El Último Escribiente
Los sucesos y personajes retratados en
esta historia son completamente ficticios. Cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, o con
hechos reales es pura coincidencia.
Había una vez —y todavía sigue habiendo, aunque no se da por enterado— un escritor llamado Leopoldo Castiñeiras, que se negaba rotundamente a abandonar el siglo XX. Vestía saco de pana en verano, usaba máquina de escribir Olivetti como si fuera un tótem mágico, y consideraba que el único café digno de un novelista era el que se quemaba en la olla.
Leopoldo escribía novelas largas, con prólogos más largos aún, y diálogos en los que los personajes decían cosas como: -“¡Oh, recórcholis! ¿Acaso insinúas, querida Isadora, que mi honor ha sido mancillado por un vizconde con aires de ornitólogo?”-
El problema —pequeñito, y casi anecdótico— era que nadie leía sus libros. Su última novela, titulada "El susurro de los sauces a medianoche en un tranvía sin destino", había vendido exactamente tres ejemplares: uno lo compró él mismo, otro su madre por error, y el tercero un gato que pisó “comprar ahora” en la laptop de su dueña.
Pero Leopoldo tenía un editor. O mejor dicho, un mártir con título profesional: Santiago Krieger, editor moderno, flexible, resignado, y con un tic nervioso en el párpado izquierdo que se le activaba cada vez que hablaban por Zoom.
—"Leo, tenemos que hablar."— Le dijo Santiago a su cliente
Leopoldo siempre tenía poco tiempo para dedicarle a su editor. —"Habla, Santiago, pero házmelo breve: estoy escribiendo una saga familiar ambientada en 1897."—
—"¿Otra más?"—
—"Sí. El protagonista esta vez es un relojero que sospecha que su mujer es anarquista. Todo contado en estilo epistolar."—
—"Leo... te lo ruego. Nadie lee novelas epistolares de 800 páginas en 2025."—
—"¿Y si hago que el cartero también sea relojero?"—
Santiago respiró hondo. Y contó hasta diez. Después lo pensó mejor... y Luego hasta cien. Resignado, sacó una presentación en PowerPoint que tituló, lleno de una esperanza suicida: “Lo que debería hacer un escritor moderno”.
—"Leo, escúchame, por Dios. Hoy hay que tener visibilidad en redes. TikTok, Instagram, reels, una web... algo."—
—"Me hice un perfil en Fotolog. ¿Que más quieres?"—
—"¡Pero Leo... Fotolog murió en el 2010!"—
—"Pero el espíritu permanece."— Insistió el terco escritor.
Santiago ya lo conocía. Decidió cambiar de táctica.
—"Bueno, está bien."— Le siguió la corriente. —"¿Qué te parece publicar relatos cortos en Substack, gratis al principio, para captar público?"—
—"¿Gratis? ¿Como si fuera comunista?"—
—"Pero no, pedazo de bol..."— Miró al cielo escondiendo una puteada que ya salía de su boca y se rectificó —"No, Leo... es marketing. Marketing moderno."— Trató de hacerle entender.
—"¡Yo no regalo letras, Santiago! ¡Soy un artista, no una fuente de agua pública!"—
Así era todos los días que hablaban.
Otro día, Santiago le sugirió que hiciera una novela más dinámica... más ágil, tal vez con algo de humor.
—"Humor, Leo. Algo que haga reír, ¿sabés? Que atrape a la gente."—
—"Pero Santiago... Sabés que estoy escribiendo una trilogía sobre la melancolía de los archiveros portugueses. No puedo interrumpirla para hacer humor."— Hizo cara de asco al pensar en ese sacrilegio.
Santiago estaba llegando a su límite. —"Leo, eso no es humor. Un tema tan denso no atrae público."—
—"¿Y si uno de ellos tose en los capítulos impares?"—
El editor lo intentaba todo. Le cambió las tapas a sus libros. Le cambió los títulos. Lo llevó a una feria del libro con un cartel que decía "Conozca al autor más tercamente desconocido del país". Nada. Leopoldo insistía en alimentar el caballo muerto de su literatura como quien le da pasto gourmet a un esqueleto.
Finalmente, Santiago lo llevó a terapia literaria.
—"Hola, soy Leopoldo y sigo escribiendo como si no existieran los celulares ni las computadoras."—
—"Hola, Leopoldo"— dijeron otros cinco escritores autoeditados con trauma de ventas.
Pero ni así. Una semana después, Leopoldo lo llamó eufórico:
—"¡Lo logré, Santiago!"—
—"¿Vendiste un libro?"—
—"No. Pero encontré una máquina de escribir con letra cursiva que es hermosa..."—
Si eres escritor, el caso de Leopoldo debería dejarte una enseñanza clara: si el caballo está muerto, no importa cuántas alfombras rojas le pongas, no va a galopar.
A veces, la pasión necesita aggiornarse, adaptarse, reinventarse. Negarte a los cambios puede parecer romántico o idealista... hasta que te das cuenta que estás cabalgando con entusiasmo sobre un animal que hace rato dejó de moverse.
Y, peor aún, escribiendo sobre eso en estilo epistolar.
FIN
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