El Viejo Rebaño Sobre la Pradera
En una desolada extensión de la Vía Láctea, sobre el brazo Perseus,
entre una acumulación de polvo estelar y estrellas antiguas, se encuentra el
planetoide olvidado de Vanora.
La pequeña roca es una gema celestial esculpida por las manos del tiempo y el ingenio terraformador de la primera generación de antiguos colonos eurasiáticos que llegaron desde el planeta Tierra siglos atrás.
El cielo de Vanora muestra un tapiz arremolinado de estrellas que apenas amortiguan su intensidad durante el día.
El pequeño planeta alguna vez fue una extensión árida, desprovista del vibrante abrazo de la vida. Pero con el paso de las generaciones, fue gradualmente transformado en un santuario con oasis verdes desperdigados por aquí y por allá, como un testimonio de la voluntad indomable de la humanidad.
Siglos atrás, intrépidos pioneros impulsados por una sed insaciable de exploración y riquezas, se embarcaron en una misión para dar vida a este mundo desolado. Aprovecharon el poder de la ciencia y la técnica, tejiendo un tapiz de flora que desafió todas las probabilidades de una tierra mezquina y árida.
Con los años, la vida y la naturaleza se aferraron tenazmente a su superficie rocosa.
Bajo la atenta mirada de su sol menguante, Vanora floreció hasta convertirse en un paraíso de contrastes, un lienzo de paisajes rugosos pintado con colores esmeralda y oro.
En sus oasis, podías ver una exuberante vegetación que cubría la tierra arcillosa, en donde las raíces de los árboles se hundían profundamente en un suelo rico en minerales preciosos.
Por aquí y por allá se veían arbustos resistentes y árboles con ramas retorcidas y erosionadas, que se alzaban como centinelas del tiempo mientras sus hojas susurraban con la suave brisa que se incrementaba en las horas de la tarde.
El pequeño planeta era un santuario de piedra y verdor, en donde la vida florecía en su forma más pura, libre de los agresivos instintos de animales feroces.
Los primeros colonizadores de Vanora se habían asegurado de crear en el pequeño mundo, un remanso de tranquilidad, donde las criaturas vagaran libremente, sin miedo a los grandes depredadores.
El aire vibraba con la sinfonía de un coro de insectos chirriantes, mientras en los oasis esparcidos por aquí y por allá, se les unía el suave murmullo de los arroyos que serpenteaban a través de las hierbas verdes.
Al terraformar la lejana roca desértica, los oasis se esparcían como joyas en medio del terreno accidentado y semimoribundo. Vanora tenía una impresionante belleza salvaje que salpicaba los ojos de los escasos visitantes que solían llegar al lejano brazo de Perseus.
Este increíble paraíso desértico con islas verdes, estaba alimentado por manantiales subterráneos, que eran el verdadero oasis de la vida. En múltiples puntos alejados entre sí, las aguas emergían cristalinas para serpentear y alimentar la vegetación mientras reflejaban el cielo azul y los rayos dorados del sol moribundo.
Después de varios siglos de colonización Vanora era una gema celestial, un mundo de contrastes y un paraíso escarpado donde la vida prosperaba en medio de la cruda belleza de un abrazo rocoso y árido.
Este mundo árido provisto de vida cuidadosamente elegida para resistir el entorno, era un refugio improbable para una colonizadora solitaria llamada Elara.
Elara era una mujer de espíritu y determinación inquebrantables. Su padre y su madre se habían aventurado a Vanora años atrás, buscando una improbable fortuna provista por la minería de metales preciosos.
El pequeño planeta había sido explotado por alrededor de quinientos años. Pero con el paso de las generaciones, las minas se habían terminado agotando y los colonos fueron desapareciendo poco a poco dejando una flora y una fauna completamente adaptadas a un ambiente en donde el equilibrio era parte de una cuidadosa planificación inicial de sus habitantes.
Los padres de Elara, bendecidos con una pequeña fortuna, decidieron quedarse para dejar atrás el destino errante del colono que les había traído al pequeño planeta. A su muerte, Elara se había terminado por convertir en la única habitante de este lejano oasis del espacio.
Armada con su fiel cayado de pastor y un corazón lleno de esperanza, la joven mujer había transcurrido su vida en el único hogar que había conocido.
En este santuario cuidaba de su amado rebaño de ovejas, que con sus suaves balidos y la cadencia rítmica de sus cascos hacían escuchar los únicos sonidos de unas llanuras que de otro modo serían silenciosas. Las ovejas eran una sinfonía de vida en medio del vacío cósmico en el lejano brazo de Perseus.
Un fatídico día, mientras Elara se internaba en un pequeño valle al este de su humilde morada, conocido como la pradera de Cariolis, un fenómeno celestial de proporciones épicas rasgó la tranquila monotonía del crepúsculo.
El dócil rebaño de ovejas que guiaba, se inquietó por la perturbación atmosférica y la onda sonora.
Una estela de fuego que desafiaba las leyes de la física, surcó el cielo mortecino nocturno, dejando a su paso una estela de nubes blancas que se arremolinaba sobre sí misma como un dragón moribundo.
El resplandor de la trayectoria fue tan intenso que Elara, a pesar de entrecerrar los ojos por la cegadora luz, no pudo evitar contemplar el espectáculo con una mezcla de fascinación y temor.
A medida que la estela se aproximaba a la superficie de Vanora, su brillo se intensificó, bañando el paisaje en una luz rojiza que convirtió a las rocas en magma incandescente y las praderas en mares de fuego.
El rebaño, inquieto por la repentina perturbación, balaba en un coro de súplica mientras Elara se aferraba con fuerza a los controles de su vehículo Zephyr. A pesar de levitar a unos treinta centímetros del suelo, la trayectoria del vehículo fue perturbada momentáneamente por el extraño fenómeno.
En un instante que pareció durar una eternidad, la estela incandescente se precipitó hacia el corazón de la pradera Cariolis, impactando en tierra con un estruendo atronador que hizo temblar las montañas y rebotar las ovejas como pelotas de lana.
El corazón de Elara latía con fuerza en su pecho. Una onda de choque, invisible pero palpable, recorrió todo el planetoide, haciendo que las copas de los árboles se inclinaran y las escasas aves se alzaran en un frenético vuelo hacia el cielo.
Elara, aturdida por la repentina explosión y bañada en una lluvia de polvo y tierra, detuvo el vehículo y se levantó con dificultad, mientras sus ojos buscaban el origen del cataclismo.
Allí, en el centro de la pradera, a unos cuantos kilómetros, humeaba un cráter de proporciones colosales, una herida abierta en la piel de Vanora. De las profundidades de este abismo emanaba un calor infernal, que deformaba el aire y hacía que las llamas danzaran en una macabra coreografía.
En medio de la humareda y el fragor, Elara entrevió una silueta metálica retorcida. Los restos de lo que una vez fue una nave espacial. Su casco, ennegrecido por el fuego y plagado de hendiduras, era un testimonio mudo de la violencia del impacto. Un silencio sepulcral se apoderó del paisaje, roto solo por el crepitar del fuego y los ocasionales balidos de las ovejas, que se habían acurrucado en un rincón del valle, temblorosas y asustadas.
Elara, mientras su corazón aún palpitaba con fuerza, subió al Zephyr para acercarse cautelosamente al cráter, con su mente plagada de interrogantes.
¿Quién o qué viajaba en esa nave? ¿De dónde venían y cuál era su destino? ¿Habían sobrevivido al impacto? Las respuestas parecían ocultas en las profundidades del cráter, envueltas en un misterio tan impenetrable como las estrellas que brillaban en el cielo nocturno.
Elara, con el corazón palpitando con una mezcla de precaución y curiosidad, se acercó con cautela a los restos de la nave espacial del tipo biplaza.
El aire alrededor del cráter era denso con el olor acre del metal quemado y el humo. A medida que se acercaba, sus ojos captaron una figura que yacía entre los escombros. Con el golpe, la cubierta de protección había cedido y en parte estaba abierta.
Con pasos temblorosos, se arrodilló junto al cuerpo. Era un hombre, vestido con un traje espacial hecho jirones y ennegrecido por el fuego. Su rostro estaba enmarcado por mechones de cabello castaño sucio por el polvo, estaba pálido y demacrado, surcado por profundas líneas de dolor y agotamiento. Sus ojos, cerrados herméticamente, parecían haber perdido toda esperanza.
Elara extendió una mano temblorosa y tocó su mejilla. La piel del hombre estaba fría al tacto, casi como la de un cadáver. El pecho se elevaba y caía en un ritmo irregular, un débil susurro de vida en medio de la desolación. Tomó su pulso carotídeo y pudo sentir los latidos regulares.
Un profundo sentimiento de compasión se apoderó de Elara. A pesar de su origen desconocido y su apariencia amenazante, este hombre era un náufrago en un mundo extraño. Con un gesto instintivo, sacó una pequeña cantimplora de agua de su zurrón y la llevó a los labios del hombre.
Goteó unas pocas gotas del precioso líquido entre sus labios resecos. Los ojos del hombre se abrieron lentamente, revelando dos pozos de color azul profundo que brillaban con una luz tenue. Miró a Elara con una expresión de confusión y asombro, como si no pudiera creer haber encontrado a otro ser humano en un lugar tan remoto y desconocido.
-"No tengas miedo"- Le dijo Elara con una voz suave, tratando de calmarlo. -"Estás a salvo. Te ayudaré"-
La mujer no tenía forma de identificar el idioma del desconocido, pero las palabras de Elara parecieron calmar al hombre. Un leve suspiro escapó de sus labios, y una pequeña sonrisa se dibujó en su rostro demacrado. Cerró los ojos nuevamente, desmayándose como si se permitiera descansar por un momento, confiando en la bondad de esta extraña que le había encontrado.
Sin dudarlo, Elara entró en acción. Primero extrajo al piloto de su nave no sin dificultad. Lamentó no tener la presencia de algún robot de servicio, pero no tenía tiempo de llamarlo y esperar su arribo. No tenía forma de saber si la nave era peligrosa.
Arrastró al hombre hasta un costado de su vehículo Zephyr. Improvisó un soporte parecido a una camilla al costado del mismo y luego subió el cuerpo para atarlo cuidadosamente. Montó al vehículo para encenderlo y, asegurándose de mantener el control estable, se dirigió a su refugio, construido dentro de una cueva, con materiales recuperados.
Llegada a la vivienda, llamó a un robot antropomorfo para que le ayudara a llevarlo al interior. Lo acostaron en un camastro. Con un toque suave, le quitó su uniforme. Al mirar las ropas detenidamente, no parecían de porte militar. Probablemente el hombre provenía de un equipo de prospección minera o de exploración.
Presentaba varias heridas, pero ninguna de gravedad. Con un equipo de monitoreo médico, se aseguró sobre la ausencia de heridas internas graves. Atendió sus heridas superficiales. Como todo colono, su entrenamiento en auxilios médicos y su conocimiento de remedios a base de hierbas resultó invaluable.
A medida que los días se fueron alargando, pudo enterarse que el hombre hablaba un dialecto básico de inglés galáctico, bastante sencillo de entender.
El hombre se llamaba Abalon. Con el transcurso de los días, el hombre fue recuperando gradualmente sus fuerzas. Habló de su hogar, en un planeta distante repleto de vida, y de la fatídica misión que lo había llevado a los confines del cosmos allí, en el brazo de Perseus.
Elara al terminar el día, solía acomodarse sentada en una mesa pequeña, cerca de una hoguera que permitía calentar el ambiente del refugio al que consideraba su casa. Ocasionalmente entablaba conversación con un robot antropomorfo llamado Uriel.
Si no estaba de humor, leía algún libro que extraía de la biblioteca central de la Federación Espacial. Todas las colonias humanas se mantenían en contacto con el Gobierno Central a través de los equipos de comunicaciones tipo ansible.
Esa noche en particular la mujer estaba bebiendo una sidra caliente mientras leía un cuaderno de datos. Abalon yacía durmiendo apoltronado en un sillón mientras se recuperaba de los golpes sufridos durante su aterrizaje forzoso.
-"No puedo agradecerte lo suficiente, Elara. Me salvaste la vida.”- Abalon abrió los ojos, despertándose y suspiraba mientras la hablaba a Elara. Se le notaba alguna dificultad al pronunciar ciertas palabras.
Si bien los seres humanos habían unificado el lenguaje desde hacía siglos, la dispersión humana a lo largo y ancho del cúmulo las ocho galaxias conocidas, había terminado por generar una gran cantidad de dialectos locales usados en diversas colonias.
Los dialectos habían generado en la práctica una gran cantidad de lenguas. Algunas parecidas al idioma original, otras no tanto. A menudo se generaban confusiones idiomáticas y había que esforzarse para entender a un colono de otro lugar.
Sólo en el planeta original, la Tierra, y en las naves militares de la Federación se hablaba inglés terráqueo.
Afortunadamente los dialectos del accidentado explorador y los de Elara eran bastante parecidos.
Elara dejó de lado lo que estaba haciendo y respondió mientras sonreía:
-"No fue nada, Abalon. Me alegro de haber estado allí cuando me necesitabas"-
-"Cuando me rescataste, estaba camino a inspeccionar un posible sitio minero en un asteroide cercano. Mi nave comenzó a fallar por el impacto de un micrometeorito. Tuve suerte al poder llegar hasta aquí."-
-"Ya lo creo. Tuviste mucha suerte. Vanora aún está en desarrollo, pero es un lugar hermoso y pacífico. Tenemos oxígeno respirable. Pero no es así en los otros asteorides. Este es el único planetoide con atmósfera respirable a un parsec cúbico."- Explicó Elara.-" Más allá sólo está la estación espacial en el Espolón de Tauro"- Concluyó la mujer.
-"Al desmayarme seguramente habría muerto. Estoy agradecido por tu rescate y hospitalidad."-
-"Eres bienvenido a quedarte aquí todo el tiempo que necesites. Cuando estés listo, puedes comunicarte por el ansible"- Explicó Elara.
La humanidad se comunicaba mediante el ansible, un dispositivo de comunicación rápido como la luz, que permitía mantener comunicaciones casi instantáneas a distancias interestelares. Funcionaba mediante teleportación cuántica por entrelazamiento.
Abalon respondió -"Te lo agradezco, pero me temo que no podré quedarme por mucho tiempo. Soy explorador de una empresa minera desde que era joven. He pasado la mayor parte de mi vida viajando a planetas distantes, buscando recursos y entornos adecuados para las operaciones mineras."-
-"Suena como un trabajo apasionante."- Elara no había conocido otra cosa en su vida que Vanora, algunos planetoides locales y el Espolón de Tauro, una estación del doble de tamaño que la Luna de la Tierra.
-"Lo es. He visto cosas increíbles por ahí. Paisajes alienígenas, restos de criaturas extrañas e incluso ruinas antiguas que no se pueden identificar como humanas."-
Abalon pareció entusiasmarse al recordar algunas de sus aventuras:
-"Una vez estaba explorando un planeta con una atmósfera densa y rica en metano. El cielo era una neblina constante de color naranja y violeta, y la superficie estaba cubierta de lo que creímos eran extrañas plantas bioluminiscentes. Se comunicaban a través de un complejo sistema de pulsos de luz. Luego los investigadores descartaron que fueran seres vivientes. Los pulsos eran reacciones químicas"- El explorador meneó la cabeza negando.
La humanidad llevaba siglos intentando encontrar vida en el universo.
-"Vaya, eso suena increíble."- Se entusiasmó Elara.
-"En otra ocasión, tenía la misión de estudiar un planeta con un contenido mineral extremadamente alto. El planeta era tan rico en recursos que era prácticamente magnético. Mi nave era constantemente arrastrada hacia su superficie. Tuve que usar todas mis habilidades de pilotaje para evitar estrellarme."-
-"Definitivamente has tenido algunas experiencias emocionantes."- Elara sonrió. Parecía tener una expresión que delataba una mezcla de envidia y admiración.
-"Sí. No lo cambiaría por nada."- Respondió el piloto.
-"Me lo puedo imaginar, Abalon. Pero ¿A veces no extrañas tu hogar?"- La pregunta de Elara era genuina e ingenua. Valora era todo su mundo y no podía imaginarse apartada de él.
-"En realidad no he visto a mi familia en años."- Abalon en realidad no había respondido a la pregunta.
-"Bueno, espero que puedas verlos pronto."- Elara no quiso entrometerse más. Parecía que Abalon no quería hablar del tema.
Abalon sonrió mientras asentía. Sus ojos parecían llenos de una sensación de aventura.
La estadía del explorador fue prolongándose por semanas y meses. Su máquina, tal como estaba, requería de repuestos que no estaban a disposición en el planetoide. La empresa para la que trabajaba Abalon podía enviar los repuestos hasta el Espolón de Tauro, a un par de parsecs de Valora. Pero era un viaje de aproximadamente siete años luz.
Mientras tanto, Abalon colaboraba con las tareas de Elara aliviando su trabajo y con la intención de no volverse una carga.
Los relatos de aventuras y exploración de Abalon cautivaron a Elara, transportándola mucho más allá de los límites de su existencia solitaria. Cada historia era una ventana a un universo de posibilidades, mostraba la realidad como un caleidoscopio de mundos exóticos, criaturas fascinantes y desafíos emocionantes.
Con el relato de cada aventura, Elara encontraba un eco de su propio espíritu aventurero, un alma gemela que compartía su amor por lo desconocido. A pesar de provenir de mundos diferentes, ambos poseían una profunda curiosidad por el cosmos, un anhelo por descubrir los secretos que se escondían entre las estrellas.
Las narraciones de Abalon la llenaban de una mezcla de emoción y nostalgia. Por un lado, anhelaba unirse a él en sus viajes, experimentar de primera mano las maravillas que describía. Por otro lado, sentía una profunda gratitud por la oportunidad de conocer estos mundos a través de sus historias, de compartir la emoción de sus descubrimientos sin los peligros y sacrificios que conllevan.
A medida que pasaban las semanas y los meses, Elara se sentía cada vez más conectada con él. Sus relatos no solo la entretenían, sino que también la inspiraban a reflexionar sobre su propia vida, sobre las posibilidades que se extendían más allá de su tranquila existencia en Vanora.
De alguna manera, las aventuras de Abalon transformaron a Elara, despertando en ella un anhelo por descubrir lo que la vida tenía más allá de los confines de su planeta. En su corazón, se encendió una llama que la impulsaba a buscar nuevas experiencias, a desafiar los límites de su zona de confort y a perseguir sus propios sueños de exploración.
Abalon se convirtió en su mentor, su guía en este nuevo viaje de autodescubrimiento. Sus historias le proporcionaron un mapa, un faro que la guiaba hacia un futuro lleno de posibilidades. Y Elara, a su vez, se convirtió en una fuente de apoyo y comprensión para Abalon, alguien con quien compartir sus experiencias y sus sueños, alguien que apreciaba su espíritu aventurero y su pasión por los mundos desconocidos.
Juntos, Elara y Abalon embarcaron en un viaje que trascendía las fronteras físicas y temporales. Sus almas se entrelazaron en una danza de exploración y descubrimiento, un viaje que los llevaría a través de las estrellas, hacia los confines del universo y hacia lo más profundo de sí mismos.
A medida que su vínculo se afianzaba, también lo hacía el afecto y la cercanía mutuos. En medio de la vastedad y lejanía de Vanora, encontraron consuelo y compañía en la presencia del otro. El amor, nacido a partir de la catástrofe inicial y de las ruinas de una nave espacial de exploración, fue un testimonio de la soledad de un par de espíritus humanos que habían vivido su vida envueltos en la oscuridad de la soledad.
Al anochecer, los amantes desnudos y abrazados bajo las sábanas, respiraban en silencio en medio de la quietud nocturna de Vanora. El aire estaba cargado de anticipación, mientras sus corazones latían al unísono con el ritmo de su pequeño universo.
-"Abalon, no puedo soportar la idea de que te vayas. Desde que llegaste a este planeta, hemos construido una vida juntos... esto es todo lo que he conocido."- Elara tenía apoyada su cabeza sobre el pecho del hombre.
Abalon fijó su mirada en la de ella, con sentimientos encontrados en una mezcla de amor y anhelo:
-"Elara, tú eres mi mundo, y te has convertido en mi ancla en este vasto mar de estrellas. Pero mis ojos ven más allá de este horizonte."-
A Elara se le llenaron los ojos de lágrimas al decir:
-"¿Pero qué pasa con nosotros? ¿Los sueños no valen más que la emoción de tus exploraciones?"-
-"Te amo más de lo que las palabras pueden expresar, Elara."- La voz de Abalon estaba llena de sinceridad.
-"¿Y mis sueños? Anhelo ver las maravillas que has visto en otros mundos, experimentar la inmensidad del universo. Pero no puedo dejar este planeta, este es el hogar de mis ancestros. Aquí enterré mis padres."- La voz de Elara era ligeramente temblorosa.
Abalon extendió la mano para acariciar suavemente el rostro de la mujer.
-"Elara, tú eres mi hogar. Y te prometo que no importa a dónde nos lleve nuestro viaje, mi corazón siempre estará aquí contigo."-
Una señal llegó desde el ansible, proveniente de siete años luz de distancia. Era un mensaje desde el Espolón de Tauro. Los repuestos de la nave de exploración habían llegado.
FIN
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