Amor a las Letras
Por Rodriac Copen
Los humanos vivimos rodeados de un ruido de fondo permanente que nos desenfoca de nuestros objetivos y pensamientos más importantes.
Pantallas que destellan información fugaz, conversaciones veloces, triviales y superficiales. A pesar de eso, hay algo que permanece inmutable dentro de nosotros. Algo del espíritu humano que ha cruzado siglos, guerras, descubrimientos y revoluciones. Y es la palabra escrita.
Los libros, las letras, las frases cuidadosamente pensadas, son la verdadera máquina del tiempo de la humanidad. Las letras no necesitan biocombustible, electricidad o consumo de recursos. Basta con que encuentres una hoja con un mensaje escrito o que abras un libro para que la magia comience. Desde las páginas, una mente puede hablarte desde otro siglo, otra cultura, otro universo emocional.
Como bien decía Carl Sagan, los libros son una forma de telepatía porque conectan directamente el alma del autor con la del lector, sin importar cuántos años los separen.
Cuando escribimos, no sólo contamos historias. Conservamos lo que vale la pena resguardar. Ponemos en palabras ideas, emociones, advertencias, sueños, dudas. La escritura es una forma de responsabilidad con nuestra especie. Escribir es decir: esto es importante, esto no debe olvidarse, esto puede ayudar a otros, aunque yo ya no esté aquí.
Quizá por eso, ningún escritor muere del todo. Mientras haya alguien que lo lea, un autor sigue existiendo en la conciencia de otro. La tinta se seca, claro está, pero la idea no. La letra permanece, y con ella, una parte del alma de quien la escribió.
Por eso también importa cómo escribimos, la manera en que lo hacemos. El idioma no es un simple medio usado para transmitir pensamientos. Es el templo de nuestras ideas. Bastardearlo, degradarlo, empobrecerlo o usarlo con descuido, es como pintar sobre un mural de siglos un graffiti apresurado de irresponsabilidad. No se trata de hablar pomposamente para sobresalir o hacer uso de solemnidad innecesaria. Se trata de cuidar las ideas que transmitimos como quien cuida semillas. Porque de ellas crecerán los pensamientos futuros de las generaciones venideras.
Preservar el idioma es preservar nuestra humanidad. Porque en el lenguaje se encuentra lo mejor de nosotros La ética, la belleza, la duda, la esperanza y la bondad viven en lo que escribimos. Y escribir bien no es un acto de vanidad, sino de amor a nosotros mismos y para con los demás. Amor por los que están ahora y por los que vendrán.
Es fácil tener pensamientos. Todos pensamos. O deberíamos. Es fácil tener ideas brillantes en la ducha o frente a una taza de café. Pero lo difícil, y también lo valiente, es escribirlas. Y mucho más aún: hacerlas públicas.
Publicar es un acto de generosidad que requiere de integridad y de valor. Dejar que otros fisgoneen en la interioridad de nuestros mundos. Quedar desnudos ante los demás. Pero publicar también es un acto de fe en que lo que hemos escrito, porque esos pensamientos podrán tocar a alguien, en algún lugar, en algún momento. Quizá no ahora. Quizá no mañana. Pero un día, alguien abrirá nuestro texto y nos escuchará hablar desde la eternidad. ¿Nunca pensaste en ello mientras escribías?
El mundo necesita más que nunca de quienes escriben con pasión, con conciencia, con amor por la lengua y por la humanidad. Tienes que esforzarte para que no te paralice la duda ni la autocensura. Como escritores, debemos esforzarnos para que no nos desanime el ruido del presente. Debemos escribir para el futuro. Debemos escribir para que lo mejor de la humanidad de hoy, sea la luz que alumbre al futuro de lo que vendrá. Es la memoria trascendente de lo mejor de nosotros.
Porque mientras existan autores que escriban desde el corazón, entregando lo mejor de sí mismos, la humanidad tendrá memoria, conciencia y reflexión. Y en esa memoria viviremos, palabra tras palabra, los que tratamos de pensar que lo mejor de la humanidad está por llegar.
¡Buena escritura! 🚀✍️
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