Las Máscaras de Korthan
En el corazón helado del norte, donde las auroras danzaban sobre el lago Lovozero, habitaron dos jóvenes sámi: Mihkkal, pastor de renos, y Sunna, tejedora de cantos ancestrales. Se amaban con una dulzura semejante a la del musgo bajo la nieve, y con una esperanza silenciosa semejante a la del sol que regresa tras una larga noche polar.
Pero el destino de los hombres, duro en lo cotidiano del vivir, no siempre consulta a los corazones cuando se hace presente.
Los padres de Sunna, en un pacto sellado entre familias, habían comprometido el destino y la mano de la joven con otro hombre, rico terrenalmente, pero pobre en la interioridad del corazón. Fue así que en su desesperación, los enamorados Mihkkal y Sunna ascendieron la colina del eco en busca de Aslat, el noaidi, chamán de su pueblo.
Aslat, cuyos ojos grises eran como las piedras de los ríos, los escuchó en silencio mientras indagaba en las almas de los enamorados. Poco después, tocó su tambor, y a través de cada golpe, el aire fue tornándose más denso, mientras que el viento adquirió con la brisa una sabiduría silenciosa que provenía del conocimiento ancestral. Aslat sumergió su conciencia en un profundo trance, y cuando su voz regresó de ese estado de ensueño, la voz escuchada no era solo suya: era la voz de los espíritus, la voz del padre celestial, Radien-attje.
—"Escuchad."— dijo Aslat —"La historia que me ha sido confiada no pertenece al pasado ni al futuro. Proviene de más allá de las estrellas. En ese lugar lejano, en un planeta llamado Zynthus, vivía el ancestral pueblo de Korthan, cuyos habitantes nacían con máscaras vivas.
Estas máscaras no eran simples adornos; proyectaban emociones agradables que se veían como sonrisas luminosas, miradas cálidas y amplios semblantes de tranquilidad. Pero en el pueblo de Korthan todo ello era solo una ilusión. Las máscaras ocultaban a todos la verdad de cada alma. Y es así que nadie sabía como era la vida real de cada quien. Nadie lloraba en público, nadie se enfurecía ante los demás, nadie amaba sinceramente desde el corazón. La felicidad era solo una fachada, un papel que se mostraba al mundo, pero que no reflejaba jamás el fuego interior de sus habitantes.
Sabios y líderes, aclamados por todos, guiaban a su pueblo. Pero, en la soledad de sus almas vacías por dentro, la crueldad, la infelicidad y la injusticia corroían a los habitantes, que sentían dentro de sí, la condena cotidiana del vivir que les aplastaba. Los que se negaban a fingir, los sinceros, eran desterrados, tratados como perturbados y condenados al ostracismo más extremo.
El sabio dios Radien-attje, que no veía a través de los ojos, sino con el espíritu, contempló ese mundo de sombras y se entristeció. No deseaba imponer la verdad a los hombres, pero anhelaba sembrar la oportunidad de ver la realidad. Y es así que envió una tormenta solar, una danza de fuego que envolvió a Zynthus.
Las máscaras, al principio resistieron el viento solar. Pero con el tiempo, algunos habitantes comenzaron a resquebrajarse. Y es así que nacieron nuevos individuos que mostraron una mutación: sus ojos despertaron a la capacidad de encontrar el verdadero rostro emocional de las personas. No eran muchos, pero fueron los primeros portadores de la visión interior.
Estos elegidos se multiplicaron y fue así que no ignoraron lo que vieron: distinguieron el dolor, el miedo, y la envidia. Y empezaron a mostrar compasión, sinceridad, y amor leal. Hubieron lágrimas, sí, pero también se multiplicaron las risas verdaderas, por primera vez en muchas generaciones.
Con el paso de los años, los Korthan comenzaron a entender que vivir con la verdad era más difícil, pero que esa sinceridad les hacía infinitamente más plenos. Fue así que las máscaras, con el tiempo dejaron de tener poder. Las emociones se hicieron visibles y así, el pueblo de Korthan floreció, no por su orden, sino por su autenticidad."—
Aslat miró a Mihkkal y Sunna, que lo observaban con los ojos abiertos de la emoción.
—"¿Lo entendéis ahora?"— les preguntó —"Las máscaras del mundo pueden mentir. Lo que parece correcto no siempre es justo. Pero vivir con la verdad, aunque sea trabajoso y duela, es el único camino hacia una felicidad que no se quiebra con el viento."—
Mihkkal y Sunna se miraron, y por primera vez no pensaron en los obstáculos que enfrentaban, sino en la fuerza del amor que les unía. Sabían que deberían luchar por su verdad, y que no debían esconder los sentimientos que tenían. Buscarían ayuda, pelearían con palabras y con actos, y quizás perderían algunas cosas... pero nunca perderían sus almas.
Y así lo hicieron.
Aquellos que viven tras una máscara pueden evitar el dolor, sí, pero también pierden el gozo verdadero del vivir. Solo aquellos que tienen el valor de mostrarse tal cual son, son capaces de mirar al otro sin juicios, pudiendo alcanzar una existencia plena y luminosa.
FIN
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