miércoles, 22 de marzo de 2023

Historia: "Un Asunto de Ciudado"

 

Un Asunto de Cuidado

Capítulo 1: Atando cabos sueltos


Sofía estaba a punto de largarse. Se encontraba mirando distraídamente el ticket al tiempo que aguardaba en la fila para validarlo y abordar el avión que le llevaría a las Bahamas. Allí le aguardaba Martín. 

El gentío del aeropuerto era terriblemente denso. Podía sentir un murmullo de fondo producto del bullicio de la gente. Sus pensamientos estaban tan dispersos que se le hacía fácil cortar el hilo de sus ideas. Los acontecimientos recientes y la excitación de todo lo vivido en las últimos tiempos le habían terminado generando un sentimiento de euforia contenida.  

Aún desde niña, le habían gustado los aeropuertos, así como el gentío y el murmullo carnavalesco que les caracterizaba. Solía atribuirlo a esa ansiedad que le condenaba a un eterno aburrimiento por todo, a sus eternas ganas de dejar todo atrás. Siempre pensó que esas sensaciones provenían de unos profundos deseos de liberación.

Esos mismos deseos que le habían invadido en los últimos meses o en el último par de años. Bueno, en realidad poco le importaba ahora. Con un mohín intentó dejar de pensar en eso. Mejor era concentrarse en algo más agradable. De nada valía analizar lo sucedido porque lo cierto era que después de algunos minutos más, torcería nuevamente su destino.

La mañana estaba promediando y los ventanales dejaban pasar los rayos de sol, irradiando alegremente el vasto salón en el que se encontraba. Podía sentir sobre la piel de sus brazos la cálida sensación de calor que le confortaba en esa mañana fría y, según le parecía, no era otra cosa que una bendición más. La vida le sonreía.

—"¿Primera vez que te escapas?"— la voz profunda y algo burlona la sobresaltó.

Giró levemente. Un hombre, alto, de traje claro y una sonrisa algo torcida, la observaba con interés. Tenía ese aire a peligro que sólo los que han estado demasiado cerca del abismo saben disimular.

—"¿Perdón?"— dijo Sofía, con una sonrisa más defensiva que cordial.

—"Tienes esa cara que dice que no te vas de vacaciones. Te largas para siempre"— dijo el hombre, dejando que sus ojos viajaran por ella con lascivia, como quien mira un paisaje prometedor.

Sofía dejó escapar una risa breve y cargada de ironía.

—"¿Y si fuera así?"—

—"Entonces... siempre está la posibilidad de que no estemos solos en este aeropuerto."— hizo una pausa y la miró a los ojos —"Siempre es mejor huir acompañado. O al menos con un buen plan de respaldo."—

Sofía bajó la vista al ticket y luego al suelo, como si una parte de ella quisiera desaparecer.

—"Lo tengo. El plan, quiero decir. Y si no, lo improviso. Soy buena con los números... y con las salidas de emergencia."—

El hombre ladeó la cabeza, intrigado.

—"¿Y tu marido qué opina de eso?"—

Sofía lo miró de reojo. Había un filo nuevo en su mirada. Como una invitación envuelta en terciopelo.

—"Mi marido... ya no opina más."— Sonrió sensualmente —"Al menos no sin una resurrección de por medio."—

El extraño silbó en silencio, bajando la mirada a su maleta.

—"Ah, entiendo. Lo siento ¿Una muerte dramática?"—

—"Algo así. Más parecida a un feliz ajuste de cuentas."—

La fila avanzó unos pasos. Ella caminó y él la siguió como si el destino hubiera decidido vincularlos por un rato.

—"Los ajustes de cuentas felices deberían ser festejados"—

Sofía lo miró de frente, sin pestañear. —"¿Es una invitación?"—

—"Claro ¿Por qué no? Me fascinan las mujeres que sobreviven. Me hacen pensar que todavía hay justicia en este mundo torcido."—

Rió de buena gana —"¿Y tú que eres? ¿Abogado? ¿Policía? ¿Un piropeador oportunista?"—

—"¿Yo?"— el hombre volvió a sonreír —"Un simple observador. De esos que saben cuándo apartarse... y cuándo intervenir. Puedo ser lo que tú quieras que sea."—

Ella frunció los labios, como si estuviera calibrando una bomba. Luego dijo:

—"No tengo tiempo para juegos. El avión sale en una hora y alguien me espera."—

—"Qué suerte tiene ese alguien, hermosa."— dijo él, con tono ambiguo —"Llámame alguna vez, podríamos tomar algo."— le entregó una tarjeta.

Ella la recibió sin responder, pero al tomarla, sus dedos rozaron los de él un instante más de lo necesario. En su mirada cruzó un brillo que decía más de lo que debía.

—"Lo haré... si sobrevivo en el Caribe"— murmuró casi inaudible.

Él sonrió, apenas. —"Te espero allí, donde dijimos. Tengo un plan B... por si hay que forzar a la suerte." —

Ella asintió levemente, sin alterar su rostro.

Entregó su ticket al mostrador, puso las maletas en la cinta y recogió el recibo sin mirar atrás. Cuando se giró, el hombre ya no estaba.

Tenía algo de tiempo como para tomar un último café. Por algún motivo inexplicable se le antojó agregar a la infusión un par de donas, ya que a partir de ahora no tendría que seguir preocupándose por la rigurosa dieta que estaba siguiendo desde hacía varios años.

 ¿Cuánto tiempo había pasado? Trató de calcularlo detenidamente pero estaba tan relajada que, sin esforzarse demasiado, abandonó rápidamente la tarea. De un modo u otro, el problema se había dilatado más de lo que habría deseado nunca.

 Hasta hacía apenas unas semanas, su destino parecía ineludible. Y el universo mismo se revolvía dentro de su cabeza en un intento de encontrar el modo de torcer el brazo del destino. Desde varios meses atrás, su vida se había convertido en una crucifixión atormentada.

 Sin metas, y sometida totalmente a la voluntad de Raúl, su marido, se había sumergido lentamente en una rutina viciosa, propia de una mujer trofeo. Lo cierto es que no había nada que reprochar a nadie, porque todo había sido producto de su propia culpa.

Tras varios años de casada, los dulces y primeros años de convivencia habían mutado lentamente en un presente cruel, en donde los maltratos repetidos y el velado menosprecio que su pareja le mostraba diariamente, hacían de su matrimonio un calvario tormentoso.

Durante años había soportado estoicamente las aventuras de Raúl, que con el paso del tiempo se hacían más y más evidentes. Como si ya no mereciera la pena el intento de ocultar sus jugarretas. Como si ella fuera un mueble, carente de voluntad, orgullo o decisión propias.

Tras mucho meditar, y planeándolo fría y calculadoramente, había terminado por decidirse a pagarle con la misma moneda.

Pero el juego de sus infidelidades, había terminado cruelmente en más de una ocasión. Y algunos de sus amantes habían pagado muy caro el sexo con ella. A la misma Sofía las aventuras le habían costado varias y dolorosas golpizas. En más de una ocasión había tenido que recluirse por varias semanas, hasta que los moretones en la cara desaparecieran. Raúl era un matón de cuidado. Vaya si lo sabía.

La última paliza había sido particularmente memorable. Estuvo hospitalizada dos semanas y la muerte le fue esquiva por poco. Al salir del hospital en aquella ocasión estaba decidida a cambiar su trágico destino de un modo u otro.

Sofía era contadora. Al recibirse, había tenido tiempo suficiente como para comenzar una fructífera carrera basada en su particular visión del mundo.

Desde la universidad, ya intuía que la inteligencia por sí sola, no siempre era suficiente. Comprendió temprano que el poder se abría paso por los pasillos en forma de sonrisas afiladas y escotes bien dosificados. No le tembló la mano ni el deseo al entregarse a uno o dos de sus profesores más influyentes, siempre por una causa mayor: su propio ascenso. Jamás los subestimó, pero tampoco se dejó someter. Al contrario, cada caricia fue una inversión, cada jadeo, un peldaño. No había nada que no estuviera dispuesta a negociar si el precio era su éxito. Y al final, como siempre, cobró con intereses.

Después de unos años de ejercer, la vida le había llevado a conocer a un encumbrado y exitoso cliente, de gran éxito profesional, que no era otro que su propio Raúl.

Dueño de un negocio de divisas y prestamista, su futuro esposo había recurrido a su bufete para blanquear la gran cantidad de dinero que había acumulado.

Como prestamista, Raúl había amasado una gran fortuna y si bien las divisas legalizaban parte de sus ingresos, necesitaba evitar las miradas indiscretas del fisco. Y Sofía lo había logrado exitosamente. Había diversificado su cartera de inversiones y mediante operaciones bursátiles y sociedades ficticias había creado un flujo de dinero constante que blanqueaba gran parte de su efectivo.

La relación se había consolidado y, después de algunos meses, habían terminado de intimar. Y lo que había comenzado como un romance inocente con algo de sexo, había decantado en una relación formal y en matrimonio.

Al principio, a Sofía le pareció una buena idea. El buen pasar, los viajes, la ropa y el confort le habían encantado. Pero los vaivenes de la relación, el carácter violento de su marido y esa crueldad innata de los mafiosos, habían terminado por aflorar dejando ver el verdadero yo de Raúl.

Lamentablemente para entonces, Sofía había dejado de trabajar y se había dedicado a gastar gran parte de la fortuna de su esposo. Su bufete era cosa del pasado. Sus clientes ya ni le recordaban.

Se había dejado deslumbrar por la fortuna, los excesos y las veleidades del poder que ahora formaban parte su vida. Estaba inmersa en una compleja telaraña que le unía a Raúl y le impedía respirar la anhelada libertad que de soltera había tenido.

¿Cuándo comenzó esta inesperada aventura? Era algo que no podía precisar con exactitud. Pero sí pudo recordar aquella noche en que, inocentemente buscó la tarjeta de crédito de su marido.

En el bolsillo interno del saco de Raúl, encontró la prueba definitiva de que no todo era lo que parecía en el “jardín del edén” que era su hogar.

Tenía hambre. Compró una dona con un café mientras esperaba el embarque.

Detrás suyo, una voz volvió a surgir, como un eco indeseado:

—"¿Pensaste en cambiar de identidad, o te gusta tentar a la suerte?"—

Sofía giró lentamente.

—"Creí que te habías ido."—

—"Nunca me fui"— respondió el hombre —"Hay cosas que uno no puede dejar de observar..."—

Ella se acercó, despacio y sensual.

—"¿Estás siguiéndome? ¿O solo quieres conquistarme?"—

—"Compartimos el mismo vuelo... tal vez quieras algo de compañía... y si... quiero conquistarte..."—

Se quedaron en silencio. Un silencio tenso, cargado como una tormenta.

—"Entonces, ¿qué harás?"—

El hombre se inclinó levemente, acercando los labios a su oído.

—"Ver cómo termina nuestra pequeña historia. Ya sabes..."—

Sofía se apartó y lo miró de frente.

—"No soy el tipo de puta que crees."—

Él asintió, con un gesto casi respetuoso.

—"Lo sé créeme. No te tomo por tal. Me atraen las mujeres peligrosas como tú. No puedo evitarlo."—

La voz del altavoz interrumpió la escena: “Último llamado al vuelo 452 con destino a Nassau, Bahamas.”

Sofía agarró su bolso y caminó sin mirar atrás. Él la observó marcharse, como quien mira a un huracán.

 

 



Un Asunto de Cuidado

Capítulo 2: Cazando ratones

 

En el bolsillo del saco había encontrado una foto suya. Tenía un círculo rodeándole la cara y en el dorso, con letra de su marido, aparecía el número de matrícula de su auto y su celular. Un nombre acompañaba a esos datos personales: "Martín".

—“¿Martín…?”— susurró, con los labios fríos como mármol.

Al principio no le dio importancia. Hasta que eventualmente recordó a Martín. Le había visto en un par de ocasiones, y nunca habían intercambiado mucho más que algún saludo de rigor.

—“Es uno de mis socios estratégicos, nada importante”— le había dicho Raúl una noche, mientras se servía whisky —“Deja que los hombres hablemos de negocios.” —

Martín era delgado y de buen porte. Llamaba su atención por el aspecto sombrío y el aura intimidante que le rodeaba. Según su marido, era uno de sus socios estratégicos. Sus visitas eran muy infrecuentes, y curiosamente no recordaba haberle visto sonreír jamás.

Sus reuniones siempre eran dentro del despacho. En más de una ocasión sintió voces alzarse en alguna que otra discusión, pero Raúl siempre insistió en que eran simples asuntos de negocios.

No tenía ninguna idea de porqué una foto suya tenía como destinatario al tal Martín, pero una sirena comenzó a sonarle en la cabeza. Sofía no era una tonta descerebrada.

Su marido había enviudado antes de conocerle en circunstancias que nunca habían estado del todo claras. Invariablemente cuando preguntaba a Raúl al respecto, la respuesta que recibía siempre era evasiva. Según su marido, el dolor por la pérdida de su anterior esposa siempre le acompañaba y se negaba a tratar el asunto.

Lo único que sabía al respecto, era que había fallecido en medio de un robo nunca esclarecido.

Y estaba el asunto de Martín, que siempre aparecía cuando Raúl tenía problemas. Si bien Sofía ignoraba casi todo de este personaje, tenía algo en claro: no era una persona que perdiera el tiempo. Cada visita de Martín era considerada de importancia por Raúl. Su esposo dejaba todo de lado para atenderle.

Su casa sea parecía a un club campestre a raíz del ir y venir constante de invitados, contactos, socios y amigos. Pero Martín no compartía socialmente nada con Raúl. Cuando venía, lo hacía acompañado por un guardaespalda de aspecto tan sombrío y callado como su jefe.

Sofía se inquietó por lo extraño de la situación. Dejó la foto con su rostro en el mismo lugar que la encontró, como si no la hubiera tocado, y se prometió no preguntar nada al respecto.

Empezó a atar algunos cabos sueltos. Últimamente su marido había estado saturado de reuniones nocturnas, cenas imprevistas y viajes relámpago. Si bien era algo habitual debido a la naturaleza de sus negocios, todo esto se salia de la normalidad.

La situación general empezó a despertarle algunas sospechas que le estremecían. Buscó los resúmenes de las tarjetas para ver los movimientos recientes. Afortunadamente seguía teniendo acceso a las claves del sistema. Raúl nunca pensó en cambiar las contraseñas que ella misma había creado.

Con un par de llamados el cuadro empezó a tomar forma.  Sin dejarse ganar por la ira, comenzó a tejer lo más parecido que tenía a un plan de acción. Aprovecharía que Raúl estaba en uno de sus tantos viajes.

Al día siguiente invitó a la secretaria de su marido a almorzar. Se llevaba bien con ella y le consideraba una chica dulce y atenta. Ya en otras ocasiones habían comido juntas, por lo que su plan no despertaría ninguna sospecha. Por experiencias previas sabía bien que lo mejor era moverse dentro de la rutina habitual.

Terminado el almuerzo, no pudo dejar de sentirse satisfecha por que todo había salido a pedir de boca. Hábilmente había guiado la conversación para buscar lo que necesitaba.

En el almuerzo se había enterado que Martín no sólo era uno de los socios importantes, sino que era el encargado de los trabajos sucios. Convencía a los incobrables de pagar usando diversos medios violentos y extorsivos. También se encargaba de investigar clientes, buscaba informes financieros, datos policiales, asociaciones y conexiones con la mafia y el narcotráfico.

La secretaria de Raúl también le había confiado algunos secretos sobre el pasado de Martín.

De origen pobre, se había iniciado como prestamista y a fuerza de mucho batallar, había amasado una incipiente fortuna basada en una gran cartera de clientes. Jugadores compulsivos muchos de ellos. En ese punto se habían conocido con Raúl, y su marido le había asociado para ocuparse de los casos difíciles que, sobre todo, requerían gran discreción.

Había obtenido un dato muy importante para sí misma: se le consideraba un gran mujeriego. La bella secretaria no podía decirlo por sí misma, pero su fama de galán venía asociada con violencia en el mundo de los negocios. Hasta ahora para Sofía, lo que había averiguado le resultaba perfecto.

Salió del almuerzo ya con algunas ideas para trabajarlas detenidamente.

Si no entendía mal toda la situación, ella misma se había convertido en un "caso difícil" para Raúl. O posiblemente en un estorbo.

Algo le empezó a latir fuerte en el pecho. Si esa foto era para Martín… ¿qué significaba eso exactamente?

Recordó algo que le había dicho Raúl años atrás, cuando apenas llevaban un par de meses de casados:

—“Todos tienen un límite, Sofi. Incluso las mujeres lindas que creen poder hacer lo que quieren.” —

—“¿Amenazas seguido a tus esposas o solo cuando estás de mal humor?” —

—“No es una amenaza, princesa. Es una advertencia. Los ratones que se escapan terminan en la boca del gato.” —

Pero lo más seguro es que Martín le tuviera bajo vigilancia y muy probablemente no sólo estaba al tanto de sus propios amoríos, sino de todos sus movimientos. Eso era lo que más le inquietaba ahora. Se arrepentía de no haber sido más discreta y cuidadosa con sus amantes.

 Comprendía que su actitud de despecho ante Raúl finalmente se había vuelto en su contra.

Había llegado la hora de moverse. Con cuidado, sin levantar polvo.

A la mañana siguiente, Sofía citó a Mariela, la secretaria de su marido, para almorzar en una terraza discreta. Una joven de sonrisa fácil y piernas largas, siempre bien maquillada y con una fragancia dulce que dejaba rastro por los pasillos.

—“Gracias por venir, Mari. Tenía ganas de charlar un rato con alguien que no hable solo de dividendos y tipos de cambio”— le dijo Sofía, mientras jugaba con la pajita de su jugo.

—“¡Yo también necesitaba un descanso! Raúl me tiene de aquí para allá con mil llamadas”— respondió la chica, con una risita —“Está insoportable últimamente. Problemas con los “socios estratégicos” —

Sofía sonrió. El anzuelo estaba echado.

—“¿Martín, por ejemplo?”— dijo, como al pasar, llevándose la copa de vino a los labios.

—“¡Uf! Martín… Ese sí que da miedo. Siempre con esa cara de pocos amigos, pero te juro que algo tiene. Hay algo… no sé. Rudo. Intenso.” —

—“¿Te atrae ese tipo de hombre?” —

Mariela se sonrojó. Bajó la voz.

—“Dicen que es un mujeriego tremendo. Yo ni me animo a mirarlo fijo. Pero hay secretarias que han terminado llorando. Y otras… que no se quejaron tanto.” —

—“¿Y Raúl? ¿Sabe eso?” —

—“¡Claro que sabe! Son como uña y mugre. Aunque Martín no es de ir a cenas ni fiestas. Solo aparece cuando hay que ‘resolver cosas’.. tú me entiendes.” —

Sofía inclinó la cabeza.

—“¿Qué tipo de cosas?” —

Mariela se encogió de hombros.

—No me lo dicen, obvio. Pero todos saben que si alguien le debe plata a Raúl y quiere hacerse el vivo… Martín lo visita. No se ensucia las manos, pero manda a uno de sus chicos. Tiene una red de gente rarísima. Y contactos en todos lados… policías, jueces, narcos, tú dime.” —

Sofía sonrió. Con los labios, pero no con los ojos.

—“Interesante… ¿Y sabes algo de su pasado?” —

—“Casi nada. De chico vendía cosas en las ferias, después fue prestamista y armó su propio “mini imperio”. Jugadores, putas, tipos desesperados. Raúl lo fichó cuando necesitaba alguien que hiciera el trabajo sucio sin dejar huellas.” —

—“Un romántico, entonces.” —

Mariela rió, divertida.

—“Un romántico con silenciador.” —

Esa tarde, al llegar a casa, Sofía se encerró en el baño y se miró largo rato al espejo.

Martín sabe quién soy. Tiene mi foto, mis datos. ¿Por qué? ¿Raúl le encargó algo? ¿O es iniciativa propia?”

El espejo le devolvió el rostro de una mujer que sabía que había cruzado una línea.

—“¿Y ahora, Sofi? ¿Quieres seguir jugando o ya te cansaste de ser el ratón?” —

Caminó al vestidor, sacó su vieja laptop y empezó a buscar los últimos resúmenes de las tarjetas. Cruzó datos, hizo llamados, confirmó algunos movimientos que no cerraban. Había gastos extraños en efectivo, hoteles en la costa, transferencias a nombres desconocidos.

—“Raúl… “— murmuró con desprecio —“ Ni para traicionar sabes mentir bien.” —

Entonces supo. No era una esposa. Era una variable molesta en una ecuación de poder. Y MartínMartín no era un simple esbirro. Era el verdugo de confianza.

Raúl caminaba descalzo por la alfombra persa de su estudio, con un whisky en la mano y el celular apoyado en la oreja. Sofía lo observaba desde el sillón de cuero negro, envuelta en la penumbra y en una bata de seda abierta sobre un muslo desnudo.

—“Mira, Basualdo…”— decía Raúl con voz grave y contenida —“Tú no puedes hacer lo que quieras. Te pagué para que firmes esa resolución. Y vas a hacerlo como corresponde. Y si tienes dudas, puedo recordarte lo que pasó con el fiscal Amaya. ¿Quieres que tu hija tenga un accidente parecido?” —

Silencio del otro lado. Raúl sonrió, impune.

—“Eso pensé. Mañana, sin falta. Ni un minuto después. Y ten cuidado con hacerte el valiente, porque ya sabes que no amenazo. Yo cumplo.” — y cortó.

Durante un segundo, a Sofía le pareció oir el hielo derritiéndose en su vaso. Luego, Raúl dejó el celular en la mesa, exhaló hondo como un toro satisfecho y se giró hacia ella. Tenía los ojos encendidos, como después de una cacería.

Sofía no dijo nada. Pero en la forma en que entreabrió los labios, en la manera exacta en que se incorporó del sillón y la miró desde abajo, se intuía que había algo en ese despliegue brutal de poder que no la repelía, sino todo lo contrario.

Él la tomó bruscamente por la nuca. La noche se cerró sobre ambos sin palabras.

 

 


Un Asunto de Cuidado

Capítulo 3: La trampa

 

En los días siguientes, Sofía se dedicó a visitar asiduamente a su "querido" esposo, intentando hacer lo necesario para coincidir en los momentos en que Martín estuviera por allí.

Raúl era muy previsible en sus movimientos diurnos, que se limitaban al despacho de casa y la propia oficina. Reconocía fácilmente el auto de Martín de las veces que había aparcado en su casa.

Como estaba segura que Martín seguía sus movimientos, comenzó por ser generosa al dejarse ver tras los ventanales de la casa. Nunca había visto el auto de su vigilante cerca, por lo que asumió que el espía usaba algún tipo de cámara con óptica potente. Por eso, nada mejor que admirar sus encantos más ocultos mientras vestía su mejor lencería. O mejor aún, sin vestir absolutamente nada.

Martín, acostumbrado a observar a sus objetivos como meros expedientes, descubrió con inquietud que con Sofía algo era distinto. Al principio la miraba por deber, con la frialdad de quien evalúa una variable antes de eliminarla.

Pero pronto esa rutina se tornó peligrosa. Al verla moverse con esa mezcla de elegancia y desafío, de vulnerabilidad calculada y erotismo letal, comenzó a sentirse atrapado. Había algo en ella, en su manera de secarse el cabello frente al ventanal, en la curva de su espalda al recoger una toalla, que le quemaba los ojos. No era solo deseo: era respeto, asombro, fascinación. Y, en el fondo, una culpa difusa: Raúl le había pedido que eliminara una amenaza. Pero lo que él veía era una mujer como un secreto: uno que nadie debía conocer… pero que todos querrían poseer.

El juego de Sofía consistió en incitar el ojo atento de su espía personal. Motivarle y seducirle poco a poco era el objetivo más importante.

Quitarse el sostén, salir de la ducha sin vestir y secarse detrás de los ventanales mientras estaba bajo la atenta mirada del hombre, se convirtieron en acciones habituales que conformaron un pasatiempo sensual que también empezó a excitarle.

Pero no debía perder mucho tiempo. Debía establecer un vínculo con Martín y era necesario hacerlo cuanto antes si quería tener éxito. No había forma de saber cuánto tiempo tenía hasta que le asesinara.

Sabía que Martín pasaba tiempo en la oficina cuando no le vigilaba. Así es que comenzó a frecuentar la oficina con la excusa de buscar a Raúl justamente cuando su marido no estuviera para lograr de algún modo que Martín le diera algo de atención.

No le quedó más remedio que forzar un encuentro casual. 

Un martes por la tarde, se presentó en la oficina de Raúl sin anunciarse.

 

—“Tu marido no está.”— dijo Martín al verla, con su tono grave y seco, más inclinado al silencio que al diálogo.

 

—“No”—respondió ella con una sonrisa cálida —“Por eso vine.” —

Martín alzó una ceja. Su gesto fue casi imperceptible, pero no se le escapaba nada.

 

—“¿Un asunto urgente?” —

 

—“No sé si urgente...”— se sentó frente a él cruzando las piernas con deliberada lentitud —“Pero sí delicado. Pensé que quizás tú podrías ayudarme.”

 

—“¿En qué?” —

 

—“Estoy considerando invertir algo de dinero… “— dijo, dejando flotar la frase como perfume caro —“Nada enorme, algo manejable. Raúl está muy ocupado últimamente para prestarme atención.” —

 

Martín asintió con un gesto breve. La escaneó sin disimulo. Luego señaló una carpeta sobre el escritorio.

 

—“Podrías empezar por esto. Fondo mixto, bajo riesgo, buen rendimiento.” —

 

—“¿Y en tu opinión… lo recomiendas?” —

 

—“Yo no recomiendo. Yo hago lo que funciona.” —

 

Sofía se inclinó hacia adelante, dejando que su blusa se abriera apenas lo suficiente para delatar el encaje.

 

—“Entonces... confiaré en tu criterio.”

 

Las siguientes reuniones fueron cada vez más frecuentes. Cafés, almuerzos. Charlas entre papeles y susurros. Sofía iba deslizando temas de inversión a temas más íntimos con la misma gracia con que deslizaba su perfume en la habitación.

 

Un día, al salir de la oficina, lo interceptó en la vereda.

 

—“¿Te molesta si te acompaño al auto?”—

 

Martín dudó apenas. Luego asintió.

 

—“No me molesta. Siempre es útil tener una distracción elegante.” —

 

—“¿Distraerte de qué?” —

 

—“Ya sabes… negocios… todo eso. Tú, por ejemplo, podrías distraer hasta a un hombre muerto.” —

 

Sofía rió bajito.

 

—“Tal vez sea mi talento oculto.” —

 

—“¿Tienes muchos talentos ocultos, Sofía?” —

 

—“Algunos ocultos… otros sólo esperan el momento justo… o la persona adecuada.” —

Hábil y galán, el socio de Raúl era bastante apuesto, debía reconocerlo.

Según lo veía Sofía, tener cerca al investigador le ponía justamente bajo los dominios en donde mejor podría jugar una mujer como ella.

No era fácil seducir al hombre que debía ponerle una bala en la cabeza, por lo que el esfuerzo requirió de todas sus habilidades, encantos y sobre todo, discreción. Necesitaba que el socio-investigador de su esposo bajara la guardia en el momento justo. Ni antes ni después.

Si no era un café, era un almuerzo imprevisto, o una pequeña reunión antes de la cena.

Lo cierto es que Sofía había movido los hilos lo suficientemente bien como para llegar al intercambio de mensajes amigables, secretos y hasta de doble sentido. Sabía que Martín tenía pareja y estaba su marido, por lo que la discreción era muy apreciada por ambos.

Había tranquilizado al socio con una actitud cauta y tranquila. Y después de unos pocos encuentros era evidente que el socio de Raúl comenzó a sentir una gran atracción hacia ella.

Mensajes con doble sentido, emojis que rozaban lo prohibido, citas improvisadas. Sofía había tejido su red con hilos finos, invisibles. Ya no era sólo una mujer bonita: era un enigma con piernas largas y secretos letales.

En los encuentros debió trabajar cuidadosamente los detalles. Una inocente transparencia que dejaba ver algo en el momento preciso, botones mal abrochados, perfumes y acercamientos se habían convertido en los medios para llevar a su interlocutor justamente a donde le quería para su cometido final. Martín podía ser agradable cuando se lo proponía y también podía considerarle atractivo. Pero tenía una bala con su nombre, lo que no era algo fácil de olvidar.

Cuando consideró que el terreno estaba listo, eligió el campo de batalla: un restaurante íntimo, casi escondido, con velas tenues y manteles largos que rozaban el suelo.

Esperó por otro viaje de negocios de Raúl. Esta vez estaría ausente por unos cinco días. Más que suficiente para lo que había planeado.

Esa mañana lo despidió en el aeropuerto.

Luego reservó dos mesas en el restaurante elegido. Una para ellos, y otra vacía frente a la suya. Nadie los vería. Nadie oiría lo que no debía oír.

Esa noche, lo esperó en el punto acordado. Martín llegó puntual, sin guardaespaldas. Estaba vestido con elegancia contenida, camisa oscura y saco gris. Parecía una sombra hecha hombre.

—“Llegas puntual”— dijo ella al verle.

—“Las mujeres peligrosas merecen puntualidad”— contestó él, mirándola a los ojos —“¿Y tú? ¿Estás armada?” —

—“Solo con encanto. ¿Te parece suficiente?” —

—“Depende para qué piensas usarlo.” —

Ella sonrió al decir —“Eso depende de ti” —

El restaurante los envolvió como un guante. Se sentaron en el sofá circular que rodeaba la mesa, juntos bajo la media luz. El mantel largo ocultaba más que platos.

Martín hojeaba el menú sin mucho interés.

—“¿Qué recomiendas?” —

—“¿Para cenar... o para sobrevivir?”— dijo ella, apenas rozándole el muslo con la rodilla.

Martín la miró en silencio, dejando el menú a un lado.

—“¿Sabes que este es un juego peligroso, Sofía?” —

—“Sí. Y creo que tú también lo sabes.” —

—“¿Y si te dijera que puedes hacer que todo vuele por los aires?” —

—“Entonces sabes que no hay secretos entre nosotros”— contestó, acercando su copa de vino a la suya —“Salud por eso.” —

Los tintineos del restaurante eran lejanos. La burbuja que compartían era otra cosa.

—“¿Sabes? Hay algo en tu mirada que me resulta vagamente familiar…” — dijo Martín, girando su copa en la mano.

Sofía arqueó una ceja, divertida.

—“¿Una de mis tantas vidas pasadas?” —

Martín la observó un instante más, hasta que chasqueó los dedos.

—“¡Claro! ¿Escuela primaria San Gabriel? Turno tarde. Año 1988, si no me falla la memoria.” —

Ella abrió los ojos, genuinamente sorprendida.

—“¿Estás hablando en serio?” —

—“Segundo grado. Te sentabas adelante. Pelo más corto, igual de desafiante.” —

Sofía soltó una carcajada incrédula, llevándose la mano a la boca.

—“¡No puedo creerlo! Yo tenía una carpeta con calcomanías de unicornios… ¡y tú eras el que se peleaba en todos los recreos!” —

—“Un honor que me recuerdes.” — respondió con media sonrisa —“Yo sí te recordaba. Aunque no sabía que habías crecido tan… letalmente.” —

Sofía inclinó la cabeza, con tono juguetón.

—“Digamos que la vida enseña. Unos a golpear… y otros a sobrevivir.” —

—“Y algunos, a desear lo que no deberían.” —

El silencio que siguió fue más denso, más cargado.

Durante la cena, Sofía usó todo lo que tenía: carcajadas bien dosificadas, frases insinuantes, gestos sutiles. El juego estaba en marcha y Martín, por primera vez, parecía no llevar las riendas.

—“Tengo una deuda contigo”— dijo ella, cruzando la línea —“Me diste varias horas de asesoramiento… y no te devolví ni una propina.”—

—“Puedes pagarme con un buen vino.”— dijo él, muy galante.

—“¿Y si quiero pagar de otro modo?” —

La mesa tembló apenas cuando Sofía deslizó su mano bajo el mantel y la posó en el muslo de Martín, muy cerca de la entrepierna. Él respiró hondo, sorprendido. Pero no se apartó.

—“Sofía...” —

—“Shhh…”— susurró ella —“Nadie nos ve. Y quiero que recuerdes esta noche. La próxima vez que me veas, quiero que te tiemble el pulso.” —

—“¿Estás coqueteando con el socio del hombre que podría matarte?” —

—“No. Estoy enseñándote por qué deberías elegirme antes que a otras.” —

La mano de Sofía se movió lentamente hacia arriba, acariciando la entrepierna de Martín. El momento perfecto había llegado, y sin ningún testigo indiscreto a la vista, Sofía desabrochó el pantalón de su acompañante.

Él cerró los ojos un instante. Luego la miró con intensidad nueva. Había algo distinto ahora: no solo deseo. También duda.

—“¿Sabes lo que puede pasarle a los ratones que tientan al gato, Sofía?” —

Ella se inclinó sobre él, sus labios apenas rozaban su oreja.

—“Sí… solo que a veces el ratón muerde primero.” —

El reloj marcaba las once cuando salieron del restaurante. Martín estaba en silencio, perturbado. Sofía, en cambio, irradiaba una paz peligrosa.

Una parte del plan había funcionado. Otra estaba por nacer.

Y el cazador... ya no sabía del todo a quién estaba cazando.

 

 


 Un Asunto de Cuidado

 Capítulo 4: Cerrando Asuntos Pendientes


Los días siguientes a la cena fueron un torbellino de nervios, deseo contenido y cálculo frío. Sofía sabía que estaba caminando sobre una cuerda floja con un solo objetivo: sobrevivir. Y para eso, debía bailar con el diablo. O dos.

Martín era un hombre difícil de leer. Su voz era baja, su mirada atenta y su gesto siempre contenido, pero Sofía detectaba esas pequeñas señales: una respiración agitada, un músculo que se tensaba, un parpadeo de más. Él estaba atrapado igual que ella. Ambos lo sabían.

Raúl, por su parte, era la caricatura perfecta del macho mafioso: ególatra, violento, infiel. Esa mañana, como tantas otras, se arreglaba con prisa mientras revisaba su celular.

—“¿Otra reunión de negocios?”— preguntó Sofía, apoyada contra la puerta, envuelta apenas en su bata de seda.

Raúl ni la miró.

—“No empieces. Te dejo la tarjeta sobre la cómoda. Cómprate algo lindo. O sexy.” —

Ella fingió una sonrisa dulce.

—“¿Para tí o para tu secretaria?” —

—“Para mí, claro. Ella ya se compra lo suyo con mis regalos.” —

—“Qué generoso eres, amor.” —

Raúl la besó en la mejilla. Frío, automático. Luego se fue.

Sofía cerró la puerta con calma. Exhaló.

—“Adiós, idiota”— murmuró. Y el juego continuó.

Se dio una ducha rápida, puso sábanas de seda limpias. Colocó una cámara oculta activada y lista para grabar. Satisfecha, decidió que todo estaba como lo había planeado.

Envió el mensaje: “La casa está vacía. Puedes venir.”

No necesitaba apurarse. Sabía que Martín ya estaba al tanto. Su asesino probablemente estaba apostado con la vista clavada en el ventanal del dormitorio. Y ella le regalaba un espectáculo inolvidable.

Se recostó desnuda sobre la cama. La seda acariciaba su piel mientras el so  que entraba por el ventanal calentaba su cuerpo. Se sentía muy sensual. Esperó, con el corazón acelerado, con la mirada fija en la puerta.

Finalmente, escuchó la cerradura. Luego algunos pasos tranquilos. Y por fin, la figura de Martín apareció en el marco de la puerta, con la mirada encendida.

—“No esperaba menos”— dijo ella, con voz suave —“Siempre tan puntual.” —

Él quedó observándola en silencio. Luego se quitó el abrigo, lentamente.

—“No estoy seguro de si esto es una trampa o un regalo de los dioses.” —

—“¿Y si te ofrezco las dos cosas?” — dijo Sofía mientras abría sensualmente las piernas.

Martín sonrió por primera vez.

—“Entonces que los dioses me castiguen mañana.” —

—“Mañana es para los cobardes, Martín. Hoy… es para nosotros.” —

Las palabras se deshicieron poco a poco, a través de las manos, en el roce lento del deseo que más arde mientras más prohibido es.

Martín ya tenía la guardia baja. Hacía días que Sofía lo venía desarmando con miradas y gestos silencios. Cuando llegó al dormitorio, no pensó en revisar nada. No buscó micrófonos ni cámaras. No olfateó la trampa. La deseaba, y eso bastaba para que sus instintos se apagaran uno a uno, como luces antes del apagón.

Cuando Martín se fue, Sofía volvió a la ducha. Se frotó con fuerza, casi con rabia. No había lugar para debilidades. Después se vistió, revisó la grabación y sonrió al verla: clara, nítida, indeleble.

La envió por correo a la cuenta personal de Raúl, esa cuenta privada que nadie revisaba salvo él. Lo hizo sin titubeos. Como quien lanza un fósforo encendido al tanque de nafta.

—“Juega con este fuego, amor.”— susurró —“Verás que no puede apagarme.” —

Luego se movió rápido: tomó las maletas para llevarse la ropa que pudo, abrió la caja fuerte y vació el efectivo. Rompió sus tarjetas, tiró el celular y encendió el nuevo. Chip nuevo, número nuevo, vida nueva.

Salió sin mirar atrás.

Desde un motel discreto, observó la tormenta desatarse.

No estuvo allí para verlo, pero después se enteró. Raúl, al ver la grabación, enloqueció. Su grito se escuchó por todo el piso de la oficina. Rompió una silla contra la pared y sacó el arma que guardaba en su escritorio.

—“¡Ese hijo de puta se cogió a mi mujer!”— gritó. Y salió como una tromba.

Lo que sucedió después, lo supo por testigos.

Martín lo esperó sentado. Cuando Raúl entró como una fiera, arma en mano, él apenas alzó la vista.

—“¿Qué vas a hacer, Raúl? ¿Ensuciarte tú mismo?” —

—“Te confié todo, Martín. ¡Todo! ¡Y tú me clavas un puñal por la espalda con mi esposa!” —

—“Tu esposa… ¿A la que quieres matar?“— respondió él —“Ella eligió sola. Tal vez no eras tan bueno en todo como pensabas.” —

El disparo falló por centímetros. Luego vino el forcejeo. El segundo tiro fue mortal. La bala se alojó en el cuello de Raúl. Murió desangrado, sin alcanzar a decir una palabra más.

Martín fue arrestado. Procesado. Declaró legítima defensa. El video sirvió de contexto. La relación con Sofía salió a la luz, pero sin pruebas de conspiración, el tribunal se inclinó por absolverlo.

Días después, Sofía volvió a escena como viuda devastada. Lloró en la prensa, dio declaraciones sombrías. Se hizo cargo de la empresa. Volvió a ser la reina del ajedrez.

Martín, absuelto por defensa propia, se convirtió en su socio discreto. Se siguieron viendo, lentamente, con una sombra de deseo y otra de sospecha entre los dos.

Ahora, Sofía aguardaba en el aeropuerto, con el billete en la mano y unas donas frías a su lado.

Su teléfono vibró. Era un mensaje de Martín: Ya estoy en las Bahamas. Te espero.”

Sonrió, mientras seguía esperando para abordar.

—“Qué ansioso…”—dijo en voz baja.

Y luego se le ocurrió preguntarse a sí misma:

"¿Cómo diablos voy a eliminar a Martín?"

Después de todo, había intentado matarla por encargo de Raúl. Y Sofía jamás olvidaba… ni perdonaba.

Pero eso no era urgente.

Todavía había tiempo para algo de amor.

Y sabía que algo se le ocurriría. Si fallaba… usarían el plan B.

FIN

 





 

 

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