sábado, 31 de mayo de 2025

Sátira Humorística: "Platanovia e Iracundio"

 


Platanovia e Iracundio

Nota del autor: Este texto es una sátira política completamente ficticia. Cualquier semejanza con personas, países o políticas reales es meramente casual o fruto de la imaginación del autor. El propósito de este texto es humorístico y crítico, no informativo ni difamatorio.Está inspirado en los disparatados gobiernos modernos.


Bienvenidos a Platanovia, la tierra prometida donde el sol brilla, el viento sopla, los recursos abundan... y las empanadas cuestan más que el alquiler de una buhardilla en Oslo.

Este hermoso país está gobernado por Iracundio el Único, presidente por elección, destino divino y descarte unánime. Ganó las elecciones con el 51% de los votos y el 107% de indignación ajena. Su estilo de liderazgo combina el histrionismo de un actor de telenovela venezolana con la furia de un oso hormiguero al que le taparon la cueva.

No gobierna bien, pero ¡qué manera de gritar slogans vacíos con voz de trueno y baba patriótica!

Si alguien osa sugerir que los índices de pobreza se parecen a los del apocalipsis, lo acusa de ser “enemigo infiltrado del espíritu emprendedor platanoviano”.

Y si un jubilado se atreve a querer volver a comprar sus pastillas de la presión sin tener que hipotecar el gato... ¡zas!, acusado de integrar la temible Liga de Abuelos con Opiniones Propias. ¡A aplicar justicia coreográfica al viejo, con bastones de goma para indicarle los pasos!

—“¿Cómo se atreven a cuestionarme?”
grita Iracundio desde el balcón del Palacio SubInteligente, usando la cadena nacional contra un jubilado que grita solitario en la plaza gimiendo "¡dame algo de comer!" Una discusión de igual a igual, seguramente.

Y así, el pequeño presidente que no da talla de gran persona, emite decretos con la ligereza de quien lanza confeti en un carnaval institucional a una multitud que por cierto, hace meses que come asado de verdura.

Iracundio está convencido de que la inflación es un mito del pasado. Cree fervientemente que con “fuerza de voluntad” se puede bajar el precio del pan, detener la escalada del queso y hacer que los bancos te den créditos solo con mostrar una sonrisa y una selfie en actitud resiliente.

Platanovia resiste como hace cincuenta años. Los ciudadanos no se rinden: discuten si comprar un kilo de carne o directamente abrazar una calabaza y decirle “nos vemos en la otra vida, querida proteína”.

Iracundio, mientras tanto, libra guerras épicas contra enemigos inventados: ordena bloquear a ciudadanos en redes sociales, insulta a diplomáticos imaginarios, y llama “casta” a su reflejo en el espejo si lo mira con desconfianza.

—“¡El problema son los empanaderos zurdocapitalistas! ¡Subieron las empanadas un 2.000%! ¡Eso es comunismo gourmet!”— clamó el martes pasado mientras le lanzaba una medialuna a un economista que le preguntó por el IPC.

En las calles, las madres hacen girar las ollas como si fueran ruletas rusas.

En las farmacias, los jubilados piden “una pastillita y un poco de esperanza, si queda”.

Y en los supermercados... bueno, ahí directamente entrás, le hablás a una zanahoria como si fuera tu terapeuta, y salís con un repollo y la autoestima rota.

Pero Iracundio, inmutable, repite su mantra:

—“¡Todos los problemas empezaron antes de mí y terminarán después de mí! ¡Yo soy el puente!”


Un puente, sí... pero sin barandas, sin planos, sin ingeniero, y cruzando un abismo con neblina, murciélagos y una orquesta que toca la Marcha Fúnebre con ukeleles.

En Platanovia, la realidad se dobla como la cucharita de Matrix, pero con inflación y sobrecarga fiscal. Lo único firme es que Iracundio jamás tiene la culpa de nada.

La tiene el pasado. Los economistas. La ONU. La OMS. El horóscopo.

Y ese actor que pidió que bajen las empanadas porque los pobres tienen que comer también.

Mientras tanto, los platanovianos siguen adelante con un estoicismo admirable y un sentido del humor que podría calentar un reactor nuclear.

Tratan de comprar comida, ahorrar en frascos de café vacíos porque los dólares del colchón se perdieron hace mucho, y entender cómo es que alguien puede llamarse "libertario" mientras te cobra impuestos y te sube los precios hasta por bostezar con entusiasmo.

Sueñan, solo sueñan, con el día en que el presidente no les grite en cadena nacional, no abra debates con la furia de un dragón medieval, y tal vez, solo tal vez... escuche a los más necesitados.

O se calle un rato mientras juega a gobernar.

Con eso ya serían felices.

FIN


 




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