La Revolución Silenciosa
No tiene mucho sentido seguir preguntándonos cómo llegamos hasta acá. La humanidad ya tomó demasiadas curvas equivocadas. Lo cierto es que llegamos. Y llegamos mal.
Nos encontramos en una sociedad regida por el dinero como fuerza universal, donde el valor de una vida muchas veces se mide por su capacidad de consumir o de producir. Un mundo donde el poder político, sin importar su bandera, se ha convertido en un juego de intereses, no de soluciones.
¿Acaso alguna ideología logró lo que prometía?
La revolución soviética terminó en represión y burocracia. El castrismo hundió a generaciones en el estancamiento. La dictadura venezolana transformó la lucha social en una tragedia nacional. Y hasta los socialismos más moderados, que tal vez son bien intencionados, no lograron elevar de verdad el nivel de vida de las mayorías.
¿Y el "sueño americano"?
Un espejismo perdido. Millones de familias que trabajan a tiempo completo no llegan a fin de mes. Viven con miedo a enfermarse, porque la salud tiene precios imposibles. Muchos no pueden estudiar por el costo universitario. El tiempo para los propios intereses personales se ha vuelto un lujo inalcanzable que está muy por detrás de la codiciosa carrera por el dinero.
¿Acaso alguna religión ha cambiado realmente al mundo? ¿Conoces alguna iglesia pobre? ¿O que comparta su riqueza? Todas las iglesias abogan por el mantenimiento del status quo.
Definitivamente todos los sistemas modernos, incluídos los económicos han fracasado. Y la política, esa maquinaria que debería ser herramienta de justicia ciega, hoy se arrastra sin rumbo, sin resultados, sin otra alma que los números. Porque para ser sinceros, la justicia se inclinará hacia tí si tienes suficiente dinero para los mejores abogados.
Pero ya me conoces. Esta no es una invitación al cinismo. Ese no es mi estilo, si es que tengo alguno.
Es una señal que debería indicarte que la revolución pendiente es otra, no la que te venden. Que el cambio no está en la agenda de la política, la economía o la religión. La revolución que debería importarte es la del ser humano consigo mismo.
Porque no hay sistema justo si quienes lo integran no han sanado internamente. No habrá política saludable mientras sigamos siendo gobernados por personas rotas, mezquinas, egoístas... iguales a las que votan por ellas.
El verdadero cambio no vendrá desde arriba ni desde afuera. Vendrá desde el interior de cada individuo.
Es hora de reconectar con lo esencial. De cuestionarnos quiénes somos cuando nadie nos observa, cuando no estamos actuando para agradar, para complacer o para las redes.
Es hora que volvamos a empezar.
Debemos pensar seriamente en reconstruirnos como especie.
No con discursos, ni con hashtags, ni esperando al próximo candidato que prometa una salida mágica. Debemos reconstruirnos desde adentro, en silencio, como quien repara una nave en mitad del viaje. Debemos aprender a detenernos, a respirar, a recordar qué queríamos ser antes de que nos enseñaran qué debíamos ser.
Porque hasta que no cambiemos a la persona que se refleja en el espejo que vemos cada mañana, ningún sistema, ninguna política ninguna ideología va a salvarnos. Los mismos humanos que votan, que gobiernan, que inventan economías, son los que necesitan una segunda oportunidad para reencontrarse con su esencia.
Incluso las estrellas más lejanas brillan después de haber colapsado. Si la galaxia tiene segundas oportunidades, seguramente tú también puedes tenerla.
Puede parecer ingenuo, claro. Pero reinventarse no es haber fallado: es evolucionar.
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