miércoles, 27 de agosto de 2025

Pulp Section: "Corazón en Oferta"

 


Relato Pulp de Humor

Corazón en oferta

Aquel martes por la tarde, Julián decidió que iba a conquistar a Clara. Lo decidió con la solemnidad con la que un general se ata los guantes antes de la batalla. La había visto tantas veces en la oficina —cabello negro como medianoche, sonrisa que parecía destinada a hundir barcos—, que ya no podía resistir la tentación de invitarla a salir.

—“Esta vez sí”— se dijo a sí mismo —“No importa si me tiemblan las manos o si la camisa tiene olor a plancha quemada. Hoy empieza la historia de amor.”—

Nervioso, esperó el momento adecuado para el primer avance:

—"¿Un café mañana, Clara? Hay una confitería nueva en la esquina de Rivadavia"— preguntó él, ensayando la voz grave de los galanes de radio.

Ella lo miró como quien observa a un gato mojado intentando parecer tigre.

—"¿En esa?"— frunció el ceño —"Tiene manteles de hule. Además, ahí va la gente que compra medialunas por docena para congelar."— hizo un gesto de asquete.

—"Pero... el café es rico"— atinó a balbucear él, ahora inseguro.

—"No tomo ningún café que no sea colombiano certificado."—

El romance aún no había nacido y ya tenía certificado de defunción.

No se rindió. Un par de días después, armó plan B.

—"¿Que te parece este sábado ... te animás a una película? Estrenan una de acción, tiene buenas críticas."—

—"¿Acción?"— ella abrió los ojos, como si él hubiera sugerido ver una autopsia en vivo —"Yo solo veo cine iraní con subtítulos en alemán."—

—"Pero... tiene un 98 en Rotten Tomatoes."—

—"Rotten...¿qué?"— respondió con desprecio —"Yo solo confío en los festivales. Si no estuvo en Cannes, no existe para la crítica."—

Julián sintió que el piso se inclinaba. La épica romántica empezaba a parecer un trámite de Impuestos en el Estado.

El tercer intento fue algo más audaz. Una invitación a cenar. Él había guardado un cupón de dos por uno en una pizzería del centro. Era su carta secreta.

—"Mirá, Clara, hoy invito yo. Pizza libre, bebidas incluidas. ¿Te prendés?"—

—"Ay, no... ¿Pizza libre?"— repitió ella, horrorizada —"¿Sabés qué significa? Gente que come hasta desmayarse. Eso es vulgaridad gastronómica."—

—"Pero el muzzalómetro está al tope. La inauguraron hace poco, y dicen que es la mejor del barrio."—

—"¿Con cupones, Julián? Qué poco romántico, che."—

Él apretó los dientes. En su cabeza, la banda sonora de violines comenzaba a desafinar.

En un último y forzado esfuerzo, la llevó a dar una vuelta en su coche.

—"¿Este es tu auto?"— preguntó ella, al subir.

—"Sí, un clásico"— dijo él, orgulloso, acariciando el tablero como si fuera un corcel de guerra.

—"¿Clásico...? Viejo, querrás decir."—


—"Bueno, sí, no lo compré cero kilómetro."— el humor de Julián empezaba a cambiar.

Ella olfateó el aire.

—"¿Eso es... pino artificial?"—

—"Ambientador. Contra el olor a taller mecánico."—

—"Horrible."—

Fue la estocada final. Cupido se había resbalado y le había clavado la flecha en el riñón.

Julián respiró hondo. Una parte de él quería seguir insistiendo, pero otra, mucho más grande, quería dinamitarlo todo.

Se detuvo frente a un semáforo en rojo. Giró la cabeza hacia ella y, con una calma de mármol, soltó:

—"Clara... ¿sabés qué? Me tenés podrido."—

—"¿Cómo...?"— ella arqueó una ceja, sorprendida.

—"Sí. El café no te gusta porque los manteles son de hule. El cine, porque no es iraní con subtítulos en klingon. La pizza, porque había un cupón de descuento. Mi auto, porque no tiene aroma a Chanel Nº5 sino a pino barato. ¡Ya está, pendeja!"—

—"No entiendo..."—

Julián explotó mientras se bajaba para abrile la puerta y la invitaba a bajarse.

—"!Andá a cagar, boluda¡ ¡Y no la vas a entender nunca! Porque no hay que entender nada. Mirá, buscate un millonario que te compre un cero kilómetro blindado, te lleve a comer sushi en la estratósfera y te proyecte películas en un idioma inventado. Pero a mí no me rompas más las pelotas."—

El semáforo se puso en verde. Él se volvió a subir, arrancó con un rugido del motor, que tosió dos veces antes de obedecer. Clara se quedó muda, como estatua en una rotonda.

Julián manejó unas cuadras sin mirar atrás. La radio vieja chisporroteaba un rock oxidado de los años ochenta. Hablaba de desencuentros y corazones torcidos. De pronto, sonrió. Por primera vez en meses, estaba realmente libre.

Encendió un cigarrillo, abrió la ventanilla y dejó que el viento barriera el humo.

—"Gracias, Clara"— murmuró —"Gracias por mostrarme que el amor verdadero no se mide en cupones."—

Y dobló en la esquina, rumbo a la pizzería del cupón, donde al menos la muzzarella nunca lo había juzgado. Por el celular, llamó a un par de amigos para encontrarse allá.

FIN 



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