Comedia - Romance
Match Perfecto
por Rodriac Copen
Martín nunca había sido un hombre especialmente carismático, pero tenía su encanto: sabía preparar un café perfecto, podía arreglar una lámpara con un clip y una cinta aisladora, y tenía un don para encontrar memes que resumían el estado del mundo mejor que cualquier filósofo.
Después de su divorcio, había jurado no volver a registrarse en ninguna aplicación de citas, pero como todo juramento moderno, duró lo que tardó en descargarse otra.
Y así fue que, de la nada, apareció Luna.
No era como las demás: no publicaba selfies con filtros de orejitas ni frases tipo “no busco nada serio, pero si pasa, pasa”. Ella escribía sobre libros, subía fotos de su gato dormido sobre un teclado, y tenía una sonrisa que parecía iluminar el monitor. Martín se sintió atraído de inmediato.
Empezaron a charlar. Primero tímidamente, con emojis y comentarios sobre películas; después con audios de madrugada y risas compartidas. Cuando ella le mandó un mensaje que decía:
> “Si fueras un postre, serías un flan con mucho dulce de leche.”
En ese momento, él supo que estaba perdido.
Pasaron algunas semanas hablando todos los días. Había una complicidad tan natural que Martín llegó a pensar que las cosas buenas no siempre terminan mal, que el amor quizá había aprendido a usar Wi-Fi.
Hasta que, un jueves, Luna propuso el encuentro.
> “Ya fue, te invito a tomar algo. Prometo no ser una asesina serial.”
> “Y yo prometo no llegar con flores de estación”, respondió él, queriendo parecer relajado y fracasando estrepitosamente.
El sábado llegó. Martín estaba nervioso como un chico adolescente. Se vistió tres veces: primero demasiado elegante, luego demasiado informal, finalmente con algo que parecía un compromiso entre ambos desastres.
En el espejo, se dijo en voz baja:
> “Tranquilo. Es una cita, no una entrevista laboral.”
Y salió.
El bar elegido era moderno, con luces cálidas y mesas de madera. Ella estaba allí, sentada junto a la ventana. Era incluso más hermosa que en las fotos. Martín sintió que su corazón le tocaba el timbre a la garganta.
—"¡Hola!"— dijo ella, levantándose para saludarlo.
—"¡Hola!"— repitió él, con la sonrisa de quien acaba de recordar que no sabe usar su propio cuerpo.
Pidieron tragos. Y hablaron de todo: música, viajes, películas malas que amaban en secreto. Ella era divertida, inteligente, encantadora. Martín pensó: “Listo, me enamoré. Otra vez. Qué tipo más predecible.”
Hasta que Luna se puso seria.
—"Martín..."— dijo con una voz suave —"hay algo que necesito contarte antes de seguir."—
Él se tensó. Un millón de posibilidades se le cruzaron: que tenía marido, que estaba endeudada hasta el cuello, que vendía seguros de vida, que era influencer de suplementos dietarios.
—"Soy travesti"— dijo ella.
Y lo dijo con una serenidad que desarmaba.
El silencio que siguió fue tan espeso que el mozo dudó en acercarse.
Martín sintió que el aire del bar se había detenido. Una mezcla de sorpresa, desconcierto y algo que no supo nombrar se le enredó en el pecho. No era rechazo, ni miedo, ni vergüenza. Solo que nunca le había pasado algo parecido. Era simplemente no saber qué hacer con todo eso.
Ella lo miraba, paciente, con una media sonrisa triste.
—"No quería mentirte."— dijo —"Pensé en decírtelo antes, pero me asustaba que me dejaras de hablar. Pasa mucho."—
Martín bajó la mirada. Su mente estaba a los saltos: "¿Qué se hace en estos casos? ¿Qué se dice? ¿Qué significa esto para mí, para ella, para lo que veníamos construyendo?"
En medio del torbellino, se le escapó una frase ridícula:
—"Bueno… al menos no sos del signo Leo, ¿no? Podría ser peor. Podrías estar casada..."—
Luna soltó una carcajada. El mozo los miró raro, como si no entendiera el chiste, pero el hielo se rompió de un modo casi literal: el de sus vasos tintineó con el movimiento.
—"Soy de Libra"— respondió ella, aún riendo.
—"Ah… bien..."— bromeó él, tratando de mantener el equilibrio emocional como un equilibrista borracho.
Hubo una pausa. Ni tensa ni cómoda. Simplemente... humana.
—"Si querés irte, lo entiendo."— dijo ella —"De verdad."—
—"No sé qué quiero."— respondió él, sincero. -"Nunca me enfrenté a una situación parecida."—
—"Eso ya es mucho más de lo que la mayoría contesta."— dijo ella, y levantó su vaso —"Por los valientes confundidos. Yo ya pasé por eso."—
Él sonrió. Levantó también su trago.
Los vasos chocaron con un clink mínimo, casi simbólico.
Después se quedaron callados, mirando por la ventana del bar. Afuera, la ciudad seguía con su ruido habitual, indiferente y hermoso.
Martín pensó que la vida, a veces, era eso: una sucesión de coincidencias imperfectas, de encuentros que no entran en ninguna categoría.
Pidió otro trago. Ella también.
Y mientras el hielo se deshacía lentamente en sus vasos, algo en él empezó a aflojarse. Tal vez el miedo. Tal vez las ideas viejas. Tal vez algo parecido al amor.
Pero no lo sabremos.
Porque justo ahí, en ese momento en que podía pasar cualquier cosa, el cuento termina.
FIN
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