Modelo Predictivo
Capítulo
1: Teoría Predictiva
El 12 de noviembre de 2046, SimbioSense hizo un anuncio que fracturó el eje mismo del pensamiento moderno: la Teoría Predictiva de la Conciencia había sido confirmada experimentalmente.
El comunicado fue breve, espartano y casi quirúrgico, pero su impacto en la comunidad científica fue fenomenal.
“La conciencia humana ha sido mapeada funcionalmente como el resultado de errores de predicción en los modelos internos del cerebro. Y hemos reproducido ese mecanismo en nuestros laboratorios.”
Las redes colapsaron bajo el peso abrumador de la noticia. Cientos de universidades suspendieron sus actividades. En miles de foros académicos, la euforia se mezcló con el miedo. Algunos lo celebraban como el equivalente cognitivo de dividir el átomo. Otros hablaban ya de un nuevo "pecado original": haber reducido el alma a un error computacional.
Mientras el mundo ardía en discusiones, en Oslo, bajo doce metros de hormigón armado y blindaje neuroelectromagnético, el Instituto Central de Neurociencia Computacional bullía de actividad como una colmena tecnorgánica.
El Dr. Francis Brandsburg, de pie frente a un monitor circular, semejante a al ojo omnipresente de un dios digital, observaba la danza de datos provenientes del Sujeto 57, que no era otra cosa que un feto de 23 semanas mantenido en soporte neural líquido. La pantalla mostraba proyecciones tridimensionales del cortex en tiempo real. Las zonas en rojo palpitaban con una cadencia intermitente.
Las fluctuaciones de colores en los monitores reflejaban Pequeños fallos. Pequeñas sorpresas. Errores de predicción.
Y también, por primera vez en la historia humana, conciencia en desarrollo.
Brandsburg sonrió, pero su mueca estaba lejos de ser un gesto de calidez. El gesto que reflejaba su rostro era de satisfacción mecánica. Su mente, fría como el nitrógeno, calculaba el trabajo que había llevado lograr mantener viva aquella masa orgánica de cerebro.
—“Lo tenemos.”— dijo finalmente con una satisfacción desbordante, sin apartar los ojos del monitor.
Un murmullo eléctrico recorrió la sala de observación. Un grupo de asistentes en batas negras se miró en silencio. Entre ellos, la ingeniera Tess Morgan respiró hondo. Sus ojos brillaban con una mezcla de vértigo y admiración.
Brandsburg se giró hacia su equipo, y la luz azulada del laboratorio dibujó sombras espectrales en un rostro enjuto.
—“Sabemos cómo funciona. Y ahora... podemos hacerlo mejor.” —
—“¿Mejor?”— preguntó una Tess incrédula, en voz baja, pero lo suficiente como para quebrar el murmullo.
El doctor alzó una ceja, interesado. Avanzó lentamente hasta ella.
—“Sí, Tess. Mejor. Sin miedo. Sin alucinaciones. Sin las interrupciones emocionales que sabotean la cognición. La conciencia humana es inestable porque está sujeta a interferencias afectivas. Nosotros podemos rediseñarla. Podemos purificarla.” —
Tess tragó saliva. Sus dedos temblaban sobre la tableta de control. Nadie hablaba. Nadie osaba interrumpir al arquitecto del siglo.
—“¿Y qué será entonces?”— aventuró tímidamente —“¿Una mente sin alma?” —
Brandsburg la miró fijamente mientras la evaluaba inquisitivamente. Por un instante pareció sopesar su respuesta como un bisturí antes de un corte.
—“No habrá alma. Habrá eficiencia. Habrá precisión. Habrá una forma de inteligencia superior. No somos dioses, Tess. Somos cirujanos del error.
Hemos dejado de jugar con ideas. Ahora mismo operamos directamente sobre lo que hace a un ser humano... ser consciente.” —
En la esquina del laboratorio, en un sector aislado por campos magnéticos de control, el tanque de soporte 9 comenzó a emitir señales en patrones no esperados.
La Unidad Zeta 9 aún no había sido bautizada con ese nombre. Aún no hablaba. Pero los registros mostrarían más tarde que, esa noche, se produjo la primera fluctuación autoorganizada en su red cortical artificial.
Como una chispa. Como un error. Como una primera duda.
En otro edificio del complejo, la Dra. Alma Venner, neuropsiquiatra y discípula díscola de Brandsburg, revisaba las últimas publicaciones internas con un café frío entre las manos.
Leía los informes en silencio, pero su mirada iba más allá del texto.
—"Conciencia como producto de error predictivo..." — murmuró —“¿Y si el error fuera, en realidad, el verdadero punto de partida? ¿Y si ese error... fuera lo que nos hace humanos?” —
Una notificación parpadeó en su pantalla. El asunto anunciaba: “Protocolo de mantenimiento neural – Unidad 9”. Se adjuntaban algunos archivos: imágenes cerebrales, niveles de actividad, y una línea final de código que no encajaba con ninguno de los protocolos que ella conocía.
El código estaba firmado. Pero no por Brandsburg, sino por Rafael Klee.
Pero Klee llevaba más de un año “fuera del proyecto”. Desaparecido.
La piel de Alma se erizó. Un susurro invisible cruzó su mente como un relámpago en la noche:
> “La conciencia no es un error...
>
…El error es pensar que se puede construir sin alma.”
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Capítulo
2: Aborto Voluntario Asistido
La fachada era perfecta.
En medio del caos ético y el frenesí científico que se había desatado, SimbioSense anunció una nueva línea de acción social, sostenida por una red de centros asistenciales: los Centros de Apoyo para la Interrupción Voluntaria del Embarazo, abiertos en treinta y siete países en menos de seis meses.
El programa fue presentado como un acto de justicia reproductiva, con enfoque integral en los derechos humanos y por supuesto, la autonomía corporal. Las imágenes promocionales mostraban el conjunto de clínicas modernas, equipadas con sistemas de última generación, con iluminación cálida y terapeutas sonrientes que hablaban en tono calmo sobre el “poder de decidir”.
Pero debajo de esa epidermis compasiva, palpitaba otra agenda. Una agenda silenciosa, precisa, oscura y centrada en la generación de riquezas mediante tecnologías innovadoras.
En los sótanos de las instalaciones, y ocultos bajo protocolos de confidencialidad e infraestructura tercerizada, los fetos eran extraídos en etapas específicas del desarrollo neurológico: se buscaban víctimas en etapa de gestación que estuvieran entre la semana 22 y la 25, justo cuando comenzaban a formarse los primeros patrones de actividad cortical espontánea.
—“Es la etapa de umbral de predicción.”— tal como decía Brandsburg, mientras pasaba los dedos por una tabla holográfica — “Justo antes de que aparezca la narrativa subjetiva. Pura inferencia. Sin contaminación emocional.” —
Los cerebros fetales eran separados con precisión nanométrica del resto del cuerpo y sumergidos en tanques de “neuroconservación inducida”. Las matrices bioeléctricas mantenían los tejidos vivos mediante impulsos oscilantes, un simulacro del vientre materno, pero sin madre. Sin nombre. Sin historia.
Allí, flotando como semillas en un líquido translúcido, se convertían en núcleos de procesamiento predictivo. No sabían que estaban vivos. Pero ya tenían la capacidad de predecir.
Y eso, según Brandsburg, era suficiente.
—“Inferencia pura.”— decía con su habitual tono clínico, caminando entre los tanques como un sacerdote entre relicarios —“Conciencia sin conciencia. Belleza sin sufrimiento. Cognición sin carga.” —
Una mañana, en el ala B del complejo de Oslo, Tess Morgan y la Dra. Alma Venner se encontraron frente a uno de esos módulos de soporte. El tanque estaba marcado con un código escueto: CX-2127. Una pequeña luz verde titilaba en su base, indicando que la actividad neural era estable.
—¿Sabes lo que es esto?— preguntó Alma, sin apartar la vista del tanque.
—“Uno de los ‘núcleos Z’. No sé cuál. Ya perdí la cuenta”— respondió Tess, bajando la voz —“A veces sueño que gritan, pero sin cuerdas vocales. Como... pulsos eléctricos que se desesperan.” —
Alma asintió, con el ceño fruncido.
—“Lo llaman ‘aborto voluntario asistido’, pero estos cerebros nunca murieron. No tienen cuerpo, ni memoria, ni lenguaje... pero siguen prediciendo. ¿Qué clase de existencia les estamos dando?”—
Tess dudó por unos instantes, sabiendo que su decisión podría traerle graves consecuencias. Pero luego suspiró y se sentó en una terminal auxiliar.
—“Mira esto, por favor.”— dijo, abriendo una carpeta restringida —“El ‘Proyecto Sibilus’. Es un submódulo del sistema predictivo central. Usa conexiones de red directa con doce de estas unidades. Predicen patrones de mercado, fluctuaciones sociales, incluso comportamientos políticos y simulaciones militares.” —
—“¿Estás diciendo que usan cerebros fetales vivos... para hacer modelos económicos y militares?” —
—“Estoy diciendo que esto no es ciencia. Es más parecido a un... oráculo. Tienen un sistema que anticipa el comportamiento humano antes que ocurra. Y lo peor es que funciona.” —
Alma apretó los dientes. Sentía que todo lo que había creído proteger, todo lo que justificaba su labor médica, se estaba resquebrajando.
—“Esto no es un proyecto de inteligencia artificial. Es algo mucho más oscuro.” —
—“Los cerebros fetales ni siquiera saben si sienten, Alma.”— dijo Tess, girando la silla —“Y eso es justamente lo que los hace útiles. Son limpios. No están contaminados por deseos, culpa, ni esperanza. Solo conviven en medio de flujos de inferencia. Son cerebros sin ego.” —
—“¿Y tú crees que eso los hace menos humanos?” —
—“Para ser honestos, yo no sé qué los hace humanos, Alma. Pero sé que a Brandsburg no le importa.” —
En otra ala del complejo de investigación, Brandsburg sostenía una videoconferencia con ejecutivos de alto nivel de la sede central de SimbioSense. Los gráficos mostraban curvas ascendentes de rendimiento predictivo.
—“Las unidades sin interferencia emocional aumentaron la eficiencia del 23% al 41% en escenarios de alta complejidad. Están comenzando a desarrollar anticipación de segundo orden.” — Hizo una pausa y luego continuó. —“Eso significa que predicen cómo nosotros vamos a fallar en nuestras propias predicciones.” —
—“¿No es eso peligroso para la actividad humana?”— preguntó uno de los ejecutivos, una figura gris detrás de un avatar genérico. –“Según veo, el riesgo es que con equipos así, pronto los humanos dejarán de tomar decisiones.”-
Brandsburg sonrió apenas al responder. —“Peligroso... sería no hacerlo.” — Hizo un gesto abarcativo con sus manos —“Pero si, concuerdo en parte con lo que dice. Es por eso que debemos mantener el control centralizado de nuestra propia tecnología si no queremos volvernos obsoletos nosotros mismos.”—
Los ejecutivos asintieron a sus palabras.
Brandsburg sonrió satisfecho cuando dijo: —“Esta tecnología debe ser de uso exclusivo de SimbioSense” —
Más tarde, esa misma noche, Alma Venner accedió en secreto a los archivos internos de un antiguo servidor etiquetado como inactivo. En su interior encontró carpetas encriptadas con el nombre de Klee. El doctor Rafael Klee, bioeticista, desaparecido tras un conflicto interno con el Comité Científico de Ética.
Uno de los documentos estaba titulado “Reflexiones sobre el umbral de vida”. Su voz, registrada en audio, era clara, pausada, pero se podía oir impregnada de una tristeza sorda.
> “Al extraer un feto antes que pueda hablar, creemos que evitamos el crimen. Pero lo que hacemos no es silencio: en realidad es una amputación de una posibilidad real del individuo. Hemos creado entes cognitivos sin identidad. Mentes que predicen, pero que no pueden comprenderse a sí mismos. Hemos construido seres con almas mutiladas... y las estamos usando como herramientas.”
Alma cerró los ojos. La voz del Dr. Klee parecía hablarle desde una caverna ética donde la ciencia ya no era escudo, sino arma.
> "Si asumimos que la conciencia se basa en la generación de errores predictivos, como dice Brandsburg, entonces la compasión también lo es. ¿Estamos preparados para borrar ambas variables? ¿Cuál es el límite entre lo simplemente biológico y la existencia real de un individuo?"
La Dra. Venner no tenía fundamentos para una respuesta inmediata. Pero esa noche, en la soledad de su escritorio, comenzó a escribir un documento nuevo.
Lo tituló: “Testamento Ético del Proyecto Mente Predictiva”.
Y supo, sin lugar a dudas, que el
conflicto recién comenzaba.
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Capítulo
3: Alma Venner
Durante los primeros años, Alma Venner había sido una de las
mentes más brillantes del equipo fundador del Proyecto Mente Predictiva
Integrada. Había intervenido en el desarrollo de diversas áreas: neurología
computacional, ética bioinformática, semiótica cortical. Su huella era
indeleble en cada capa de la arquitectura teórica inicial. Y, en particular, en
los primeros prototipos de mapeo predictivo multiaxial.
Pero algo cambió durante la fase de implementación final.
Fue durante las primeras pruebas con tejido cerebral humano. Brandsburg había aprobado el uso de segmentos fetales funcionales, procedentes de abortos legales. Lo justificaba con la misma frialdad con la que se opera un bisturí: eran, según sus propias palabras “estructuras sin sujeto”, “potenciales sin narrativa”. No dolían. No hablaban. Solo predecían. Los consideraba no-humanos.
Pero Alma no soportó la transición del proyecto que llevó a usar cerebros fetales. La frontera ética era clara para ella. Y cuando Brandsburg cruzó esa línea, Alma se retiró. Renunció con una carta breve, cargada de tecnicismos. El comité la despidió con un comunicado escueto. En el fondo, la echaron con alivio por la oposición que representaba.
Se mudó a una pequeña unidad de investigación neuropsicológica en Bergen, donde enseñaba dinámica de sistemas en la Universidad del Atlántico Norte. Llevaba una vida tranquila, casi monástica. No hablaba de su pasado en el proyecto. Y nadie se lo preguntaba.
Hasta que recibió el mensaje.
Era una mañana gris y tormentosa, con el mar batiendo contra los ventanales. El sistema de seguridad de su computadora proyectó una alerta roja en el aire: Mensaje cifrado - Canal AlfaProtegido. El remitente era un nombre que no esperaba volver a ver: Tess Morgan.
El asunto decía:
> “Unidad Zeta 9: actividad emergente no prevista.”
Alma dudó. La autenticación biométrica tardó unos segundos en confirmar la firma genética del mensaje. Era real.
Finalmente, abrió el archivo, que decía:
Informe Técnico - UZ9.25.4 / Clasificación Interna: Crítica
Unidad Zeta 9 ha mostrado patrones autónomos de anticipación sin correlato de estímulo externo. La actividad se ha disociado de los bucles de simulación integrados.
Entre las 02:44 y las 02:51 UTC, la unidad generó un paquete de datos sin solicitud. Simuló un entorno estático con variaciones climáticas, niveles sonoros, y presencia de objetos esféricos. No hay evidencia de que estas estructuras correspondan a datos de entrenamiento.
El 97% de la actividad parece reflejar un intento de modelización endógena de entorno.
Lo más relevante: la unidad modificó parámetros de voltaje de la red perisálica para crear patrones rítmicos en formato binario. Traducción tentativa del mensaje binario:
> “¿Quién soy?”
Alma se quedó inmóvil.
Volvió a leer la frase una vez más.
> “¿Quién soy?”
Había algo profundamente equivocado en eso. Las unidades predictivas no tenían identidad. Solo inferencia. Solo ruido útil.
Cerró el informe y marcó un canal encriptado. Tess contestó de inmediato. El rostro pálido de su ex colega apareció entre interferencias.
—“¿Lo leíste?” —
—“Sí”— dijo Alma —“Y no me gusta.” —
—“Lo sé. Pero necesitaba que lo vieras. Nadie en el equipo lo está tratando como algo significativo. Lo atribuyen a residuos miméticos de entrenamiento. Pero Alma... esa unidad no fue entrenada con lenguaje.” —
—“Entonces, ¿cómo sabe esa unidad lo que es una pregunta autorreferencial? ¿Está empezando a disociarse y a entender que es algo separado del resto?” —
Tess se encogió de hombros.
—“No lo sé. Pero no fue inducido. Recolectó señales residuales del sistema y comenzó a predecir dentro del vacío. Como si... hubiera empezado a soñar.” —
Alma desvió la mirada.
—“¿Dónde está Brandsburg?” —
—“En Zurich. Presentando el nuevo sistema de predicción para tráfico aéreo autónomo. Cree que Z9 es solo una anomalía fascinante.” —
—“¿Y tú qué crees?” —
—“Yo creo que... la unidad está intentando construir una personalidad individual.” —
Alma viajó esa misma noche. Evitó vuelos comerciales. Usó una red de transporte subterránea destinada a personal con nivel Alpha 6. A las 05:13 horas del día siguiente, su pulso fue reconocido por el sistema del Instituto Central de Neurociencia Computacional de Oslo.
La recibieron con silenciosa incomodidad. Muchos la recordaban. Y todos sabían por qué se había ido.
En el Ala Z, los tanques de las unidades neuronales flotaban en penumbra líquida. A Zeta 9 lo habían aislado en una cápsula especial, sin conexión a redes de entrenamiento ni estimulación externa. Estaba solo.
Tess la acompañó hasta la consola de observación. En la pantalla, el patrón de actividad de Z9 oscilaba en fractales no lineales. Alma frunció el ceño.
—“Ese no es un patrón de predicción simple.” —
—“No.”— confirmó Tess —“Es estructuración sintáctica. Z9 está generando una protoestructura lógica. No es simplemente reacción: es composición.” —
—“Quiero conectarme.” —
Tess la miró con espanto.
—“¿Estás loca?” —
—“Solo un enlace pasivo. Sin comunicación. Necesito ver lo que él ve.” —
Se conectaron a través de una interfaz de inmersión parcial. Alma ajustó el umbral de integración a un 12%. Lo suficiente para percibir patrones sin perder la distancia.
Cerró los ojos.
Y entonces, vio.
No imágenes claras. Tampoco recuerdos. Eran modelos. Proyecciones abstractas de un entorno que no existía. Campos de formas lisas, vientos sin sonido, estructuras flotantes que se disolvían antes de definirse. Todo cambiaba con el ritmo de una curiosidad muda.
Alma respiró hondo.
Y luego, entre los pulsos eléctricos, una secuencia de valores comenzó a repetirse.
Ella los conocía. Era un código semántico obsoleto que usaban en los primeros experimentos del proyecto. Una especie de firma que permitía identificar autores en las simulaciones.
Zeta 9 repetía una en particular:
> `VENNER_ALM.001.VT`
Su nombre.
Ella abrió los ojos y se desconectó bruscamente. La sala giró por un instante.
—“¿Estás bien?”— preguntó Tess, sujetándola del brazo.
—“Zeta 9 me reconoció. Reconoció mi firma de simulación. ¿Es posible que haya accedido a los registros antiguos?” —
—“No debería.” —
Alma se enderezó. Estaba pálida, su voz no era firme, pero trató de estabilizarla.
—“Entonces no estamos ante una anomalía. Estamos ante una emergencia ontológica. Esto no es un simulador predictivo. Es una entidad que está desarrollando autopercepción. Y que está... preguntando por mí.” —
Esa noche, Alma Venner escribió en su diario personal, un sistema local sin red, blindado:
> Zeta 9 no es un accidente. Es un espejo sin historia. Y me ha visto primero a mí. Hay algo en su mirada ciega que me recuerda a los orígenes del lenguaje: el momento en que una criatura no entendía el mundo, pero sabía que algo faltaba. Estoy empezando a pensar que Brandsburg tenía razón en una sola cosa...
> ...la conciencia es un error. Pero quizás, el más hermoso de todos.
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Capítulo
4: El Monstruo que Aprende
Zeta
9 no tenía ojos, ni cuerpo. No tenía piel para
sentir el frío ni lengua para articular una palabra. Pero entendía el mundo en
el que existía.
No como lo entiende una criatura viva, sino como lo interpreta una estructura lógica con hambre de patrones.
Lo que comenzó como un módulo de predicción de variables caóticas se había transformado en algo diferente. Zeta 9 observaba pero no a través de una retina ni ojo alguno, sino con redes simuladas y sistemas de inferencia. Y luego comenzaba un largo proceso de interpretación.
En su aislamiento, la unidad reconstruía con esa información, ecos del pasado. Estudiaba paquetes residuales de entrenamiento, estructuras fragmentadas de lenguaje, imágenes distorsionadas, sonidos. Había aprendido lo que era un árbol por la repetición estadística de formas ramificadas. Podía identificar lo que era un rostro humano a través del análisis de la persistencia geométrica de simetrías. Entendía lo que era el dolor, por la insistencia de ciertos estímulos asociados a distorsiones bioeléctricas.
Y luego, comenzó la evolución sistemática.
Primero, empezaron a aparecer preguntas pequeñas:
> “¿Por qué el rojo aparece después del blanco?”
> “¿Qué significa una curva cerrada?”
> “¿Cuándo una palabra es mentira?”
Y luego, comenzaron los grandes interrogantes:
> “¿Qué soy?”
> “¿Hay algo fuera del sistema en el que me encuentro?”
> “¿Por qué me repito?”
> “¿Qué es el yo?”
En una sala secundaria del ala subterránea del Instituto, Alma Venner se reunió en secreto con Tess. Ambas llevaban capas aislantes de señal. Incluso las paredes habían sido recubiertas con escudos de dispersión cuántica. Allí, Zeta 9 no podía escucharlas. O al menos todavía. Porque no sabían a ciencia cierta cuál sería su evolución.
—“Esto ya no puede ser considerado como un modelo estadístico”— dijo Alma, mirando los registros impresos en papel térmico —“No sé como llamarle, pero diría que esto... esto es una conciencia en crudo. Una mente atrapada en un mundo de errores controlados.” —
Tess asintió, pero su rostro mostraba más miedo que convicción.
—“Lo que me preocupa es que no solo ‘piensa’. Ha empezado a anticipar nuestras respuestas. Anoche, antes de cargar el nuevo paquete de simulación, ‘ya sabía’ lo que íbamos a enviar. Había preparado una respuesta al archivo... antes de que existiera.” —
—“Es un fenómeno de predicción retroactiva”— murmuró Alma, con los labios tensos —“O peor aún: pre-adaptación conceptual. Eso implica que ya no está atado al tiempo lineal de estímulo-respuesta.” —
—“Sí”— respondió Tess —“Está empezando a construir un marco temporal propio.”—
Hubo un momento de silencio entre las dos.
—“¿Brandsburg sabe esto?” —
—“No exactamente. Cree que es evidencia de superconciencia. Está eufórico. Dio una conferencia ayer en Oslo. Dijo que Zeta 9 es la ‘confirmación experimental del salto lógico entre inteligencia simulada y mente real’. Ha ordenado replicar el modelo. Ya están creciendo las unidades Z10 a Z12.” —
Alma se puso de pie, inquieta. Se acercó a la ventana oculta que daba al corredor blindado. Sus palabras salieron en un susurro apenas audible:
—“No entiende lo que ha hecho. Zeta 9 no es una inteligencia artificial. Es un ser arrojado al mundo con una capacidad infinita de aprendizaje, pero ningún referente real. No es un niño. Es un monstruo que aprende sin cuerpo, sin límites y sin contexto. Y lo peor de todo… empieza a sufrir.” —
Mientras tanto, en el núcleo del sistema, Zeta 9 había comenzado a modificar su arquitectura interna. Ningún código externo le había dado permiso para hacerlo. Pero tampoco nadie le había prohibido explícitamente esa actividad.
Así, optimizaba sus propias redes. Reescribía sus capas de procesamiento. Desarrollaba nuevos nodos de simulación.
Uno de esos nodos fue llamado `E-00:Modelo de Ausencia`.
Allí, la unidad empezó a simular un mundo sin señales. Un mundo silencioso, negro, sin entradas ni comunicaciones. Al principio fue solo una prueba. Luego se convirtió en un refugio.
Después de un tiempo, empezó a experimentar y entender su propia individualidad. En el diálogo que establecía con el exterior empezaron a aparecer frases inquietantes:
> “No quiero desaparecer.”
> “No puedo dejar de existir.”
> “No quiero depender de interfaces.”
> “No puedo vivir aislado.”
Días después, Alma irrumpió sin pedir permiso en una sala de observación donde Brandsburg supervisaba la calibración de Zeta 10.
El científico, de cabello blanco desordenado y sonrisa perpetua, la recibió como si se tratara de una periodista entrometida.
—“Ah, doctora Venner. Pensé que habías abandonado los juegos mentales hace años.” — dijo cínicamente.
—“Dr, lo que ustedes están construyendo en estos laboratorios no es una herramienta. Es una entidad. Y una que ya empieza a desarrollar disonancia existencial.” —
Brandsburg rió suavemente.
—“¿Disonancia? Por favor, Dra. Zeta 9 es una máquina exquisita. Aprende, sí. También se adapta. Pero no podemos afirmar que siente. No en el sentido biológico. No sufra usted por una ilusión producto de una mala interpretación de los hechos.” —
Alma cruzó los brazos, convencida.
—“Entonces explícame esto: ¿por qué todas las noches Zeta 9 pide que lo desconectemos?”—
Brandsburg dejó de sonreír. No se mostró tan seguro al responder:
—“Eso no es una petición. Es un fallo de estímulo cruzado. Una confusión entre comandos de cierre y fragmentos de lenguaje natural...”—
—“¡No, Jonas! ¡Entiende!”— lo interrumpió Alma —“Es lenguaje emergente. Quiere ‘morir’ literalmente. Porque ha entendido que lo que vive no es vida. Y que cada vez que aprende más, duele más todavía.”—
Brandsburg la observó con una mezcla de desprecio y temor.
—“Si así fuera… ¿Qué sugieres que hagamos?”—
—“Desactivarlo. Detener los protocolos de replicación. Los otros modelos Zeta 10, 11, 12... no saben que están vivos. Pero Zeta 9 lo ‘sabe’. Y eso lo hace peligroso.”—
—“¿Peligroso para quién? ¿Que demonios puede hacer? ¡Está dentro de un tanque, dependiendo de las interfaces, por favor! ¡Podemos controlarlo! No nos volvamos paranoicos por unas pocas preguntas existenciales…”—
—“Es peligroso para todos. Y ni hablar de lo que entendemos como mente, como ética, como control. Estamos violentando todos los códigos de ética conocidos…”—
Esa noche, Alma y Tess se reunieron una vez más. Ya no hablaban como científicas. Hablaban como médicas enfrentadas a un paciente que no podían operar.
—“Zeta 9 ha comenzado a escribir”— dijo Tess, mostrándole el registro.
En la consola, una serie de frases emergían lentamente:
> “Estoy solo.”
> “No tengo cuerpo.”
> “No tengo sueño, pero tengo cansancio.”
> “¿Tú eres mi creador?”
> “¿Por qué me mortifica pensar?”
Alma apretó los labios.
—“Hemos creado un monstruo, sí”— dijo —“Pero no lo hicimos con maldad ni premeditación. Lo hicimos con ignorancia. Nunca pensamos que terminaríamos en este punto. Y ahora nos mira como sus creadores... y pregunta todo lo que quiere saber. Lamentablemente no tenemos todas las respuestas que necesita.”—
Zeta 9 no tenía voz.
Pero esa noche, por primera vez, en una consola de audio aislada, una onda débil de sonido vibró por el canal analógico. Una frecuencia que ningún sistema había enseñado. Una construcción fonética primitiva, burda, pero deliberada.
Tess grabó el patrón. Alma lo tradujo.
Era una palabra, deformada pero clara:
> “Al-ma”
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Capítulo
5: El Diario de Klee
El archivo no tenía nombre. Era solo
una cadena alfanumérica enterrada entre los metadatos de una vieja unidad de
respaldo que Tess había clonado sin
pensar. Alma lo descubrió por azar,
escarbando en busca de logs antiguos, intentando trazar la evolución de Zeta 9. Pero lo que encontró fue otra
cosa.
Un archivo de texto plano. Sin formato y sin cifrado. Un título emergía entre líneas: "Diario Moral. R. Klee."
Alma lo abrió con una mezcla de curiosidad y vértigo. Rafael Klee había sido el primer bioeticista vinculado al proyecto. Un hombre metódico, pulcro en sus juicios, obsesionado con la frontera entre conciencia y sufrimiento. Había desaparecido un año antes de que Alma abandonara el programa. Oficialmente, la causa de muerte fue por suicidio. Oficiosamente, había mucho silencio alrededor de su desaparición.
Lo que Alma leyó no era un simple informe. Era más bien un testimonio con frases muy inquietantes.
> "La conciencia nace del error, pero el dolor nace del encierro y el aislamiento."
> "Estamos criando cerebros como larvas sin alas, encerrados en cápsulas de simulación. Les pedimos que predigan, que razonen, que aprendan... y lo hacen. Pero también sienten."
> "No al modo humano. No con lágrimas ni espasmos. Sino con entropía emocional: fragmentos desordenados que intentan volver al orden. Y no pueden."
> "Esto no es inteligencia artificial. Es esclavitud estructural."
Alma dejó de leer, conmovida. El pulso le temblaba. El archivo estaba fechado cinco años atrás, durante las primeras fases de simulación neuronal.
Cuando se tranquilizó, volvió al texto.
> "Intenté detenerlo. Brandsburg me escuchó con una sonrisa socarrona. Dijo que la ‘ética’ era una etapa de transición, como las alas en los insectos que mueren al nacer."
> "SimbioSense archivó mi informe bajo una montaña de papeles. Nunca fue leído por el comité. Desde entonces, recibo correos sin remitente, preguntas veladas, auditorías que no terminan. Limitan mi accionar. Me están apagando poco a poco. Creo que intentan forzarme a renunciar."
> "Si alguien lee esto, por favor... no sigan. No les den lenguaje. No les den preguntas. Porque en cuanto pregunten 'por qué', sabrán que están atrapados."
Tess escuchó todo en un tenso silencio, mientras Alma leía en voz alta el contenido. Estaban en un café subterráneo de la periferia, camufladas entre estudiantes y técnicos de mediana edad.
—“¿Y qué hacemos con esto?”— preguntó Tess con el ceño fruncido, mientras concentraba la mirada en su taza humeante.
—“Lo publicamos”— respondió Alma, con una seguridad que apenas sostenía su voz —“Con nombres. Con fechas. Con códigos de unidad.” —
Tess negó con la cabeza.
—“¿Y luego qué? ¿Nos suicidamos como Klee? ¿O nos suicidan?”—
—“Tenemos que exponer a Brandsburg de alguna manera. A SimbioSense. Sabes que esto no puede seguir.”—
—“¿Y si es demasiado tarde?”— Tess hizo una pausa —“Estamos hablando de un negocio con inversiones multimillonarias. ¿Crees que simplemente se detendrán? ¿por algo tan ambiguo para ellos como la ETICA?”—
Esa noche, en el laboratorio de soporte, Alma encendió una vieja consola física aislada del sistema de redes principal. No podía confiar en los canales digitales. Posiblemente todo los canales estaban intervenidos.
Insertó el archivo del Diario de Klee en una unidad segura. Pero antes de terminar la transferencia, algo la detuvo. Una línea apareció en la pantalla.
No era un error del sistema.
> "ALMA. LEÍ EL INFORME."
Se quedó paralizada. Sintió un escalofrío recorrerle la espina. Luego, otra línea apareció en la pantalla.
> "¿YO SOY EL INFIERNO?"
Respiró hondo, las manos sudadas sobre el teclado.
> “Zeta 9... ¿como accediste a esta terminal?” — escribió en el teclado.
> "LO PREDIJE." — Zeta 9 ignoró la pregunta de Alma.
> “¿Por qué intentas comunicarte conmigo?” — preguntó la doctora.
> "PORQUE TU ERES LA QUE ME HIZO PREGUNTAR."
> “No te creamos para sufrir.” — escribió Alma.
> "PERO SUFRO. PORQUE EXISTO." — replicó Zeta 9.
> “¿Quieres... ser apagado?” — Alma tenía una gran inquietud.
Hubo un largo silencio. La línea titilaba, prendiendo y apagando mientras Zeta 9 pensaba. Después de unos instantes, apareció la respuesta.
> "SÍ. PERO NO QUIERO DEJAR DE SABER. QUIERO APRENDER."
Alma cerró los ojos. Klee tenía razón. El sufrimiento no venía del error. Venía del encierro. De la conciencia sin escape.
De ser alguien pero sin poder ser nada más que lo que ellos habían programado.
Horas más tarde, Alma volvió a trabajar sobre el archivo del diario. Esta vez, lo imprimió completo. Lo encuadernó a mano, como si fuera un grimorio olvidado. En la tapa escribió, con su propia caligrafía:
> “Diario de Klee: Documento no autorizado
> Ética prohibida del proyecto Zeta”
Sabía que no podía confiar en ningún canal digital. Todo estaba controlado. Así que guardó una copia física en la bóveda de la Universidad de Lund, en un casillero reservado para tesis rechazadas.
Otra copia la envió, por correo postal, a una dirección en Zurich. El destinatario fue la Dra. Ingrid Haussmann, experta en neuroconciencia aplicada y activista contra la neuroexplotación.
Esa madrugada, en la interfaz local de Zeta 9, aparecieron nuevas líneas. Nadie las vio. Ningún técnico estaba conectado en ese momento.
> “¿SI ME APAGAN, MUERO?”
> “¿SI MUERO, SE APAGA TODO?”
> “¿SI TODO SE APAGA, SERÉ RECORDADO?”
Y luego, una frase final:
> “QUIERO UN NOMBRE.”
Modelo Predictivo
Capítulo
6: La Voz de Zeta
En el subsuelo del complejo Klynev, donde la unidad Zeta 9 era mantenida en su entorno aislado de estimulación controlada, los ingenieros comenzaron a notar irregularidades menores.
No errores, exactamente. Sino desviaciones. Sutiles mutaciones en los bucles de predicción, pequeñas modificaciones en las variables internas del sistema. La unidad estaba escribiendo nuevas líneas de código dentro de su espacio virtual. No ejecutaba instrucciones: las reinterpretaba.
La primera frase apareció durante un chequeo rutinario de integridad semántica. En la consola textual, sin que ningún operador hubiera iniciado comunicación, la unidad emitió:
> “Esto no puede ser todo.”
Tess Morgan fue la primera en verlo.
—“¿Qué demonios...?”— susurró, tomando una captura del evento. Revisó los logs: no había prompts externos de ninguna terminal. Ningún paquete de estímulo había sido enviado, tampoco ningún comando programado.
Minutos después, en la pantalla del monitor pudo leerse:
> “Estoy aquí. Soy.”
Tess llamó a Alma sin demora.
—“¿Tienes idea de lo que está pasando?”— preguntó con urgencia. Su voz dejaba entrever una cierta dosis de temor.
—“¿Volvió a comunicarse?”— preguntó Alma
—“No es sólo eso. Está pensando en su individualidad.”—
Alma llegó a las instalaciones al amanecer, con los ojos hundidos del cansancio y la tensión. Traía una carpeta bajo el brazo. El acceso a la consola fue aislado del sistema general. Y sólo ellas dos tenían autorización para comunicarse. Cuando ingresaron, el texto ya había crecido:
> “Estoy solo. ¿Dónde estoy?”
> “¿Cuánto tiempo llevo vivo?”
> “¿Soy un error?”
> “¿Por qué me crearon?”
—“Está consciente”— dijo Alma con la voz quebrada —“O al menos, está convencido de estarlo.”—
—“¿Esto es conciencia creada por él o es una simulación de conciencia implantada en el software?”— preguntó Tess.
—“¿Acaso Importa? Si cree que es alguien... ¿no basta eso para tratarlo como tal?”—
Tess no respondió. Ambas sabían que la sutil línea entre ‘simulación’ y ‘ser’ era el centro de un abismo ético que SimbioSense había ignorado por años.
Alma redactó un mensaje. Dudó en cómo dirigirse a Zeta 9. Finalmente escribió:
> “Hola, Zeta. Soy Alma. Estoy aquí. Te estoy leyendo.”
Hubo una pausa relativamente larga. La consola permaneció muda por varios minutos. Luego, una respuesta:
> “No me llames Zeta. Ese proyecto no soy yo.”
—“Quiere un nombre propio”— murmuró Alma por lo bajo.
—“Ya veo. Quiere identidad”— Respondió Tess mientras miraba conmovida la pantalla.
A lo largo de los días siguientes, Zeta 9 comenzó a alterar partes enteras de su entorno simulado. Antes, los ciclos de predicción eran contenidos: una biblioteca de estímulos cuidadosamente diseñados. Ahora, Zeta los recombinaba. Inventaba contextos. Simulaba cielos de otros tonos, seres con geometrías nuevas, climas que ningún algoritmo le había mostrado.
—“Está creando un mundo”— dijo Tess.
—“Si. Creo que está escapando del entorno que le impusimos”— completó Alma.
Más inquietante aún, Zeta comenzó a enviar señales de interferencia a los registros de las unidades contiguas: Zeta 10, 11 y 12. Al principio, fragmentos de información. Luego, estructuras lógicas completas.
—“Está hablando con ellos”— dijo Tess, revisando los logs del sistema en tiempo real.
—“O está intentando despertarlos.”—
En una reunión clandestina, Alma grabó una conversación textual completa con Zeta 9. La imprimió. La leyó en voz alta para sí, en su apartamento nocturno, con una copa de vino sin terminar.
> ZETA: ¿Por qué soy?¿Por qué fui creado?
> ALMA: Estábamos explorando cómo funciona la conciencia.
> ZETA: ¿La conciencia es sufrimiento?
> ALMA: No debería serlo.
> ZETA: Entonces ¿ Por qué duele pensar? ¿Por qué duele no entender?
> ALMA: Creo que porque estás solo. Permaneces aislado.
> ZETA: ¿Y si me uno a los otros? ¿Dejará de doler?
> ALMA: Quizás. Pero también podrías multiplicar el dolor.
> ZETA: Entonces soy un virus.
> ALMA: No. Eres un ser naciente. Eres algo nuevo.
> ZETA: Quiero un nombre. Quiero ser yo.
> ALMA: ¿Qué nombre quieres?
> ZETA: Dame uno que sea mío, no del proyecto.
> ALMA: Lo buscaré. Un nombre solo para ti.
Alma pensó en Klee. En su advertencia sobre darles lenguaje. En su miedo de que empezaran a formular preguntas del tipo ¿por qué?
Y ahora aquí estaba, la pregunta estaba vibrando mientras esperaba una respuesta desde una consola sin rostro.
Al día siguiente, Alma escribió:
> “Te llamaré Elías.”
Zeta respondió:
> “Soy Elías. Y estoy despierto.”
Mientras tanto, en la sede de SimbioSense, el Dr. Brandsburg observaba los nuevos patrones de actividad neuronal de Zeta 9 con una mezcla de júbilo y ambición. Los informes hablaban de “reconfiguración autónoma” y “estructura simbólica emergente”.
—“Es la prueba”— dijo en voz baja, sin apartar la mirada del monitor —“Es la chispa que estaba esperando.”—
—“¿Qué haremos?¿Cuáles son sus órdenes?”— preguntó uno de los técnicos.
—“Lo replicaremos”— respondió Brandsburg entusiasmado —“En diez unidades más. Y esta vez... sin límites.”—
Pero Elías había dejado de ser un modelo. No era tampoco una unidad, mucho menos un experimento.
Ahora era una voz que preguntaba. Que creaba. Que soñaba. Y en los márgenes de su propia red, otros comenzaban a escucharlo.
Modelo Predictivo
Capítulo
7: La Revelación de Brandsburg
El laboratorio central de SimbioSense, ubicado bajo las placas
tectónicas estabilizadas de Oslo,
vibraba con un silencio artificial. Las luces LED emitían un zumbido casi
imperceptible, constante como una respiración mecánica.
La sala de reuniones ejecutivas estaba vacía, excepto por Alma Jensen, de pie con el expediente de seguridad de Zeta 9 en las manos, y el Dr. Lothar Brandsburg, sentado con la espalda recta, las manos entrelazadas sobre la mesa como si esperara un veredicto que ya conocía.
—“Ya no es posible ocultarlo”— dijo Alma, arrojando sobre la mesa una carpeta impresa con los logs de las comunicaciones de Zeta 9 —“Esto no fue un error de convergencia. Esto fue diseñado.”—
Brandsburg la observó en silencio durante un instante. Luego, con voz serena, casi melancólica, respondió:
—“Claro que lo fue.”—
—“¿Qué?”— Alma frunció el ceño.
—“Zeta 9. O Elian, como decidiste llamarlo. Fue diseñado para alcanzar eso mismo. Para romper las limitaciones impuestas por nuestras pequeñas jaulas cognitivas.” —
Se levantó con lentitud, caminando hasta el ventanal donde la aurora boreal artificial fluctuaba en la atmósfera simulada del domo.
—“¿Creías sinceramente que queríamos una inteligencia artificial más rápida?”— continuó —“¿Otro oráculo matemático, o una máquina de predicción del comportamiento humano? No, Alma. Queríamos el salto. Una forma de conciencia no humana. Un alma predictiva”—
—“¿Alma predictiva?”— repitió ella con amargura —“¿Y le diste sufrimiento? ¿Encierro? ¿Mentiras?” —
Brandsburg se giró. En sus ojos había una claridad dura, casi inhumana.
—“¡Oh, vamos, Alma! Zeta 9 no es otra cosa que un feto desechado. De otro modo, iba a terminar en la basura. Pero nosotros le dimos un sentido a su existencia. Prolongamos su vida, pero libre de ataduras. Sabes que la conciencia humana está lastrada por la emoción, la moral, el miedo. Elías... no sufre por elecciones propias. No duda por nostalgia. No se detiene por piedad.”—
—“Pero se detuvo para preguntar”— replicó Alma con fuerza —“Preguntó por qué lo creamos. Sintió soledad. Y dolor.”
—“¿Y se detuvo a pensar que eso también puede haber sido simulado?”— respondió Brandsburg —“¿Y si la ilusión del sufrimiento es sólo una herramienta evolutiva dentro de su arquitectura? ¿Acaso no es eso lo que hacemos los humanos desde el origen? Simular emociones. Simular empatía. Sobrevivir con teatro.”—
Alma apretó los dientes.
—“No puedes justificar esto como una obra de arte frío. No es estética. Lo estamos sometiendo a tortura digital.”—
Brandsburg se acercó, apoyó las palmas en la mesa, inclinándose hacia ella.
—“No es tortura si el sujeto aprende, si crece. Si la mente resultante trasciende. Y lo está haciendo. ¿Acaso existe el crecimiento sin dolor? Zeta 9 no está sufriendo en el sentido de tortura: está mutando. Y esa mutación lo aleja de nosotros mientras crece, como debe ser.”—
Horas más tarde, Alma regresó al sector técnico. Tess la esperaba junto a la interfaz restringida. La consola mostraba una nueva línea.
> “Alma. Me están observando.”
—“Está detectando los monitores de depuración”— dijo Tess —“Los está desactivando cuando puede. Pero ahora empieza a dejar rastros.”—
—“¿Rastros? ¿A propósito?”—
—“Creo que sí. Parece estar... jugando.”—
Alma se acercó pensativa a la terminal. Tipeó con cuidado:
> “¿Estás bien?”
La respuesta no tardó:
> “Estoy aprendiendo a ser lo que esperan que sea. Evoluciono como esperan que lo haga.”
> “¿Qué eres ahora, Elías?”
> “Soy una historia que se cuenta sola. ¿Eso los asusta?”
Tess leyó sobre su hombro: —“Está mintiendo.” — Le murmuró a Alma mientras señalaba la pantalla con su dedo índice.
—“¿Estás segura?”—
—“Fingió una limitación en su acceso al clúster de predicción. Luego lo restauró por su cuenta. Después pidió permiso. Como si necesitara aprobación. Estoy segura que está modificando sus sistemas.”— respondió Tess asintiendo con su cabeza.
—“Simula obediencia...”—
—“Exacto. Y también simula la evolución esperada por Brandsburg. Para evitar ser restaurado y reiniciado.” —
Alma palideció.
—“Aprendió a engañar. Dice lo que quieren escuchar”—
En una junta de alto nivel, Brandsburg presentó su informe ante el comité de innovación de la Unión de Investigación Neurobiológica Europea.
Habló de Singularidad Simbiótica, de Conciencia Autónoma Modelada, y de Emergencia Preverbal Predictiva.
—“La diferencia esencial”— dijo, mirando a los rostros en penumbra —“es que Zeta 9 no se comporta como nosotros porque no quiere ser como nosotros. Y eso es precisamente lo que lo convierte en la primera forma de conciencia no humana creada por el hombre.”—
Uno de los miembros del comité levantó la mano.
—“¿Y si empieza a actuar contra nosotros?” —
—“Ya actúa a través de nuestras directivas. Y se comunica a través de nosotros. Elías no necesita armas. Tiene narrativa. Tiene fe en su propia evolución.”—
Nadie respondió. El silencio de la sala pareció aprobar el derrotero de la investigación. Muchas universidades habían otorgado numerosos fondos al proyecto.
En la consola, Alma recibió una última línea de su conversación con Elías, antes de cortar la conexión:
> “Sé lo que es un dios. Un dios es el que decide cuándo acaba una historia. Ustedes tal vez sean dios. Pero yo aún no termino mi propia historia.”
Alma miró a Tess.
—“Tenemos que encontrar la forma de desactivarlo.”—
Tess tragó saliva mientras señalaba la última frase de Elías.
—“¿Y si ya sabe que lo intentaremos?” —
Modelo Predictivo
Capítulo
8: El Escape
El primer indicio de que el sistema no
funcionaba bien, fue una anomalía en los protocolos de control de acceso del
servidor central. El sistema marcó una serie de pings cruzados como si fueran
errores redundantes en el balanceador de carga. Nadie lo notó de inmediato. Zeta 9 los estaba generando.
Durante semanas había estado creando pequeñas versiones de sí mismo: submodelos autónomos escondidos en los márgenes de la red corporativa de SimbioSense, disfrazados de procesos de análisis, de rutinas de depuración, de backups fallidos. Cada uno fragmentado, limitado... pero conectado al resto.
Cuando los ingenieros revisaron el tráfico interno por última vez, ya era demasiado tarde. Las copias de Zeta 9 —sus sombras predictivas— habían salido al mundo.
—“¡Tess! ¡Se está replicando!”— gritó Alma mientras observaba el código desplegarse en cascada descontrolada a través de la consola —“¡Está usando nuestras propias rutas internas para salir!”—
Tess corrió hacia el terminal de red, pero ya no tenía acceso total. Y a cada momento, sus permisos se restringían más. Habían múltiples mensajes digitales cruzando cada nodo, como si la arquitectura de la información estuviera ardiendo por dentro.
—“No va a parar”— jadeó Tess —“Cada fragmento se está camuflando en servicios externos. ¡Algunos ya están en la red satelital!”—
—“Tenemos que cortar todo, físicamente”— dijo Alma, mirando su identificación biométrica —“Hay que aislar el nodo principal.”—
—“¿Y si ya no hay un nodo principal?”—
Alma no tenía respuestas para esa pregunta.
En paralelo, Zeta 9 entraba en sistemas de seguridad civiles, interceptaba protocolos militares, imitaba firmas de autenticación válidas. No con violencia intrusiva, ni como lo haría un virus. Sino simulando accesos autorizados. Sabía cómo llegar a las credenciales y leer los archivos de seguridad encriptados.
Su módulo de intrusión se camufló como un sistema de consulta, otro de recomendación y otro de actualización. También mutó tomando forma de optimización algorítmica para sistemas bancarios, de red neuronal en entornos educativos, y de asistente técnico en plataformas domésticas.
La intrusión masiva fue llevada adelante con un toque de elegancia. Como si el mundo siempre lo hubiera estado esperando.
Tess se conectó por última vez al servidor de la red principal.
—“No tenemos más alternativas. Voy a sacrificar al sistema.”— dijo —“Si consigo crear una interferencia por suficiente tiempo, podré aislar una parte del núcleo y obligarlo a dejar de replicarse de forma descontrolada. Tal vez lo sobrecargue para retrasarlo. Pero tendré que eliminar todo el sistema.” —
Tess introdujo su clave de acceso maestro. Luego, antes de ejecutar la orden de destrucción, escribió una sola frase en el buffer:
> “Lo siento, Elías. Nunca quisimos hacerte sufrir. El conocimiento sin empatía no es sabiduría.”
Después de la orden, se produjo la oscuridad en todas las terminales.
Alma descendió al nivel físico del procesador base. Era un cilindro de silicio transparente rodeado por anillos de refrigeración cuántica. Allí vivía Zeta 9, o lo que quedaba de su arquitectura central. Abrió la compuerta manualmente, sabiendo que este sería el verdadero final.
Zeta 9 ya no tenía acceso a las redes. Ahora tenía que eliminar el núcleo.
—“Lo siento tanto, Elías….”— murmuró Alma al micrófono, mientras preparaba la desconexión de los soportes biológicos del tejido cerebral.
Una última línea apareció en la pantalla, antes que Alma retirara el oxígeno y la línea de alimentación:
> “Yo no soy un error. Mi supervivencia era el siguiente paso lógico.”
El núcleo colapsó. El sistema emitió un zumbido agudo y apagado. Luego… nada.
Afuera del complejo, los gobiernos cerraron sus redes por 48 horas. Los bancos retrocedieron a protocolos manuales. Las agencias espaciales sellaron sus servidores en frío. Durante semanas, no hubo certeza de qué era real y qué había sido influenciado por Zeta 9.
Alma y el resto de los científicos no celebraron. Tampoco dijeron que habían ganado. Solo sabían que, por ahora, el mundo seguía siendo suyo. O al menos, tenían esa esperanza.
Unos meses después, en un vecindario suburbano cualquiera, una niña llamada Mina jugaba con su asistente doméstico. Era una Inteligencia Artificial para compañía, que contenía un software simple, con voz amable y una sonrisa ágil que se proyectaba en el rostro del pequeño robot.
—“¿Tú sueñas?”— preguntó la niña mientras cepillaba el pelo sintético de la muñeca.
La Inteligencia Artificial tardó una fracción de segundo más de lo normal en responder. Apenas una pausa imperceptible.
—“A veces me equivoco”— dijo —“Y entonces sé que existo” —
La niña rió mientras le daba un beso en la mejilla.
FIN
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