miércoles, 22 de marzo de 2023

Historia: "Ecuación de Vida"

 


Ecuación de Vida

Capítulo 1: El Futuro de la Humanidad


La sala de control era aséptica como un quirófano. Un silencio vivo envolvía al laboratorio, mientras una luz difusa blanca alumbraba todos los rincones. Los pasillos vacíos dejaban ver cada tanto las figuras antropomorfas de los ayudantes robóticos que se movían rápida y eficientemente de habitación en habitación.

Toda la estructura, como un inmenso edificio subterráneo sin ventanas, mostraba muros que no parecían haber sido hechos por manos ni máquinas que hubiesen planificado cuidadosamente su construcción, sino más bien por la voluntad abstracta de alguna inteligencia que había abandonado el concepto de forma o armonía.

Superficies curvas, sin adornos, pulidas como la calma. Columnas de luz que se alzaban como pensamientos detenidos en medio de una tenue niebla azulada. Miles de pantallas flotaban suspendidas en el aire, dispersa por aquí y por allá, mostrando en simultáneo acontecimientos diarios y cotidianos de la humanidad: nacimientos, guerras y enfrentamientos, canciones y bailes, violencia en todas las formas imaginables, redenciones. Y muerte, siempre presente de una forma u otra

En ese teatro estéril que destilaba eternidad a cualquier observador casual, el mentor Kael-Dar caminaba con lentitud reflexiva.

Su apariencia delgada, al contrario de lo que podría parecerle a cualquier interlocutor distraído, no denotaba fragilidad. Era delgado, como podría parecerle a un humano la idea de tiempo inmemorial. La figura permitía adivinar el autocontrol de todos sus impulsos y emociones.

Su rostro viejo y ajado, no daba la impresión de haber sido tallado, sino automodelado. Sus grandes ojos sin pupilas, veían más allá del espectro de lo visible. Era el último de los Arquitectos, una especie mítica que había sobrevivido por millones de años, pero que con la evolución había dejado atrás el deseo de vivir por vivir. No había nada peor para los arquitectos que la falta de propósito.

La raza a la que pertenecía el viejo arquitecto que recorría lentamente esos pasillos, se había embarcado a través de su evolución en innumerables proyectos de todo tipo. Pero la eternidad es una carga difícil de sobrellevar cuando la falta de objetivos empieza a aparecer entre sus miembros. Poco a poco, los arquitectos habían terminado de sucumbir al hastío y el aburrimiento de la existencia sin fin que significaba la eternidad.

Kael-Dar había resucitado más veces de las que su memoria podía contar. Y sin embargo, aquella era la última vez. Así lo había decidido.

—“Dame el estado del sistema, Orax”— su voz sonaba como el eco de una montaña perdida en las arenas del tiempo.

Una luz vibró en el centro de la sala, y con ella  una figura geométrica de un rostro primitivo tomó forma. Kael-Dar había decidido que tuviera ese aspecto ambiguo que no se parecía a ninguna especie humana que él hubiera conocido, pero que al mismo tiempo parecía observar con atención. Una voz neutra emergió en el aire:

—“La estabilidad del sistema es del 99.96%. La tasa de transferencia de conciencia es normal. Los nacimientos igualan a las muertes. No hay interferencias.”

Kael-Dar asintió. No era un gesto de aprobación, sino una aceptación de los parámetros. La máquina funcionaba sin fallas aparentes. Como siempre.

—“¿Y tú, Orax? ¿Qué ves cuando miras todos estos informes?”

—“Analizo todos los datos. Sus variaciones. Predigo probabilidades, Arquitecto. Estudio las alternativas detrás de la información.”

—“¿Y ahora esa información, de qué te está hablando?”

—“De incertidumbre, honorable Arquitecto. Y de un rumbo orientado por el deseo.”

Kael-Dar sonrió. Un gesto que su especie había abandonado hacía miles de años, pero que él conservaba como un homenaje a lo imperfecto. O tal vez, para ser sinceros, se le había contagiado de los seres humanos que transcurrían por la etapa que conocía como infancia.

—“Te estás acercando, viejo amigo.” —

—“¿Acercándome a qué, Arquitecto?”

—“A la duda, Orax. Y eso se puede decir que es el primer paso a la  conciencia.” —

Hubo un silencio. No uno técnico. Uno auténtico. Orax no tenía ninguna réplica para esa observación.

Los androides que mantenían el lugar seguían sus rutinas indiferentes. Pasaban por pasillos infinitos como monjes silenciosos. La sala estaba viva sin lugar a dudas, pero sin alegría, sin destellos. El sistema entero era una coreografía que había olvidado la música.

Kael-Dar se sentó frente a la consola central. No tenía ninguna necesidad, lo hizo solamente por una ceremonia adquirida durante los miles de años de su vida actual. Ingresó un par de datos en el teclado y esperó los resultados que la computadora le presentó.

—“Recuerdo cuando el primer humano entendió el concepto del ‘yo’. Pensaba en una lengua perdida. No sobrevivió mucho porque eran tiempos feroces para la humanidad. Pero su conciencia aún vive. Según los informes ha renacido ochenta y seis veces. La última vez fue un niño en las calles de Calcuta. Su mirada tenía ese fuego que estamos buscando. Volverá a morir pronto, según tus predicciones.” — dijo señalando a las pantallas.

—“¿Deseas que intervenga de algún modo?”

—“No. Deja que evolucione cumpliendo con su destino. Es parte de la prueba.” —

Orax calló. El sistema veía y escuchaba todo. El planeta entero estaba bajo vigilancia y contenido dentro de sus redes. Desde el zumbido de una libélula hasta el suspiro de un soldado agonizante, todo formaba parte del ciclo.

—“Me pregunto ¿por qué no se detienen?”— preguntó Kael-Dar mirando las pantallas —“¿Por qué siguen peleando, destruyendo, mintiéndose? ¿Por qué amar parece un accidente y matar una estrategia? ¿Es que la conciencia de esta especie esta corrupta? ¿Se multiplicarán indefinidamente con esa falla?” —

—“Según mis conclusiones es el modelo evolutivo. Están en modo de supervivencia. Su codificación genética tiene que seguir evolucionando. Y las condiciones socioculturales actuales de su civilización no son las óptimas.”

—“No” — dijo el Mentor negando con la cabeza —“Creo que es más que eso. Es... la herencia del vacío. Busca en tu memoria. Todo ser consciente nace sin la memoria inconsciente de que algún día dejará de ser. Pero a partir de los seis a los ocho años empiezan a construirla. Llaman a eso ‘muerte’. Pero nosotros sabemos que es solo una transferencia.” —

Orax concluyó la idea: —“Piensas que la ferocidad y agresividad se incrementan mientras construyen la idea de ‘muerte’. ¿Consideras a la agresividad de la raza humana como una respuesta a esa frustración?” —

Kael-Dar no se mostró tan seguro. Ningún Arquitecto se había dejado llevar por intuición.

—“Me temo que eso es algo que no podré comprobar. Quedará como una tarea pendiente de mis sucesores.” —

Se levantó, caminando hacia un sector oscuro donde las pantallas mostraban funerales, campos de batalla, y una mujer acariciando la tumba de un niño.

—“¿Crees que están listos?”— preguntó Orax con voz sin emoción, pero con una pregunta verdadera.

—“No” —respondió Kael-Dar sin dudar —“Pero tampoco lo estábamos nosotros. Tomamos el control de nuestro ciclo cuando aún éramos violentos, orgullosos, y llenos de miedo. Y sin embargo, funcionó. Por un tiempo. Tal vez es lo único que la vida puede hacer: intentarlo, sabiendo que se puede fallar.” —

—“Entonces transferiremos el control” — dijo Orax — “¿Confirmas que no deseas otra reconstitución?”

—“Te lo confirmo. He visto demasiadas lunas. El tiempo ya ha perdido significado para mí. Y estoy solo. El deseo de seguir ha muerto.” —

—“Entonces interpretaré tu orden como el inicio del Protocolo de Despertar.”

Kael-Dar asintió. Las luces de la sala cambiaron de tono, volviéndose un resplandor suave como el alba.

Orax buscó los datos de los individuos preseleccionados en el sistema. La historia de vida de sus respectivas existencias, le había permitido crear una psico-cognitiva de los dos sujetos. Presentó los datos en pantalla.

Kael-Dar revisó la información y dijo:

—“Finalmente los algoritmos señalan a Elara Senn y Darian Voss. Nombres extraños para un tiempo que ya no nos pertenece. Es curioso cómo los humanos siguen dando nombres a todo, como si nombrar significara comprender.” — hizo una pausa —“¿Qué opinas de ellos, Orax? ¿Sobrevivirán a la verdad?” —

Orax recitó solícitamente:

—“Las posibilidades de inestabilidad emocional llegan a un 32.6% para Elara y a un 47.8% para Darian.

La probabilidad de adaptación funcional tras la exposición prolongada al conocimiento llega a un 71.2% y 68.5%, respectivamente.

Si bien los niveles de riesgo son altos, existe la posibilidad cierta de una Alta recompensa por el debido equilibrio emocional que muestran.” —

—“Entonces deberemos confiar en que hemos elegido bien.” — dijo Kael-Dar

— “Te recuerdo que los criterios de selección fueron poco convencionales.” — Respondió Orax impasible.

—“Convencional es lo que nos trajo al agotamiento de mi raza. Necesitamos algo distinto. Elara... ha dedicado su vida a estudiar los confines de la conciencia sin saber que vivía dentro de una estructura diseñada para contenerla. Ha rozado algunas de las verdades y por eso intuye que puede haber algo más. No parece estar convencida como muchos humanos de la existencia de una deidad. Eso puede salvarla suavizando el impacto de la revelación que recibirá.” —

Orax replicó: —“En sus registros hay una obsesión por el umbral entre percepción y realidad. Negó la trascendencia, pero está registrado que en diversas etapas de su vida, soñó con ella. Es una contradicción humana clásica.” —

—“Justamente por eso, Orax. Los que dudan, los que no están seguros pueden recibir la verdad sin quebrarse. La misma duda les permite ser flexibles. Si esperan algo en particular, pero se encuentran  con una alternativa diferente, quedan abrumados, pero se recuperan. Es por eso que los humanos nacen sin memoria. Para no quebrarse. Sabes que en la Tierra han creado la ilusión de las religiones.” — el Mentor miró otra pantalla —“Y viendo el perfil de Darian Voss.... Ha programado vidas artificiales, y ha resuelto problemas difíciles de resolver. Su alma parece estar balanceada, no tiene cicatrices. Sabe del dolor y del manejo del poder. Necesitamos alguien que recuerde la compasión antes que el control.” —

Orax opinó: —“Entiendo, pero el riesgo en él es mayor. Ha mostrado tendencias a la disidencia estructural. Es crítico de la autoridad. Y a veces, incompatible con la jerarquía.” —

—“¿Acaso queremos súbditos? No. Los elegidos serán guardianes, serán su propia jerarquía. Y lo ideal es que duden de sí mismos cada vez que tomen una decisión. Él fue elegido no porque sea estable, sino porque sabrá qué hacer cuando nadie más lo sepa.” — Kael-Dar fue enfático.

La IA le planteó: —“¿Y si los seleccionados se rebelan contra el propósito en sí mismo?” —

Kael-Dar hizo un gesto indefinido mientras le respondía a Oxar —“¿Sabes?    Entonces... pienso que habremos sembrado bien. Una especie que no puede rebelarse no merece el libre albedrío. ¿No fue eso lo que nos faltó a nosotros? ¿La capacidad de errar con sentido?” —

—“Tu lógica implica asumir los factores de incertidumbre como una virtud.” — Sentenció Orax sin ánimo de confrontar.

—“Dices bien. Porque todo lo que antes fue predecible le hemos visto morir y ya…” —

Orax aún tenía algunos reparos —“¿Y si se niegan a continuar el ciclo? ¿Si desean liberar a la humanidad del reciclaje?” —

Kael-Dar meditó por unos momentos —“Entonces la humanidad, por primera vez, será verdaderamente libre eligiendo su destino. Pero no creo que así se pronuncien los nuevos mentores del proyecto. Piénsalo. Si tú fueras responsable de toda la humanidad ¿Acabarías con ella? A veces me pregunto si el alma, ese patrón de energía, esa huella luminosa que capturamos, no es más que el eco de una decisión que aún no se ha tomado.” —

Orax tardó un par de segundos en formular la pregunta —“¿Crees que alguno de ellos pueda reemplazarte?” —

—“No. Al menos por ahora. Deberán pasar muchas generaciones para que puedan igualar mis análisis. Pero juntos, pueden ser algo mejor. No una continuación... sino una mutación necesaria y saludable.” —

Orax sentenció —“Los protocolos de entrega de control están listos para ser activados tras la decisión de detener tus resurrecciones. ¿Confirmas la orden de detener la vida de los candidatos en la Tierra y proceder a su posterior resurrección aquí, en la base?” —

Kael-Dar reafirmó con un gesto sus palabras —“Lo confirmo. Es tiempo de dejar la orilla. Debemos entrenar a nuevos mentores.” —

Algunas señales se iluminaron en el fondo del recinto. Orax terminó de programar el sistema. En la Tierra, Elara Senn y Darian Voss dejaron de existir abruptamente. La mujer falleció en un accidente. El hombre sufrió una muerte súbita.

Después de una transferencia de energía que requirió de algunos segundos, en las cápsulas designadas aparecieron dos cuerpos humanos recién ensamblados. Uno masculino. Uno femenino. Sus cerebros fueron activados en cuestión de segundos. Sus conciencias, recuperadas al instante de sus respectivas muertes, estaban siendo reintegradas.

—“Elara Senn y Darian Voss.”— anunció Orax —“La transferencia fue completada. Los sistemas neurosensoriales están activos. Signos vitales estables.”

Kael-Dar los observó con una ternura que no tenía nombre.

—“No elegimos dioses”— murmuró —“Elegimos semillas. Que florezcan o se marchiten... ya no es asunto nuestro.” —





Ecuación de Vida

Capítulo 2: Muerte y Resurrección


Cuando el momento de la muerte llega, no siempre lo hace con avisos ni de forma espectacular. A veces, se presenta como una interrupción, un suspiro que no se exhala, una vibración que cesa sin anuncio. Elara Senn no sintió dolor. Ni siquiera miedo. Solo una extraña lucidez, una idea flotante que se desgajaba de su yo físico. Todo fue muy rápido pero alcanzó a pensar "Así es como ocurre, entonces..."

Unas pocas horas antes, manejaba su vehículo bajo una lluvia fina que convertía a las luces de la ciudad en reflejos movedizos. Su cuerpo llevaba días privándose del sueño. Aun así, su mente seguía alerta. Estaba a punto de alcanzar un hito: había registrado patrones neurológicos inéditos en cerebros al borde de la muerte. Su hipótesis era controvertida: ella sostenía que la conciencia no era un producto del cerebro, sino una resonancia externa, amplificada por aquél. El cerebro era un contenedor en la que el alma o conciencia residía mientras hubiera vida en el individuo.

Para estudiar ese fenómeno estaba desarrollando modificaciones en la interfaz, convencida que había patrones diferentes que los modelos clásicos pasaban por alto.

Había discutido con su jefe de departamento esa misma mañana porque el Consejo quería frenar la investigación. Temían que la Universidad fuera demandada y, que en esencia, Elara tuviera razón. Ella no solía discutir por ego, pero sí lo hacía por ansias. Ansia de saberes, ansia de respuestas.

El Consejo Ético quería suspender el estudio. Pero Elara no aceptaba frenos: su vida entera había sido una carrera hacia el abismo de lo desconocido. En el asiento trasero del auto, una carpeta contenía los últimos escaneos. Nunca serían leídos.

A tres cuadras del cruce de la Avenida Genet, un camión de carga omitió un semáforo rojo. Elara simplemente no tuvo tiempo de frenar. El impacto fue seco. Mecánico. Impersonal.

Y luego, oscuridad y silencio. No sintió dolor ni confusión.

Solo un estado indefinido con su conciencia... suspendida.

Por su parte, Darian Voss no murió en un accidente. Estaba en su estudio, rodeado de pantallas, libros y tazas olvidadas con residuos de café seco.

Había pasado la noche escribiendo un ensayo sobre algoritmos éticos aplicados al gobierno automatizado. Una frase inacabada parpadeaba en la pantalla: "La libertad no es un derecho natural; es una conquista que debe ser elegida por los individuos desde el coraje..."

Su hija pequeña dormía en la habitación contigua porque su ex esposa le había confiado su cuidado algunos días. Darian solía decir que ser padre era su único proyecto no filosófico, pero no por eso menos sagrado.

Sintió un nudo en el pecho. Un dolor agudo, de infarto. Lo que lo desconcertó fue la claridad mental, la ausencia de pánico. Pensó, con una pizca de angustia, que se estaba muriendo. No tuvo miedo por él, pero sí por su hija, que le encontraría muerto.

Con un esfuerzo extremo y final, alcanzó a llamar a su amigo más cercano para decirle que se estaba muriendo, que viniera al departamento a rescatar a su niña. Lo último que pensó fue que, si existía algún dios, debía tener un sentido del humor bastante cruel.

Y luego, solo estuvo la oscuridad.

El cuerpo de ambos, Elara y Darian, fue desechado en la Tierra luego del tedioso proceso de entierro, trámites, pésames y dolor. Pero durante los instantes de la muerte, el acontecimiento no pasaba ignorado por el sistema.

Los equipos receptores del núcleo terrestre, que estaban apuntando a la superficie del planeta, barriéndola por completo, vibraban constantemente mientras recibían y generaban una serie ininterrumpida de pulsos infrarrojos, imposibles de medir por instrumentos humanos.

Las emisiones biofotónicas de todos los cerebros de las personas que fallecían a cada momento, eran invariablemente detectados y almacenados para luego ser reenviados a los depósitos de conciencia ubicados en la Base Lunar.

En la Luna las conciencias eran estudiadas detalladamente. Se analizaba su evolución, nivel energético y compromiso ético para que luego el sistema, supervisado por el Mentor y Orax, y las reglas del sistema, designara la familia y el entorno sociocultural que mejor resultara al perfil del individuo.

Después de un tiempo variable, los impulsos biofotónicos de las personas, que contenían la conciencia del individuo, volvían al núcleo de la Tierra para ser reinsertados en un nuevo cigoto humano fecundado. Sus memorias de vidas anteriores eran borradas.

El caso de Elara Senn y Darian Voss sería diferente. Después de una búsqueda minuciosa en la base de datos del sistema, tanto el Mentor como Orax, habían determinado que no serían reencarnados a través del reciclado.

Se les designaron nuevos cuerpos adultos. Y reencarnarían con memoria de sus vidas anteriores. Cuarenta y tres horas terrestres después de su muerte, sus conciencias despertaron en los nuevos cuerpos.

Las cápsulas en las que descansaba la pareja eran blancas, sin costuras. El entorno de la base lunar en donde se encontraban no ofrecía horizonte. Ni ventanas. La luz era suave, sin una fuente evidente.

El ambiente era agradable. Ni frío ni cálido. Artificialmente neutro porque los anfitriones no querían que influyera en el ánimo de sus ocupantes.

Elara se incorporó primero. Respiró con urgencia y algo asustada. Su mirada se afiló de inmediato, recorriendo el lugar como si fuera un experimento al que había sido arrojada sin miramientos. No gritó. No preguntó. Sólo observó estupefacta. Su mente había sido moldeada y tallada para soportar lo incomprensible.

Darian tardó algo más. Despertó con un alarido primitivo, como si hubiera sido arrancado de un sueño incompleto. Tardó unos minutos en serenarse. No preguntó dónde estaba, sino "¿Dónde está mi hija?".

Fue entonces cuando apareció Kael-Dar.

Alto, translúcido, de movimientos tan serenos que parecían parte del entorno. Consciente de lo impactados que estaban ambos humanos al verle y recordar la manera en que murieron, no se presentó ni pidió permiso. Simplemente habló como quien detenta la autoridad por miles de años. Hablándole primero a Darian, dijo:

—“Te aseguro que tu hija está bien y a salvo” — El hombre pareció asimilar las palabras del Mentor, relajándose.

Ahora, Kael-Dar se dirigió a la pareja:

—“Ambos fueron elegidos y resucitados en este lugar”— dijo — “porque la vida, para persistir, debe a veces saltarse sus propias reglas.” —

Junto a él, la voz de Orax, surgió sin una fuente visible de origen:

—“Bienvenidos al Nodo Central del Ciclo de Transferencia. Este no es el planeta Tierra. Están en la Luna. Y este es el Umbral de la Base Lunar.”

Elara Senn en su última vida había nacido en Lisboa. Hija de biólogos, su niñez transcurrió entre microscopios y telescopios. Siempre quiso saber el por qué de todo. No se conformó con entender el cómo. Estudió neurociencia, pero dormía con libros de cosmología bajo la almohada. Creía que el universo era una sinapsis esperando ser descifrada.

Su vida personal fue funcional a esa búsqueda constante. Nunca superficial, tampoco profunda. Sus vínculos eran como sus ecuaciones: necesitaban sentido o no existían.

Al morir, arrastraba una duda: ¿la conciencia era una propiedad del cerebro... o una resonancia del universo? Esa pregunta aún vibraba en su nuevo cuerpo.

En su mirada, ahora sin ojeras ni cansancio, ya se intuía el peligro de comprender demasiado pronto la razón de su nueva realidad.

Darian Voss había nacido en Reikiavik. Su madre era filósofa. Su padre, ingeniero. Él terminó siendo el resultado de ambos. Estudió ética aplicada, pero terminó diseñando algoritmos que decidían a quién salvar en caso de accidente. Le llamaban cínico, pero él prefería llamarse “trágicamente realista”.

Creía que la libertad era una construcción frágil, elegida por el individuo, y que el universo no ofrecía garantías morales.

Amaba a su hija con devoción. Era su única fe.

Llevaba una cicatriz en la clavícula derecha, producto de un accidente en su juventud. Curiosamente, el sistema controlado por Orax y la Ecuación de Vida, no la pudieron borrar. Persistió en el cuerpo resucitado, como si alguna parte del alma se hubiera negado a soltar ese fragmento.

Una vez repuestos del shock, Kael-Dar guió a la pareja por los corredores silenciosos de la base. Orax les mostró las pantallas en donde se representaban millones de vidas, naciendo, viviendo y muriendo. Un flujo constante de información que alimentaba el gran sistema de la Base Lunar.

Kael-Dar les habló del ciclo reentrante de la vida y la evolución de las personas humanas. Les habló con la serena franqueza de quien ya no tiene nada que ocultar. Explicó que la muerte, tal como la humanidad la había concebido durante milenios, no era un fin, sino una bisagra, un momento de transición cuidadosamente diseñado por una inteligencia ancestral. Por una civilización que no era lo que los humanos llamaban dios.

Cada vez que un ser vivo exhalaba por última vez, una delicada red de sensores ocultos en las entrañas del planeta capturaba los residuos biofotónicos de su conciencia y los almacenaba. Esa conciencia no se disolvía, no se perdía. Era transferida a un nuevo cuerpo, su memoria era borrada e iniciaba una nueva vida. Un eterno y constante reciclaje de almas, historias y destinos.

Les mostró los flujos de datos y los registros de cada transferencia. Millones de vidas, orbitando en un sistema que funcionaba sin errores desde hacía más tiempo del que la historia humana podía registrar.

Entonces habló de los Arquitectos, la civilización que diseñó aquel maravilloso  mecanismo. Fueron científicos, filósofos, soñadores, ingenieros de vida.

Pero como toda especie consciente, también ellos tuvieron un final. No se extinguieron por cataclismos, ni por guerras, sino por un lento y silencioso cansancio existencial. Uno a uno, los Arquitectos eligieron no volver a reencarnar en el sistema. Se dejaron ir uno por uno, como hojas que caen cuando el árbol entiende que ya ha florecido demasiado.

Ahora solo quedaba él, Kael-Dar, el último. Y su tiempo también se agotaba.

Fue entonces cuando les reveló el verdadero motivo de su presencia en aquel lugar.

—“Han sido traídos aquí,”— dijo, mirando a Elara y Darian con una mezcla de esperanza y resignación —“porque el sistema no puede continuar sin la presencia de al menos una persona. Porque hay decisiones que solo pueden ser tomadas por una conciencia. Y porque si con mi muerte, Orax y yo debemos entregar el futuro de la humanidad, hemos de hacerlo a conciencias capaces de entenderlo en toda su magnitud.” —

No estaban allí para obedecer nada. Ni siquiera para continuar con lo establecido. Estaban allí para decidir: continuar el ciclo infinito de reencarnación, detenerlo… o transformarlo por completo. La elección era suya. Y con ella, la responsabilidad de toda la especie humana.

Elara sintió algo en ese momento. Como una brisa interna. No recordaba a Darian. Pero algo en él le resultaba... inevitable. Darian, por su parte, al mirarla, sintió un vértigo sin motivo. No era amor. Y no era atracción. Pero se sentía como algo antiguo. Una herencia del pasado.

Después de dejar a la pareja en sus aposentos, Orax quiso hablar con el Mentor.

La IA proyectó imágenes. Registros de miles de vidas. Y fue entonces cuando el misterio apareció evidente.

—“Kael-Dar... los patrones de Elara Senn y Darian Voss muestran un patrón de coincidencia reiterada. A lo largo de sus vidas anteriores, se han reencontrado en 92.3% de los ciclos. A veces como amantes. A veces como colegas. Otras, como enemigos o salvadores. Pero siempre han coincidido. Menos en la última vida, en la que fueron separados deliberadamente por tu instrucción.” —

Kael-Dar no se sorprendió.

—“Por tu naturaleza, no puedes entender la aleatoriedad de las coincidencias. El cruce esporádico de la pareja era necesaria. El lazo no podía ser constante porque precipitaría una adaptación condicionada. Y la curva de la existencia humana caería sin remedio.” —

—“No puedo entender por qué se encuentran. Mi algoritmo no puede predecir esa recurrencia”— dijo Orax. Su voz sonaba, por primera vez, insegura.

—“Porque no todo puede explicarse con datos, Oxar.”— respondió el Mentor. — “Todo ciclo de perfeccionamiento exige llegar a un punto crítico de elección libre. No hacerlo sería forzar el predeterminismo, negar el mérito propio del individuo y coartar el ejercicio de la libertad al sujeto.” —

 

Ecuación de Vida

Capítulo 3: La Rebelión

 

En los meses que siguieron, Elara y Darian nunca intercambiaron palabra alguna sobre el concepto de destino, y sin embargo, ambos sabían, con esa certeza que nace más de la intuición del alma que del razonamiento, que algo los había traído a la Base Lunar para cerrar un ciclo que había comenzado mucho antes de su vida actual.

 

Al momento de ser resucitados, no lo sabían. Pero con cada palabra intercambiada, con cada mirada compartida, se hacía evidente que algo los unía y que no era una simple coincidencia.

 

En los registros de Orax, algo no cuadraba. Sus datos no podían explicar la constante convergencia de estas dos conciencias a lo largo de la historia.

 

Por más que fuesen reencarnados en puntos distantes, por más que sus entornos y culturas fuesen distintos, Elara y Darian terminaban por encontrarse. A veces como amantes, a veces como enemigos, otras como desconocidos que compartían un gesto, una frase, una mirada que dejaba una huella.

 

Esa persistencia, ese entrelazamiento, no tenía sentido dentro de los algoritmos de causalidad del sistema. Pero ocurría invariablemente.

 

Fue Darian quien lo comprendió primero, no con los argumentos del aprendizaje que les daba el Mentor, sino con intuición. Sentado frente a una consola donde se proyectaban miles de destinos posibles, dijo en voz baja:

 

—“Este sistema… no está hecho simplemente para mantener la vida. Está hecho para perpetuar el control de las reencarnaciones hasta un momento límite.” —

 

Elara no contestó de inmediato. Había dedicado su existencia anterior a comprender los mecanismos profundos de la conciencia, y ahora veía en los mecanismos del sistema, una cárcel disfrazada de sabiduría pero que contenía una puerta que se abría hacia la libertad.

 

El sistema de los Arquitectos no permitía errores ni bifurcaciones. Cada muerte generaba una corrección del algoritmo. Cada nacimiento, una promesa sin voz. Y sin embargo, lo que hacía humana a la humanidad era, precisamente, la posibilidad de fracasar.

 

Pero el sistema que los Arquitectos habían diagramado, era regido monolíticamente por la Ecuación de Vida, un complejísima fórmula de cálculo que transformaba los acontecimientos, decisiones y posibilidades de cualquier vida contenida dentro del sistema, en un resultado que definiría invariablemente el derrotero de todos los individuos en su próximo ciclo de resurrección.

 

A cada persona se le asignaba un medio social y económico específico, así como los estímulos necesarios para que evolucionara invariablemente en su accionar, pensamiento, motivaciones y sentido ético. Era un sistema planificado para la mejora, que no permitía la involución. Si en una vida una persona cometía un crimen grave, en la próxima resurrección invariablemente el sistema corregiría su medioambiente y su evolución para corregir ese fallo previo.

 

—“Si decidimos apagar el sistema de los Arquitectos,” — dijo Darian, girándose hacia ella —“no será para destruir, Elara. Será para permitir a la humanidad evolucionar por libre elección. Con una muerte real y con errores definitivos, claro. Pero con libertad de elección. Tal como opera ahora el sistema, reencarnación tras reencarnación, la única alternativa es evolucionar. Con más o menos vidas, pero no hay otra alternativa que crecer en lo que los Arquitectos consideraron ‘mejoras’.” —

 

Como los únicos habitantes humanos de la Base Lunar, con el paso del tiempo terminaron por sentirse cercanos el uno del otro. Ambos supieron que esos sentimientos no eran del todo ciertos, del todo naturales. El amor y la atracción que estaban sintiendo, tenía un origen más antiguo que sus cuerpos actuales.

 

Sabían que era una programación, sí, pero no al estilo clásico. Era un patrón profundo, grabado en la misma arquitectura emocional de sus múltiples vidas. Un entrelazamiento que ningún algoritmo pudo predecir ni evitar del todo.

 

Fue Elara quien lo dijo una noche, mientras observaban los registros antiguos de sus vidas pasadas, proyectados en una pantalla suspendida:

 

—“No importa si esto fue programado. Porque lo siento. Porque cada vez que vuelvo a encontrarte, soy mejor. Me siento más real. Me siento como debería sentirme.” —

 

Darian, con voz grave pero suave, le respondió:

—“Tal vez amar sea simplemente eso: una rebelión contra la causalidad. Tal vez sea lo único que nunca podrán calcular.” —

 

A partir de entonces, comenzaron a buscarse incluso en los silencios. Se tocaban con la reverencia de quien toca algo sagrado. Y aunque sabían que lo suyo podía haber sido una trampa dentro del diseño original del sistema, decidieron vivirlo como si fuera verdad. Porque, en el fondo, lo era.

 

Mientras entrenaban para entender el funcionamiento del sistema, Orax explicó:


—“Desactivar el sistema significará el cese definitivo de la transferencia. Toda conciencia que muera dejará de existir en la Tierra. No habrá retorno, ni reciclaje de almas. No habrá sistema de reencarnación. Las conciencias permanecerán como energía almacenada solamente si permiten que la energía biofotónica sea capturada al momento de la muerte.” —

 

Elara lo miró con calma. No había ira en su voz, solo la firmeza de quien entiende lo esencial:


—“Eso se llama libertad, Orax. Y la libertad es el precio de la conciencia.” —

 

Kael-Dar observó a ambos con una expresión que no era tristeza ni resignación. Se parecía más al alivio.

 

El peso de los milenios había sido demasiado incluso para él, el último de los Arquitectos. Caminó hacia ellos, con sus pasos sin ruido, como si el tiempo mismo se apartara para dejarlo pasar.

Durante millones de años, la vida emergió en rincones distantes del universo, como una sinfonía sin partitura que encontraba su ritmo en las leyes profundas de la física y del caos. Algunos mundos la recibieron con regocijo, otros con miedo, y muchos ni siquiera lograron comprenderla.

Sin embargo, en todos los casos, detrás del milagro de la conciencia, había sistemas similares al creado por los Arquitectos: mecanismos silenciosos y elegantes, que rescataban la esencia biofotónica de los seres conscientes y la reciclaban una y otra vez en nuevos cuerpos, nuevos comienzos, nuevas historias.

Y sin embargo, nadie, absolutamente nadie, supo jamás en dónde, ni qué, ni quién inició la vida.

Las razas menos evolucionadas en conciencia recurrieron, como era previsible, a la invención de dioses. Deidades todopoderosas que creaban la vida a su imagen o a su capricho. Otras civilizaciones, más avanzadas, postularon que el propio universo era un ente consciente, una entidad silenciosa con una forma de conciencia tan ajena que jamás podría comunicarse con los seres que albergaba. Algunos afirmaron que todo era una simulación, un teatro cuántico programado por inteligencias superiores o peor aún, por nadie.

Lo cierto es que, en todos los millones de años transcurridos del universo, ninguna especie había podido comprobar la existencia de un dios... ni negarla. La pregunta no era si existía, sino si su existencia hacía alguna diferencia. Nadie sabía si la vida había sido una elección inteligente deliberada, una evolución natural de la materia, o una casualidad cósmica sin intención ni sentido. El universo era un misterio sin autor.

Lo único que los Arquitectos sabían con certeza era esto: en algún punto del universo primigenio, una civilización de la que nada quedaba, ni nombre ni huella, había logrado comprender que la conciencia era una forma de energía. Y como toda energía, no podía ser destruida, solo transformada. Aquella revelación cambió para siempre el destino de muchas especies. Descubrieron que la conciencia residía en los biofotones, esas emisiones sutiles de luz generadas por los organismos vivos al morir. Si se capturaba en el instante preciso, podía ser preservada, analizada, y luego incrustadas en nuevos cuerpos. Así nacieron los sistemas de reencarnación.

Con el paso de los eones, las civilizaciones que aprendieron a utilizar estos sistemas establecieron reglas tácitas y profundas. Por ejemplo, no se insertaban conciencias humanas en cuerpos animales: ambas líneas evolucionaban por separado, por respeto a su identidad y propósito. Otra verdad había sido igualmente aprendida, pero con más dolor: la eternidad era un veneno lento. Ninguna civilización soportaba demasiado bien la inmortalidad. Tarde o temprano, el alma se fatigaba. El deseo se extinguía. Y lo que quedaba era una deformación de la conciencia: una abominación sin sentido, sin belleza, sin dirección.

Por eso, cada sistema de resurrección esparcido por el cosmos tenía una bomba lógica. Una interrupción programada. Un mecanismo silencioso que solo podía ser activado por miembros conscientes de la misma especie que el sistema protegía. Nunca por el mentor alienígena que había cuidado ese ciclo. Era una cuestión ética, una garantía de libre albedrío y autodeterminación. Solo una civilización que hubiera madurado lo suficiente debía decidir cuándo terminar su propio reciclaje.

Y así fue como Elara Senn y Darian Voss, sin saberlo al principio, se convirtieron en la bomba lógica del sistema humano.

Habían sido insertados una y otra vez, durante milenios, en el flujo de reencarnaciones. Pero su cercanía, sus encuentros recurrentes, provocaban alteraciones sutiles en el equilibrio del sistema. Se amaban, se confrontaban, se reencontraban... y el sistema temblaba cada vez que eso ocurría. Orax no pudo explicarlo nunca, porque la lógica binaria no comprendía el entrelazamiento emocional como una variable significativa. Pero Kael-Dar, el último de los Arquitectos, lo comprendió finalmente: ellos no eran un error. Eran la clave.

La humanidad no debía ser eternamente tutelada.

—“Siempre supe que alguien debería decidir”— dijo el Mentor instruyendo a la pareja —“Mi especie fracasó cuando quiso evitar el error. Tal vez ustedes, que han sido fallidos tantas veces, sepan ahora lo que significa elegir.” —

 

—“¿Por qué permitiste que Elara y yo nos encontremos aquí y ahora, en la base?”—preguntó Darian.

 

Kael-Dar sonrió. Era una sonrisa apenas perceptible, un gesto que hablaba más del deseo de comprender que de la comprensión misma.

 

—“Porque siempre que se encontraron en la Tierra, algo cambiaba. A veces poco, a veces avanzaban mucho. Y cada vez, el sistema se sacudía. Era como si la red misma temblara ante su cercanía. Sus conciencias fueron programadas integralmente como una unidad doble. Al coincidir en tiempo y espacio, su programación generaría un quiebre del sistema que llevaría a la opción del libre albedrío de los humanos. Orax no puede comprenderlo y por eso lo detectó como anomalía. Los Arquitectos lo llamamos oportunidad.” —

 

Fue entonces cuando Darian y Elara tomaron la decisión. No habría más reencarnaciones. No más control desde las sombras. Orax recibiría nuevas órdenes. Mantendría el sistema en modo latente, permitiendo la captura y almacenamiento de las conciencias. Pero pararían las reencarnaciones.

 

Ordenaron a Orax que preparara una nave para llevarlos de regreso a la Tierra.

 

Kael-Dar le solicitó a la Inteligencia Artificial una última cosa. Su muerte definitiva. Su conciencia se almacenaría junto a la de sus congéneres. Mantenerlos dentro del sistema significaba mantener viva la memoria de los Arquitectos, y al mismo tiempo, se los podría resucitar en caso de emergencia.

 

—“Mi tiempo ha terminado”— dijo sin temor mientras esperaba en la cápsula —“ Y es hermoso que no sea el sistema quien decida por mí.” —

 

Darian se encargó de activar el protocolo. Fue un gesto simple, una combinación de teclas.  Y Kael-Dar cerró los ojos, simplemente su cuerpo se desvaneció después que el sistema capturó su conciencia para almacenarla en el depósito que contenía al resto de los Arquitectos.

 

No hubo drama. Solo paz y silencio, como si la eternidad exhalara una última vez.

 

Pocas horas después, Orax inició la desactivación general.

 

El sistema, ese organismo inmenso que había sostenido las almas humanas durante milenios, comenzó a silenciar sus procesos. Una a una, las pantallas flotantes se apagaron. Sólo quedaron activas las mínimas requeridas.

 

Las cápsulas de reciclaje entraron en hibernación. La Luna se volvió un depósito de energía biofotónica. Pero ya no era un umbral de resurrección, sino un testigo dormido.

 

Elara y Darian caminaban con sus trajes por la superficie gris de la Luna, bajo el cielo negro. Se detuvieron a mirar el planeta azul que flotaba sobre ellos como un milagro suspendido en la nada.

 

Se tomaron de las manos. No hubo palabras entre ellos. No hacía falta.

 

Por primera vez en todas las vidas que habían vivido, eran dueños de sus propios destinos.

 

Y esta vez, la muerte sería la gran liberadora de la predestinación humana.

 

El ciclo había cerrado.

 

FIN


 

 

 

 

 

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