A oscuras
por Rodriac Copen
Despertó con la garganta seca. El aire en la habitación era espeso, como si algo lo hubiera estado observando mientras dormía. Se incorporó con lentitud, extendiendo una mano temblorosa en busca de la mesa de noche. Nada. Solo vacío.
Avanzó un paso, con los pies descalzos tanteando el suelo frío. El silencio se rompía cada tanto con crujidos lejanos, como madera quejándose bajo un peso invisible. Extendió los brazos. Sus dedos rozaron un borde afilado: un mueble. Lo esquivó, pero tropezó con algo bajo, cayó de rodillas. El corazón le martillaba el pecho.
Un pasillo. Lo sabía, podía sentirlo en el aire más denso, en ese eco extraño de sus propios movimientos. Caminó a ciegas, cada paso una amenaza. Algo se movió a su derecha. Contuvo la respiración. Un golpe metálico sonó en la distancia. La piel se le erizó.
Llegó a lo que parecía una puerta. El marco helado bajo sus manos. Se apoyó, tratando de orientarse. El silencio regresó, pero no calmaba: era un silencio vivo, expectante.
De pronto, un ruido detrás de él: algo arrastrándose, lento, pegajoso. Giró bruscamente, el corazón en la garganta. La negrura era absoluta, una caverna interminable.
El pánico lo atravesó entero. Cerró los ojos —aunque no había diferencia— y avanzó a tientas, tambaleante, hasta que por fin encontró lo que buscaba: la entrada del baño.
Soltó un suspiro, bajó la cabeza, y murmuró:
—"La próxima vez que me levante a orinar de noche… voy a prender la maldita luz."—
FIN
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