Ciencia Ficción Dura
3I/Atlas - Entre la Ciencia y Los Charlatanes
por Rodriac Copen
En las últimas semanas, el 3I/Atlas se ha convertido en objeto de fascinación mediática y digital. La información científica disponible sobre él es, en realidad, escasa: se trata de un fenómeno observado desde telescopios especializados, con datos limitados sobre su composición, trayectoria y naturaleza. Más allá de estos registros técnicos, poco más puede decirse con certeza. La ciencia, en su humildad, reconoce su ignorancia antes que inventar certezas.
Sin embargo, la narrativa popular que rodea al 3I/Atlas ha tomado rumbos estrambóticos. Desde teorías que lo presentan como una nave extraterrestre enviada para “recoger un millón de humanos” hasta versiones más dramáticas que lo describen como la avanzada de una conquista interestelar, la imaginación humana ha sido explotada con fines sensacionalistas. Todo ello ha generado un ecosistema de pseudociencia, clickbait y charlatanería, donde lo que importa no es la verdad, sino la cantidad de ojos que se posan en un título alarmante.
No es un fenómeno aislado. La historia está plagada de episodios en los que el miedo y la credulidad se combinan con intereses espurios: predicciones apocalípticas de testigos de Jehová, catástrofes anunciadas por el cometa Halley, el famoso “fin del mundo” de 2012 según el calendario maya, o los temidos fallos del bug Y2K del año 2000 que prometían colapsos globales. Cada uno de estos casos revela un patrón: individuos o colectivos inescrupulosos aprovechan la incertidumbre y la falta de información de la mayoría para imponer su narrativa, inflando el pánico y la fascinación.
El ser humano, desde sus orígenes, ha vivido bajo el peso de una certeza insoportable: la vida es incierta, frágil y, en última instancia, finita. La muerte, la enfermedad, el azar y la pérdida nos recuerdan constantemente que no tenemos el control absoluto de nuestra existencia. Esta vulnerabilidad genera angustia. Y ahí es donde aparecen las creencias pseudocientíficas, religiosas o conspirativas: ofrecen un marco tranquilizador, una narrativa que, aunque ilusoria, calma momentáneamente la ansiedad.
Las manifestaciones, el tarot, la quiromancia, la radiestesia, los chakras, los registros akáshicos o la comunicación con los muertos cumplen el mismo rol simbólico: dar la impresión de que el caos de la vida está bajo algún tipo de orden secreto y comprensible. Del mismo modo, creer en fantasmas, extraterrestres salvadores, teorías conspirativas o incluso en la tierra plana responde a una necesidad psicológica de sustituir la incertidumbre por una explicación, aunque esta sea irracional.
Desde la perspectiva clínica, muchas de estas adhesiones surgen en contextos de carencias afectivas y emocionales. La persona que no encuentra seguridad en vínculos sólidos, en la confianza hacia los demás o en su propia capacidad de enfrentar la vida, busca afuera una figura o sistema que le dé un “mapa” de sentido. Así, el tarotista se convierte en un guía paternal, el gurú espiritual en un sustituto del amor que falta, y la teoría conspirativa en un calmante: “alguien maneja los hilos, alguien sabe lo que pasa, no todo es azar”.
En definitiva, estas creencias funcionan como un analgésico emocional: no curan la herida de la inseguridad existencial, pero la tapan. Lo paradójico es que, en lugar de empoderar, terminan generando mayor dependencia, ya que cada decisión y cada miedo vuelven a delegarse en fuerzas externas.
El 3I/Atlas es solo el último capítulo de esta larga saga de desinformación y espectáculo mediático. Mientras la pseudociencia se disfraza de misterio y amenaza, la ciencia sigue siendo el único refugio confiable: su metodología rigurosa, su capacidad de cuestionar y de verificar hipótesis, es lo que protege a la humanidad de caer en su propia estupidez.
El reto, desde la perspectiva interior, es entender que debemos aprender a tolerar la incertidumbre, construir vínculos afectivos reales y desarrollar recursos internos que permitan enfrentar la vida sin necesidad de refugiarse en ficciones. La ciencia, el pensamiento crítico y, sobre todo, la confianza en uno mismo, son herramientas que no prometen certezas absolutas, pero sí la posibilidad de vivir de manera más libre y auténtica.
Amigos: no hay atajos, ni fórmulas mágicas, ni extraterrestres conspirando. Solo observación, análisis y pensamiento crítico. En un mundo donde la información se consume como entretenimiento, la ciencia es el faro que nos recuerda que la verdad importa más que los clics.
FIN
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