puede dejar un trabajo sin quemar el edificio. Se puede dejar el alcohol sin volverse un predicador.

Y sobre todo, se puede hacer con humor. Porque si no nos reímos de nuestras propias contradicciones, nos las terminamos tatuando.

Si algo te hace mal, pero te da “sensación de seguridad”, deberías revisar si no te están vendiendo un seguro de vida emocional vencido. A veces, para avanzar, hay que renunciar al piloto automático y agarrar con fuerza el volante, aunque sea con miedo. Aunque sea con inseguridad. Aunque sea con ganas de volver a empezar, repartiendo de nuevo las cartas. Porque lo desconocido también puede ser lo que siempre deseaste.

Y que yo sepa, nadie vino a esta vida para sobrevivirla nomás.

 

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