martes, 5 de agosto de 2025

Reflexión: "Todo Va a Estar Mejor"

 

Todo va a estar mejor

Todo va a estar mejor es una idea optimista que nace desde la esperanza del alma.

No como una promesa celestial de alguna deidad ausente, sino como la certeza de quien reconoce que, incluso en medio del barro, pueden brotar formas insospechadas de belleza. Como ese arquitecto que, entre las ruinas de lo que no fue, aún puede ver aparecer silencios limpios que invitan al renacer y a experimentar otras etapas de la vida.

Si algo he aprendido con los años, es que la vida no es una carrera en línea recta, ni una novela escrita con orden. Vivir es un derrotero caótico e inevitable, donde lo cotidiano está lleno de volantazos que nos desvían sin aviso.

Como si fuéramos pescadores en la cubierta de un barco en plena tormenta, el océano nos golpea con violencia, nos hace retroceder, nos borra el camino, nos empaña la vista y nos enceguece los objetivos.

La vida se vive como un libro de espejos, una biblioteca infinita de días que se doblan sobre sí mismos. A menudo comparamos lo que los demás muestran con nuestras propias miserias.

Hay capítulos dulces, sí. Pero también hay márgenes donde lloramos en silencio, porque el mundo no está preparado para compartir tristezas. Las lágrimas son privadas. No así los festejos.

Hay páginas que se repiten con la obstinación de un error que nos negamos a aprender. Con el tiempo, uno descubre que estar acompañado no siempre significa no estar solo.

Hay compañías que son ausencias disfrazadas. Hay presencias que no escuchan, que no se inmutan ante el temblor del alma ajena.

Y entonces, uno entiende que el amor, para ser tal, no basta con decirlo, ni con estar ahí como un mueble más. El amor, si no se siente, no existe. Es un amor que no pudo florecer, que no llegó a su máxima expresión. Se quedó en una intención trunca, sin cuerpo, sin raíz.

Porque amar no es solo querer, ni siquiera acompañar. Amar es hacerle sentir al otro que no está solo. Es estar con el corazón, no solamente con el cuerpo.

Es saber leer al otro incluso cuando habla con silencios. Es cuidar sin ser pedido. Es comprender, y a veces, simplemente quedarse en un silencio que construye.

Hay quienes acompañan por costumbre, por cobardía, por comodidad o por lealtad. Pero acompañar sin empatía es como ofrecer un abrigo de papel mojado. No abriga. No alcanza. No sirve.

Y sin embargo, a pesar de todo eso, como humanos seguimos pensando que todo va a estar mejor.

Porque uno no está condenado a repetir el frío que ya sufrió. Porque aún existen refugios que no hemos descubierto.

Y porque, incluso solo, uno puede construirse un hogar dentro del pecho, y volver, paso a paso, a respirar.

Habrá días en que el viento frío nos duela en la cara. Pero también habrá mañanas en las que el sol se asome como una caricia del destino, recordándonos por qué seguimos vivos.

Y eso, me parece, también es una forma de esperanza.

FIN 







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