domingo, 18 de mayo de 2025

Cuento Humor-Comedia: "La Cita"

 



La “Cita”

Rubén no era un mal tipo. Camionero jubilado, fanático de los asados con amigos, le gustaban los programas de la radio AM y mirar los partidos de su Talleres querido aunque perdiera 4 a 0. Vivía con su esposa Mirta, con quien llevaba veintisiete años de matrimonio, cinco peleas serias, dos amenazas de divorcio, y un gato que odiaban los dos, pero que seguía ahí, porque nadie tenía el valor de echarlo.

Los sábados, Rubén tenía una cita ineludible: el asado con los muchachos. Cita sagrada por supuesto. La parrilla era la excusa justa para escuchar chistes repetidos, tomar vino en damajuana, y la ya clásica ronda de lamentos matrimoniales. Ahí sin duda Rubén se lucía.

Nadie como él para quejarse de su jermu.

—"La Mirta... mamita querida. Ayer le pregunté si podía usar su crema para afeitarme y me tiró con la chancleta. Literalmente. Me dejó una marca en el hombro que parece América del Sur."—

Los demás estallaban. El Chino, el Gordo Fabio, el Negro Vega... todos tenían historias de guerra doméstica, pero Rubén siempre iba un paso más allá.

—"¿Y por qué no te buscás otra, entonces?"— largó de pronto el Gordo Fabio, ya medio contento con el tinto.

—"¡Eso!"— la siguió el Chino, riéndose —"Si sos tan galán como decís, hacete un perfil en Tindre. Capaz te sale una con gusto a ajo como a vos te gusta."— lo "cargó".

Entre risas y joda, así nació una apuesta: Rubén tenía que conseguir una cita por internet. Si lo lograba, se llevaba la vaquita. Doce mil pesitos y una caja de alfajores Bravana que había traído el Negro de Mar del Plata.

Rubén, agrandado como pocos, aceptó.

—"¡Van a ver, giles! A mí las mujeres me siguen mirando, eh... tengo facha todavía."—

Rubén estaba convencido que, si no fuera por el estrés que le generaba su mujer, todavía estaba "para la competencia". Que tenía mirada seductora, voz varonil y una panza que apenas se le “marcaba”.

Por esas cosas de la vida, o de verla con miopía, cuando se trataba de defender su ego delante de los amigos, Rubén estaba dispuesto a todo... incluso a entrar al oscuro mundo del levante digital.

Lamentable, pero la verdad hay que decirla: de lo que Rubén no tenía era idea en realidad era de tecnología, aplicaciones ni redes sociales.

De movida arrancó mal. En vez de abrir Tindre, entró a Linkedown. Pensó que era lo mismo porque también tenía perfiles y fotos.

—"Mirá vos... todas estas mujeres buscan trabajo. Capaz quieren un hombre con oficio"— dijo mientras mandaba una solicitud de amistad a una contadora de Bahía Blanca.

Cuando finalmente descargó Tindre, le pidió ayuda al hijo para sacarse una buena foto.

—"¿Para qué la querés, pá?"—

—"Eh... para renovar el grupo de WharstApp del truco. Estamos armando perfiles."—

El hijo no le creyó una palabra, pero le sacó la foto igual. Rubén posó con el ceño fruncido y un fondo de calzoncillos colgados atrás.

La primera vez que una mujer le hizo match, Rubén quiso parecer joven y canchero.

—"Holaaaa. 😎🙌 Me gusta el reguetón y el sushi. ¿Salimos a menear la vida?"—

Obvio la mujer nunca respondió.

La segunda le preguntó si tenía hijos. Él, nervioso, quiso escribir "dos, pero ya son grandes".

Escribió: —"Dos, pero ya están gordos."—

Y como no sabía borrar mensajes, quedó para siempre en las crónicas de internet.

Una noche, Mirta entró a la computadora y se encontró con tres pestañas abiertas:

  • Una con el perfil de Rubén en “Badodo” con el usuario “RubioFurioso66
  • Otra en un foro donde preguntaba: “¿Cómo levanto mujeres de 50 si tengo 58 y mi señora me espía?
  •  Y otra era un tutorial de YouTube titulado: “Cómo parecer más joven por internet (sin plata ni bisturí)

Cuando la Mirta lo confrontó, él le dijo:

—"¡Me entraron a la cuenta! ¡Yo no sé ni qué es un Badodo!"—

Mirta solo levantó una ceja y fingiendo demencia siguió barriendo.

Como ninguna nami en su sano juicio le daba bola, Rubén apostó por "mejorar" su imagen con un editor de fotos. Se sacó las arrugas, se achicó la papada y se agregó los abdominales.

Parecía un cantante de reguetón venezolano con la cara pintada con marcador.

Ese perfil, curiosamente, recibió dos "likes", uno de un bot ruso y otro de un señor que vendía licuadoras en Salta.

Rubén ya pensaba en perder la apuesta para volver al truco cuando apareció "Miriam33".

Ella era distinta. No mandaba fotos raras ni corazones cada 2 segundos. Le preguntó por sus gustos, se reía de sus respuestas y hasta dijo:

—"Me encantan los hombres auténticos. ¿Vos cocinás?"—

—"Claro. ¿Sabías que el asado es una forma de arte y liderazgo masculino?"—

Y así, remando y remando, un día la cita fue pactada. Para un viernes en un café top top. El Rincón del Budín.

Rubén se bañó con shampoo "Tilo y Jengibre", se puso su perfume "Bravío Intense" que había quedado de una Navidad del 2004 y sacó del ropero su camisa preferida: la de las palmeras rojas con botones madreperla (que Mirta odiaba con toda su alma).

Antes de salir, se miró al espejo.

—"Todavía tengo lo mío."—

Y sonrió... mostrando dos dientes manchados de tinto barato del asado de anoche.

En "El Rincón del Budín", Rubén esperaba nervioso. No había probado bocado, pero pidió un café con dos medialunas “por las dudas”.

Los amigos lo estaban espiando desde otra mesa lejana, disfrazados con gorros de lana y anteojos negros, como si fueran espías rusos en una novela de Columbo.

Y de pronto, entró ella.

Mirta.

Con el mismo peinado de siempre, pero maquillada, elegante, y con una sonrisa que no presagiaba nada bueno.

—"Hola, Rubén"— dijo, dulce como limonada sin azúcar.

Rubén casi se cae de la silla.

—"¿M-Mirta? ¿Qué hacés acá?"—

—"Te olvidaste de cerrar sesión, campeón."— dijo ella —"Te seguí la corriente. Las fotitos, los mensajitos, el 'romántico y viajero'. Me encantó tu perfil. ¡Muy auténtico!"—

La Mirta, en un giro que ni Bruce Lee imaginó, se sacó el zapato elegante que llevaba y se lo arrojó directo al pecho.

Rubén salió corriendo entre las mesas. Los mozos lo filmaban. Una señora aplaudió. Los amigos lo seguían muertos de risa, mientras uno gritaba:

—"¡La próxima apostamos si volvés con los dos ojos!"—

Como es sabido, Rubén no volvió a tocar una aplicación de citas.

Sus amigos le regalaron, para su cumpleaños, una remera que dice:

-“Romántico y Viajero... Hasta el Rincón del Budín”"-

Y ahora, cuando se queja de Mirta, todos le dicen:

—"Calláte, Casanova. Que por poco te cuesta la dentadura."—

Rubén sonríe, resignado, y revuelve la brasita del asado.

Al final... Mirta tenía razón cuando decía que el amor no se busca en internet. Se cocina a leña. Y con chancleta.

FIN





 

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