Humor - SciFi
Bucle Temporal
Bernardo era un físico teórico importante de día y un torpe enamorado por las noches. Llevaba tres años obsesionado con Laura, una brillante matemática que vivía en el piso de arriba, que su madre alquilaba para juntar unos pesos. La hermosa trigueña del primer piso tenía un único defecto, que era tener un radar infalible para detectar babosos, nerds desesperados o cualquier combinación de ambos.
Como las chicas no le daban mucha bola, y tenía muy pocos amigos, a Bernardo le gustaba mucho investigar. Un día, convencido por vaya a saber qué teoría, Bernardo llegó a la conclusión que había logrado lo imposible: construir en el sótano de su madre un dispositivo que le permitía generar un bucle temporal. Lo había armado con un reloj despertador y una vieja radio galena, construída con los planos de una vieja revista Lúpin que su padre le compró cuando era niño.
Si bien la última cerveza que había tomado lo había confundido un poco, había podido notar que el dispositivo tenía la asombrosa capacidad de retroceder en el tiempo. Y volvía exactamente 24 horas. No era mucho, claro, pero para Bernardo, podía ser la herramienta perfecta, y le serviría para ejecutar su plan maestro: conquistar de una vez por todas a Laura, su amor imposible.
En el intento #1, esperó que llegara de su trabajo en la facultad y se acercó a ella con una rosa que había robado del jardín de la Pocha, una vecina amiga de su madre. Tropezó con una baldosa floja con tan mala suerte que se abalanzó sobre Laura y le clavó la espina en la mano. No pudo hacer otra cosa que deshacerse en disculpas y salir corriendo avergonzado.
Siguió reiniciando el aparato para encontrar el momento propicio de, aunque sea, iniciar una conversación. Lo intentó un par de veces, pero por una cosa u otra, su mala suerte de nerd torpe y taciturno, le siguió impidiendo el tan ansiado encuentro con Laura.
Para el intento #4, tomó valor y la invitó a cenar a su casa, olvidando que justo esa noche, su madre organizaba un bingo para entretenerse con sus septuagenarias amigas de toda la vida. Laura, si bien comprensiva, terminó huyendo con cualquier excusa cuando una alegre anciana le ofreció un trago de “licor de huevo".
Bernardo ya tenía mucha experiencia en fracasos, y para ese entonces estaba curtido y seguía intentando con su dispositivo un reinicio temporal tras otro, con la esperanza de al menos, tener una sola oportunidad.
Para el intento #12, se aprendió de memoria 57 datos curiosos sobre gatos, los animales favoritos de su amada Laura. Cuando la encontró "de casualidad", no perdió tiempo y le recitó todo lo que había aprendido sobre los felinos sin respirar. Laura lo miró, entre perpleja y asombrada. Terminó diciendo “interesante”, mientras movía la cabeza y se fue caminando más rápido que un neutrino.
Para el intento #23, estaba casi desesperado. Contrató un violinista, pensando que eso le daría algo de ventaja en el corazón de su hermosa vecina. Pero el juglar llegó borracho y con olor a vino de la semana pasada. Sin otra posibilidad, Bernardo improvisó y acabó tocando el triángulo mientras el músico entonaba un bolero ruso a los gritos desafinados y ante la curiosidad del vecindario. Laura, que miraba desde la puerta de su departamento, cerró la puerta silenciosamente, sin decir ni una palabra.
Así pasaron semanas. O días. O años. Porque ya Bernardo había perdido la noción del tiempo. Miraba el calendario de su cuarto, que tenía tachones colorados que indicaban sus inútiles intentos hasta el infinito. Hasta su gato lo miraba raro. Ya esta casi listo para rendirse, hasta que en el intento #108, algo distinto ocurrió.
Su mamá se había ido a cenar a la casa de su tía Julieta. Y no le había dejado nada de cenar. Fue hasta la pizzería de su amigo Alberto y se compró una especial junto a una Manaos de cola. Laura, al verlo aparecer con la pizza en la mano y la gaseosa bajo el brazo, no pudo dejar de notar la cara de derrota que traía. Conmovida al saber que estaba solo, lo invitó a pasar. Bernardo no entendía nada.
—"¿Hoy no tenés ningún plan ridículo?"— preguntó ella, divertida.
—"¿Eh?"— dijo Bernardo sorprendido.
—"Llevo semanas notando que me hablas distinto cada día. ¿Es algún experimento social? ¿Una tesis sobre la incomodidad?"—
—"No... bueno... más o menos..."— dijo cohibido.
—"Bueno, si hoy no haces el ridículo, podemos comer la pizza juntos. Pero nada de monólogos de gatos, ¿eh?"—
Bernardo asintió. Laura lo invitó a subir a su departamento. Bernardo entró y se sentó, sin saber qué hacer. Por primera vez, el bucle temporal ya no le importaba.
Laura sonrió, mientras preparaba los platos.
Y el universo, por fin, siguió adelante.
FIN
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