Conversaciones Imposibles
El arte de hablar en los márgenes de la lógica
Episodio 1: Alfajores, espionaje y el retorno del Bicho Ramírez
Era una mañana fresca en Mendoza. Yo había salido con un solo objetivo claro: conseguir alfajores para diabéticos (una empresa casi tan compleja en mi ciudad como descifrar un manuscrito alienígena). Caminaba por la calle San Martín con una bolsita de stevia en el bolsillo y una fe ciega en las dietéticas de la ciudad, cuando escuché una voz familiar que parecía salir de una película de Stallone mal doblada.
—"¡Rodriac, guacho galáctico!"— gritó alguien desde una mesa afuera de un café con un toldo verde descolorido —"¡Hace mil años luz que no te veía!"—
Me di vuelta y lo vi. Con la misma campera de cuero que usaba en quinto año del secundario y unos anteojos oscuros que no se sacaría ni en su propio velorio: era el Bicho Ramírez, leyenda urbana viviente, un hacker para detectar infidelidades, conquistador por insistencia y amante de las teorías conspirativas sin probar.
—"¡Bicho!, pensé que te habías ido a vivir a una comuna vegana en Las Heras."—
—"Estuve, pero me rajaron. Parece que el amor libre no incluía a la mujer del gurú"— me guiñó un ojo mientras señalaba la silla frente a él —"Sentate, Copen. Tomate un cortado con este viejo soldado del código binario."—
Me senté. A los cinco segundos ya le había tirado un piropo a la moza (“Reina, si fueras algoritmo, te haría run en mi CPU”) que, milagrosamente, no le dio la más mínima bola.
—"¿Seguís escribiendo ciencia ficción de la buena, amigo mío? ¿La teniente Brenda sigue viva? ¿Y Alexia, esa bomba atómica con licencia para matar?"—
—"Sigo, sigo. Pero vos estás más interesado en ver si te volteás a la Alexia en la trama de algún cuento..."—
—"¡Obvio, maestro! ¡Es el crossover que el fandom necesita! Bicho Ramírez y Alexia Stevens: Misión sensual. Imaginate: París, noche cerrada, ella busca al traidor del MI6... y ahí aparezco yo, con una campera de cuero, claveando una puerta con mi smartwatch y diciéndole: 'You need a man who speaks Python, babe'"—
—"Qué nivel el tuyo."— reí mientras la moza dejaba los cafés.
La miró como si acabara de ver a la Virgen programando en Java.
—"Gracias, diosa mía. Si necesitás hackear el sistema para no cobrar el sueldo mínimo, avisame. Todo se puede."—
La nami se fue rodando los ojos.
—"Che, ¿y vos qué hacés ahora? ¿Seguís con los clientes infieles?"—
—"Sí, papá. El negocio cada vez mejor. Tinder, Likes, OnlyFans... volteo al por mayor, las infidelidades están en boga. La última: un cliente agradecido me pagó con un pack de bitcoins y entradas para ver GreenDay en BsAs. ¡Green Day! Estaría genial ir con alguna minita."—
—"Sos incorregible."—
—"No, soy un romántico vintage. Pero escuchame: ¿te enteraste de la red de espionaje rusa que hay en Argentina? ¡No me extrañaría que estuvieran usando cafeterías como esta como puntos de contacto! Todo tiene sentido, Rodriac. Esta moza tiene acento neutro, ¿lo notaste? Capaz que ni argentina es. Capaz que es bielorrusa."—
—"O capaz que simplemente no te quiere responder los piropos."—
—"¡Justamente! ¡El silencio es el idioma universal del espionaje!"—
—"¿Y cómo sabés que es rusa?"—
—"Porque me trajo el café sin azúcar. ¡Los rusos odian el azúcar! Es un símbolo de decadencia occidental. ¡Te lo dice Snowden... está documentado en una entrevista de Telegram!"—
—"Eso era un meme, Bicho."—
—"¿Sabías que los memes son las nuevas fuentes, hermano? Todo está ahí. Elon Musk ya lo sabe, por eso se peleó con Trump. Y la CIA también lo sabe. Si vos querés esconder algo... lo ponés en Twitter con un hashtag ridículo y nadie lo toma en serio. ¡Estrategia milenaria!"—
En ese momento, pasó una mujer rubia con tacos altos por la vereda. Bicho se puso de pie como si se activara un resorte en su silla.
—"¡Hermosa! Si sos agente doble, que sea de amor..."— le gritó con una reverencia que bordeaba el absurdo.
La señora lo ignoró con la eficiencia de un diplomático que vio el cachetazo de Macron.
—"¿Alguna vez te funcionó alguno de esos piropos?"—
—"Sí, claro. No te digo que sean exitosos... pero soy como un ransomware sentimental: si me dejás instalado mucho tiempo, ¡te hackeo el corazón!"—
Después de terminar el café con sabor a edulcorante, nos despedimos.
—"Rodriac"— dijo, poniéndose serio de repente —"Vos escribí lo que quieras. Pero algún día vas a tener que contar la verdad sobre mí y Alexia Stevens. Esa mujer me mira desde tus páginas. Me espera."—
—"No te espera, Bicho. Te esquiva."—
—"¡Eso es parte del juego del amor!"—
Se fue caminando para abordar su propia misión ultrasecreta. Yo seguí mi ruta de búsqueda de alfajores, preguntándome si alguna vez escribiría esa historia entre Alexia y él. Tal vez sí. Tal vez no.
Pero algo era seguro: cada tanto, en alguna mesa de café, me iba a volver a cruzar al Bicho Ramírez.
A veces, uno no elige a los amigos. Algunos simplemente se instalan como virus residentes en la memoria de la compu... y no hay antivirus que los saque.
FIN
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