Muertos en el Placard
Obvio que cuando uno empieza a escribir, lo hace por algún lado. No hay GPS para esto: arrancás con lo que tenés a mano y lo que te zumba en la cabeza.
Dependiendo de la edad, la personalidad o el caos interno que estés atravesando, vas directo a uno de los grandes clásicos del principiante:
- ¿Estás medio bajón? Metés un desamor con lluvia, poesía barata y alguna foto de una mina en tetas.
- ¿Te explotan las hormonas? Dale que va: erotismo torpe pero con entusiasmo.
- ¿Tenés bronca con tu jefe? Inventás una distopía laboral donde lo transformás en cucaracha kafkiana.
Todo así. Caótico. Inolvidablemente vergonzoso. Y ahora, en estos tiempos de internet y redes sociales, lo subís sin pensar a TikTik, YouMovie y a InfartaGram. Hermoso. La pelotudez queda grabada para la posteridad.
A veces ese “lado” por donde arrancamos no es un lugar: es una historia con veinte personajes, dos opciones de prólogos, giros inesperados del guion y una coma que flota por el manuscrito como un alma en pena. Kilombo y fatuidad al extremo. (No te hagás el gil... tuviste que ir al diccionario a ver que carajo es fatuidad ¿no?).
Si ya entraste en el mundo de la escritura, seguro convivís con estos monstruos que guardás en tu placard. Quizás hasta les diste nombres y también les diste de comer después de medianoche, cuando hacés puchero y te sentís solito...
Para vos, papá... va esta mini-lista de errores eternos y gloriosos de principiante.
Para reírnos un poco, para sentirnos menos solos y para recordar que todo escritor empieza igual: con una hoja en blanco, una cabeza llena de ideas locas... y un café que ya se enfrió.
Error 1. Soy Borges. Y vine a iluminar el mundo con mi pluma inmortal.
Al principio, todos queremos impresionar. Ser el nuevo Borges, la reencarnación criolla de Shakespeare, el Gabo de tu grupo de WhatsApp con 4 pelagatos. Así que arrancás escribiendo con más ganas de deslumbrar que de contar.
Y claro, lo primero que hacés es ningunear al lector, cual iluminado que habla al vulgo:
- ¿Cómo que no sabés quién es Taru-Kaon, dios del fuego menor de las islas periféricas de Rapanui?
- ¿Nunca leíste mis 48 páginas de prólogo donde explico la cosmogonía de mi universo?
- ¿No entendiste mi metáfora sobre la soledad como una biblioteca flotando en un agujero negro?
Eso que hacés no es literatura, bebé. Es terrorismo narrativo.
Te perdés en un worldbuilding tan exagerado que arrasa con todo: personajes, trama y sentido común. Es como si Atila tuviera una máquina de escribir.
¿Y por qué hacés esto? Fácil: porque tenés miedo. Miedo de contar una historia simple. Miedo de que te lean de verdad. Miedo de mostrarte. Entonces, te escondés detrás de palabras rebuscadas, frases que ni vos entendés y metáforas que se ahogan en sí mismas.
Solución: bajá un cambio, Borges. No necesitás ser brillante. Necesitás ser honesto. Escribí algo que te mueva, aunque sea una boludez. Algo que hable de vos, aunque sea disfrazado de elfo con problemas de autoestima. Los demás... no existen, hermano. Tu mundo sos vos ¿no lo sabías?
Porque spoiler alert: es cierto, el personaje sos vos. Siempre sos vos. Así que mejor que empieces por conocerte... o al menos por aceptarte con tus luces, tus sombras y tu necesidad patológica de usar puntos y coma.
Y por las dudas, hablálo con tu terapeuta. De verdad. La literatura salva, pero con un buen psicólogo, mucho mejor.
Error 2. Todos mis personajes son yo... con peluca.
Al principio, todos caemos en esta trampa: nuestros personajes son variaciones de uno mismo.
- Yo triste.
- Yo enojado.
- Yo enojado pero con capa.
- Yo con barba y trauma infantil.
Todos hablan igual. Todos piensan igual. Todos se quejan como vos cuando se corta el WiFi.
Ojo, no es lo mismo que dije en el Error #1. En esto quiero decir que tus personajes siempre actúan igual.
Es como ese sketch de Olmedo, ¿te acordás? El amigo le pedía que hiciera diferentes emociones y el tipo siempre ponía la misma cara. Bueno, vos sos igual, pero con tus personajes. Cambiás el nombre, pero siguen sonando como vos con resaca.
El truco está en soltar el ego y dejar que los personajes respiren por su cuenta.
¿Cómo se hace eso? Viviendo.
Salí de tu pecera. Apagá un rato el teclado, caminá por la ciudad, subite al bondi, escuchá cómo habla la gente. No para robar frases, sino para entender cómo se expresa el mundo real.
Cada persona es un universo hermoso: el colectivero, la señora del súper, el flaco que grita solo en la plaza. Todos tienen una voz distinta. Absorbé eso. Si querés ser escritor... tenés que aprender a amar el mundo y sus personas.
Y no me vengas con que “no puedo viajar porque no tengo guita”. No necesitás ir a Kioto para escribir bien. Caminá por el barrio. Mirá caras. Escuchá entonaciones.
Eso es entrenamiento narrativo, pichón de herbo.
Esa es tu universidad.
Y por favor: basta de escribir como si tuvieras un diccionario metido en el orto.
La literatura no es sonar culto, es hacer sentir al otro.
No importa si tu personaje es un pirata vegano con acento escocés y un brazo robótico: si habla como vos en Twitter, no te lo cree nadie.
Improvisá. Jugá. Escuchá. Dejate habitar por otros.
Y si te miran raro por escuchar conversaciones ajenas en el colectivo, deciles la verdad:
“No soy chusma, soy escritor. ¡Estoy trabajando, carajo!”
Error 3. El desenlace paracaidista (¡y sin casco!)
Sí, todos queremos ser sorprendentes.
Queremos que el final sea tan inesperado que el lector se caiga de la silla, llore, grite, llame a su ex y le diga: "¡Tenías razón, no entendía nada de la vida!"
Pero, hermano, eso no justifica que el desenlace caiga de un helicóptero sin aviso, como si fuera un delivery de finales incoherentes.
Venís escribiendo 35 páginas de una trama súper elaborada, con pistas, flashbacks, traumas infantiles, simbolismos, una genealogía de siete generaciones... y de golpe: ¡PUM!
Se resuelve todo porque “un ladrillo se le cae en la cabeza al villano cuando justo pasaba por una obra en construcción”.
¿¡Qué sos, un dibujito de los Looney Tunes!?
¡Pará un poco!
Eso no es un giro de guión. Eso es un volantazo con el auto sin frenos y en reversa. Lo único que lográs así, es que el lector tire el libro contra la pared y te maldiga en cuatro idiomas.
No te digo que tengas que ser un arquitecto suizo del argumento, pero un poco de planificación no mata a nadie.
- Poné una estructura básica.
- Un hilo conductor.
- Un post-it en la heladera que diga: “No olvidarse de cerrar las tramas”.
Escribir no es largarte como maníaco a vomitar letras mientras gritás: “¡Y al final todo era un sueñoooo!” Eso funcionó solo en Dallas cuando mataron al Bobby Ewing, les salió como el orto y tuvieron que revivirlo.
Solución:
Antes de matar a tu personaje con un rayo cósmico espontáneo, preguntate:
- ¿Lo construí o lo tiré porque ya no sabía qué hacer?
- ¿Esto tiene sentido o me fumé el final como si fuera orégano?
Y si todavía querés sorprender, hacelo con lógica, hermano.
- Que el final sea impredecible… pero inevitable.
- Que duela.
- Que cierre.
Que el lector diga: —"¡Hijo de puta... no lo vi venir, pero claro, era eso!"—
Y no: —"¿Qué carajo acabo de leer? ¿Quién es el alien del final y por qué tiene un pony parlante?"—
Epílogo: Y entonces... explotó la máquina de escribir
Así que ahí estás vos, aprendiz de literato, con una taza de café fría (a mí siempre se me enfría la taza de café), y una historia en proceso que ya tiene más versiones que Blade Runner. (No te aferres.... soltála. En algún momento te la van a leer, mal que te frustren sus defectos.)
Tranquilo. Nos pasa a todos.
Escribir ficción es como cocinar con los ojos vendados y los ingredientes de MasterCocinero mezclados con dinamita: puede salir una obra maestra... o volarte la cara para pedir pizza.
Pero no te preocupes: "el primer borrador es solo eso, un borrador".
Es feo. Torpe. Y huele mal, como cachorro mojado tratando de ladrar.
Y está bien.
Ahora bien, si después de todo esto seguís empecinado en meter 14 prólogos, 3 traumas infantiles por personaje, y un giro de guion en el que el protagonista descubre que es una aceituna parlante enviada por una civilización interdimensional... ¡HACÉLO, HERMANO!
Porque al final del día, la única regla verdadera de la escritura es: el que decide ¡SOY YO!.
Y si te reís mientras lo hacés, mejor. Tomate una AGAROMBA y que todo te... resbale (chiste argento).
Ahora cerrá el blog, abrí el procesador trucho que tenés en tu compu (¡rata! 😂) y empezá a sangrar por los dedos.
Ah, y si vas a matar a tu personaje con un ladrillo que cae del cielo... al menos asegurate de que sea un ladrillo con backstory.
¡Buena escritura! 🚀✍️
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